KATIA VEGA
Había contraído nupcias con un hombre cruel y malvado, un hombre que era tan atractivo como soberbio, un hombre que estaba perdidamente enamorado de una mujer y no cualquier mujer, una hermosa actriz, reconocida por su belleza y, por supuesto, yo no tenía manera de competir con eso.
Los padres de Marcos estaban en contra de ella, por creerla vulgar y con un trabajo que podría dejar en mal a la familia y que hacía dudar de su decencia. Ellos no querían escándalos, pero a Marcos no le importaba y la mujer había resultado embarazada, así es, la pequeña Emilia era el producto de ese amor imposible. La niña se quedó con la familia Saavedra, pero la actriz jamás fue aceptada. Eso no hizo que Marcos dejara de buscarla.
Aun así, fingí que no me importaba y fui una esposa comprometida. La pequeña Emilia no tenía la culpa de lo que pasaba, así que todo el amor que su padre rechazaba, lo deposité en ella. Ella era un ángel y en poco tiempo comenzó a llamarme mamá, llenándome de una sensación tan dulce que no me cabía en el pecho y que, sin duda, la correspondí cuidándola como si fuera mi propia hija.
Mientras me torturaba con el pasado, un hombre joven con bata salió de urgencias. —¿Familiares de la paciente Emilia Saavedra? —preguntó en voz alta y tanto Marcos como yo, que estábamos sentados en lugares diferentes y lejanos, nos acercamos—. ¿Son los padres?
—Yo soy el padre —contestó Marcos de mala gana, desconcertando al médico—. ¿Cómo está mi hija?
—Bien, fue peligroso pues su tráquea se cerró casi por completo. No solo tuvimos que administrar epinefrina y algunos antihistamínicos de emergencia, sino que tuvimos que hacer una traqueotomía en lo que podía respirar ella sola de nuevo… —cada palabra que dijo el doctor cayó sobre mí de manera dolorosa, como si su boca escupiera piedras afiladas—. En este momento ya subió a piso. Estamos esperando que termine de despertar, pero ya está fuera de peligro.
—Gracias, doctor —dije con sinceridad mientras Marcos comenzó a andar hacia el elevador.
Cuando lo alcancé, su mirada me detuvo. No quería que subiera con él y yo no quería compartir un espacio tan reducido y más cuando estaba tan furioso. Así que seguí de largo y subí por las escaleras.
Agotada y con las pantorrillas acalambradas, llegué al piso indicado y vi a lo lejos a Marcos entrando a la habitación de Emilia. Agarré fuerzas para correr y alcanzarlos, necesitaba verla y corroborar que en verdad estaba bien.
Me asomé a la habitación y noté a Marcos al pie de la cama, viendo a la pequeña aún dormida, con un vendaje en su cuello y sus párpados y labios aún inflamados. —Todo esto es tu culpa… —dijo en un susurro en cuanto entré—. Dame un motivo para no creer que lo hiciste a propósito.
—Porque la amo —contesté con el corazón ardiendo y los ojos llenos de lágrimas.
Si a alguien amaba en esa asquerosa familia, era a esa niña. Era la única que me trataba bien, la única que valía la pena. En ese momento Emilia abrió lentamente sus ojitos, se veía tan cansada y abatida por lo que le había pasado.
Marcos se precipitó hacia ella, víctima de su preocupación. —Emilia… ¿cómo te sientes? ¿Estás bien?
—Papi —dijo con una sonrisa somnolienta y una voz rasposa producto del procedimiento que le habían hecho en urgencias. De pronto sus ojitos me buscaron y en cuanto me vio, la alegría brotó de cada uno de sus poros—. ¡Mamita! ¡Tuve mucho miedo! ¡Mami, ven! ¡Necesito un abracito!
Suplicó y mi corazón no se resistió. Importándome poco que su padre se molestara, me acerqué a ella y la abracé como si estuviera hecha de cristal. Pude escuchar su naricita olfateando el perfume de mi cabello.
—Mi bebé, estaba tan preocupada por ti. —Besé su frente con ternura y tomé sus manitas entre las mías—, perdóname, mi niña bonita, todo fue mi culpa, si tan solo…
Con delicadeza, Emilia liberó una de sus manos para acariciar mi rostro y limpiar esa lágrima que caía por mi mejilla. Antes de que pudiera decirme algo, Marcos me tomó por el brazo y me alejó.
—¿Cuántas veces te he dicho, Emilia, que Katia no es tu madre? —siseó con coraje—. ¡Entiéndelo de una buena vez!
Los ojos de mi pequeña se llenaron de lágrimas y su labio inferior comenzó a temblar, calmando la ira de Marcos, permitiendo que un pequeño destello de culpabilidad se apoderara de su rostro, pero no duró lo suficiente, pues de inmediato volteó hacia mí, lleno de furia.
—Ahí vas de nuevo… —dijo fastidiado y torciendo los ojos—. ¡No sabes otra cosa que llorar! ¡Qué desagradable! —exclamó y me sacó de la habitación casi arrastrando—. Entiéndelo… Ya estoy cansado de repetírtelo. No eres su madre, deja de meterle ideas equivocadas.
—No le meto ideas equivocadas… Solo la quiero y la amo como si fuera mi hija… —contesté con voz temblorosa— …cuando ni siquiera su propia madre se aparece. ¿Cuántos años tiene Emilia? ¿Cuántas veces su madre se ha interesado en ella?
Fue muy atrevido, lo supe por como sus ojos ardían llenos de rabia. Me tomó por el cuello y me acercó a él. Sus dedos me mantenían con firmeza, sin asfixiarme, solo deseando intimidarme. —Grábatelo en la cabeza, no eres su madre y si lo fueras, créeme, yo no sería el padre.
»Ahora déjame en paz con mi hija, a la cual casi matas. Cuando salga de aquí, nos divorciaremos. Ya no te aguanto, ya no puedo ver tu maldito rostro. Así que vete de una vez.
MARCOS SAAVEDRACuando regresé dispuesto a dedicar el resto de mi día a esperar a que mi pequeña fuera dada de alta, vi a la directora presurosa corriendo hacia mí. Torcí los ojos y apreté los dientes, no necesitaba hablar con esa incompetente. —Señor Saavedra, me alegra que la niña esté mejor. En verdad lamento mucho lo ocurrido, tuve que preguntarle si era alérgica a algo. Fue una falta que no volverá a pasar y… Levanté mi mano enguantada en piel negra, silenciándola, mientras me percataba de la maestra a su lado, temblorosa y nerviosa, con la mirada clavada en el piso. —Despídela… —dije tajante, logrando que por fin esa mujer levantara su mirada hacia mí.—¿Despedirla? —preguntó la directora sorprendida y volteó hacia la maestra.—Por favor, yo… no… es que… tengo muchos gastos y… ¡Por favor! ¡Yo amo mi trabajo! ¡No fue mi culpa! ¡Si hubiera sabido…!—No me agrada repetir una orden —agregué con tono suave, peligroso y demandante.—Lo siento… —dijo la directora apenada, pero consc
KATIA VEGAEl resto de la boda yo fui un cero a la izquierda, vestida y maquillada como una hermosa muñeca, pero ignorada en un rincón. Cuando por fin pude refugiarme en la habitación que compartiría con mi esposo, noté que estaba sola, Marcos aún no había llegado y dudaba que lo hiciera. Tomé la ropa sobre el colchón, un conjunto de encaje rojo atrevido para la noche. Era obvio que parte del acuerdo no solo era la boda, sino tener un hijo. Vi el reloj y dudé mucho que él estuviera interesado en comenzar a procrear hoy, así que deseché la idea, me di un buen baño y me puse un camisón de seda bastante lindo y cómodo. En cuanto me recosté, la puerta se abrió, tomándome por sorpresa. Se trataba de él. Marcos, con la corbata desanudada y la camisa desfajada entornó los ojos y se me acercó lentamente. Olía a alcohol y desconfianza, sus movimientos no eran tan firmes y decididos, su equilibrio se veía tenuemente afectado.Me levanté de la cama y me acerqué a él. —¿Estás bien? —pregunté n
KATIA VEGANo tuve que decidir si quedarme o no en la casa de mis padres, ellos decidieron por mí, echando mi maleta a la calle. Quise maldecirlos, ellos me condenaron a tres años de dolor y sufrimiento y ahora ¿yo era la culpable?, pero estaba demasiado cansada para hacerme de palabras con ellos, así que tomé mi maleta y comencé a caminar en busca de un lugar donde poder pasar la noche. No tenía mucho dinero en mis bolsillos, solo el suficiente para una habitación de un hotel de dudosa calidad. Cuando creí que las cosas no se podrían poner peor, el cielo se oscureció y los relámpagos comenzaron a sonar con fuerza. —No puede ser cierto… —Levanté mi mirada hacia el cielo en cuanto la primera gota cayó sobre mí, y muchas más la siguieron. No era una llovizna sutil, una brizna tolerable, más bien parecía que cada gota era un hielo que chocaba con mi cuerpo. Seguí caminando mientras en mi cabeza me imaginaba que de pronto Marcos aparecería, me vería en desgracia y me pediría perdón, me
KATIA VEGANo recordaba cuándo había sido la última vez que dormí así de cómoda y feliz. En cuanto desperté, me estiré con un gran bostezo, rasqué mi cabeza con el cabello enmarañado y vi mi celular en la mesita de al lado. Mi teléfono tenía muchas notificaciones, mensajes de mi amiga, que parecía aún más intensa que el día anterior. «¡Katia! ¡¿Qué carajos está pasando?!» exigía en su primer mensaje mientras revisaba los diferentes enlaces que me había enviado, pertenecientes a diferentes noticieros.Al entrar a la primera página me quedé sin aliento. Era una foto de mí entrando al auto de mi salvador. El paraguas escondía el rostro de él, pero no el mío. Sentí como si una mano invisible quisiera agarrar mi corazón y arrancármelo del pecho. La angustia me estaba mortificando. Conforme entraba a más páginas, más fotografías y más videos encontraba, pero desde un mismo ángulo y con una misma calidad, parecía que todo había sido tomado desde un mismo teléfono celular. Entonces, como un
KATIA VEGA—Regresé hace una semana… —contestó sonriéndome, pero algo parecía ensombrecer su mirada. —¡¿Y por qué no venias a verme?! —Le arrojé una almohada con todas mis fuerzas. Indignada, pero satisfecha, pues él había fingido que, en vez de una almohada, le había arrojado una bola de plomo, haciéndolo chocar con la puerta antes de exhalar con dificultad. —Tenía miedo de que nuestros padres se enteraran y te lo reprocharan, hermanita —contestó antes de lanzarme la almohada de regreso, golpeándome con fuerza y haciéndome caer en la cama, entre risas. —¿Por qué regresaste? —pregunté abrazando la almohada y viendo el techo, mientras las risas comenzaban a desvanecerse. Mi hermano se recostó a mi lado, como cuando éramos niños, y nos quedamos viendo fijamente la lámpara sobre nosotros.—Si te digo, ¿no te enojas? —¿Por qué debería? Por un momento guardó silencio, dudando, resopló y se resignó. —Estoy aquí para encontrar a mi hija.—¡¿Cómo?! ¡¿Hija?! ¡¿Tú hija?! —exclamé sorprendi
KATIA VEGA—Así es… No es tan conocida como el guapo de tu hermano, pero… —agregó Arturo con una gran sonrisa, hasta que lo interrumpí.—Pero es… —No pude terminar mi frase y un escalofrío sacudió mi cuerpo.—La madre de mi hija —contestó con tristeza mientras yo sentía que algo se retorcía dentro de mí. ¡Esa maldita perra del infierno era el primer amor de Marcos Saavedra! ¡La mujer por la que jamás me pudo amar, mucho menos respetar!Las palabras de mi hermano me dieron vueltas en la cabeza. No me fue difícil deducir que muy posiblemente mi pequeña Emilia fuera hija de Arturo. Eso explicaría la conexión tan dulce que desarrollamos. Desde que su manita tomó la mía hubo un clic en mi corazón.Al parecerse tanto a su madre fue comprensible que ni siquiera Marcos sospechara que no era suya. ¿Por qué no habían hecho una prueba de ADN antes? Porque Marcos amaba y confiaba en esa mujer, lo que ella decía se volvía la verdad absoluta para él. Marcos no era un hombre muy creyente, pero cuand
MARCOS SAAVEDRALas súplicas y reclamos de mis padres no pararon hasta que acepté casarme con la mujer que ellos escogieran. Sabía que no les sería tan fácil, pues querían a una mujer perfecta: hermosa, humilde, pero, sobre todo, virgen. Odiaban a las mujeres que no llegaban puras y castas hasta el matrimonio, y creían que Stella era indigna, pensando que yo no había sido, ni sería, el único hombre en su vida, argumentando que una actriz solía ser una mujer de «moral distraída». Mis esperanzas de ver regresar a Stella después del desprecio y el rechazo que sufrió por parte de mi familia, se vieron opacadas por mi futura esposa. La boda se planeó en muy poco tiempo y ante el altar me sentí acorralado.Cuando la marcha nupcial comenzó, por fin conocí a Katia, una niña demasiado joven para mi gusto, de apariencia inmadura, nerviosa. Era una criatura sin ningún regalo de la naturaleza, aún así sus ojos azules y cabello castaño llamaron mi atención. Entre más la veía, más curiosidad me da
MARCOS SAAVEDRAJamás entendí cómo es que, si Stella era el amor de mi vida y la primera que hizo latir mi corazón, ¿por qué no fui capaz decirle lo que sentía? ¿Por qué no pude gritarle en la cara que la amaba y que la extrañaba, que no podía criar a Emilia sin ella, que no podía ser feliz lidiando con su ausencia? La necesitaba a mi lado, pero mi cuerpo y mi alma parecieron estancarse. De esa manera decidí alejarme de ese maldito puente, pero no para regresar a una boda que yo no quería y de la cual dependía la sana convivencia con mis padres. Mis pasos me llevaron hacia un bar que ya me era conocido. Fui directo hacia la barra donde pedí trago tras trago hasta que perdí la cuenta. Solo y ebrio, esa fue la mejor manera de festejar mi boda. Sacudí la cabeza, espantando esos malditos recuerdos que tanto me dolían. Mi teléfono volvió a vibrar y entonces noté que me había llegado un mensaje más de mi abogado. «Está aquí, ¿quieres que mandemos el acta de divorcio a su habitación?», leí