CAPÍTULO 3. ¡Tú!

CAPÍTULO 3. ¡Tú!

Y como no existe nada más fuerte que la voluntad de una mujer que quiere venganza, Alexa se llevó el trabajo a casa, apenas durmió, pero cuando estaba amaneciendo por fin aquel error se reveló ante ella.

—Alguien lo está robando —sonrió Alexa y corrió a preparar café mientras Howard salía de su habitación medio dormido.

—¿Qué pasa? ¿Por qué gritas como gata en celo? —protestó.

—¡Alguien está robándole a Scott Hamilton! —exclamó Alexa emocionada—. ¡Nadie es invulnerable en la vida, y alguien le está robando al ogro, así que ya tengo mi camino abierto hacia él!

Sin embargo muy pronto Alexa se daría cuenta de que aquella alegría era demasiado prematura. En cuanto le dijo al señor Malcovich que había encontrado problemas en los números, el supervisor le quitó los documentos sin siquiera preguntarle dónde estaba el problema.

—¡Oiga, yo debería hablar con el señor Hamilton de esto! —sentenció ella sin saber las intenciones de Malcovich.

—Esto está muy por encima de su nivel de paga, señorita Carusso —espetó el hombre con nerviosismo—. Yo mismo revisaré los números.

—Pero...

—¡Pero nada! ¡Yo haré el informe! —ladró el hombre y salió de la oficina dando un portazo.

Alexa comenzó a sospechar, pero por suerte tenía copias de los documentos y volvió a revisar todo, confirmando que aquella inversión era un fraude. Así que al mediodía taconeó con fuerza hasta la oficina del supervisor.

—¿Ya revisó los números? ¿Ya hizo el informe? —preguntó sin rodeos.

—Sí, ya está todo en orden —aseguró el hombre evasivo.

—¿Y encontró el problema? —insistió Alexa.

—No, no encontré ningún problema —repitió él con nerviosismo—. Solo te equivocaste. Ahora si me disculpas, tengo que irme.

—¡Señor Malcovich! —Alexa levantó las cejas con un gesto de confianza—. ¡Yo no me equivoqué! Ese contrato es un intento de fraude a esta empresa, si yo que soy una simple analista pude verlo ¿Cómo es que no lo vio usted?

—¡Exacto! —replicó el hombre molesto—. ¡Eres una simple analista y yo soy tu jefe...!

—Pues evidentemente ese es el primer error —siseó Alexa—. Y si usted no informa al señor Hamilton que él está siendo engañado, entonces seré yo quien lo haga.

—No puede hacer eso, señorita Carusso... ese es mi trabajo...

—¡Pues hágalo! ¿Por qué no quiere informarle? ¿Qué le impide decirle la verdad al hombre que paga su salario? —preguntó Alexa con desdén.

—¡Ya le dije que esto está muy por encima de su nivel de paga, así que déjelo en mis manos o será despedida! —sentenció Malcovich rojo de la ira.

—¿Me va a despedir por hacer mi trabajo? —le espetó ella—. ¡Pues vamos a ver si el señor Hamilton está de acuerdo!

Sin decir otra palabra, Alexa le arrebató la carpeta de documentos de la mano y corrió directo al ascensor. La oficina del CEO estaba en el último piso, pero iba con la intención de hacer escándalo si era necesario. No permitiría que nadie se interpusiera en su camino hacia Scott Hamilton.

—¡Alexa! —gritó Malcovich desde el otro extremo del pasillo, pero ella no se detuvo—. ¡Te vas a arrepentir de esto! ¡Regresa aquí!

Alexa ignoró sus gritos y subió al ascensor, justo a tiempo de ver que Malcovich se acercaba corriendo.

—¡Maldición! —gruñó saliendo del ascensor antes de que él la alcanzara y tomando las escaleras. Las subió apresurada, y escuchó a Malcovich tras ella. Miró arriba, le faltaban al menos quince pisos—. ¡Rayos!

Corrió hacia arriba tan rápido como podía, sin preocuparse porque su moño se estaba deshaciendo, su ropa se sudaba o el tacón de su zapatilla se rompía. En cierto punto dejó de oír los gritos de Malcovich, pero siguió subiendo apurada.

Quince pisos después, parecía la bruja de la escoba, y salía del cubo de la escalera solo para darse cuenta de que el idiota de su jefe ya la estaba esperando.

—¡Alexa! —gritó Malcovich cuando vio que ella se dirigía directo a la oficina del CEO—. ¿Qué crees que estás haciendo?

—¡Nada, solo me pidieron que hiciera el informe y eso fue exactamente lo que hice, así que ahora voy a presentarlo! —respondió ella sin parar.

—¡No te metas en esto! —gruñó Malcovich agarrándola por un brazo, pero Alexa le dio una patada en la pantorrilla.

—¡Suéltame! —exclamó. Se quitó las destrozadas zapatillas y las tiró a un lado, mientras veía al hombre doblarse de dolor—. ¡Y sal de mi camino!

Tres personas más corrieron tras ella cuando empujó la puerta de la oficina del CEO sin invitación.

—¡Necesito hablar con el señor Hamilton! —declaró al entrar, pero cuando el único rostro en aquella oficina se levantó hacia ella, Alexa se quedó petrificada. ¡Era él! ¡Es semidiós del Ferrari! ¡Y ella que tan fácil le había enseñado el dedo del medio... y le había dicho que se venía en 2,9 segundos...!—. ¿¡Tú!? —murmuró con espanto.

—¡Tú! —gruñó Scott Hamilton como si estuviera listo para devorarla.

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