ROSA MARTÍNEZHéctor me tomó de la mano mientras sus ojos se paseaban fascinados por todo mi cuerpo. Me dio una vuelta para poder verme por completo antes de recibirme entre sus brazos. —Te ves preciosa… —dijo sin soltarme.—Y tú muy guapo y elegante —contesté con una gran sonrisa, rodeando su cuello y frotando mi nariz con la suya. —¿Lista para volverte mi mujer para toda la vida? —preguntó pegando su frente a la mía. —Lo he sido desde hace ya tiempo… Esto solo es una mera formalidad —contesté con una gran sonrisa antes de besarlo. —¡Niña! ¡Aún no! —susurró mi abuela haciéndonos sonreír. —Compórtate por favor, cachorra latosa —recriminó Héctor como víctima, acomodándose frente al altar, sin soltar mi mano. —Déjame en paz, perro —contesté y apreté su mano. —Queridos hermanos… —comenzó a hablar el padre y yo estaba desesperada por pasar a la parte del «sí, acepto». Empezaba una nueva vida para ambos, llena de incertidumbre, pues la familia de Héctor le había dado la espalda por
ROSA MARTÍNEZSu piel se sentía caliente y mi cuerpo se contorsionaba sin que pudiera controlarlo. Sentí su lengua retorciéndose en mi feminidad, haciendo que mi espalda se arqueara y mis muslos se abrieran aún más. Sus manos se aferraron a mis caderas, como si deseara que se estuvieran quietas durante mi tortura, pero al mismo tiempo siguiendo el lento vaivén con su lengua. Cerré mis ojos y me aferré con ambas manos a la almohada mientras sus besos se volvían más hambrientos e insistentes entre mis muslos, así como mis gemidos comenzaban a desgarrar mi garganta. Jalé aire al sentir que me ahogaba y la tortura terminó. Entre jadeos por fin lo vi delante de mí, apoyado sobre sus rodillas, recorriendo sus labios con sus dedos, recogiendo lo que su lengua no era capaz de alcanzar, mientras su mirada se volvía más oscura y lasciva. —Sabes mejor de lo que imaginé… —ronroneo mientras se acomodaba sobre mí y acariciaba con su nariz mi piel conforme me olisqueaba—, pero parece que entre más
LISA GALINDOEl día había llegado y las noticias avisaban de la gran boda del artista Alex Hart, como si fuera la historia de la Cenicienta. La simple y boba reportera logrando su sueño de casarse con el acaudalado y atractivo artista. Esto era más grande de lo que alguna vez soñé y más dulce de lo que esperaba. No dejé de verme ante el espejo, sorprendida de verme de blanco. —¿Estás lista? —preguntó Katia asomada a la puerta, viéndome con ternura—. Solo faltas tú. Sonreí con el corazón explotando dentro del pecho y estreché su mano estirada hacia mí. Juntas salimos de la habitación y en las escaleras nos encontramos con Rosa, quien cargaba a Rebeca entre sus brazos, luciendo un lindo ropón color rosa; a su lado esperaba también Emilia, mi pequeña señorita, con esos ojos tan azules que reflejaban su dulzura. —¡Te ves hermosa, mami! —exclamó emocionada y se acercó buscando un abrazo, pero se detuvo, temiendo arruinar mi vestido. —¿Te gusta como me veo? —pregunté girando para ella.
EMILIA VEGAMe senté detrás de mi escritorio y pasé las manos lentamente hacia las esquinas. Era mi consultorio y empezaba mi vida como doctora después de tantos años de estudio y esfuerzos. Esto no solo era motivo de orgullo para mí, mis padres estaban tan felices por mis logros como yo.Aunque todo era armonía y éxito, siempre llegaba un momento del día donde mi sonrisa se disolvía y Antonio era el motivo. Después de tanto tiempo, de tantos años, lo seguía extrañando. No sé si… lo vi como un padre más o mi corazón de niña se enamoró de su dulzura y carisma, lo único que sabía es que… en todo lo que llevaba de vida, él era mi mejor amigo por excelencia, aunque ya no estuviera conmigo, y no había manera de que alguien más tomara su lugar. Me recliné sobre mi asiento y tomé la cadena que sostenía sobre mi pecho el anillo que me dio. Le di un par de vueltas entre mis dedos. Recordé que era el anillo que se ponía en el meñique y siempre que estaba ansioso lo hacía girar sobre su dedo. C
EMILIA VEGAPegué las hojas a mi pecho y no pude aguantar mi llanto. Abrí de nuevo la carta para releer como si fuera un acto masoquista que no podía detener. —Antonio… no quiero ningún regalo, solo… quisiera una última oportunidad para verte, para abrazarte. ¡Dios! ¡Te extraño tanto que duele! —dije luchando con el nudo en mi garganta mientras acariciaba su firma, entonces… me di cuenta, la tinta estaba fresca. Pasé de la tristeza a la ansiedad. Una sola pregunta se formulaba en mi cabeza, pero no me atrevía a decirla en voz alta. Inspeccioné más de cerca notando que cada palabra estaba recién escrita. Entonces escuché un taconeo suave, cuando volteé vi una sombra pasar, se dirigía a la puerta trasera. Dejé todo sobre la mesa y salí corriendo detrás, pero cuando se perdió de mi vista, me sentí perdida. Era como si la casa estuviera viva y llena de fantasmas. Intenté calmar mi corazón y cuando estaba a punto de regresar al interior, de nuevo esa sombra apareció por el rabillo de m
EMILIA VEGA—Era de mi abuela… —contestó Antonio con una sonrisa de medio lado—. Lo robé antes de huir de casa. Antes de ser declarado un maldito loco enfermo, me dijeron que ese anillo tenía que terminar en el dedo de la mujer correcta. »Supongo que siempre supe que tú eras la correcta, de una u otra manera. —Entonces tomó mi mano y lo puso sobre mi palma—, pero aún no es el momento. —¿Te quedarás? —pregunté con el corazón latiéndome en la cabeza. Tomó mi rostro entre sus manos y pegó su frente a la mía. Tenerlo tan cerca me estaba… afectando. No era el mismo sentimiento que siempre me embargaba cuando era niña, era diferente, era… más fuerte. De pronto era como si me sintiera incapaz de vivir sin él. Si se volvía a ir, me moriría de dolor. —¿Estás consciente de lo que me estás pidiendo, Emilia? —preguntó torturado.—Sí… Aceptaré cualquier riesgo —contesté aferrándome a su abrigo.—A tu familia no les agradará cuando se enteren… —agregó con media sonrisa. —No me importa… —respon
KATIA VEGAMi teléfono comenzó a vibrar sobre la mesa, recorriéndose lentamente hacia la orilla. Me acerqué corriendo, evitando que se fuera a caer. Cuando vi quien llamaba, mi estómago se revolvió y la hiel subió por mi esófago. Pegué el aparato a mi oído y, antes de que pudiera abrir la boca, lo escuché taladrando mis oídos con su hostilidad: —¡Katia! ¡¿Estás jodida de la cabeza?! —gritó furioso, su voz gruesa y profunda resonó causando eco en mi cerebro—. ¡¿Quieres matar a mi hija?! ¡¿Eso es lo que quieres?!Los ojos se me llenaron de lágrimas, no por el regaño, no por su voz demandante y sus acusaciones, sino por la preocupación. ¿Qué le había pasado a la niña y por qué era mi culpa?—¡Te quiero en el hospital general a la voz de ya! Sé perfectamente cuanto tiempo te haces de la casa hasta acá, tárdate un segundo más y te juro que te arrepentirás. —Colgó el teléfono y pude imaginar que incluso lo había azotado contra el piso.Me quedé por un segundo pasmada, con el celular aún co
KATIA VEGA—Kat, es muy serio lo que te tenemos que decir… —dijo mi padre del otro lado de la mesa. Me sentía en esas salas de interrogatorio, con una única luz en el centro de la cocina mientras el resto de la casa permanecía en penumbras—. Estamos pasando por problemas económicos muy graves. El banco está a punto de quitarnos todos. No podemos seguir pagando la hipoteca y…—¿Y…? —Todo lo que me había dicho, ya lo sabía. —Y es necesario que te cases con el señor Marcos Saavedra —intervino mi madre. Siempre ha sido más desesperada que mi padre.—¿Marcos Saavedra? —pregunté desconcertada. Había escuchado sobre él, era el director ejecutivo del banco nacional. Todos lo conocían por su audacia en la bolsa de valores y sabían que él era la clase de persona que podía resolverte la vida o arruinarla por completo—. ¿Creen que es una buena idea? —Su familia está buscando una esposa para él y… ¿adivina, qué? Te les hiciste muy bonita. Si te casas con él, nos perdonarán la deuda y tú tendrás