KATIA VEGA
No recordaba cuándo había sido la última vez que dormí así de cómoda y feliz. En cuanto desperté, me estiré con un gran bostezo, rasqué mi cabeza con el cabello enmarañado y vi mi celular en la mesita de al lado. Mi teléfono tenía muchas notificaciones, mensajes de mi amiga, que parecía aún más intensa que el día anterior. «¡Katia! ¡¿Qué carajos está pasando?!» exigía en su primer mensaje mientras revisaba los diferentes enlaces que me había enviado, pertenecientes a diferentes noticieros.
Al entrar a la primera página me quedé sin aliento. Era una foto de mí entrando al auto de mi salvador. El paraguas escondía el rostro de él, pero no el mío. Sentí como si una mano invisible quisiera agarrar mi corazón y arrancármelo del pecho. La angustia me estaba mortificando. Conforme entraba a más páginas, más fotografías y más videos encontraba, pero desde un mismo ángulo y con una misma calidad, parecía que todo había sido tomado desde un mismo teléfono celular.
Entonces, como un «flash» dentro de mi cabeza, recordé a la maestra de Emilia, con esa mirada inquisitiva, juzgándome. ¿Había sido ella? ¿Por qué haría algo así para perjudicarme de esa manera tan cruel? Todos los reportajes me juzgaban de infiel. «La nuera de la familia Saavedra engaña al señor Marcos Saavedra», «Infidelidad descubierta, la mujer del CEO del banco nacional, el señor Marcos Saavedra, lo engaña con desconocido».
No sabía que decirle a mi amiga, estaba aterrada. Gateé sobre la cama hasta alcanzar el control de la pantalla frente a mí y la encendí mientras mi estómago se retorcía dolorosamente. La angustia se sentía como clavos al rojo vivo encajándose en mi piel, mientras que la misma mano que había atenazado mi corazón, ahora intentaba asfixiarme, apretando mi tráquea.
Cambié el canal hasta que por fin llegué a un noticiero. No había escuchado aún la voz del presentador cuando pude ver las mismas fotos de las páginas amarillistas en internet. A su lado se encontraba el portavoz de la familia, el feroz abogado que los defendía de lo que fuera.
—No es el caso, la señorita Katia y el señor Marcos se han divorciado, así que cada uno puede hacer lo que desee —contestó el abogado con arrogancia—. Solo que, mientras el señor Saavedra ha mantenido un bajo perfil para no afectar a su hija Emilia, la cual se encariñó mucho con esta mujer, bueno… la señorita Katia parece no tener respeto ni luto por la relación que sostuvo con él.
»Supongo que no todos responden de la misma manera a una separación. A unos les afecta, como a mi cliente, en cambio para otros parece ser algo liberador, como es el caso de la señorita Katia que no tardó en disfrutar su nueva soltería con un hombre nuevo.
Apagué la televisión, furiosa, llena de rencor, con lágrimas nuevas en los ojos. ¡¿Cómo podía decir algo así?! ¿Ahora resultaba que yo era la mala en esto? ¡Yo no le pedí el divorcio! ¡Es más, ni siquiera he firmado nada! ¿Qué necesidad de describirme de esa manera en cadena nacional? No cabía duda de que mi peor error había sido confiar en mis padres y casarme con ese maldito hombre.
Apreté los puños y contuve mis ganas de gritar. Inspiré profundamente y traté de ver el lado positivo de la vida. Pronto sería libre y no estaba sola, lo cual era un gran consuelo. Me dejé caer en la cama y me quedé así, con la mirada perdida en el techo.
En ese momento la puerta se abrió y no pude evitar esconder una gran sonrisa en cuanto ese par de ojos castaños se asomaron. —Buenos días, ¿cómo te encuentras? —dijo con ese tono divertido que me era tan contagioso.
—Mejor… —contesté más tranquila.
—No parece. —Se acercó y se sentó en el borde de la cama—. ¿Estuviste llorando?
—No… No es nada. —Me senté en el colchón y le dediqué una gran sonrisa antes de que su enorme mano se posara en mi cabeza y sacudiera mis cabellos como si fuera un cachorro—. ¿Cuándo volviste?
KATIA VEGA—Regresé hace una semana… —contestó sonriéndome, pero algo parecía ensombrecer su mirada. —¡¿Y por qué no venias a verme?! —Le arrojé una almohada con todas mis fuerzas. Indignada, pero satisfecha, pues él había fingido que, en vez de una almohada, le había arrojado una bola de plomo, haciéndolo chocar con la puerta antes de exhalar con dificultad. —Tenía miedo de que nuestros padres se enteraran y te lo reprocharan, hermanita —contestó antes de lanzarme la almohada de regreso, golpeándome con fuerza y haciéndome caer en la cama, entre risas. —¿Por qué regresaste? —pregunté abrazando la almohada y viendo el techo, mientras las risas comenzaban a desvanecerse. Mi hermano se recostó a mi lado, como cuando éramos niños, y nos quedamos viendo fijamente la lámpara sobre nosotros.—Si te digo, ¿no te enojas? —¿Por qué debería? Por un momento guardó silencio, dudando, resopló y se resignó. —Estoy aquí para encontrar a mi hija.—¡¿Cómo?! ¡¿Hija?! ¡¿Tú hija?! —exclamé sorprendi
KATIA VEGA—Así es… No es tan conocida como el guapo de tu hermano, pero… —agregó Arturo con una gran sonrisa, hasta que lo interrumpí.—Pero es… —No pude terminar mi frase y un escalofrío sacudió mi cuerpo.—La madre de mi hija —contestó con tristeza mientras yo sentía que algo se retorcía dentro de mí. ¡Esa maldita perra del infierno era el primer amor de Marcos Saavedra! ¡La mujer por la que jamás me pudo amar, mucho menos respetar!Las palabras de mi hermano me dieron vueltas en la cabeza. No me fue difícil deducir que muy posiblemente mi pequeña Emilia fuera hija de Arturo. Eso explicaría la conexión tan dulce que desarrollamos. Desde que su manita tomó la mía hubo un clic en mi corazón.Al parecerse tanto a su madre fue comprensible que ni siquiera Marcos sospechara que no era suya. ¿Por qué no habían hecho una prueba de ADN antes? Porque Marcos amaba y confiaba en esa mujer, lo que ella decía se volvía la verdad absoluta para él. Marcos no era un hombre muy creyente, pero cuand
MARCOS SAAVEDRALas súplicas y reclamos de mis padres no pararon hasta que acepté casarme con la mujer que ellos escogieran. Sabía que no les sería tan fácil, pues querían a una mujer perfecta: hermosa, humilde, pero, sobre todo, virgen. Odiaban a las mujeres que no llegaban puras y castas hasta el matrimonio, y creían que Stella era indigna, pensando que yo no había sido, ni sería, el único hombre en su vida, argumentando que una actriz solía ser una mujer de «moral distraída». Mis esperanzas de ver regresar a Stella después del desprecio y el rechazo que sufrió por parte de mi familia, se vieron opacadas por mi futura esposa. La boda se planeó en muy poco tiempo y ante el altar me sentí acorralado.Cuando la marcha nupcial comenzó, por fin conocí a Katia, una niña demasiado joven para mi gusto, de apariencia inmadura, nerviosa. Era una criatura sin ningún regalo de la naturaleza, aún así sus ojos azules y cabello castaño llamaron mi atención. Entre más la veía, más curiosidad me da
MARCOS SAAVEDRAJamás entendí cómo es que, si Stella era el amor de mi vida y la primera que hizo latir mi corazón, ¿por qué no fui capaz decirle lo que sentía? ¿Por qué no pude gritarle en la cara que la amaba y que la extrañaba, que no podía criar a Emilia sin ella, que no podía ser feliz lidiando con su ausencia? La necesitaba a mi lado, pero mi cuerpo y mi alma parecieron estancarse. De esa manera decidí alejarme de ese maldito puente, pero no para regresar a una boda que yo no quería y de la cual dependía la sana convivencia con mis padres. Mis pasos me llevaron hacia un bar que ya me era conocido. Fui directo hacia la barra donde pedí trago tras trago hasta que perdí la cuenta. Solo y ebrio, esa fue la mejor manera de festejar mi boda. Sacudí la cabeza, espantando esos malditos recuerdos que tanto me dolían. Mi teléfono volvió a vibrar y entonces noté que me había llegado un mensaje más de mi abogado. «Está aquí, ¿quieres que mandemos el acta de divorcio a su habitación?», leí
KATIA VEGA Mi cabeza terminó contra el mueble detrás de mí, mientras que la boca de Marcos insistía, sus labios jugaban con los míos y su lengua ávida buscaba invadir mi boca. Sus manos se posaron a cada lado de mi cabeza, apresándome, escondiéndome con su cuerpo mientras yo luchaba por no desmayarme. Era la primera vez que me besaba con plena intención. En tres años de matrimonio, ni siquiera ante el altar se había apoderado de mi boca de esa manera y, a diferencia de nuestra noche de bodas, su aliento no olía a alcohol. Presioné mis manos en su pecho, queriéndolo apartar, pero parecía que mi rechazo le resultó ofensivo, pues me tomó por las muñecas y las presionó contra el mueble, a cada lado de mi rostro. —Quieta… —siseó contra mis labios. Su voz se volvió un ronroneo lujurioso que erizó mi piel. Mis mejillas ardían y aunque sus labios se habían separado de los míos, seguía sin poder respirar. Mi corazón latía atormentado y sus ojos me dominaron en cuanto se clavaron en los m
KATIA VEGAEl dinero da poder, el poder corrompe. Era una regla básica, porque con dinero puedes hacer lo que quieras y quien diga lo contrario es porque no tiene el dinero suficiente. En el caso de Marcos, él tenía dinero más que suficiente, y no solo eso, tenía control sobre el dinero de los demás. Si te cruzabas en su camino y lo ofendías, era cuestión de tiempo para que lo perdieras todo.Tu patrimonio, tu salud y tus sueños podían depender de no hacerlo enojar, incluso tu libertad, pues había escuchado de varios que habían terminado detrás de las rejas gracias a que él solicitaba una investigación fiscal contra alguien.No dejé de ser víctima de todos esos pensamientos mientras salíamos del hotel,
MARCOS SAAVEDRA—¿Cuándo firmaremos el divorcio? —preguntó Katia mientras retrocedía hasta pegarse a la cabecera de la cama.—Sabes cuánto odio aclarar algo que considero ya quedó claro —contesté dándole la espalda.—Pues para mí no está claro. —Se apoyó sobre sus rodillas y pude ver a través del espejo del tocador su rostro lleno de furia. Era adorable cuando intentaba hacerse la valiente. Como un gatito queriendo imitar a un león.La sensación que me invadió al verla en ese hotel con ese hombre que dijo ser su hermano me había llenado de ira, decepción, odio y, sobre todo, celos. Imaginármela siendo follada por alguien m&aacu
MARCOS SAAVEDRAAnte su mirada cargada de sorpresa, me quité la camisa y la arrojé al suelo. Desvió el rostro como si quisiera darme privacidad, mientras sus manos se retorcían, ansiosas por liberarse de su atadura, hecho que sería imposible.Paseé mi mirada por su cuerpo, esa maldita pijama de borreguitos cubría demasiada piel. Acerqué mis manos lentamente hacia los botones y comencé a desabrochar su camisa de franela.—¡No! ¡Espera! ¡No lo hagas! —gritó retorciéndose con el rostro completamente enrojecido.—¿Por qué no? Eres mi esposa… —Con un solo movimiento reventé los botones y abrí la camisa, provocando un gritito ahogado en Kati