Leonor buscó con su mirada a Angus, deseaba tener un acercamiento con él, de hecho se había armado de valor para hacerlo, pero como no lo vió comenzó a caminar hacia el interior de la casa. Sintió un vuelco en el corazón cuando la puerta de la despensa se abrió repentinamente con un chirrido y Angus salió con una sonrisa de satisfacción y una chica de servicio metiéndose la blusa en la falda. Una punzada aguda recorrió el pecho de Leonor; se sintió traicionada. Se dio la vuelta para escapar sin ser vista, pero la voz irritada de Angus detuvo su huida.—¿Qué haces aquí? Que yo sepa tu fiesta es en el salón ¿Acaso no te dijo tu padrino que era allí? —pronunció con desprecio —¿Qué haces merodeando por aquí? —le preguntó con los ojos entrecerrados.Ella se sintió decepcionada, triste, nerviosa, no necesitaba ser muy inteligente para saber lo que había pasado entre esos dos.Ella abrió la boca para hablar, pero las palabras se aferraron a su garganta, tercas e inflexibles. —Yo... yo sol
A Leonor le dolía el corazón con el peso de mil piedras. Corría, cada paso golpeaba el pavimento al ritmo de sus sienes palpitantes. Sus sollozos resonaron en el jardín y a ella no le importó que la escuchara. Una sinfonía lúgubre que acompañaba su huida. Su pecho se agitó rápidamente, sus respiraciones eran agudas e irregulares. Se sentía disminuida, reducida a la nada por la enormidad de su angustia.Encontró un banco solitario y se desplomó sobre él, con el cuerpo tembloroso mientras se entregaba a su dolor. El mundo se desdibujó a su alrededor, indistinto y sin importancia.No se dio cuenta de los pasos que se acercaban, hasta que escuchó la voz de su padre, con el rostro marcado por la preocupación. —Leonor —, pronunció con voz temerosa al verla totalmente desconsolada— ¿Qué te pasa mi niña? Se acercó rápidamente y se arrodilló ante ella.Ella negó con la cabeza el paso a las palabras y, en su lugar, lo rodeó con los brazos, aferrándose a su cuello. Su súplica era simple y cru
Angus cuadró los hombros al acercarse a su padre de manera desafiante, quien se alzaba frente a él como una figura tallada en piedra. Los ojos del hombre, agudos y calculadores, seguían cada paso de Angus. Con una desafiante inclinación de la barbilla, Angus dejó que una sonrisa se dibujara en sus labios.—No soy tu peón, Anthony —declaró Angus tuteando a su padre—. Tus empresas, tu dinero... no me harán cambiar de opinión. Amo a otra mujer, es a ella a quien escogí para casarme y ser la madre de mis hijos, y esa es mi última palabra. Desherédame si quieres, no me importa nada, no voy a ceder a tu chantaje —espetó con firmeza.La mano de su padre se apretó en un puño, los nudillos blanqueados, producto de la histeria que le producía las palabras de su hijo. —No me desafiarás por un caprichoso de falda Angus. ¡Eres mi hijo! ¡Harás lo que yo te ordene! Lo quieras o no —, espetó, con la voz teñida de una fría furia.—Lo has dicho bien, eres mi padre, no mi dueño —replicó Angus, inquebra
Cuando la voz de Anthony Davis retumbó en el opulento salón, declarando la unión de dos corazones sin haberle consultado a los interesados, la zancada de Angus no vaciló. Se acercó, una tormenta vestida de esmoquin, con la mandíbula de piedra, los ojos llameantes con un desafío silencioso. Anthony no se avergonzó de su pulido comportamiento; al contrario, se deleitaba con el revuelo que había creado, disfrutando de los murmullos de la alta sociedad que se arremolinaban a su alrededor.Estaba convencido de que Leonor era la responsable de lo que estaba sucediendo, pensaba que había sido ella quien había convencido a su padre para que anunciara ese compromiso, por eso estaba dispuesto a hacerla pagar las consecuencias. Vio a Leonor que estaba de pie, como una muñeca de porcelana en medio de un mar de felicitaciones, con el rostro sin color y los ojos desorbitados por el terror. Angus la vio temblar y sintió que algo primitivo se agitaba en su interior. Una sonrisa malvada curvó sus la
El corazón de Laudina palpitó como un tambor y sus manos se humedecieron al enfrentarse a Leonor. Las paredes de la habitación parecían cerrarse con el peso de la confrontación. Había temido este momento, desde que escuchó el anuncio, sabía quera era inevitable enfrentamiento por el afecto de Angus.—Leonor, te juro que no lo sabía —soltó Laudina, con voz temblorosa. —De haber sabido que tenías una relación con Angus, nunca habría... tenido… —pero antes de que pudiera terminar sus palabras, Leonor la interrumpió.—¡Detente! —ordenó Leonor, con la mano levantada y la palma hacia Laudina. Sus ojos no eran ardientes, como era de esperar, sino tranquilos, casi tristes. —No estoy aquí para acusarte ni señalarte de nada.Laudina se quedó callada, con la confusión dibujándole líneas en la frente.—Angus y yo —continuó Leonor, con voz firme, —no tenemos ningún vínculo romántico. Mis sentimientos por él son sólo míos, no correspondidos. Una pausa permitió que las palabras se asentaran entre e
Dos semanas después.Las luces del amanecer parpadearon cuando Leonor bajó del elegante sedán plateado frente al imponente edificio donde estaba la empresa en la que trabajaba y su mirada siguió el imponente horizonte que ahora enmarcaba su vida. Por fin, luego de aquella conversación, pudo convencer a su padre de dejarla marchar, y ahora estaba en este nuevo camino. Se arrebujó en su abrigo para protegerse del frío matutino, una armadura simbólica contra las incógnitas de esta jungla de cemento.Donova Villasmil estaba a su lado, nunca se alejaba de ella, era como una sombra, era su mejor amigo, su presencia era un consuelo familiar en medio del torbellino de cambios. Su lealtad a sus familias entrelazadas le había traído aquí, a esta bulliciosa metrópolis donde la oportunidad y el anonimato bailaban un delicado tango.—Parece que hoy te espera una gran aventura —, dijo, con voz firme, al ver la cantidad de periodistas que aguardaban en la puerta de la empresa, mientras la llevaba,
El corazón de Laudina martilló con fiereza en su pecho cuando miró fijamente al padre de Angus. Sus palabras flotaron en el aire, como un insulto a su propio ser. Sacudió la cabeza, con la incredulidad grabada en el rostro. ¿Cómo podía equiparar la valía de su hijo por dinero? Con una inclinación desafiante de la barbilla, Laudina se puso la mano en la cadera y dio un paso al frente. Su voz era acero envuelto en terciopelo. —Se está equivocando conmigo, señor. No estoy en venta. Y aunque lo estuviera, usted no podría pagarme porque ni todo el dinero llegaría a mi valor —, espetó, con desprecio en cada palabra. Los ojos del anciano se entrecerraron en rendijas. —Rechaza mi oferta y juro que te quedarás sin trabajo antes del atardecer — amenazó, con voz grave y severa. Pero Laudina permaneció impávida. —Haga lo que le plazca, no me dejaré de intimidar con usted, mi dignidad no se negocia. —Ya veremos si no terminas arrepentida y rogando —siseó Anthony con una expresión de odio.
Angus entró en la sede, del imponente edificio de cristal que parecía perforar el horizonte de Los Ángeles. Al entrar, las cabezas se giraron y el aire se cargó de reconocimiento. La recepcionista, intuyendo su propósito, se levantó de su mesa con elegancia.—Señor, en estos momentos se encuentra en una reunión en la sala, pero si me permite mostrarle... —comenzó.Él levantó una mano para interrumpirla. —No es necesario que me acompañe, yo conozco perfectamente el camino.Su voz transmitía la autoridad que siempre le acompañaba como una sombra. La mujer asintió con la cabeza, un poco intimidada, mientras él avanzaba hacia el elevador. Al llegar al último piso, salió del ascensor y recorrió los pasillos pulidos, el ruido sordo de sus zapatos sobre el mármol apenas audible por encima del zumbido de productividad que envolvía el espacio. Cuando se acercó a la sala de conferencias, una voz femenina, clara y segura, se filtró por la puerta. “Como todos sabemos, el marketing web es un