Javier llamó al 911 con enfado y pidió una ambulancia; los paramédicos no tardaron en llegar.
—Señor Cáceres, ¿Qué le ha pasado a su esposa? —preguntó uno de ellos.—Estaba sirviendo los platos, y se le derramó una sopa y terminó arrastrando el mantel con ella y se cayó. ¡Ella es una torpe!Claudia se mantuvo en silencio, mientras la trasladaban al hospital.De inmediato le hicieron una revisión, mientras ella esperaba el anuncio del médico, el aroma estéril del hospital se mezcló con el sabor metálico de la sangre que persistía en su boca, mientras yacía en la camilla, en marcado contraste con la cálida fragancia de la cena que había servido momentos antes.En ese momento vio al médico llegar y se aferró a su mano sin poder contener la angustia que palpitaba dolorosamente en su pecho.—Doctor, por favor, ¿cómo está mi hijo? —preguntó en tono suplicante.Y aunque en su interior, la esperanza se mantenía viva, la mirada del hombre debió haberle indicado la noticia que le daría.La observó con lástima y comenzó a negar con la cabeza.—Lo siento, señora Cáceres, pero ha perdido a su hijo.Las palabras del médico fueron como puñales clavados en su alma, tanto buscarlo, tanto desear tenerlo, aunque por razones equivocadas, para aferrarse a mantener vivo, a un matrimonio que era evidente que hace mucho tiempo había muerto.Se llevó la mano al abdomen, un testimonio silencioso de la vida que ya no estaba allí. Las luces fluorescentes parpadeaban como la esperanza que se desvanecía en su corazón.—¿Qué pasó exactamente? —preguntó el médico, mirándola con una expresión que era una mezcla de preocupación y distanciamiento profesional."Me... me caí…", murmuró, con la voz apenas por encima de un susurro.La verdad arañaba su garganta, suplicando ser liberada, pero el miedo la envolvía en silencio.—Entiendo —respondió él, no del todo convencido, pero demasiado experto para seguir insistiendo.Garabateó algo en su portapapeles y se marchó, dejándola sola con el eco de los latidos de su corazón en la silenciosa habitación.Estaba a la deriva en un mar de dolor cuando la puerta se abrió de golpe y la figura de su marido llenó el marco.Su sombra se cernió sobre ella como un presagio mientras se acercaba con pasos deliberados, la antítesis del consuelo.—Debería darte vergüenza —le espetó, con voz carente de calidez —. Me casé contigo porque eras una mujer obediente, que no refutabas nada, hacía lo que yo quería, ¿y esto es lo que obtengo? ¡Tu propia incapacidad te condena! —exclamó indignado.Sus palabras la golpearon como si fuesen golpes físicos, cada uno de ellos astillando la frágil fachada que había mantenido durante tanto tiempo. Sintió que su espíritu se rompía, que se astillaba en pedazos de angustia e indignación.Claudia, debilitada por el dolor físico y emocional, luchaba por contener las lágrimas que amenazaban con escapar de sus ojos, porque las palabras de Javier eran dagas afiladas, y cada una de ellas cortaba más profundo que la anterior.—Por favor, Javier, no me hagas esto —susurró, su voz temblorosa mientras las lágrimas finalmente se deslizaban por sus mejillas.En su interior deseaba que él se mantuviera callado y no siguiera humillándola de esa manera, pero Javier no estaba dispuesto a ceder, y siguió luciéndose, martirizándose y tratando de mellar la poca autoestima que le quedaba a Claudia.—¡¡Ni siquiera puedes mantener a un niño en tu seco vientre!! ¡Eres una inútil! ¡No sirves para nada! —, continuó insultándola con desprecio, con su crueldad cortando el aire.Javier la miró con desprecio y se dio la vuelta para marcharse, dejándola sola en la habitación del hospital.Claudia sollozó en silencio, sintiendo el peso abrumador de la soledad y el dolor. Había perdido a su hijo y, lo que era peor, su matrimonio se había convertido en una pesadilla interminable.Pasaron horas en las que Claudia se sumió en la oscuridad de sus pensamientos, tratando de encontrar una salida a su situación desesperada. Sabía que tenía que tomar una decisión, que no podía seguir viviendo bajo el control y la crueldad de Javier.Finalmente, cuando la noche cayó sobre el hospital, un rayo de determinación iluminó su mirada. Sabía lo que tenía que hacer. Debía liberarse de las cadenas que la ataban a ese hombre cruel y encontrar una nueva vida para sí misma.Claudia esperó a que Javier regresara al hospital y, cuando lo hizo, se enfrentó a él con valentía. A pesar de la debilidad de su cuerpo y el dolor que sentía, habló con firmeza.—Javier, quiero el divorcio —declaró, y su voz resonó con una fuerza que la sorprendió incluso a ella misma—, esto no puede continuar. No puedo seguir viviendo en un matrimonio tan destructivo. He perdido a nuestro hijo, pero no puedo perderme a mí misma también.Javier la miró con sorpresa y luego con rabia, pero Claudia ya no estaba dispuesta a ser víctima de sus palabras hirientes.—Voy a buscar un abogado y presentaré una demanda de divorcio. No quiero estar contigo ni un minuto más.Levantó la cabeza y se enfrentó a su mirada despectiva con un nuevo desafío.—¿Divorcio? —rió él, con un sonido áspero y chirriante—. ¿Crees que una inútil como tú podrá sobrevivir sin mí? Porque te advierto, si continúas con esa absurda idea, ¡No recibirás nada de mí! ¡Ni un solo centavo te daré! Tendrás que ir a la calle como la pobretona que eres, no eres nada sin mi dinero, Claudia, sin mi nombre, sin mi estatus. No sobrevivirás.Pero mientras él se cernía sobre ella, esperando verla acobardarse, ella no vaciló. En lugar de eso, lo vio como lo que realmente era: un hombre tan pequeño que solo podía sentirse poderoso, haciéndola sentir débil.—Veremos —susurró para sí misma, más como un juramento que como una réplica.Cuando él se marchó enfurecido, sus ojos siguieron su retirada y, en el fondo, la chispa de su determinación brilló con fiereza. Se levantaría de esa. Debía hacerlo.Los dedos de Claudia temblaron ligeramente al soltar la manta blanca y estéril que había sido su mortaja durante demasiados días en el frío y antiséptico abrazo del hospital. El olor estéril seguía pegado a ella, un cruel recordatorio de vulnerabilidad, pero la determinación de sus ojos contaba una historia diferente, una historia de renacimiento. Consiguió un vestido que se colocó como si fuera una armadura, un traje a la medida que la abrazaba en todos los lugares adecuados, no solo para impresionar, sino para recuperar su sentido de sí misma. Había llamado a su marido y le pidió que se vieran en el despacho del abogado, por eso cuando caminó hasta allá la estaba esperando. La miró con sorpresa. —¿Estás segura de esto? —le preguntó su marido, con una voz mezcla de preocupación y desdén. Claudia lo miró con determinación y respondió.:—Ya he sufrido demasiado en este matrimonio, Javier. Es hora de que ambos sigamos adelante por caminos separados. Así que no voy a echarme para atr
El resplandor estéril de los fluorescentes parpadeaba en lo alto, proyectando una luz implacable sobre el suelo de barnizado de la oficina notarial. Podía sentir la frialdad del espacio calándole hasta los huesos, un duro contraste con el calor que enrojecía sus mejillas mientras se enfrentaba a él con la incredulidad ardiendo en los ojos.—¿Qué tiene eso que ver contigo? —. Las palabras salieron a borbotones, mezcladas de ira y confusión— ¿Acaso mi exmarido te envió a burlarte de mí?Su mirada se clavó en la de él, buscando una respuesta, cualquier indicio de engaño o burla en su estoica conducta.Pero el hombre permaneció impasible, con una expresión tallada en piedra. —¿Tienes un trabajo? ¿Tienes a dónde ir? —insistió, ignorando sus acusaciones como si fueran moscas a las que espantar.Su sorpresa ante la pregunta se manifestó en un fuerte suspiro. ¿Cómo lo sabía? Su mirada perspicaz la inquietó; parecía clavarse en su alma, leyendo su agitación con una facilidad desconcertante.
Andrew no podía quedarse tranquilo frente a la humillación que le acababa de hacer ese hombre a quien ahora era su esposa, le enseñaría a respetarla, así que le pidió a Claudia que lo esperara y caminó de nuevo al interior de la oficina.Sus nudillos estaban blancos, en marcado contraste con los tonos cada vez más oscuros de la tarde, mientras giraba sobre sus talones y se dirigía hacia Javier con el inconfundible paso de un depredador. Con un movimiento rápido, nacido de un manantial de desprecio enconado, Andrew le asestó un puñetazo contundente en la cara del exmarido de Claudia. —¡Maldita sea, pedazo de loco! ¿Qué estás haciendo? —gritó Javier histérico y enseguida Andrew le emparejó la otra mejilla, dejándole dos cardenales en la cara.Las palabras de Javier se interrumpieron ante el segundo impacto, que le hizo caer de bruces contra el suelo como si se tratara de un pesado animal, un coro de risas estalló entre los espectadores, cuya diversión fue una humillante serenata a su
La pregunta de Claudia flotaba en el aire, un peso invisible que hacía retroceder a Andrew a lo largo de los años. Con la mirada desenfocada, ya no estaba sentado frente a ella, frente a un vehículo, sino en el inicio de la edad adulta, con los rostros severos de sus padres, empujándole hacia la independencia.—Te hará bien —le había dicho su padre, con voz carente de calidez—. Irte lejos de nosotros, te enseñará lo que es la vida real, así podrás madurar y ser responsable, para cuando te toque asumir las riendas de las empresas de la familia.Así que terminó cediendo, pero su partida no iba acompañada de dinero, solo de expectativas tan pesadas como para aplastarle.Andrew se removió incómodo, sus dedos acariciando distraídamente el capó del coche. Por aquel entonces era un hombre larguirucho, desgarbado, que aún no había adquirido la confianza y la estatura que le llegarían con los años.En ese entonces, su cuerpo no ayudaba, recordó los ángulos agudos de sus articulaciones, la form
Claudia se quedó pensativa, mientras una suave brisa mecía sus cabellos, pero su mente era una tempestad, agitada por las dos palabras que acababan de atronar en su conciencia. Davis Boss.—La familia más poderosa del país —murmuró para sí misma, con voz apenas audible por encima del susurro de las hojas. Movió la cabeza de manera negativa, el linaje de los Davis Boss era materia de leyendas, susurradas en voz baja en los salones de mármol del poder. Se decía que ejercían influencia tal como los reyes de antaño, y que a su mando se encontraba un heredero varón solitario, envuelto en el misterio, cuya vida era un secreto cuidadosamente guardado hasta que tomara las riendas del imperio.El corazón de Claudia martilló con fuerza contra su caja torácica; la posibilidad se desplegaba como una flor oscura en su mente. Andrew, ¿podría ser realmente el hijo de los Davis Boss? La idea parecía ridícula; el hombre que ella había conocido no se veía prepotente, aunque sí emanaba cierto aire de
Al día siguiente, el sol matutino proyectaba largas sombras sobre el pavimento agrietado cuando Claudia salió por la puerta de la casa de su amiga, con decenas de mensajes sobre las facturas de gastos médicos. Su respiración formaba nubes de ansiedad en el aire frío mientras se dirigía al hospital. Cada exhalación es una plegaria silenciosa para tener más tiempo: tiempo para pagar, tiempo para respirar, tiempo para pensar. Había hecho hasta lo imposible por pagar, pero cada día todo se le ponía a cuestas. Hacía tiempo que el olor estéril del hospital había dejado de perturbar a Claudia; ahora resultaba casi reconfortante por su familiaridad. Se detuvo frente a la habitación de su madre, preparándose para la conversación que estaban a punto de tener, o mejor dicho, la que ella había planeado tener. La tela de su abrigo se sintió rígida contra su piel mientras se envolvía en él un capullo protector contra el frío de los pasillos y la carga de sus secretos. —Mamá — empezó Claudia suave
Claudia dudó solo por segundos.—Ah no te preocupes mamá, alguien me prestó algo de dinero, además, ya se venció el plazo del dinero que teníamos depositado en el banco a plazo fijo.Dejó a su madre en la habitación y salió con el médico, le hizo la pregunta que estaba rondando en su mente desde que supo que la factura estaba pagada.—Puede decirme ¿Quién pagó? —interrogó y el doctor negó con la cabeza. —No tengo esa información, pero lo han mandado a pagar con dinero en efectivo, parecía que no quisieran revelar su identidad —contestó el médico. —Gracias —murmuró, aún sumida en sus pensamientos, mientras se alejaba del médico y se dirigía de nuevo a la habitación de su madre ¿Sería su nuevo esposo?Al día siguiente, el tenue zumbido de las luces golpeó en los ojos de Claudia, quien, sentada en una silla, permanecía al lado de la cama de su madre. Miraba cómo subía y bajaba su pecho, ajado por la edad y la enfermedad. —Deberías irte ya con tu esposo, no quiero que tengas problemas p
Claudia estaba petrificada al ver a Andrew parado ante ella un aura de determinación rodeando su figura imponente, y no podía creer que él siguiera insistiendo. No entendía por qué ese empecinamiento que tenía con ella, habiendo tantas mujeres en el mundo.—¿Qué es lo que ves en mí? ¿Por qué tengo que gustarte? —preguntó Claudia, incapaz de ocultar la sorpresa y la sospecha que agitaban su voz—. Un hombre como tú... podría tener a cualquier mujer a su disposición —expresó mientras su corazón latía con fuerza contra su pecho, cada golpe resonando como un eco de sus palabras.Andrew dio un paso hacia adelante, reduciendo la distancia entre ellos con una confianza inquebrantable. —Sencillo… porque no quiero a cualquier mujer —dijo con una voz calmada, aunque ronca y llena de pasión—. Te quiero a ti, Claudia. Solo a ti, no deseo a ninguna otra.La intensidad de su mirada atrapó la de ella, como si pudiera ver directamente en su alma y su voz provocó que su piel se erizara y una extraña