EMILIA VEGAPegué las hojas a mi pecho y no pude aguantar mi llanto. Abrí de nuevo la carta para releer como si fuera un acto masoquista que no podía detener. —Antonio… no quiero ningún regalo, solo… quisiera una última oportunidad para verte, para abrazarte. ¡Dios! ¡Te extraño tanto que duele! —dije luchando con el nudo en mi garganta mientras acariciaba su firma, entonces… me di cuenta, la tinta estaba fresca. Pasé de la tristeza a la ansiedad. Una sola pregunta se formulaba en mi cabeza, pero no me atrevía a decirla en voz alta. Inspeccioné más de cerca notando que cada palabra estaba recién escrita. Entonces escuché un taconeo suave, cuando volteé vi una sombra pasar, se dirigía a la puerta trasera. Dejé todo sobre la mesa y salí corriendo detrás, pero cuando se perdió de mi vista, me sentí perdida. Era como si la casa estuviera viva y llena de fantasmas. Intenté calmar mi corazón y cuando estaba a punto de regresar al interior, de nuevo esa sombra apareció por el rabillo de m
EMILIA VEGA—Era de mi abuela… —contestó Antonio con una sonrisa de medio lado—. Lo robé antes de huir de casa. Antes de ser declarado un maldito loco enfermo, me dijeron que ese anillo tenía que terminar en el dedo de la mujer correcta. »Supongo que siempre supe que tú eras la correcta, de una u otra manera. —Entonces tomó mi mano y lo puso sobre mi palma—, pero aún no es el momento. —¿Te quedarás? —pregunté con el corazón latiéndome en la cabeza. Tomó mi rostro entre sus manos y pegó su frente a la mía. Tenerlo tan cerca me estaba… afectando. No era el mismo sentimiento que siempre me embargaba cuando era niña, era diferente, era… más fuerte. De pronto era como si me sintiera incapaz de vivir sin él. Si se volvía a ir, me moriría de dolor. —¿Estás consciente de lo que me estás pidiendo, Emilia? —preguntó torturado.—Sí… Aceptaré cualquier riesgo —contesté aferrándome a su abrigo.—A tu familia no les agradará cuando se enteren… —agregó con media sonrisa. —No me importa… —respon
KATIA VEGAMi teléfono comenzó a vibrar sobre la mesa, recorriéndose lentamente hacia la orilla. Me acerqué corriendo, evitando que se fuera a caer. Cuando vi quien llamaba, mi estómago se revolvió y la hiel subió por mi esófago. Pegué el aparato a mi oído y, antes de que pudiera abrir la boca, lo escuché taladrando mis oídos con su hostilidad: —¡Katia! ¡¿Estás jodida de la cabeza?! —gritó furioso, su voz gruesa y profunda resonó causando eco en mi cerebro—. ¡¿Quieres matar a mi hija?! ¡¿Eso es lo que quieres?!Los ojos se me llenaron de lágrimas, no por el regaño, no por su voz demandante y sus acusaciones, sino por la preocupación. ¿Qué le había pasado a la niña y por qué era mi culpa?—¡Te quiero en el hospital general a la voz de ya! Sé perfectamente cuanto tiempo te haces de la casa hasta acá, tárdate un segundo más y te juro que te arrepentirás. —Colgó el teléfono y pude imaginar que incluso lo había azotado contra el piso.Me quedé por un segundo pasmada, con el celular aún co
KATIA VEGA—Kat, es muy serio lo que te tenemos que decir… —dijo mi padre del otro lado de la mesa. Me sentía en esas salas de interrogatorio, con una única luz en el centro de la cocina mientras el resto de la casa permanecía en penumbras—. Estamos pasando por problemas económicos muy graves. El banco está a punto de quitarnos todos. No podemos seguir pagando la hipoteca y…—¿Y…? —Todo lo que me había dicho, ya lo sabía. —Y es necesario que te cases con el señor Marcos Saavedra —intervino mi madre. Siempre ha sido más desesperada que mi padre.—¿Marcos Saavedra? —pregunté desconcertada. Había escuchado sobre él, era el director ejecutivo del banco nacional. Todos lo conocían por su audacia en la bolsa de valores y sabían que él era la clase de persona que podía resolverte la vida o arruinarla por completo—. ¿Creen que es una buena idea? —Su familia está buscando una esposa para él y… ¿adivina, qué? Te les hiciste muy bonita. Si te casas con él, nos perdonarán la deuda y tú tendrás
KATIA VEGAHabía contraído nupcias con un hombre cruel y malvado, un hombre que era tan atractivo como soberbio, un hombre que estaba perdidamente enamorado de una mujer y no cualquier mujer, una hermosa actriz, reconocida por su belleza y, por supuesto, yo no tenía manera de competir con eso. Los padres de Marcos estaban en contra de ella, por creerla vulgar y con un trabajo que podría dejar en mal a la familia y que hacía dudar de su decencia. Ellos no querían escándalos, pero a Marcos no le importaba y la mujer había resultado embarazada, así es, la pequeña Emilia era el producto de ese amor imposible. La niña se quedó con la familia Saavedra, pero la actriz jamás fue aceptada. Eso no hizo que Marcos dejara de buscarla.Aun así, fingí que no me importaba y fui una esposa comprometida. La pequeña Emilia no tenía la culpa de lo que pasaba, así que todo el amor que su padre rechazaba, lo deposité en ella. Ella era un ángel y en poco tiempo comenzó a llamarme mamá, llenándome de una s
MARCOS SAAVEDRACuando regresé dispuesto a dedicar el resto de mi día a esperar a que mi pequeña fuera dada de alta, vi a la directora presurosa corriendo hacia mí. Torcí los ojos y apreté los dientes, no necesitaba hablar con esa incompetente. —Señor Saavedra, me alegra que la niña esté mejor. En verdad lamento mucho lo ocurrido, tuve que preguntarle si era alérgica a algo. Fue una falta que no volverá a pasar y… Levanté mi mano enguantada en piel negra, silenciándola, mientras me percataba de la maestra a su lado, temblorosa y nerviosa, con la mirada clavada en el piso. —Despídela… —dije tajante, logrando que por fin esa mujer levantara su mirada hacia mí.—¿Despedirla? —preguntó la directora sorprendida y volteó hacia la maestra.—Por favor, yo… no… es que… tengo muchos gastos y… ¡Por favor! ¡Yo amo mi trabajo! ¡No fue mi culpa! ¡Si hubiera sabido…!—No me agrada repetir una orden —agregué con tono suave, peligroso y demandante.—Lo siento… —dijo la directora apenada, pero consc
KATIA VEGAEl resto de la boda yo fui un cero a la izquierda, vestida y maquillada como una hermosa muñeca, pero ignorada en un rincón. Cuando por fin pude refugiarme en la habitación que compartiría con mi esposo, noté que estaba sola, Marcos aún no había llegado y dudaba que lo hiciera. Tomé la ropa sobre el colchón, un conjunto de encaje rojo atrevido para la noche. Era obvio que parte del acuerdo no solo era la boda, sino tener un hijo. Vi el reloj y dudé mucho que él estuviera interesado en comenzar a procrear hoy, así que deseché la idea, me di un buen baño y me puse un camisón de seda bastante lindo y cómodo. En cuanto me recosté, la puerta se abrió, tomándome por sorpresa. Se trataba de él. Marcos, con la corbata desanudada y la camisa desfajada entornó los ojos y se me acercó lentamente. Olía a alcohol y desconfianza, sus movimientos no eran tan firmes y decididos, su equilibrio se veía tenuemente afectado.Me levanté de la cama y me acerqué a él. —¿Estás bien? —pregunté n
KATIA VEGANo tuve que decidir si quedarme o no en la casa de mis padres, ellos decidieron por mí, echando mi maleta a la calle. Quise maldecirlos, ellos me condenaron a tres años de dolor y sufrimiento y ahora ¿yo era la culpable?, pero estaba demasiado cansada para hacerme de palabras con ellos, así que tomé mi maleta y comencé a caminar en busca de un lugar donde poder pasar la noche. No tenía mucho dinero en mis bolsillos, solo el suficiente para una habitación de un hotel de dudosa calidad. Cuando creí que las cosas no se podrían poner peor, el cielo se oscureció y los relámpagos comenzaron a sonar con fuerza. —No puede ser cierto… —Levanté mi mirada hacia el cielo en cuanto la primera gota cayó sobre mí, y muchas más la siguieron. No era una llovizna sutil, una brizna tolerable, más bien parecía que cada gota era un hielo que chocaba con mi cuerpo. Seguí caminando mientras en mi cabeza me imaginaba que de pronto Marcos aparecería, me vería en desgracia y me pediría perdón, me