Capítulo 2: Hace tres años

KATIA VEGA

—Kat, es muy serio lo que te tenemos que decir… —dijo mi padre del otro lado de la mesa. Me sentía en esas salas de interrogatorio, con una única luz en el centro de la cocina mientras el resto de la casa permanecía en penumbras—. Estamos pasando por problemas económicos muy graves. El banco está a punto de quitarnos todos. No podemos seguir pagando la hipoteca y…

—¿Y…? —Todo lo que me había dicho, ya lo sabía. 

—Y es necesario que te cases con el señor Marcos Saavedra —intervino mi madre. Siempre ha sido más desesperada que mi padre.

—¿Marcos Saavedra? —pregunté desconcertada. Había escuchado sobre él, era el director ejecutivo del banco nacional. Todos lo conocían por su audacia en la bolsa de valores y sabían que él era la clase de persona que podía resolverte la vida o arruinarla por completo—. ¿Creen que es una buena idea? 

—Su familia está buscando una esposa para él y… ¿adivina, qué? Te les hiciste muy bonita. Si te casas con él, nos perdonarán la deuda y tú tendrás una vida llena de lujos y comodidades.

—¿Dónde está el truco? —pregunté llena de desconfianza y mis padres se vieron entre ellos—. Hay mujeres más hermosas a las cuales podrían recurrir. ¿Por qué yo?

—Cariño… —dijo mi mamá con una dulzura ajena a ella—. Los padres de Marcos Saavedra no solo buscan una cara bonita. También buscan una buena mujer. Una chica… «conservadora». 

—¿Conservadora? —pregunté confundida.

—Sí, una mujer que no se revuelque con cuanto hombre se atraviesa en su camino —refunfuñó mi padre—. Tú… aún no… Ya sabes… 

—¡No! —exclamé con las mejillas sonrojadas. Aunque había tenido un par de novios, jamás había estado con ningún hombre. 

—Bien, porque ten por seguro que los señores Saavedra te llevarán con un doctor para corroborarlo —contestó mi madre con orgullo—. Si pasas el examen, nuestras vidas serán solucionadas. ¿Quién diría que tu… «castidad» nos traería beneficios?

•••

Mis padres tenían razón, el proceso para ser la mujer del señor Saavedra fue tedioso, agobiante y vergonzoso. Me revisaron doctores, no solo para asegurarse de que mi «pureza» seguía intacta, sino que se cercioraron de que estuviera sana para procrear. Me sentía como una res siendo vendida en una feria. Durante todo ese proceso, nunca vi a Marcos, pero sabía que era un hombre más grande que yo y que era el terror de medio país. 

Cuando el día de la boda llegó, mis padres no fueron invitados. Estaba sola en ese mundo de gente adinerada y soberbia. Aparecí lista para caminar hacia el altar y todas las miradas se posaron en mí, poniéndome nerviosa y haciendo que mi piel se erizara. 

A cada paso que di, el estómago se me revolvió. Controlé mis respiraciones y levanté mi mirada hacia el novio que me esperaba en el altar. Pensé que me encontraría a un hombre muy viejo y gruñón, incluso desagradable y pervertido, pero… no fue así. Tenía una belleza que jamás había encontrado en otro hombre y su actitud imponente y arrogante lo hacían más atractivo, como si le diera más fuerza a sus gestos. 

En cuanto sus ojos se posaron en mí, pensé que habría amor a primera vista, chispas saltarían de nuestros corazones y compartiríamos una sonrisa, pero… nada de eso pasó, por el contrario, parecía fastidiado y asqueado. ¿No habían mencionado mis padres que me consideraban bonita? Pues él parecía sufrir con mi presencia, como si tuviera a una mujer deforme y sucia a su lado. 

Durante la ceremonia no pude evitar mantener mi rostro lleno de confusión e indignación. ¿Qué le había hecho para que se pusiera así? Cuando todo terminó, tomó mis manos y apretó las mandíbulas cuando el padre había indicado que era el momento de besarnos. 

Se inclinó lentamente y cuando sus labios se iban a posar sobre los míos, desvió su rostro, dejando que solo nuestras comisuras se tocaran. Solo yo supe que ese beso fue una farsa.

En ese momento una llamada entró a su teléfono. En completo silencio respondió y sin decirme nada, se fue. Avanzó entre las bancas, con la frente en alto y la actitud de un hombre exitoso que acaba de terminar su trabajo. 

Me sentí estúpida frente a todos, observándome con curiosidad, riendo entre ellos, ocultando sus bocas detrás de sus manos mientras susurraban entre sí.

—Pobre mujer… lo que le espera.

—¿De dónde la habrán sacado? 

—Por lo menos es bonita…

—¿Bonita? Tal vez… pero no como la exnovia de Marcos, ella era sumamente hermosa y refinada. 

—Sí, esta chica no le llega ni a los talones. La anterior mujer de Marcos si que era una criatura preciosa. Una lástima que ahora se tenga que conformar con ella. 

—Ya déjenla, suficiente con el infierno que vivirá al lado de un hombre como él. 

No sabía hacia donde ir, donde esconderme de sus risitas incisivas y sus comentarios lastimosos. Me sentía como un animal de zoológico, recibiendo todas las miradas. Cuando estaba dispuesta a salir corriendo de ahí y suplicar por mi libertad, admitiendo que me había arrepentido, una suave manita se agarró de mi meñique, provocando que bajara la mirada. 

Una pequeña niña con una mirada cargada de ilusión y una sonrisa gentil se aferró a mi mano. El veneno de todos cambió de objetivo, criticando ahora a la pequeña niña sin madre, pero esta no parecía escucharlos o tal vez no le importaba. Me hinqué ante ella y acaricié sus mejillas regordetas, haciéndola reír. 

—Hola, pequeña… ¿Cómo te llamas? —pregunté llena de ternura mientras estiraba sus bracitos hacia mí. 

—Dile, tu nombre a tu nueva mamita —dijo la madre de Marcos, viéndome con menos asco que su hijo. 

—¡Emila! —exclamó la niña con emoción y se abrazó a mi cuello.

—¿Emilia? Qué bonito nombre —dije con una sonrisa, estrechándola con cariño. 

—Emilia Saavedra —contestó mi ahora suegra, con orgullo.

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