Al día siguiente, el sol matutino proyectaba largas sombras sobre el pavimento agrietado cuando Claudia salió por la puerta de la casa de su amiga, con decenas de mensajes sobre las facturas de gastos médicos. Su respiración formaba nubes de ansiedad en el aire frío mientras se dirigía al hospital. Cada exhalación es una plegaria silenciosa para tener más tiempo: tiempo para pagar, tiempo para respirar, tiempo para pensar. Había hecho hasta lo imposible por pagar, pero cada día todo se le ponía a cuestas. Hacía tiempo que el olor estéril del hospital había dejado de perturbar a Claudia; ahora resultaba casi reconfortante por su familiaridad. Se detuvo frente a la habitación de su madre, preparándose para la conversación que estaban a punto de tener, o mejor dicho, la que ella había planeado tener. La tela de su abrigo se sintió rígida contra su piel mientras se envolvía en él un capullo protector contra el frío de los pasillos y la carga de sus secretos. —Mamá — empezó Claudia suave
Claudia dudó solo por segundos.—Ah no te preocupes mamá, alguien me prestó algo de dinero, además, ya se venció el plazo del dinero que teníamos depositado en el banco a plazo fijo.Dejó a su madre en la habitación y salió con el médico, le hizo la pregunta que estaba rondando en su mente desde que supo que la factura estaba pagada.—Puede decirme ¿Quién pagó? —interrogó y el doctor negó con la cabeza. —No tengo esa información, pero lo han mandado a pagar con dinero en efectivo, parecía que no quisieran revelar su identidad —contestó el médico. —Gracias —murmuró, aún sumida en sus pensamientos, mientras se alejaba del médico y se dirigía de nuevo a la habitación de su madre ¿Sería su nuevo esposo?Al día siguiente, el tenue zumbido de las luces golpeó en los ojos de Claudia, quien, sentada en una silla, permanecía al lado de la cama de su madre. Miraba cómo subía y bajaba su pecho, ajado por la edad y la enfermedad. —Deberías irte ya con tu esposo, no quiero que tengas problemas p
Claudia estaba petrificada al ver a Andrew parado ante ella un aura de determinación rodeando su figura imponente, y no podía creer que él siguiera insistiendo. No entendía por qué ese empecinamiento que tenía con ella, habiendo tantas mujeres en el mundo.—¿Qué es lo que ves en mí? ¿Por qué tengo que gustarte? —preguntó Claudia, incapaz de ocultar la sorpresa y la sospecha que agitaban su voz—. Un hombre como tú... podría tener a cualquier mujer a su disposición —expresó mientras su corazón latía con fuerza contra su pecho, cada golpe resonando como un eco de sus palabras.Andrew dio un paso hacia adelante, reduciendo la distancia entre ellos con una confianza inquebrantable. —Sencillo… porque no quiero a cualquier mujer —dijo con una voz calmada, aunque ronca y llena de pasión—. Te quiero a ti, Claudia. Solo a ti, no deseo a ninguna otra.La intensidad de su mirada atrapó la de ella, como si pudiera ver directamente en su alma y su voz provocó que su piel se erizara y una extraña
Claudia sintió un ardor punzante en sus rodillas, pero su orgullo la impulsó a levantarse rápidamente. El rostro de Javier enrojeció con una furia venenosa, su dedo se clavó en el montón de pertenencias esparcidas por el frío suelo. —¡Estas son tus cosas, tómalas y lárgate! ¡Te deseo felicidad a ti y a tu nuevo cónyuge, cariño! —bramó Javier con sarcasmo, cortando el aire tenso, tomando de nuevo las cosas y arrojándolas a los pies de Claudia.Ella estaba a punto de responder con una furia que ardía en su interior cuando, de repente, un hombre alto y musculoso corrió hacia ellos. Era Andrew, quien había estado observando la escena desde la distancia. Sin perder tiempo, se interpuso entre Claudia y Javier, con una mirada desafiante en sus ojos.Con la mandíbula apretada, se acercó a Javier y sus rostros quedaron a escasos centímetros. —¡Maldit0 infeliz! ¡Retira tus palabras! —exigió Andrew, con un gruñido grave en la voz—. No permitiré que ofendas a mi mujer. Así que retracte de lo c
La gran puerta de roble se cerró con estrépito detrás de Andrew cuando entró en el frío familiar del vestíbulo con suelo de mármol. El mayordomo, una figura estoica con una postura impecable, se le acercó de inmediato, sin que su rostro revelara nada.—¿Dónde está ella? ¿La instalaste en mi habitación? —. La voz de Andrew tenía un trasfondo de urgencia.—Señor, la ubiqué al lado de su habitación —respondió el mayordomo, con palabras cuidadosas y mesuradas. Vio cómo Andrew fruncía el ceño y una sombra inconfundible de molestia cruzaba sus facciones.—¿Por qué? Te pedí expresamente que la instalaras en mi habitación. ¡¿Qué pasó para que me llevaras la contraria?! —inquirió su tono, delataba su descontento.—Señor, no quise llevarle la contraria, es que la señora Claudia no me dejó otra opción —comenzó el mayordomo, poniéndose rígido—. Tan pronto como supo que compartiría la habitación con usted, y cuando vio todo lo que tenía esa habitación para ella, se asustó y se rehusó a quedarse a
Ella no le respondió, su silencio era un abismo entre ellos. Esperó paciente alguna reacción de su parte, una respuesta, pero esta no llegó. Con un empujón que contenía toda la frustración y el resentimiento acumulados, lo apartó de su lado, se deshizo de su presencia, iba a salir corriendo, pero otra vez él se lo impidió, sosteniéndola por el brazo.—No te vayas sin responderme —susurró Andrew con tono ronco, sin dejar de observarla.La pregunta de Andrew había quedado resonando en el interior de Claudia, con tal intensidad que le resultaba desconcertante. Ella se sintió abrumada por la mirada de él, que parecía buscar desesperadamente una respuesta en sus ojos. Sin embargo, por más que intentó recordar, no pudo encontrar ninguna conexión con el hombre que tenía frente a ella.Claudia se apartó de Andrew, retrocediendo unos pasos. Su pecho subía y bajaba con respiraciones agitadas. Su mente estaba en un torbellino mientras intentaba procesar todo lo que había descubierto en las últ
La puerta de cristal se estrelló contra la pared mientras Javier salía hecho una fiera de las instalaciones de la empresa Davis. Su respiración era un torbellino furioso, igual que la tormenta que se desataba en su interior. Cruzó el aparcamiento a grandes zancadas, y sus ojos inyectados en sangre, reflejando cada destello de ira que chisporroteaba por sus venas, se sentía como un volcán que estaba a punto de erupción.Sabía que había perdido la oportunidad de salvar a su empresa y que Andrew Davis había arruinado sus planes. Pero Javier era un hombre determinado y no estaba dispuesto a quedarse de brazos cruzados.Llegó a su auto un sedán negro que parecía esperarlo con la paciencia de un cómplice en la huida. Se dejó caer en el asiento del conductor y, antes de poder procesar un pensamiento coherente, sus puños arremetieron de manera continua contra el volante. El cuero crujió bajo el castigo, cada golpe acompañado por un torrente de maldiciones dirigidas hacia Andrew Davis.—¡Mal
Lo que ocurrió pasó en escasos segundos, el restaurante se sumió en un silencio momentáneo, roto únicamente por la respiración entrecortada de Eloísa, quien había quedado completamente atónita ante la petición de Claudia. Los ojos de Javier se desviaron entre su exesposa y su actual esposa, sintiéndose atrapado en un dilema. Eloísa, aún en estado de shock, no sabía cómo reaccionar ante la demanda de Claudia. Su orgullo herido y su ira se entremezclaron mientras miraba a Javier en busca de una respuesta. Por su parte, Claudia mantuvo la compostura, observando a ambos con una expresión serena en el rostro. Finalmente, el golpe resonó en el restaurante, un sonido seco y brutal que pareció hacer eco en las paredes desnudas. Javier, con la mano aún suspendida en el aire, no mostró arrepentimiento alguno en su rostro endurecido, mientras Eloísa retrocedió un paso, llevándose una mano a la mejilla enrojecida. Por su parte, Claudia lo miró con frialdad. —De verdad que no tienes límites,