KATIA VEGA
—¡Mami! ¡Mami! —exclamó Emilia corriendo hacia mí, con emoción—. ¡Hoy hice un nuevo amigo!
—¿Ah sí? —Escuchar eso me emocionó. No podía creer que, siendo una niña tan adorable, le resultara tan difícil hacer amigos. Había niños muy crueles en el colegio cuando mi pequeña era tan linda—. ¿De quién se trata? Cuéntame…
La llevé de la mano hasta el auto donde nos esperaba Silvia, que no apartaba su mirada de ninguna manera.
—Es un secreto… —dijo Emilia divertida y risueña.
—Bien, cuando te sientas lista para decírmelo, e
KATIA VEGA—¡¿Cómo pudiste?! —exclamó Noelia mientras Yael la ayudaba a salir de la piscina. Por el centelleo de la pantalla de su celular, estaba arruinado, lo cual me daría más tiempo. Me aferré a la orilla previniendo irme a lo más hondo, pero cuando quise salir me encontré con ella y su vestido arruinado. ¿Era un buen momento para decirle que no sabía nadar? —¡No eres nadie, Katia Vega! ¡Solo el juguete de un hombre poderoso que no tardará en desecharte cuando encuentre algo mejor y digno para él! ¡Solo eres una niñera para su hija! ¡De seguro ni siquiera te ve como mujer! —exclamó furiosa, sin intenciones de dejarme salir.—Dime algo que no sepa —susurré escondiendo mi tristeza. Silvia, quien había querido acercarse a ayudarme, era sostenida por las damas de honor. Cuando intenté salir, Noelia casi me pisa los dedos. —¿Qué harás? ¿Dejarme aquí hasta que me muera de hipotermia? —pregunté resintiendo el frío en mis huesos. —No es una mala opción… —contestó Noelia con malicia.
KATIA VEGA—No, señor Saavedra, por favor… es injusto. No lo entiende… —suplicó el señor Esquivel, desesperado, con la angustia palpitando en sus ojos. —Claro que lo entiendo, está a nada de perderlo todo —continuó Marcos, regodeándose—. Espero que el mediocre de su yerno sea capaz de encontrar una solución, porque mientras se mantenga en este país, ningún negocio florecerá en sus manos, cualquier cosa que lleve el nombre Esquivel de respaldo, se pudrirá, de eso me encargaré. Los Esquivel habían sido humillados nuevamente por culpa de Noelia y su imprudencia. Dejando atrás los murmullos cargados de veneno y burla hacia la familia arruinada, Marcos me llevó hacia el auto, con su saco tibio y seco sobre mis hombros y su mano anclada a mi cintura, dirigiéndome con firmeza. Cuando se dio cuenta de que mis músculos aún seguían entumecidos y no podía andar tan rápido como él o Silvia, entonces me tomó en brazos, sin quisiera avisarme. Me aferré a su cuello, temiendo caer, sintiéndolo tan
KATIA VEGA Me levanté tarde, aun así, me apresuré, dispuesta a preparar el desayuno. Emilia ya no estaba en su habitación y me preocupaba que mi retraso molestara aún más a Marcos. Cuando llegué hasta el comedor, me quedé congelada. Marcos desayunaba tranquilamente junto a Emilia y, al lado de Emilia, atendiéndola con devoción y aparente cariño, Ivonne Esquivel. —Buenos días, señora Saavedra. Espero que no haya agarrado un resfriado después de lo de anoche —dijo Ivonne con una sonrisa amplia. —Mi mami es muy fuerte —dijo Emilia con alegría, recibiendo una sonrisa de Ivonne. —¿Sí? ¿Es muy fuerte? ¡Tan fuerte como su hija! —exclamó haciéndole cosquillas a Emilia quien parecía encantada con su nueva institutriz, mientras yo comenzaba a sentirme celosa. No tenía que ser muy perspicaz para notar esas exageradas atenciones de Ivonne hacia Marcos y Emilia. De pronto me sentí ajena, como si no encajara, como si ella fuera la pieza que esa pequeña familia necesitaba para reemplazarme.
KATIA VEGA —¿Cómo? ¡Sí! ¡De inmediato! —exclamó Silvia pegando el teléfono al pecho y dedicándome una mirada que me hizo sentir angustiada—. Hablan de la escuela, quieren comunicarse con la madre de Emilia… Apenas terminó la frase cuando Ivonne se precipitó hacia ella y le arrebató el teléfono. —¿Sí? Ella habla… —contestó con seguridad, tomándome por sorpresa e indignándome. Me acerqué con ganas de jalarla del cabello y quitarle el auricular, pero me contuve. —¡¿Qué?! ¡¿Cómo es eso posible?! ¡¿Son estúpidos?! —exclamó indignada, caminando de un lado a otro, autoritaria, prepotente, con toda la actitud que tendría la dueña de la casa—, pero… ¿la niña está bien? —¿Qué ocurre? —pregunté intentando hacerme presente, pero ella alzó su dedo h
KATIA VEGA —¡¿Qué crees que haces?! —exclamó Ivonne en cuanto saqué un par de billetes de su bolso. —Dile a tu «amado» jefe que te pague lo que tomé —contesté con los dientes apretados y buscando un taxi con la mirada mientras Ivonne metía a la niña al asiento trasero del auto. —Me robas y, a parte… ¿no planeas regresar con nosotras? ¿Qué esperas que le diga al señor Saavedra? —preguntó cruzada de brazos. —¿Mami? ¿No vendrás? —preguntó Emilia angustiada, asomada por la ventana. —Regresaré más tarde, cariño, lo prometo —contesté con gentileza, sabiendo perfectamente que el idiota de Arturo debía de estar en la cárcel. ¡Era tan imprudente! —Siempre y cuando Marcos te acepte de vuelta… —
KATIA VEGA —¿Cómo se te ocurrió algo así? —pregunté con pesar, pero… conocía a mi hermano, sabía lo impulsivo que podía ser. —Katia, Emilia es mi hija, no de Marcos. Tengo que recuperarla. —No creo que sea tan fácil. —¡Por favor! Marcos Saavedra es un hombre frío, de seguro al enterarse de que Emilia no es su hija, no la querrá ver jamás. ¿Qué tan difícil puede ser recuperarla? —preguntó fastidiado, sobándose las sienes. —Permite que sea yo quien se encargue… —pedí en cuanto puse la mano en la puerta del auto, lista para salir. Después de llegar a la comisaría y sacar a mi hermano de ahí, él se ofreció a traerme a la casa. Por precaución le pedí que se estacionara un
KATIA VEGAHabía decidido irme a la sala, me dolía el corazón y el orgullo. Por si fuera poco el sufrimiento que ya cargaba conmigo, escuché gemidos fuertes saliendo de la habitación. Era Ivonne quien parecía no poder controlar su gozo.En lo primero que pensé fue en Emilia. ¿Escucharía tales ruidos? ¿Podría dormir? Subí las escaleras, con el corazón rompiéndose en miles de pedazos conforme los gemidos desesperados taladraban mis oídos. Llegué hasta la habitación de Emilia y noté que dormía plácidamente, pero… aunque su sueño era bastante pesado, no pude evitar notar que fruncía el ceño y se revolvía. El ruido estaba a punto de despertarla y eso sí que no lo permitiría.
MARCOS SAAVEDRA—Emilia es mi hija, por eso fui a la escuela, porque quería verla, porque… quería acercarme a ella y conocerla —contestó Arturo levantando a Katia del suelo—. No comprendo, si no quieres a mi hermana, si la maltratas y la humillas, ¿por qué te casaste con ella? ¿Por qué la retienes? ¡¿Qué carajos te hizo para que la odies tanto?!Mi mirada se despegó de esa hoja que afirmaba que Emilia era su hija y entonces me di cuenta de la manera en la que Katia se refugiaba entre sus brazos, con la mirada perdida y las lágrimas cayendo por sus mejillas.—Pero descuida… Me la llevaré, no volverás a saber de ella. Juro que no volverá a posarse en tu camino, señor Saavedra —agreg&oacu