Capítulo 29: El precio de la verdad

ARTURO VEGA

En el laboratorio me mantuve estático, viendo en el interior del sobre esos cabellos tersos y suaves que no pude tocar para no contaminarlos, pero… aun así empecé a imaginarme la clase de niña que los portaría. Una pequeña de cinco, tal vez seis años, sonrisa radiante, mirada gentil, un ángel encarnado.

Cerré el sobre en cuanto la recepcionista me llamó. Llené el formulario y entregué todo: el cabello, mi cabello, el dinero y mi esperanza.

Pese a mi gorra y lentes oscuros, así como la capucha de mi sudadera cubriéndome, parecía que la mujer tenía dudas de mi identidad. Nadie me había avisado de lo complejo que sería ser un actor de renombre. Era agotador no poder salir a la calle sin que me detuvieran para una foto o autógrafo, ya no podía disfrutar de las cosas sencillas de la vida como andar en transporte público o disfrutar de un helado sentado en la banca de un parque. Resoplé antes de salir del laboratorio y, con mi excelente disfraz, encontré un lugar tranquilo en
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