KATIA VEGA
Mi corazón dejó de latir y mi alma se escondió en el fondo de mi pecho. Esperaba lo peor. Marcos se plantó delante de nosotros, luciendo esa mirada gélida y asesina. Vio al de seguridad con las mandíbulas apretadas y esa actitud altanera. Sin decir ni una sola palabra logró que el hombre relajara su agarre y retrocediera.
—Señor Saavedra… —dijo tragando saliva, pero Marcos no contestó, provocando que el hombre terminara de soltarme.
Con una calma casi mortal, Marcos tomó mi brazo e inspeccionó mi piel, acariciando esas marcas rojas donde el guardia presionó sus dedos. —Estás despedido… —dijo con voz firme y profunda, tan grave que parecía de ultratumba y tan rasposa que erizó
KATIA VEGA—Hace años, cuando era una niña, le pregunté a mi abuela: ¿por qué somos pobres?, pensando que la verdadera felicidad la tenían personas como tú. Entonces me dijo algo que jamás olvidaré: ¿No tienes un techo y una cama? ¿No tienes comida caliente en el plato? ¿No tienes salud? ¿No tienes amor?»Entonces lo comprendí. Tener todo lo que necesitas y un poco más, es suficiente y puedes considerarte afortunado.Mi anécdota solo lo hizo sonreír y negar con la cabeza, tal vez considerándola como la clase de cosas que diría alguien pobre para justificar su mediocridad. No sabía si eso era cierto, pero lo que sí sabía era que las palabras de mi abuelita eran ve
KATIA VEGALlegué a la habitación arrastrando los pies y con los tacones en la mano. Por un momento me había olvidado de que ya no era completamente mía. Marcos estaba desabotonándose los puños de la camisa en completo silencio. ¿Aún podía regresar a la habitación de Emilia y dormir con ella?Cuando estaba a punto de retroceder, él me vio por el rabillo del ojo. —¿Esperarás en la puerta hasta que te dé permiso de pasar? —preguntó divertido.Suspiré apesadumbrada y entré en completo silencio. Dejé los zapatos al pie de la cama y comencé a tomar cosas del clóset. Estaba dispuesta a cambiarme en el baño, cuando me quitó la pijama de las manos.
MARCOS SAAVEDRADesperté más tarde que de costumbre y me lamenté, pues había tenido el sueño más dulce. Si cerraba los ojos aún podía ver el hermoso rostro de Stella. Sus palabras vibraban en mis oídos, así como la promesa que jamás me pudo hacer en la realidad. Esa era la manera en la que me imaginé una vida, luchando con ella, criando juntos a Emilia.Ahora, con el corazón destrozado, tuve que arrastrar mi alma fuera de la cama y volverme a convencer de que ella decidió irse, se cansó de tomarme de la mano o tal vez fui yo quien no tuvo el valor de retenerla a mi lado.•••Al llegar al comedor vi a Katia vigilando que Emilia comiera todo lo de su plato. No pod&
KATIA VEGAMi madre parecía esmerarse por hacer cambiar de parecer a mi suegra. No estaba dispuesta a perder la oportunidad de sostener un lazo con la familia Saavedra, tal vez sentía esa falsa seguridad de que la familia más poderosa del país no le haría nada por haber entregado como sacrificio a su hija.—Dime que estás embarazada… —susurró a mi lado, dedicándome una mirada cargada de molestia y con la boca fruncida.—¿Qué?—Bien dicen que después de una pelea fuerte, bueno, la reconciliación siempre trae hijos —contestó mi madre con una risita insoportable.—No, mamá… —respon
KATIA VEGA—No pasa nada, mi amor —contesté ofreciéndole una sonrisa dulce—. Vamos a limpiar, ¿está bien?—¡Sí, mami! —exclamó Emilia intentando alcanzar mi mano cuando de pronto mi suegro la tomó por el bracito y la hizo retroceder.—¡¿A dónde crees que vas?! ¡Lo que hiciste estuvo mal!—Perdón… —respondió Emilia con los ojos llenos de lágrimas.—Iremos por algo para limpiar y aquí no pasó nada —agregué intentando alcanzar a la niña. La actitud de ese hombre me ponía los cabellos de punta. MARCOS SAAVEDRA—¡Papi! ¡Mami está mal! —exclamó Emilia alterada, tomándome de la mano y tirando de mí con desesperación.¿Sería otra mentira de Katia?Cuando llegué hasta ella noté que no lo era. Se mantenía de pie con una mano sobre la pared mientras que con la otra se aferraba a la escoba. Respirando apesadumbrada, quiso continuar con la limpieza, mientras Silvia intentaba quitarle la escoba de la mano pidiéndole que mejor se fuera a descansar.Rechiné los dientes y torcí los ojos. En otras circunstancias hubiera ignorado esto, simplemente me hubiera ido a mi despacho a trabajar, pero no podía mover los pies, parecían anclados al piso, mientras Capítulo 26: Las marcas en su piel
MARCOS SAAVEDRA—Señor… la señora Saavedra insiste en ir por la niña. No sabemos cómo contenerla sin que la lastimemos —dijo Lomelí por el teléfono, sonaba molesta.Caminé de un lado a otro mientras recordaba la petición de Katia sobre poder salir a la calle. Sabía los riesgos de dejarle la puerta abierta, también de dejarla completamente encerrada. —Bien, permite que vaya con Silvia por la niña, pero nada de desviaciones, ¿entendido? —Sí, señor —afirmó antes de colgar. Mi madre me había conseguido lo que creía era una mujer dócil y servicial, pero era tan terca como una mula. Más le valía no hacer nada estúpido o que me hiciera enojar. •••KATIA VEGAMe sentí como una niña pequeña, procurando cuidar mis movimientos para no ser regañada. Silvia tenía el volante y la música tenue mientras compartíamos un silencio agradable. —¡Mami! —exclamó Emilia corriendo hacia mí en cuanto llegamos, con la mochila dando tumbos—. ¡Mami! ¡Mami! ¡Viniste por mí! Me inyectó su emoción y quise incli
KATIA VEGA—¿Por qué no decirme su nombre ahora? —preguntó Arturo decepcionado y queriendo mantener una sonrisa.—Porque… si no es tu hija, no quiero que cometas un error o te deprimas… ¿entiendes?—Kat, debes de decirme quien es… Por algo crees que puede ser ella. Por favor, no me dejes así, mujer… dime —insistió con ojos angustiosos, brillando por la desesperación.—No hasta que te hagas la prueba… Esa es mi condición.—¡Kat!—¡Art! ¡Obedece! ¡Soy la mayor! Me tomó por los hombros, ansioso, desesperado, y me presionó contra la pared. No pude esconder el dolor de mi espalda, así que, después de ver mi gesto retorcido, se alejó. —No seas dramática… No te azote tan fuerte como para que… —No fuiste tú —respondí con un suspiro entrecortado y me abracé a mí misma. El dolor aumentaba con cada movimiento y respirar se volvía complicado sin acrecentar mi dolencia. Comencé a sentir lástima por Marcos y su niñez, ya me imaginaba los azotes que recibía siendo tan pequeño. ¿Justificaba el adu