Andrew no podía quedarse tranquilo frente a la humillación que le acababa de hacer ese hombre a quien ahora era su esposa, le enseñaría a respetarla, así que le pidió a Claudia que lo esperara y caminó de nuevo al interior de la oficina.
Sus nudillos estaban blancos, en marcado contraste con los tonos cada vez más oscuros de la tarde, mientras giraba sobre sus talones y se dirigía hacia Javier con el inconfundible paso de un depredador.
Con un movimiento rápido, nacido de un manantial de desprecio enconado, Andrew le asestó un puñetazo contundente en la cara del exmarido de Claudia.
—¡Maldita sea, pedazo de loco! ¿Qué estás haciendo? —gritó Javier histérico y enseguida Andrew le emparejó la otra mejilla, dejándole dos cardenales en la cara.
Las palabras de Javier se interrumpieron ante el segundo impacto, que le hizo caer de bruces contra el suelo como si se tratara de un pesado animal, un coro de risas estalló entre los espectadores, cuya diversión fue una humillante serenata a su caída.
—Con ese otro golpe te queda la cara pareja —dijo tomándolo con fuerza de las solapas de la camisa—, eso te enseñará a no volverte a meter con Claudia, y te advierto, ya no le puedes hacer daño, porque ahora es mi esposa y como tal debes respetarla ¿entendido? —inquirió mientras Javier asentía asustado y Andrew lo lanzaba en el suelo de nuevo con desprecio, mientras se sacudía las manos, como si estuviese deshaciendo de la basura.
Entretanto, Javier yacía allí, con su orgullo derramándose por el frío suelo, demasiado conmocionado para responder o incluso levantarse. Su amante, una silueta de preocupación marcada por la luz tenue, se acercó corriendo en un intento de salvar su dignidad.
Pero su toque fue respondido con un venenoso manotazo, desechando sus esfuerzos.
—¡Aléjate! No soy tan patético como para no poder valerme por mí mismo —gruñó, la amargura de su voz era más reveladora que cualquier acción.
Mientras tanto, Andrew y Claudia se alejaban, la tensión eléctrica entre ellos era palpable. Cuando ella alargó la mano para agarrarle del brazo, fue como si hubiera tocado un cable con corriente, una sacudida le recorrió la punta de los dedos y la hizo retroceder instintivamente como si él apestara.
—¿Qué te pasa? ¿Acaso estoy apestoso? —preguntó Andrew, con una nota de irritación en sus palabras, mientras Claudia se retiraba y su repentino movimiento pintaba una caricatura de desagrado.
La risa de Claudia rompió la incomodidad, disipando la carga en el aire.
—No, hueles muy bien… muy masculino —respondió mientras sus mejillas se tornaban carmesí—, es solo que me diste corriente —dijo, sin dejar de pensar lo absurdo del momento.
Esas palabras lo pusieron a él de buen humor.
—Eso debe ser porque tengo mucha energía —replicó Andrew, con una sonrisa en la comisura de los labios, olvidándose del estático encuentro como si no fuera más que una prueba de su vitalidad.
Sus bromas sirvieron como un breve respiro de la vorágine emocional que ambos sabían que estaba justo debajo de la superficie, la realidad de su situación, un espectro que se acercaba cada vez más con cada paso hacia el coche.
La sombra de Claudia se extendía larga y delgada por el asfalto, mientras el sol poniente bañaba el aparcamiento con un resplandor dorado.
La luz jugaba con sus ojos, dando a Andrew un contorno casi etéreo, un halo de oscuridad que parecía en desacuerdo con la tensión que se cernía entre ellos.
—¿Quién eres, Andrew? —Su voz era firme, pero la opresión de su garganta delataba su seriedad. —¿Y qué clase de locura es esta de casarte conmigo de repente?
La mirada de Andrew se clavó en la suya, su expresión ilegible. Por un instante, pareció como si la viera por primera vez, como si hubiera surgido de un mundo completamente distinto.
Se acercó, con movimientos deliberados, como si quisiera salvar no solo la distancia física, sino un abismo emocional.
—Nos divorciaremos —continuó Claudia, su determinación endureciéndose como la lava al enfriarse —esperemos aquí, en cuanto Javier se haya ido y entramos a divorciarnos
—¿Divorciarnos?
La risa de Andrew fue un ruido sordo, desdeñoso, como si ella hubiera sugerido que volaran a la luna con las alas de una mariposa.
—Claudia, mi amor —dijo, sus palabras enhebrándose en el aire como seda entrelazada con acero —, no soy ningún chiquillo que no sabe lo que quiere y que cambia de idea en segundos.
Se movió con la gracia de un depredador, agarrando con firmeza la cintura de ella y estrechándola contra él.
Su aliento era un susurro cálido contra su mejilla.
—Ni siquiera pienses que vas a poder divorciarte de mí y deshacerte como si yo fuera unos calcetines apestosos.
Por dentro, Claudia se tambaleó. ¿Cómo podía este hombre, que acababa de luchar por su honor, hablar de su matrimonio, una farsa, una locura improvisada, como si fuera un contrato vinculante? Se sintió atrapada, como un pájaro atrapado por hilos invisibles, incluso mientras su corazón aleteaba contra la jaula de sus costillas.
—Así que, querida, mejor déjame darte la bienvenida a la familia Davis Boss —murmuró, sellando su destino con aquellas palabras como si fueran un hechizo.
—¿Por qué yo, Andrew?
La pregunta se escapó, frágil, como una hoja al viento.
—¿Por qué me escogiste precisamente a mí?
Por un momento, mientras el silencio se extendía entre ellos, Claudia vio que algo parpadeaba en los ojos de Andrew: una incertidumbre, una pregunta que reflejaba la suya. Él apartó la mirada, con la mandíbula apretada, como si estuviera luchando contra secretos demasiado pesados
La pregunta de Claudia flotaba en el aire, un peso invisible que hacía retroceder a Andrew a lo largo de los años. Con la mirada desenfocada, ya no estaba sentado frente a ella, frente a un vehículo, sino en el inicio de la edad adulta, con los rostros severos de sus padres, empujándole hacia la independencia.—Te hará bien —le había dicho su padre, con voz carente de calidez—. Irte lejos de nosotros, te enseñará lo que es la vida real, así podrás madurar y ser responsable, para cuando te toque asumir las riendas de las empresas de la familia.Así que terminó cediendo, pero su partida no iba acompañada de dinero, solo de expectativas tan pesadas como para aplastarle.Andrew se removió incómodo, sus dedos acariciando distraídamente el capó del coche. Por aquel entonces era un hombre larguirucho, desgarbado, que aún no había adquirido la confianza y la estatura que le llegarían con los años.En ese entonces, su cuerpo no ayudaba, recordó los ángulos agudos de sus articulaciones, la form
Claudia se quedó pensativa, mientras una suave brisa mecía sus cabellos, pero su mente era una tempestad, agitada por las dos palabras que acababan de atronar en su conciencia. Davis Boss.—La familia más poderosa del país —murmuró para sí misma, con voz apenas audible por encima del susurro de las hojas. Movió la cabeza de manera negativa, el linaje de los Davis Boss era materia de leyendas, susurradas en voz baja en los salones de mármol del poder. Se decía que ejercían influencia tal como los reyes de antaño, y que a su mando se encontraba un heredero varón solitario, envuelto en el misterio, cuya vida era un secreto cuidadosamente guardado hasta que tomara las riendas del imperio.El corazón de Claudia martilló con fuerza contra su caja torácica; la posibilidad se desplegaba como una flor oscura en su mente. Andrew, ¿podría ser realmente el hijo de los Davis Boss? La idea parecía ridícula; el hombre que ella había conocido no se veía prepotente, aunque sí emanaba cierto aire de
Al día siguiente, el sol matutino proyectaba largas sombras sobre el pavimento agrietado cuando Claudia salió por la puerta de la casa de su amiga, con decenas de mensajes sobre las facturas de gastos médicos. Su respiración formaba nubes de ansiedad en el aire frío mientras se dirigía al hospital. Cada exhalación es una plegaria silenciosa para tener más tiempo: tiempo para pagar, tiempo para respirar, tiempo para pensar. Había hecho hasta lo imposible por pagar, pero cada día todo se le ponía a cuestas. Hacía tiempo que el olor estéril del hospital había dejado de perturbar a Claudia; ahora resultaba casi reconfortante por su familiaridad. Se detuvo frente a la habitación de su madre, preparándose para la conversación que estaban a punto de tener, o mejor dicho, la que ella había planeado tener. La tela de su abrigo se sintió rígida contra su piel mientras se envolvía en él un capullo protector contra el frío de los pasillos y la carga de sus secretos. —Mamá — empezó Claudia suave
Claudia dudó solo por segundos.—Ah no te preocupes mamá, alguien me prestó algo de dinero, además, ya se venció el plazo del dinero que teníamos depositado en el banco a plazo fijo.Dejó a su madre en la habitación y salió con el médico, le hizo la pregunta que estaba rondando en su mente desde que supo que la factura estaba pagada.—Puede decirme ¿Quién pagó? —interrogó y el doctor negó con la cabeza. —No tengo esa información, pero lo han mandado a pagar con dinero en efectivo, parecía que no quisieran revelar su identidad —contestó el médico. —Gracias —murmuró, aún sumida en sus pensamientos, mientras se alejaba del médico y se dirigía de nuevo a la habitación de su madre ¿Sería su nuevo esposo?Al día siguiente, el tenue zumbido de las luces golpeó en los ojos de Claudia, quien, sentada en una silla, permanecía al lado de la cama de su madre. Miraba cómo subía y bajaba su pecho, ajado por la edad y la enfermedad. —Deberías irte ya con tu esposo, no quiero que tengas problemas p
Claudia estaba petrificada al ver a Andrew parado ante ella un aura de determinación rodeando su figura imponente, y no podía creer que él siguiera insistiendo. No entendía por qué ese empecinamiento que tenía con ella, habiendo tantas mujeres en el mundo.—¿Qué es lo que ves en mí? ¿Por qué tengo que gustarte? —preguntó Claudia, incapaz de ocultar la sorpresa y la sospecha que agitaban su voz—. Un hombre como tú... podría tener a cualquier mujer a su disposición —expresó mientras su corazón latía con fuerza contra su pecho, cada golpe resonando como un eco de sus palabras.Andrew dio un paso hacia adelante, reduciendo la distancia entre ellos con una confianza inquebrantable. —Sencillo… porque no quiero a cualquier mujer —dijo con una voz calmada, aunque ronca y llena de pasión—. Te quiero a ti, Claudia. Solo a ti, no deseo a ninguna otra.La intensidad de su mirada atrapó la de ella, como si pudiera ver directamente en su alma y su voz provocó que su piel se erizara y una extraña
Claudia sintió un ardor punzante en sus rodillas, pero su orgullo la impulsó a levantarse rápidamente. El rostro de Javier enrojeció con una furia venenosa, su dedo se clavó en el montón de pertenencias esparcidas por el frío suelo. —¡Estas son tus cosas, tómalas y lárgate! ¡Te deseo felicidad a ti y a tu nuevo cónyuge, cariño! —bramó Javier con sarcasmo, cortando el aire tenso, tomando de nuevo las cosas y arrojándolas a los pies de Claudia.Ella estaba a punto de responder con una furia que ardía en su interior cuando, de repente, un hombre alto y musculoso corrió hacia ellos. Era Andrew, quien había estado observando la escena desde la distancia. Sin perder tiempo, se interpuso entre Claudia y Javier, con una mirada desafiante en sus ojos.Con la mandíbula apretada, se acercó a Javier y sus rostros quedaron a escasos centímetros. —¡Maldit0 infeliz! ¡Retira tus palabras! —exigió Andrew, con un gruñido grave en la voz—. No permitiré que ofendas a mi mujer. Así que retracte de lo c
La gran puerta de roble se cerró con estrépito detrás de Andrew cuando entró en el frío familiar del vestíbulo con suelo de mármol. El mayordomo, una figura estoica con una postura impecable, se le acercó de inmediato, sin que su rostro revelara nada.—¿Dónde está ella? ¿La instalaste en mi habitación? —. La voz de Andrew tenía un trasfondo de urgencia.—Señor, la ubiqué al lado de su habitación —respondió el mayordomo, con palabras cuidadosas y mesuradas. Vio cómo Andrew fruncía el ceño y una sombra inconfundible de molestia cruzaba sus facciones.—¿Por qué? Te pedí expresamente que la instalaras en mi habitación. ¡¿Qué pasó para que me llevaras la contraria?! —inquirió su tono, delataba su descontento.—Señor, no quise llevarle la contraria, es que la señora Claudia no me dejó otra opción —comenzó el mayordomo, poniéndose rígido—. Tan pronto como supo que compartiría la habitación con usted, y cuando vio todo lo que tenía esa habitación para ella, se asustó y se rehusó a quedarse a
Ella no le respondió, su silencio era un abismo entre ellos. Esperó paciente alguna reacción de su parte, una respuesta, pero esta no llegó. Con un empujón que contenía toda la frustración y el resentimiento acumulados, lo apartó de su lado, se deshizo de su presencia, iba a salir corriendo, pero otra vez él se lo impidió, sosteniéndola por el brazo.—No te vayas sin responderme —susurró Andrew con tono ronco, sin dejar de observarla.La pregunta de Andrew había quedado resonando en el interior de Claudia, con tal intensidad que le resultaba desconcertante. Ella se sintió abrumada por la mirada de él, que parecía buscar desesperadamente una respuesta en sus ojos. Sin embargo, por más que intentó recordar, no pudo encontrar ninguna conexión con el hombre que tenía frente a ella.Claudia se apartó de Andrew, retrocediendo unos pasos. Su pecho subía y bajaba con respiraciones agitadas. Su mente estaba en un torbellino mientras intentaba procesar todo lo que había descubierto en las últ