Capítulo 5: Aquella noche de bodas hacía tres años

KATIA VEGA

El resto de la boda yo fui un cero a la izquierda, vestida y maquillada como una hermosa muñeca, pero ignorada en un rincón. Cuando por fin pude refugiarme en la habitación que compartiría con mi esposo, noté que estaba sola, Marcos aún no había llegado y dudaba que lo hiciera. 

Tomé la ropa sobre el colchón, un conjunto de encaje rojo atrevido para la noche. Era obvio que parte del acuerdo no solo era la boda, sino tener un hijo. 

Vi el reloj y dudé mucho que él estuviera interesado en comenzar a procrear hoy, así que deseché la idea, me di un buen baño y me puse un camisón de seda bastante lindo y cómodo. 

En cuanto me recosté, la puerta se abrió, tomándome por sorpresa. Se trataba de él. Marcos, con la corbata desanudada y la camisa desfajada entornó los ojos y se me acercó lentamente. Olía a alcohol y desconfianza, sus movimientos no eran tan firmes y decididos, su equilibrio se veía tenuemente afectado.

Me levanté de la cama y me acerqué a él. —¿Estás bien? —pregunté nerviosa. Ni siquiera parpadeaba. Posó su mano sobre mi barbilla, motivándome a levantar mi rostro hacia él, lo cual no mejoró mi ánimo. La cara se me puso caliente de la vergüenza. 

Tomé su mano y lo llevé hasta la cama, dispuesta a ayudarlo. Le quité el saco y lo ayudé a recostarse. Le quité los zapatos y la corbata, acaricié su frente y me quedé en completo silencio. Su rostro era… cautivador. Sus ojos grandes y cejas gruesas y negras, su nariz recta y sus labios sutilmente carnosos. Era un hombre muy atractivo y en ese estado, vulnerable por el alcohol, se veía encantador. 

Tragué saliva en cuanto me descubrí viéndolo cínicamente mientras acariciaba su cabello, pero… es que él no apartaba su mirada de mí y no parecía peligroso. Aun así, me puse muy nerviosa y decidí levantarme, le llevaría un vaso de agua, pues no sabía qué más hacer con un hombre ebrio. 

De pronto su mano en mi cintura me detuvo, su brazo se enredó y me derribó en la cama, a su lado. Se colocó encima de mí, sin apartar la mirada. Mi corazón latía tan rápido que creí que me explotaría en el pecho. Se inclinó, reduciendo aún más la distancia entre nuestros rostros, y me besó. Sus labios tibios y con sabor a tequila se apoderaron de los míos, primero en un beso suave, de reconocimiento, pero después, perdió la cordura y la paciencia. 

Devoró mi boca con avidez mientras me despojaba del camisón. Quise pedirle que se detuviera, pues esta sería mi primera vez con un hombre y estaba demasiado nerviosa, no quería arruinar todo con mi inexperiencia, pero tampoco quería hacerlo enojar, además, no podía negar que la temperatura de mi cuerpo se elevaba de manera placentera.

Haciendo a un lado el pudor que me generaba estar completamente desnuda ante él, dejé que sus manos me recorrieran y que su cuerpo se pegara al mío. Verlo arrancarse la camisa me dejó sin aliento, era un hombre atlético y feroz, de aura dominante.

Su piel ardía sobre la mía, todo dentro de mí se retorcía y en cuanto separó mis rodillas, colocándose entre mis piernas, sentí como cada uno de mis músculos se tensó y el aire escapó de mis pulmones. Estaba aterrada y deseosa, no sabía cual de los dos sentimientos dominaba más. 

De pronto, cuando él estaba a punto de entrar en mí, se detuvo, se quedó quieto, con la respiración agitada. Sus músculos se habían tensado igual que los míos, pero no por placer, tampoco por nerviosismo, parecía más… asqueado. 

Se quitó de encima y me vio por un momento, desnuda e impotente, frunció el ceño y la boca de esa manera tan desagradable, pero a parte de rechazo, había tristeza en su mirar. Tomó la sábana y la arrojó sobre mí antes de buscar su ropa y volverse a vestir. 

—¿Qué ocurre? —pregunté. ¡Mala idea! Esa noche tuve que fingirme muerta y no moverme, pero aún creía que podría preocuparme por él y recibir algo de su aprecio—. ¿Te sientes mal? ¿Quieres algo? ¿Quieres que llame a un doctor?

Me ignoró por completo y de nuevo me gané esa mirada cargada de decepción y asco: —Tú no eres ella… —Fueron palabras sencillas y contundentes que me dejaron congelada, y pude escuchar como el corazón se me quebró—. Jamás serás ella. 

No estaba enamorada, no podía amar a un hombre que apenas conocía, pero… aun así, me dolió. Sus palabras me hirieron el orgullo y mi dignidad se me cayó de las manos. Los ojos se me aguaron, pero resistí. ¿Eso era lo que me esperaba el resto de nuestro matrimonio? ¿Rechazo? ¿Repulsión? ¿Dolor?

Como si no hubiera sido suficiente, Marcos añadió: —Ni siquiera te puedes comparar con uno solo de sus cabellos. —Y ante su decepción, salió de la habitación, dejándome sola esa noche y cada noche de los siguientes tres años.

Tenía el título de esposa, pero nunca fue capaz de tocarme o besarme. Con suerte me agarraba de la mano cuando había gente alrededor, pero… terminaba quejándose, pues mi nerviosismo hacía que mis manos sudaran y eso le desagradaba. 

Mi papel se resumió a ser la madre sustituta de Emilia, mi única amiga en esta casa, así como ser la sirvienta, pues los padres de Marcos me habían prohibido rotundamente trabajar. ¿Cómo quedaría su hijo si no era capaz de mantener a su mujer? 

Perdí amigos, perdí oportunidades, perdí mi dignidad y mi amor propio. Se me cerró el mundo.

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