Capítulo 3: Una madre de reemplazo

KATIA VEGA

Había contraído nupcias con un hombre cruel y malvado, un hombre que era tan atractivo como soberbio, un hombre que estaba perdidamente enamorado de una mujer y no cualquier mujer, una hermosa actriz, reconocida por su belleza y, por supuesto, yo no tenía manera de competir con eso. 

Los padres de Marcos estaban en contra de ella, por creerla vulgar y con un trabajo que podría dejar en mal a la familia y que hacía dudar de su decencia. Ellos no querían escándalos, pero a Marcos no le importaba y la mujer había resultado embarazada, así es, la pequeña Emilia era el producto de ese amor imposible. La niña se quedó con la familia Saavedra, pero la actriz jamás fue aceptada. Eso no hizo que Marcos dejara de buscarla.

Aun así, fingí que no me importaba y fui una esposa comprometida. La pequeña Emilia no tenía la culpa de lo que pasaba, así que todo el amor que su padre rechazaba, lo deposité en ella. Ella era un ángel y en poco tiempo comenzó a llamarme mamá, llenándome de una sensación tan dulce que no me cabía en el pecho y que, sin duda, la correspondí cuidándola como si fuera mi propia hija. 

Mientras me torturaba con el pasado, un hombre joven con bata salió de urgencias. —¿Familiares de la paciente Emilia Saavedra? —preguntó en voz alta y tanto Marcos como yo, que estábamos sentados en lugares diferentes y lejanos, nos acercamos—. ¿Son los padres?

—Yo soy el padre —contestó Marcos de mala gana, desconcertando al médico—. ¿Cómo está mi hija?

—Bien, fue peligroso pues su tráquea se cerró casi por completo. No solo tuvimos que administrar epinefrina y algunos antihistamínicos de emergencia, sino que tuvimos que hacer una traqueotomía en lo que podía respirar ella sola de nuevo… —cada palabra que dijo el doctor cayó sobre mí de manera dolorosa, como si su boca escupiera piedras afiladas—. En este momento ya subió a piso. Estamos esperando que termine de despertar, pero ya está fuera de peligro. 

—Gracias, doctor —dije con sinceridad mientras Marcos comenzó a andar hacia el elevador. 

Cuando lo alcancé, su mirada me detuvo. No quería que subiera con él y yo no quería compartir un espacio tan reducido y más cuando estaba tan furioso. Así que seguí de largo y subí por las escaleras.

Agotada y con las pantorrillas acalambradas, llegué al piso indicado y vi a lo lejos a Marcos entrando a la habitación de Emilia. Agarré fuerzas para correr y alcanzarlos, necesitaba verla y corroborar que en verdad estaba bien. 

Me asomé a la habitación y noté a Marcos al pie de la cama, viendo a la pequeña aún dormida, con un vendaje en su cuello y sus párpados y labios aún inflamados. —Todo esto es tu culpa… —dijo en un susurro en cuanto entré—. Dame un motivo para no creer que lo hiciste a propósito.

—Porque la amo —contesté con el corazón ardiendo y los ojos llenos de lágrimas. 

Si a alguien amaba en esa asquerosa familia, era a esa niña. Era la única que me trataba bien, la única que valía la pena. En ese momento Emilia abrió lentamente sus ojitos, se veía tan cansada y abatida por lo que le había pasado. 

Marcos se precipitó hacia ella, víctima de su preocupación. —Emilia… ¿cómo te sientes? ¿Estás bien? 

—Papi —dijo con una sonrisa somnolienta y una voz rasposa producto del procedimiento que le habían hecho en urgencias. De pronto sus ojitos me buscaron y en cuanto me vio, la alegría brotó de cada uno de sus poros—. ¡Mamita! ¡Tuve mucho miedo! ¡Mami, ven! ¡Necesito un abracito!

Suplicó y mi corazón no se resistió. Importándome poco que su padre se molestara, me acerqué a ella y la abracé como si estuviera hecha de cristal. Pude escuchar su naricita olfateando el perfume de mi cabello.

—Mi bebé, estaba tan preocupada por ti. —Besé su frente con ternura y tomé sus manitas entre las mías—, perdóname, mi niña bonita, todo fue mi culpa, si tan solo… 

Con delicadeza, Emilia liberó una de sus manos para acariciar mi rostro y limpiar esa lágrima que caía por mi mejilla. Antes de que pudiera decirme algo, Marcos me tomó por el brazo y me alejó.

—¿Cuántas veces te he dicho, Emilia, que Katia no es tu madre? —siseó con coraje—. ¡Entiéndelo de una buena vez! 

Los ojos de mi pequeña se llenaron de lágrimas y su labio inferior comenzó a temblar, calmando la ira de Marcos, permitiendo que un pequeño destello de culpabilidad se apoderara de su rostro, pero no duró lo suficiente, pues de inmediato volteó hacia mí, lleno de furia. 

—Ahí vas de nuevo… —dijo fastidiado y torciendo los ojos—. ¡No sabes otra cosa que llorar! ¡Qué desagradable! —exclamó y me sacó de la habitación casi arrastrando—. Entiéndelo… Ya estoy cansado de repetírtelo. No eres su madre, deja de meterle ideas equivocadas.

—No le meto ideas equivocadas… Solo la quiero y la amo como si fuera mi hija… —contesté con voz temblorosa— …cuando ni siquiera su propia madre se aparece. ¿Cuántos años tiene Emilia? ¿Cuántas veces su madre se ha interesado en ella?

Fue muy atrevido, lo supe por como sus ojos ardían llenos de rabia. Me tomó por el cuello y me acercó a él. Sus dedos me mantenían con firmeza, sin asfixiarme, solo deseando intimidarme. —Grábatelo en la cabeza, no eres su madre y si lo fueras, créeme, yo no sería el padre. 

»Ahora déjame en paz con mi hija, a la cual casi matas. Cuando salga de aquí, nos divorciaremos. Ya no te aguanto, ya no puedo ver tu maldito rostro. Así que vete de una vez.

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