CAPÍTULO 4. Un hombre que no tolera desafíos
Alexa quería que la tierra se la tragara. Había ido a aquella empresa a conquistar al CEO y había acabado ofendiéndolo de la peor forma posible. Sabía que tendría suerte si no la ponía de patitas en la calle antes de dejarla hablar ¡y encima llegaba peleándose con su supervisor!
"¡Mierda!" pensó mientras Malcovich entraba corriendo tras ella, con cara de espanto.
Sin embargo las emociones de Scott Hamilton parecían tan controladas como una bomba a punto de explotar. Se levantó despacio y miró a Alexa de arriba abajo. Estaba despeinada, descalza, desarreglada, el sudor le corría desde la frente y caía en pequeñas gotas entre sus pechos, mientras jadeaba por el esfuerzo de subir las escaleras... Parecía exactamente la bruja que era y lo peor de todo era que Scott Hamilton solo quería quitarle aquel sudor entre los pechos con la lengua. ¡¿Pero a él qué diablos le pasaba con aquella mujer?!
—¿Qué demonios es esto? —gruñó cuando la vio detenerse frente a él, pero Malcovich casi la empujó a un lado para sacarla de su vista, y eso le sentó a Scott todavía peor.
—Señor... yo... bueno, la verdad es que... —balbuceó el hombre sin saber qué decir—. ¡La señorita me ha faltado al respeto! —espetó de repente Malcovich.
—¡Me lo puedo imaginar! —siseó Scott mirándola—. Y como usted no es el primero, adivino que esa debe ser una constante en su carácter.
—¡Pues fíjese que yo solo le falto el respeto a los hombres que se pasan de listos conmigo! ¿No es así, señor Malcovich? —siseó Alexa.
El hombre junto a ella se puso rojo de la ira, pero antes de que pudiera hablar, el señor Hamilton lo interrumpió.
—¡Déjeme solo con ella, señor Malcovich! —siseó y bastó una mirada penetrante para que el supervisor se tragara su maldición y saliera de la oficina. Scott le dio la vuelta al escritorio y se detuvo frente a ella, metiendo las manos en los bolsillos—. Si mal no recuerdo dijo que ayer era su primer día, pero cualquier mujer inteligente sabe que no debe entrar a la oficina de su jefe en esas fachas. ¡Descalza! ¡Sudada! ¡Desgreñada! ¡Y oliendo a ordeñadora de vacas!
Los ojos de Alexa se abrieron desmesuradamente, pero si él creía que iba a dejarse vapulear estaba muy equivocado.
—¡Pues si el señor supervisor no se hubiera metido en mi camino, yo no habría tenido que subir corriendo quince pisos, dejando los malditos zapatos en las escaleras, para venir a informarle a mi jefe que están tratando de robarlo! —le espetó ella.
Scott miró la carpeta estrujada en su mano y se le escapó una risa irónica.
—A ver, niña. Malcovich ha sido mi supervisor de analistas por años...
—Y precisamente por eso debería preocuparle que me haya perseguido para que no le entregara este informe. No soy una novata, sssseñorrrr Hamilton —dijo arrastrando las letras con sarcasmo—. Malcovich dice que me equivoqué, pero eso no es cierto. Sé cuándo alguien trata de hacer un fraude, y a usted se lo harán si firma ese contrato.
Scott apretó los puños y la rodeó. No sabía qué le pasaba con aquella mujer. Quizás era el carácter desafiante, quizás lo había seducido con aquel absurdo conocimiento sobre sus autos favoritos, o quizás solo fuera que tenía el cuerpo de una diosa de la fertilidad y la mirada de una valquiria, ¡lista para matar! Pero lo cierto era que le estaba despertando más sensaciones de las que quería reconocer.
—¡Si tu supervisor dice que te equivocaste, entonces te equivocaste! —sentenció—. Y ahora lárgate de mi oficina antes de que...
La carpeta que Alexa llevaba en las manos se estampó con furia contra su pecho y las hojas volaron contra su cara, haciendo que el gran Scott Hamilton se quedara petrificado por la impresión.
—¡Pues espero que te roben tanto como puedan! —le escupió—. Si quieres ser ciego, entonces bien por ti. Uno de tus ejecutivos te saca dinero en tus narices ¿y eres demasiado orgulloso como para escuchar mi advertencia? —De sus labios salió una risa decepcionada—. ¡Maldición! Al final de verdad no eres tan impresionante como te crees.
Y aquella sarcástica decepción fue para Scott peor que una bofetada.
—¡Estás despedida! —le gritó—. ¡Despedida! ¡Largo! ¡Me encargaré de que jamás vuelvas a trabajar en ninguna empresa decente! ¡Te voy a...!
Pero no pudo seguir hablando, porque Alexa se envolvió su corbata en un puño y tiró de ella con tanta fuerza que lo obligó a pegarse a su cuerpo, muy cerca de su boca.
—Dígame algo, señor Hamilton... —susurró sobre sus labios—. ¿Usted se sabe mi nombre? No, ¿verdad? Entonces buena suerte buscándome entre sus cuatro mil seiscientos empleados. —Retrocedió con una sonrisa desafiante y le dio la espalda para dirigirse a la puerta—. ¡Lo estaré esperando en mi humilde oficina, señor Hamilton!
Scott estaba que explotaba, pero la verdad era que tenía seco hasta el estómago, porque el calor que salía del cuerpo de aquella condenada mujer era incomparable.
—¡Luci! —gritó y su asistente entró nerviosa y apurada. En un minuto había levantado todos los papeles del suelo.
—¿Quiere... quiere que los tire, señor? —preguntó la muchacha—. ¿Y dejo entrar al señor Malcovich? Está muy ansioso allá afuera.
Scott arrugó el ceño. ¿Por qué diablos tenía Malcovich que estar nervioso?
—¿De verdad venía corriendo detrás de la mujer? —preguntó y su secretaria asintió.
—Sí, trató de quitarle estos papeles varias veces —dijo en un murmullo—. Le decía "no te metas en esto" y "te vas a arrepentir".
CAPÍTULO 5. Un juego demasiado peligrosoScott achicó los ojos. Quería asfixiar a aquella mujer con sus propias manos, pero no era un hombre estúpido.—Pon los documentos sobre mi escritorio. Dile a Malcovich que espere —ordenó y un instante después se quedaba solo.Scott respiró intentando calmarse y luego se sentó. Tomó su pluma favorita y abrió aquella carpeta. Ya había visto aquel contrato, había revisado los números de forma superficial y no había encontrado problemas, sin embargo las notas al margen de aquellas hojas, en pulcra caligrafía femenina, le contaban una historia muy diferente.Se echó adelante en el asiento, y lo repasó una y otra vez, pero los números no mentían. Ella se había dado cuenta de un mínimo error que podía costarle millones en los siguientes tres años.—¡Mierda, tenía razón la bruja! —siseó. Y eso también significaba otra cosa: Que Malcovich había tratado de engañarlo. Lo hizo pasar y apenas atravesó la puerta lo increpó—. ¡¿Por qué querías ocultarme esto!
CAPÍTULO 6. Desafiando al “Señor Hamilton”Scott Hamilton era un hombre de treinta y cuatro años, medía uno ochenta y ocho y pesaba ciento doce kilos. Tenía tatuada gran parte de la mitad derecha de su cuerpo y sus ojos eran de un azul aguamarina clarísimo.Le gustaba el kick-boxing y los autos rápidos, con una predilección especial por los Ferraris; y lo no-humano que más amaba en el mundo era a Beast, su mastín italiano.Había heredado una pequeña fortuna en la industria de calzado gracias a su padre, pero en el momento en que habían puesto aquella empresa en sus manos la había vendido y había usado el dinero para levantar un imperio en el sector de la tecnología. Creaban los mejores videojuegos y las mejores consolas. Tenía miles de profesionales trabajando para él y su solo nombre se había convertido en una marca.Las revistas lo catalogaban como uno de los diez solteros más codiciados del planeta, así que si Scott Hamilton tenía algo de sobra, era mucha seguridad en sí mismo... ¡
CAPÍTULO 7. Una bomba a punto de explotarScott Hamilton se apoyó en el escritorio y soltó todo el aire que había contenido, dándose cuenta de que tenía el corazón desbocado como un caballo de carreras.—¡La odio! —gruñó con rabia, pero un instante después sonrió al darse cuenta de que su venganza ya estaba en marcha.A partir de ese día el ascenso de Alexa Carusso sería su condena. Los ejecutivos la odiaban y sus propios subordinados, el resto de los analistas, la detestaban por haberle quitado el trabajo a su antiguo supervisor.A medida que pasaban los días, Alexa se encontraba hundiéndose más y más en un pozo de desesperación. Su trabajo en la empresa tenía un claro objetivo, pero rápidamente se convirtió en una pesadilla al ser constantemente menospreciada y acosada por el resto de sus compañeros.Presentar quejas en Recursos Humanos era inútil, porque parecía que el mismo jefe lo permitía. La trataban con desprecio y falta de respeto, y todos intentaban mangonearla.Pero a pesar
CAPÍTULO 8. Todo sobre ellaLa sonrisa de Scott Hamilton se convirtió en una expresión de espanto en un segundo mientras corría hacia el saloncito de descanso. La cafetera industrial había estallado de una forma extraña y la mitad de las paredes estaban llenas de café.—¡Maldición! ¡Maldición! —exclamó Scott derrapando junto al cuerpo inconsciente de Alexa y golpeándole la cara con gesto desesperado—. ¿Alexa...? ¡Alexa!Pero ella no reaccionó. Su cuerpo temblaba y estaba muy caliente, como si estuviera sufriendo un terrible shock.—¡Llamen a una ambulancia! —gritó y se giró hacia el ejecutivo que le había hablado antes—. ¡Tú, Milton, llama a una ambulancia y no salgas de mi vista! —ordenó.Aterrorizado, Scott intentó desesperadamente despertar a Alexa de su estado de inconsciencia. Pero cuando la tocó se dio cuenta de que su pecho estaba hirviendo. La explosión de la máquina de café industrial había lanzado chorros de líquido caliente por toda la habitación, empapando a Alexa en café
CAPÍTULO 9. La mitad de un hombre arrepentidoNo pasó mucho tiempo hasta que se regreso contestó otro mensaje."Considéralo hecho"Y durante las siguientes cuatro horas Scott esperó impaciente a que Alexa despertara y cuando por fin lo hizo, la primera mirada que le dirigió fue de acusación.—Lamento mucho lo que pasó —dijo Scott y a Alexa se le cristalizaron los ojos por el esfuerzo mientras se sentaba.—¿Por qué el CEO Hamilton tendría que lamentar el accidente de su empleada más odiada...?—¡Alexa...!—...A menos que no fuera un accidente —terminó ella y por la mirada de Scott supo que había dado en el clavo. Por algo todos habían salido huyendo cuando ella se había acercado a aquella cafetera—. ¿Tú hiciste esto? —lo increpó.—¡Claro que no! —gruñó Scott entre dientes—. ¡Soy un hijo de puta, pero tengo formas más efectivas de doblegarte que haciendo explotar una cafetera en tu cara!—¿¡Ah sí!? ¿Como cuáles?—Como despedirte —replicó él tajante—. Me gusta jugar contigo, muñeca, pero
CAPÍTULO 10. El drama de las ochoUna semana. Había pasado una semana desde que aquella cafetera había explotado en el saloncito de descanso. Alexa estaba mejor, había regresado a trabajar a los dos días contra todas las indicaciones del médico, y sus compañeros no habían vuelto a cruzarse en su camino ni siquiera para dar los buenos días.Para nadie era un secreto que el CEO Hamilton había mandado a investigar el supuesto accidente y Daniel Craig, el abogado de la compañía, había incomodado a todos con su presencia lo suficiente como para que nadie se atreviera a volver a hacerle otra broma a Alexa.Scott, por su parte, había contratado a un equipo de consultores externos y los había instalado en una de las salas de juntas. Cinco expertos que mantenían aquella habitación inmaculada y todos los documentos en perfecto orden, sin embargo...—¡¿Cómo que no han encontrado nada?! —Scott no podía creer lo que le estaba diciendo aquel hombre—. Dígamelo de nuevo, porque debo estar sordo.—Cál
CAPÍTULO 11. Sometiendo a una chica malaEl rostro de Scott Hamilton se ensombreció en un segundo.—¿De qué estás hablando?—Ven, mira aquí —Alexa sacó tres expedientes y el CEO se puso a revisarlos de inmediato.Cinco minutos después echaba atrás la silla del escritorio de Alexa y se sentaba, revisando cada una de las inversiones que Alexa le señalaba. Tres casos más, tres problemas... ¡y él no había notado ninguno!—¡Maldición! —gritó lanzando la pluma contra una de las pizarras—. ¿Cómo no vi nada de esto? ¡Tres fraudes más!—Lo bueno es que dos de esos contratos todavía están en periodo de rescisión, puedes cancelarlos, pero el tercero... —murmuró Alexa y Scott golpeó la mesa.—¿De cuánto van a ser las pérdidas? —preguntó.—Si lo cancelas hoy mismo, poco más de cinco millones —respondió ella.—No es mucho... —suspiró Scott con alivio mientras se levantaba.—No, pero si alguien se embolsó cinco millones sin que lo notaras, quizás esta no sea la primera vez que lo haga —replicó la mu
CAPÍTULO 12. Una descarga… especialAlexa respiró pesadamente mientras sus senos subían y bajaban contra el pecho cincelado de Scott Hamilton. Podía sentir el calor de su cuerpo presionando contra el suyo, y podía saborear su aliento mientras la besaba apasionadamente.No pudo evitar gemir de deseo, sintiendo que una oleada de placer recorría su cuerpo. Estaba completamente perdida en el momento, invadida por intensas emociones que no quería tener. Ya no.Él empuñó el cabello de su nuca mientras profundizaba y dominaba aquel beso, explorando su boca con la lengua. No podía apartar las manos de su cuerpo y trazó un camino de dulces y abrasadores mordiscos por su cuello y por su clavícula. Aquella mujer lo volvía loco y no podía negarlo. No podía controlar sus pensamientos, no podía controlar sus reacciones, no podería controlar aquella lengua que lo retaba a cada instante, y el hecho de que fuera una mujer tan inteligente y encima lo supiera, solo lo hacía peor.El deseo de Scott por A