Dos semanas después. En el jardín de la casa, en una alfombra hecha de pétalos, caminaba Leonor del brazo de su hijo, mientras la pequeña Andrea abría el cortejo nupcial lanzando pétalos de flore de un lado a otro, seguidas de los pequeños Óscar y Alanis, quienes llevaban los anillos, sin dejar de sonreír felices.En el altar, Claudia esperaba con Angus, quien miraba a Leonor como si ella fuera una diosa y él un simple adorador de su belleza. La mujer lucía resplandeciente, a sus cuarenta y nueve representaba mucho menos y la maternidad le había sentado de maravilla, tanto que su rostro resplandecía con un brillo especial. Lucía un vestido sencillo, pero elegante, que acentuaba su esbelta figura.Llegó al altar y Andrew, la entregó con orgullo a Angus. Los ojos del hombre brillaban con una ternura que solo incrementaba el amor que Leonor sentía por él.Con una sonrisa llena de amor en su rostro, Angus tomó las manos de Leonor en las suyas. Las palabras del sacerdote apenas llegaban a
Claudia estaba en la habitación principal de la grandiosa mansión de su marido; en ese momento, parecía una fortaleza de soledad y silencio. Tomó la prueba de embarazo y dos líneas le devolvían la mirada, confirmando su mayor deseo y su miedo más profundo. “Estaba embarazada”.Su corazón palpitó con fuerza contra su caja torácica, como un pequeño eco de la nueva vida que llevaba dentro. El sonoro reloj la devolvió a la realidad y le recordó que ya estaba tarde, porque ya era hora de que su marido regresara del trabajo y no le tenía la cena lista. Si no le tenía la comida preparada, se molestaría, y justo en ese momento no quería enojarlo.Bajó con rapidez y se fue a la cocina, donde comenzó a preparar la cena. Sin embargo, mientras cortaba las verduras con precisión mecánica, sus ojos se nublaron por una tempestad de preocupación que oscurecía su mirada avellana, normalmente radiante.—¡Claudia! ¿Dónde estás? —escuchó el grito de su marido desde el patio caminando hacia la entrada.S
Javier llamó al 911 con enfado y pidió una ambulancia; los paramédicos no tardaron en llegar. —Señor Cáceres, ¿Qué le ha pasado a su esposa? —preguntó uno de ellos. —Estaba sirviendo los platos, y se le derramó una sopa y terminó arrastrando el mantel con ella y se cayó. ¡Ella es una torpe! Claudia se mantuvo en silencio, mientras la trasladaban al hospital. De inmediato le hicieron una revisión, mientras ella esperaba el anuncio del médico, el aroma estéril del hospital se mezcló con el sabor metálico de la sangre que persistía en su boca, mientras yacía en la camilla, en marcado contraste con la cálida fragancia de la cena que había servido momentos antes. En ese momento vio al médico llegar y se aferró a su mano sin poder contener la angustia que palpitaba dolorosamente en su pecho. —Doctor, por favor, ¿cómo está mi hijo? —preguntó en tono suplicante. Y aunque en su interior, la esperanza se mantenía viva, la mirada del hombre debió haberle indicado la noticia que le daría.
Los dedos de Claudia temblaron ligeramente al soltar la manta blanca y estéril que había sido su mortaja durante demasiados días en el frío y antiséptico abrazo del hospital. El olor estéril seguía pegado a ella, un cruel recordatorio de vulnerabilidad, pero la determinación de sus ojos contaba una historia diferente, una historia de renacimiento. Consiguió un vestido que se colocó como si fuera una armadura, un traje a la medida que la abrazaba en todos los lugares adecuados, no solo para impresionar, sino para recuperar su sentido de sí misma. Había llamado a su marido y le pidió que se vieran en el despacho del abogado, por eso cuando caminó hasta allá la estaba esperando. La miró con sorpresa. —¿Estás segura de esto? —le preguntó su marido, con una voz mezcla de preocupación y desdén. Claudia lo miró con determinación y respondió.:—Ya he sufrido demasiado en este matrimonio, Javier. Es hora de que ambos sigamos adelante por caminos separados. Así que no voy a echarme para atr
El resplandor estéril de los fluorescentes parpadeaba en lo alto, proyectando una luz implacable sobre el suelo de barnizado de la oficina notarial. Podía sentir la frialdad del espacio calándole hasta los huesos, un duro contraste con el calor que enrojecía sus mejillas mientras se enfrentaba a él con la incredulidad ardiendo en los ojos.—¿Qué tiene eso que ver contigo? —. Las palabras salieron a borbotones, mezcladas de ira y confusión— ¿Acaso mi exmarido te envió a burlarte de mí?Su mirada se clavó en la de él, buscando una respuesta, cualquier indicio de engaño o burla en su estoica conducta.Pero el hombre permaneció impasible, con una expresión tallada en piedra. —¿Tienes un trabajo? ¿Tienes a dónde ir? —insistió, ignorando sus acusaciones como si fueran moscas a las que espantar.Su sorpresa ante la pregunta se manifestó en un fuerte suspiro. ¿Cómo lo sabía? Su mirada perspicaz la inquietó; parecía clavarse en su alma, leyendo su agitación con una facilidad desconcertante.
Andrew no podía quedarse tranquilo frente a la humillación que le acababa de hacer ese hombre a quien ahora era su esposa, le enseñaría a respetarla, así que le pidió a Claudia que lo esperara y caminó de nuevo al interior de la oficina.Sus nudillos estaban blancos, en marcado contraste con los tonos cada vez más oscuros de la tarde, mientras giraba sobre sus talones y se dirigía hacia Javier con el inconfundible paso de un depredador. Con un movimiento rápido, nacido de un manantial de desprecio enconado, Andrew le asestó un puñetazo contundente en la cara del exmarido de Claudia. —¡Maldita sea, pedazo de loco! ¿Qué estás haciendo? —gritó Javier histérico y enseguida Andrew le emparejó la otra mejilla, dejándole dos cardenales en la cara.Las palabras de Javier se interrumpieron ante el segundo impacto, que le hizo caer de bruces contra el suelo como si se tratara de un pesado animal, un coro de risas estalló entre los espectadores, cuya diversión fue una humillante serenata a su
La pregunta de Claudia flotaba en el aire, un peso invisible que hacía retroceder a Andrew a lo largo de los años. Con la mirada desenfocada, ya no estaba sentado frente a ella, frente a un vehículo, sino en el inicio de la edad adulta, con los rostros severos de sus padres, empujándole hacia la independencia.—Te hará bien —le había dicho su padre, con voz carente de calidez—. Irte lejos de nosotros, te enseñará lo que es la vida real, así podrás madurar y ser responsable, para cuando te toque asumir las riendas de las empresas de la familia.Así que terminó cediendo, pero su partida no iba acompañada de dinero, solo de expectativas tan pesadas como para aplastarle.Andrew se removió incómodo, sus dedos acariciando distraídamente el capó del coche. Por aquel entonces era un hombre larguirucho, desgarbado, que aún no había adquirido la confianza y la estatura que le llegarían con los años.En ese entonces, su cuerpo no ayudaba, recordó los ángulos agudos de sus articulaciones, la form
Claudia se quedó pensativa, mientras una suave brisa mecía sus cabellos, pero su mente era una tempestad, agitada por las dos palabras que acababan de atronar en su conciencia. Davis Boss.—La familia más poderosa del país —murmuró para sí misma, con voz apenas audible por encima del susurro de las hojas. Movió la cabeza de manera negativa, el linaje de los Davis Boss era materia de leyendas, susurradas en voz baja en los salones de mármol del poder. Se decía que ejercían influencia tal como los reyes de antaño, y que a su mando se encontraba un heredero varón solitario, envuelto en el misterio, cuya vida era un secreto cuidadosamente guardado hasta que tomara las riendas del imperio.El corazón de Claudia martilló con fuerza contra su caja torácica; la posibilidad se desplegaba como una flor oscura en su mente. Andrew, ¿podría ser realmente el hijo de los Davis Boss? La idea parecía ridícula; el hombre que ella había conocido no se veía prepotente, aunque sí emanaba cierto aire de