KATIA VEGA—¿Por qué no decirme su nombre ahora? —preguntó Arturo decepcionado y queriendo mantener una sonrisa.—Porque… si no es tu hija, no quiero que cometas un error o te deprimas… ¿entiendes?—Kat, debes de decirme quien es… Por algo crees que puede ser ella. Por favor, no me dejes así, mujer… dime —insistió con ojos angustiosos, brillando por la desesperación.—No hasta que te hagas la prueba… Esa es mi condición.—¡Kat!—¡Art! ¡Obedece! ¡Soy la mayor! Me tomó por los hombros, ansioso, desesperado, y me presionó contra la pared. No pude esconder el dolor de mi espalda, así que, después de ver mi gesto retorcido, se alejó. —No seas dramática… No te azote tan fuerte como para que… —No fuiste tú —respondí con un suspiro entrecortado y me abracé a mí misma. El dolor aumentaba con cada movimiento y respirar se volvía complicado sin acrecentar mi dolencia. Comencé a sentir lástima por Marcos y su niñez, ya me imaginaba los azotes que recibía siendo tan pequeño. ¿Justificaba el adu
ARTURO VEGAEn el laboratorio me mantuve estático, viendo en el interior del sobre esos cabellos tersos y suaves que no pude tocar para no contaminarlos, pero… aun así empecé a imaginarme la clase de niña que los portaría. Una pequeña de cinco, tal vez seis años, sonrisa radiante, mirada gentil, un ángel encarnado. Cerré el sobre en cuanto la recepcionista me llamó. Llené el formulario y entregué todo: el cabello, mi cabello, el dinero y mi esperanza. Pese a mi gorra y lentes oscuros, así como la capucha de mi sudadera cubriéndome, parecía que la mujer tenía dudas de mi identidad. Nadie me había avisado de lo complejo que sería ser un actor de renombre. Era agotador no poder salir a la calle sin que me detuvieran para una foto o autógrafo, ya no podía disfrutar de las cosas sencillas de la vida como andar en transporte público o disfrutar de un helado sentado en la banca de un parque. Resoplé antes de salir del laboratorio y, con mi excelente disfraz, encontré un lugar tranquilo en
ARTURO VEGA Usando un tinte semipermanente en el cabello y un viejo traje que robé de una de las películas que protagonicé, me decidí a ir a la escuela privada más ostentosa y cara de la zona, ¿dónde más tendría Marcos Saavedra a su hija? Caminé por fuera, intentando agudizar la mirada cada vez que pasaba por el mínimo espacio que me permitiera ver hacia dentro. Katia tenía razón en no darme el nombre de la niña, pues en verdad me sentía obsesionado con conocerla. —¿Disculpe? —Una joven maestra me vio con el ceño fruncido, temerosa, con plena desconfianza. —Hola, muy buenos días —contesté con cordialidad y me acerqué lleno de seguridad. —¿Usted es el maestro sustituto? —preguntó con cautela. KATIA VEGA—¡Mami! ¡Mami! —exclamó Emilia corriendo hacia mí, con emoción—. ¡Hoy hice un nuevo amigo!—¿Ah sí? —Escuchar eso me emocionó. No podía creer que, siendo una niña tan adorable, le resultara tan difícil hacer amigos. Había niños muy crueles en el colegio cuando mi pequeña era tan linda—. ¿De quién se trata? Cuéntame…La llevé de la mano hasta el auto donde nos esperaba Silvia, que no apartaba su mirada de ninguna manera.—Es un secreto… —dijo Emilia divertida y risueña.—Bien, cuando te sientas lista para decírmelo, eCapítulo 31: Híncate y humíllate
KATIA VEGA—¡¿Cómo pudiste?! —exclamó Noelia mientras Yael la ayudaba a salir de la piscina. Por el centelleo de la pantalla de su celular, estaba arruinado, lo cual me daría más tiempo. Me aferré a la orilla previniendo irme a lo más hondo, pero cuando quise salir me encontré con ella y su vestido arruinado. ¿Era un buen momento para decirle que no sabía nadar? —¡No eres nadie, Katia Vega! ¡Solo el juguete de un hombre poderoso que no tardará en desecharte cuando encuentre algo mejor y digno para él! ¡Solo eres una niñera para su hija! ¡De seguro ni siquiera te ve como mujer! —exclamó furiosa, sin intenciones de dejarme salir.—Dime algo que no sepa —susurré escondiendo mi tristeza. Silvia, quien había querido acercarse a ayudarme, era sostenida por las damas de honor. Cuando intenté salir, Noelia casi me pisa los dedos. —¿Qué harás? ¿Dejarme aquí hasta que me muera de hipotermia? —pregunté resintiendo el frío en mis huesos. —No es una mala opción… —contestó Noelia con malicia.
KATIA VEGA—No, señor Saavedra, por favor… es injusto. No lo entiende… —suplicó el señor Esquivel, desesperado, con la angustia palpitando en sus ojos. —Claro que lo entiendo, está a nada de perderlo todo —continuó Marcos, regodeándose—. Espero que el mediocre de su yerno sea capaz de encontrar una solución, porque mientras se mantenga en este país, ningún negocio florecerá en sus manos, cualquier cosa que lleve el nombre Esquivel de respaldo, se pudrirá, de eso me encargaré. Los Esquivel habían sido humillados nuevamente por culpa de Noelia y su imprudencia. Dejando atrás los murmullos cargados de veneno y burla hacia la familia arruinada, Marcos me llevó hacia el auto, con su saco tibio y seco sobre mis hombros y su mano anclada a mi cintura, dirigiéndome con firmeza. Cuando se dio cuenta de que mis músculos aún seguían entumecidos y no podía andar tan rápido como él o Silvia, entonces me tomó en brazos, sin quisiera avisarme. Me aferré a su cuello, temiendo caer, sintiéndolo tan
KATIA VEGA Me levanté tarde, aun así, me apresuré, dispuesta a preparar el desayuno. Emilia ya no estaba en su habitación y me preocupaba que mi retraso molestara aún más a Marcos. Cuando llegué hasta el comedor, me quedé congelada. Marcos desayunaba tranquilamente junto a Emilia y, al lado de Emilia, atendiéndola con devoción y aparente cariño, Ivonne Esquivel. —Buenos días, señora Saavedra. Espero que no haya agarrado un resfriado después de lo de anoche —dijo Ivonne con una sonrisa amplia. —Mi mami es muy fuerte —dijo Emilia con alegría, recibiendo una sonrisa de Ivonne. —¿Sí? ¿Es muy fuerte? ¡Tan fuerte como su hija! —exclamó haciéndole cosquillas a Emilia quien parecía encantada con su nueva institutriz, mientras yo comenzaba a sentirme celosa. No tenía que ser muy perspicaz para notar esas exageradas atenciones de Ivonne hacia Marcos y Emilia. De pronto me sentí ajena, como si no encajara, como si ella fuera la pieza que esa pequeña familia necesitaba para reemplazarme.
KATIA VEGA —¿Cómo? ¡Sí! ¡De inmediato! —exclamó Silvia pegando el teléfono al pecho y dedicándome una mirada que me hizo sentir angustiada—. Hablan de la escuela, quieren comunicarse con la madre de Emilia… Apenas terminó la frase cuando Ivonne se precipitó hacia ella y le arrebató el teléfono. —¿Sí? Ella habla… —contestó con seguridad, tomándome por sorpresa e indignándome. Me acerqué con ganas de jalarla del cabello y quitarle el auricular, pero me contuve. —¡¿Qué?! ¡¿Cómo es eso posible?! ¡¿Son estúpidos?! —exclamó indignada, caminando de un lado a otro, autoritaria, prepotente, con toda la actitud que tendría la dueña de la casa—, pero… ¿la niña está bien? —¿Qué ocurre? —pregunté intentando hacerme presente, pero ella alzó su dedo h