KATIA VEGA
El resto de la boda yo fui un cero a la izquierda, vestida y maquillada como una hermosa muñeca, pero ignorada en un rincón. Cuando por fin pude refugiarme en la habitación que compartiría con mi esposo, noté que estaba sola, Marcos aún no había llegado y dudaba que lo hiciera.
Tomé la ropa sobre el colchón, un conjunto de encaje rojo atrevido para la noche. Era obvio que parte del acuerdo no solo era la boda, sino tener un hijo.
Vi el reloj y dudé mucho que él estuviera interesado en comenzar a procrear hoy, así que deseché la idea, me di un buen baño y me puse un camisón de seda bastante lindo y cómodo.
En cuanto me recosté, la puerta se abrió, tomándome por sorpresa. Se trataba de él. Marcos, con la corbata desanudada y la camisa desfajada entornó los ojos y se me acercó lentamente. Olía a alcohol y desconfianza, sus movimientos no eran tan firmes y decididos, su equilibrio se veía tenuemente afectado.
Me levanté de la cama y me acerqué a él. —¿Estás bien? —pregunté nerviosa. Ni siquiera parpadeaba. Posó su mano sobre mi barbilla, motivándome a levantar mi rostro hacia él, lo cual no mejoró mi ánimo. La cara se me puso caliente de la vergüenza.
Tomé su mano y lo llevé hasta la cama, dispuesta a ayudarlo. Le quité el saco y lo ayudé a recostarse. Le quité los zapatos y la corbata, acaricié su frente y me quedé en completo silencio. Su rostro era… cautivador. Sus ojos grandes y cejas gruesas y negras, su nariz recta y sus labios sutilmente carnosos. Era un hombre muy atractivo y en ese estado, vulnerable por el alcohol, se veía encantador.
Tragué saliva en cuanto me descubrí viéndolo cínicamente mientras acariciaba su cabello, pero… es que él no apartaba su mirada de mí y no parecía peligroso. Aun así, me puse muy nerviosa y decidí levantarme, le llevaría un vaso de agua, pues no sabía qué más hacer con un hombre ebrio.
De pronto su mano en mi cintura me detuvo, su brazo se enredó y me derribó en la cama, a su lado. Se colocó encima de mí, sin apartar la mirada. Mi corazón latía tan rápido que creí que me explotaría en el pecho. Se inclinó, reduciendo aún más la distancia entre nuestros rostros, y me besó. Sus labios tibios y con sabor a tequila se apoderaron de los míos, primero en un beso suave, de reconocimiento, pero después, perdió la cordura y la paciencia.
Devoró mi boca con avidez mientras me despojaba del camisón. Quise pedirle que se detuviera, pues esta sería mi primera vez con un hombre y estaba demasiado nerviosa, no quería arruinar todo con mi inexperiencia, pero tampoco quería hacerlo enojar, además, no podía negar que la temperatura de mi cuerpo se elevaba de manera placentera.
Haciendo a un lado el pudor que me generaba estar completamente desnuda ante él, dejé que sus manos me recorrieran y que su cuerpo se pegara al mío. Verlo arrancarse la camisa me dejó sin aliento, era un hombre atlético y feroz, de aura dominante.
Su piel ardía sobre la mía, todo dentro de mí se retorcía y en cuanto separó mis rodillas, colocándose entre mis piernas, sentí como cada uno de mis músculos se tensó y el aire escapó de mis pulmones. Estaba aterrada y deseosa, no sabía cual de los dos sentimientos dominaba más.
De pronto, cuando él estaba a punto de entrar en mí, se detuvo, se quedó quieto, con la respiración agitada. Sus músculos se habían tensado igual que los míos, pero no por placer, tampoco por nerviosismo, parecía más… asqueado.
Se quitó de encima y me vio por un momento, desnuda e impotente, frunció el ceño y la boca de esa manera tan desagradable, pero a parte de rechazo, había tristeza en su mirar. Tomó la sábana y la arrojó sobre mí antes de buscar su ropa y volverse a vestir.
—¿Qué ocurre? —pregunté. ¡Mala idea! Esa noche tuve que fingirme muerta y no moverme, pero aún creía que podría preocuparme por él y recibir algo de su aprecio—. ¿Te sientes mal? ¿Quieres algo? ¿Quieres que llame a un doctor?
Me ignoró por completo y de nuevo me gané esa mirada cargada de decepción y asco: —Tú no eres ella… —Fueron palabras sencillas y contundentes que me dejaron congelada, y pude escuchar como el corazón se me quebró—. Jamás serás ella.
No estaba enamorada, no podía amar a un hombre que apenas conocía, pero… aun así, me dolió. Sus palabras me hirieron el orgullo y mi dignidad se me cayó de las manos. Los ojos se me aguaron, pero resistí. ¿Eso era lo que me esperaba el resto de nuestro matrimonio? ¿Rechazo? ¿Repulsión? ¿Dolor?
Como si no hubiera sido suficiente, Marcos añadió: —Ni siquiera te puedes comparar con uno solo de sus cabellos. —Y ante su decepción, salió de la habitación, dejándome sola esa noche y cada noche de los siguientes tres años.
Tenía el título de esposa, pero nunca fue capaz de tocarme o besarme. Con suerte me agarraba de la mano cuando había gente alrededor, pero… terminaba quejándose, pues mi nerviosismo hacía que mis manos sudaran y eso le desagradaba.
Mi papel se resumió a ser la madre sustituta de Emilia, mi única amiga en esta casa, así como ser la sirvienta, pues los padres de Marcos me habían prohibido rotundamente trabajar. ¿Cómo quedaría su hijo si no era capaz de mantener a su mujer?
Perdí amigos, perdí oportunidades, perdí mi dignidad y mi amor propio. Se me cerró el mundo.
KATIA VEGANo tuve que decidir si quedarme o no en la casa de mis padres, ellos decidieron por mí, echando mi maleta a la calle. Quise maldecirlos, ellos me condenaron a tres años de dolor y sufrimiento y ahora ¿yo era la culpable?, pero estaba demasiado cansada para hacerme de palabras con ellos, así que tomé mi maleta y comencé a caminar en busca de un lugar donde poder pasar la noche. No tenía mucho dinero en mis bolsillos, solo el suficiente para una habitación de un hotel de dudosa calidad. Cuando creí que las cosas no se podrían poner peor, el cielo se oscureció y los relámpagos comenzaron a sonar con fuerza. —No puede ser cierto… —Levanté mi mirada hacia el cielo en cuanto la primera gota cayó sobre mí, y muchas más la siguieron. No era una llovizna sutil, una brizna tolerable, más bien parecía que cada gota era un hielo que chocaba con mi cuerpo. Seguí caminando mientras en mi cabeza me imaginaba que de pronto Marcos aparecería, me vería en desgracia y me pediría perdón, me
KATIA VEGANo recordaba cuándo había sido la última vez que dormí así de cómoda y feliz. En cuanto desperté, me estiré con un gran bostezo, rasqué mi cabeza con el cabello enmarañado y vi mi celular en la mesita de al lado. Mi teléfono tenía muchas notificaciones, mensajes de mi amiga, que parecía aún más intensa que el día anterior. «¡Katia! ¡¿Qué carajos está pasando?!» exigía en su primer mensaje mientras revisaba los diferentes enlaces que me había enviado, pertenecientes a diferentes noticieros.Al entrar a la primera página me quedé sin aliento. Era una foto de mí entrando al auto de mi salvador. El paraguas escondía el rostro de él, pero no el mío. Sentí como si una mano invisible quisiera agarrar mi corazón y arrancármelo del pecho. La angustia me estaba mortificando. Conforme entraba a más páginas, más fotografías y más videos encontraba, pero desde un mismo ángulo y con una misma calidad, parecía que todo había sido tomado desde un mismo teléfono celular. Entonces, como un
KATIA VEGA—Regresé hace una semana… —contestó sonriéndome, pero algo parecía ensombrecer su mirada. —¡¿Y por qué no venias a verme?! —Le arrojé una almohada con todas mis fuerzas. Indignada, pero satisfecha, pues él había fingido que, en vez de una almohada, le había arrojado una bola de plomo, haciéndolo chocar con la puerta antes de exhalar con dificultad. —Tenía miedo de que nuestros padres se enteraran y te lo reprocharan, hermanita —contestó antes de lanzarme la almohada de regreso, golpeándome con fuerza y haciéndome caer en la cama, entre risas. —¿Por qué regresaste? —pregunté abrazando la almohada y viendo el techo, mientras las risas comenzaban a desvanecerse. Mi hermano se recostó a mi lado, como cuando éramos niños, y nos quedamos viendo fijamente la lámpara sobre nosotros.—Si te digo, ¿no te enojas? —¿Por qué debería? Por un momento guardó silencio, dudando, resopló y se resignó. —Estoy aquí para encontrar a mi hija.—¡¿Cómo?! ¡¿Hija?! ¡¿Tú hija?! —exclamé sorprendi
KATIA VEGA—Así es… No es tan conocida como el guapo de tu hermano, pero… —agregó Arturo con una gran sonrisa, hasta que lo interrumpí.—Pero es… —No pude terminar mi frase y un escalofrío sacudió mi cuerpo.—La madre de mi hija —contestó con tristeza mientras yo sentía que algo se retorcía dentro de mí. ¡Esa maldita perra del infierno era el primer amor de Marcos Saavedra! ¡La mujer por la que jamás me pudo amar, mucho menos respetar!Las palabras de mi hermano me dieron vueltas en la cabeza. No me fue difícil deducir que muy posiblemente mi pequeña Emilia fuera hija de Arturo. Eso explicaría la conexión tan dulce que desarrollamos. Desde que su manita tomó la mía hubo un clic en mi corazón.Al parecerse tanto a su madre fue comprensible que ni siquiera Marcos sospechara que no era suya. ¿Por qué no habían hecho una prueba de ADN antes? Porque Marcos amaba y confiaba en esa mujer, lo que ella decía se volvía la verdad absoluta para él. Marcos no era un hombre muy creyente, pero cuand
MARCOS SAAVEDRALas súplicas y reclamos de mis padres no pararon hasta que acepté casarme con la mujer que ellos escogieran. Sabía que no les sería tan fácil, pues querían a una mujer perfecta: hermosa, humilde, pero, sobre todo, virgen. Odiaban a las mujeres que no llegaban puras y castas hasta el matrimonio, y creían que Stella era indigna, pensando que yo no había sido, ni sería, el único hombre en su vida, argumentando que una actriz solía ser una mujer de «moral distraída». Mis esperanzas de ver regresar a Stella después del desprecio y el rechazo que sufrió por parte de mi familia, se vieron opacadas por mi futura esposa. La boda se planeó en muy poco tiempo y ante el altar me sentí acorralado.Cuando la marcha nupcial comenzó, por fin conocí a Katia, una niña demasiado joven para mi gusto, de apariencia inmadura, nerviosa. Era una criatura sin ningún regalo de la naturaleza, aún así sus ojos azules y cabello castaño llamaron mi atención. Entre más la veía, más curiosidad me da
MARCOS SAAVEDRAJamás entendí cómo es que, si Stella era el amor de mi vida y la primera que hizo latir mi corazón, ¿por qué no fui capaz decirle lo que sentía? ¿Por qué no pude gritarle en la cara que la amaba y que la extrañaba, que no podía criar a Emilia sin ella, que no podía ser feliz lidiando con su ausencia? La necesitaba a mi lado, pero mi cuerpo y mi alma parecieron estancarse. De esa manera decidí alejarme de ese maldito puente, pero no para regresar a una boda que yo no quería y de la cual dependía la sana convivencia con mis padres. Mis pasos me llevaron hacia un bar que ya me era conocido. Fui directo hacia la barra donde pedí trago tras trago hasta que perdí la cuenta. Solo y ebrio, esa fue la mejor manera de festejar mi boda. Sacudí la cabeza, espantando esos malditos recuerdos que tanto me dolían. Mi teléfono volvió a vibrar y entonces noté que me había llegado un mensaje más de mi abogado. «Está aquí, ¿quieres que mandemos el acta de divorcio a su habitación?», leí
KATIA VEGA Mi cabeza terminó contra el mueble detrás de mí, mientras que la boca de Marcos insistía, sus labios jugaban con los míos y su lengua ávida buscaba invadir mi boca. Sus manos se posaron a cada lado de mi cabeza, apresándome, escondiéndome con su cuerpo mientras yo luchaba por no desmayarme. Era la primera vez que me besaba con plena intención. En tres años de matrimonio, ni siquiera ante el altar se había apoderado de mi boca de esa manera y, a diferencia de nuestra noche de bodas, su aliento no olía a alcohol. Presioné mis manos en su pecho, queriéndolo apartar, pero parecía que mi rechazo le resultó ofensivo, pues me tomó por las muñecas y las presionó contra el mueble, a cada lado de mi rostro. —Quieta… —siseó contra mis labios. Su voz se volvió un ronroneo lujurioso que erizó mi piel. Mis mejillas ardían y aunque sus labios se habían separado de los míos, seguía sin poder respirar. Mi corazón latía atormentado y sus ojos me dominaron en cuanto se clavaron en los m
KATIA VEGAEl dinero da poder, el poder corrompe. Era una regla básica, porque con dinero puedes hacer lo que quieras y quien diga lo contrario es porque no tiene el dinero suficiente. En el caso de Marcos, él tenía dinero más que suficiente, y no solo eso, tenía control sobre el dinero de los demás. Si te cruzabas en su camino y lo ofendías, era cuestión de tiempo para que lo perdieras todo.Tu patrimonio, tu salud y tus sueños podían depender de no hacerlo enojar, incluso tu libertad, pues había escuchado de varios que habían terminado detrás de las rejas gracias a que él solicitaba una investigación fiscal contra alguien.No dejé de ser víctima de todos esos pensamientos mientras salíamos del hotel,