—Mañana tengo una entrevista en una constructora —le comentaba mientras dispuso meticulosamente los cubiertos en una pequeña mesa de madera que exhibía los signos del tiempo cerca de la cocina.
— ¿Y cuál será tu función allí? — inquirió él con una leve sonrisa de perplejidad, retornando a la cocina para recuperar el último plato de comida. —Inicialmente, es probable que no me asignen tareas de gran relevancia. Pero tengo mis formas de ascender —añadió, colocando el último cubierto en el plato restante. —Parece que ya estás hablando como si el trabajo ya fuera tuyo, ¿no es así? —Es que conocí a una persona influyente. Estoy segura de que me contratará. —Bueno… —Le sonrió, sin profundizar en el tema, hasta que lo hizo, pero esta vez para llamar a la mujer. —Pepper, la comida ya está servida —anunció, regresando a la cocina en busca de un vaso que faltaba. En ese momento, salió del patio la mencionada Pepper, avanzando con precaución debido a su falta de visión, dirigiéndose directamente hacia la mesa. Una vez sentada, preguntó: — ¿Qué me puedes contar sobre el trabajo en la constructora? — El rostro del de tez pálida mostró un atisbo de sorpresa. La mujer continuó hablando. — Soy ciega, no sorda. El interlocutor carraspeó mientras le pasaba el vaso de jugo y respondió: —Sí, claro, usted sabe, ¿qué más puedo decir? —¿Y quién es la señora de la que hablabas con Timothe? —replicó, sin mirar a ninguno de los dos interlocutores, quienes intercambiaron una mirada fugaz y soltaron un suspiro contenido. La mujer prosiguió. —Si no me lo cuentas, debe ser porque no es algo bueno. ¿Quién es? —Es alguien que trabaja en una empresa. No le dije nada para evitar los escándalos que suele armar. Timothe, ¿me pasas la sal? —pidió al hombre de cabello gris, quien le entregó el salero. —Ah, ya entiendo. ¿Y cuál es el rol de esta señora en la empresa? —Pepper, no comprendo por qué te preocupa tanto —le dijo mientras daba un bocado a su comida y añadía sal a la ensalada. La mujer guardó silencio por un momento hasta que rompió bruscamente el mismo con un acto inesperado. —¿¡Qué es lo que no entiende a estas alturas!? —le preguntó entre un bramido, acompañado de golpes con la mano abierta que hacían temblar los platos y hacían que los presentes se sobresaltaran ante tal demostración de furia—. ¿Qué es? ¿Qué yo pregunte o qué? ¿Es sobre la mujer? ¿¡Qué es lo que ella quiere de usted, aparte del trabajo!? —dando un puñetazo en la mesa, inquirió entre gruñidos—. ¿Qué es? —Preguntó, mientras él solo guardaba silencio, con una expresión fruncida, al igual que su boca, al reprimir lo que realmente quería decirle a la mujer—. ¿Es que no entiende? ¿O es que quiere que le pase lo mismo que a su papá? Todas las mujeres son una desgracia. ¿Qué es lo que no entiende? Al no poder soportarlo más, el hombre que tenía ojos del color de las esmeraldas respondió: —Estoy buscando empleo, nada más. Estoy harto de que siempre me comparen con mi padre. Yo no seguiré su mismo camino, ¿sabe por qué? Porque yo no me enamoro, ¿me entiende? No me enamoro. — Se levantó abruptamente de la mesa. —Thomas, —le llamó Timothe—. ¡Thomas, la comida! ¡Hash! —resopló y luego dejó de prestarle atención, centrando sus ojos en la mujer a su lado, con evidente fastidio. -------------------------------------- La escena se dividía en dos. En la primera, se encontraba "el de mirar esmeralda", sentado frente a un espejo en su habitación, completamente desnudo, peinando hacia atrás su cabello blanco, similar al color de las paredes de su cuarto. Tenía una expresión pensativa, calculadora, como si estuviera tramando algo, como era característico de lo que solía ocupar su mente. Por otro lado, en el rincón donde se hallaba el altar, Pepper yacía en el suelo junto a un largo papel amarillento con escrituras de oraciones y, lo más destacado, ajos. Arrojó los ajos sobre el papel y luego se persignó, siguiendo su ritual. Las escenas se entrelazaban; en un momento, regresábamos al escenario desnudo de pelinieve y, en el siguiente, se volvía a estar con Pepper, quien, después de sus plegarias, sintió un repentino frío y el viento entró sin permiso por las ventanas del altar. La brusca intrusión del viento alarmó a Pepper. —Thomas… —Susurró y, como movida por un impulso repentino, salió corriendo de donde estaba y se dirigió directamente a la habitación de el de mirar esmeralda. —Thomas… —llamó nuevamente, su voz llena de agitación. —Deja de hacer tanto ruido, podrías despertar a los vecinos, Pepper. — ¿En qué estás metido, Thomas? — En nada que te incumba. — Las barracudas no mienten. Dicen que vas a traer desgracia a esta casa. — Estás delirando, Pepper. —No estoy loca —refunfuñó entre dientes—. Dime la verdad. ¿En qué estás metido? Thomas dejó de peinarse el cabello y le respondió con calma: —No tengo nada que decir porque no está pasando nada. —Se levantó y se acercó a ella—. Si sigues así, te llevaré a un asilo. —Atrévete, muchachito, atrévete. —Lo desafió y él soltó una risa leve. —Sabes que soy capaz, así que no me provoques. —Le advirtió antes de salir de la habitación sin decir más.— Mira, mamá, ahora no estoy de humor para uno de tus sermones, así que ahórratelos, por favor. — Entrando al despacho de su madre en el tercer piso, la morena declaró mientras se acercaba a ella. Su madre estaba sentada en una silla giratoria de color negro, detrás de un escritorio de madera de cedro. Estaba tomando un café y habló.— Bueno, pero ¿qué te pasa? Yo solo…— No, mamá, Jess y yo estamos buscando un nuevo patrocinio.— ¿Me estás escuchando? —le preguntó su madre. — Cálmate, no te voy a dar ningún sermón. Por otro lado, ya sabía lo del patrocinio.—¿Ah, sí?—preguntó, apoyando sus manos en el escritorio.— Sí.— Qué cosas… ¿Y tú, desde cuándo sabes cosas de mi vida o qué?— Siempre me ha interesado tu vida, aunque no lo creas o te parezca gracioso.— No, no es gracioso, es… sorprendente, más que todo. — Corrigió y se hizo un silencio entre ambas mientras su madre la miraba entreceñida.Un silencio que quedó atrás cuando la mujer, de mirada lapislázuli y apariencia muy simila
Salió de su casa, ataviado con una elegancia que desprendía sofisticación. Su look, que había conseguido con los magros ahorros que tenía a su disposición, lo convertía, sobre todo, en un auténtico londinense. En ese momento, se sentía como un modelo a seguir, al menos en lo que respectaba a su estilo al dirigirse a la empresa. Llevaba un abrigo de lana o tweed, liso y de un profundo color café oscuro, hecho de cashmere de alta calidad. Por lo general, una vestimenta de este tipo se componía de tres piezas, destacando un chaleco del mismo tejido, que también lucía en ese instante. Este chaleco se ajustaba perfectamente a su torso, revelando su esbelta y tonificada figura.Bajo el chaleco, vestía una camisa de cuello corto de color blanco, ligeramente más redondeado, un estilo conocido como "club collar". Esta camisa combinaba a la perfección con los pantalones de la misma tela, un tanto holgados. Completando su atuendo, llevaba unos zapatos negros estilo bota, que realzaban su eleganc
En la colina del barrio The Underground, se erigía una pequeña casa algo dejada, cuyo interior parecía tan olvidado como sus habitantes. Timothe, de tez un tanto morena, estaba terminando de arreglarse para su trabajo como enfermero, un empleo que le exigía mucho más de lo que el salario reflejaba. Mientras ajustaba su uniforme, se oyó el familiar crujido de la puerta de entrada: Selena había llegado. Ella, como siempre, se sentó sin pedir permiso en la mesa opaca de madera de la cocina, comiéndose un plátano con la misma confianza de quien está en su propia casa. —Timothe, usted me está mintiendo a mí. Dime la verdad, pues. ¿Él tiene otra o no? —exigió Selena, señalándolo con un dedo acusador. Sus ojos brillaban con una mezcla de frustración y desesperación, buscando respuestas. Timothe respiró hondo, preparándose para responder, pero la voz firme de Pepper resonó desde el fondo de la casa, cortando el aire como un cuchillo. —¿Quién llegó? Ah… la muerta de hambre de Selena, ¿no? —
—Nunca me dijiste que venías buscando a la doctora Hiddleston —la voz de la morena, suave, pero firme, rompió el silencio mientras se apoyaba en uno de los pilares cercanos.El pelinieve, al verla, soltó otro suspiro, esta vez de fastidio, y respondió:—¿Por qué tengo que decirte lo que hago o dejo de hacer?—Porque si fueras un poco más amable, podría haberte ayudado —contestó ella, su tono cargado de una mezcla de burla y desafío.El pelinieve giró hacia ella, su mirada fría:—No me interesa.Se puso de pie y dio un paso, pero la morena no se rindió.—Debe ser algo muy importante —dijo, sus palabras llenas de curiosidad.—¿Qué cosa? —respondió él, con desdén.—Lo que te trae aquí buscando a la doctora Hiddleston. Además, soportando las miradas juzgonas de Justin tanto tiempo.—Mis razones tendré y no son asunto tuyo —replicó él, dándose la vuelta para enfrentarla directamente.—Qué lástima, porque la doctora Hiddleston y yo somos muy cercanas, casi como si fuéramos familia. Si yo le
La noche había caído sobre la ciudad, envolviendo el edificio de Hiddleston Constructores en un aura de calma y luces titilantes. Dentro de la oficina, la morena Nina Hiddleston, aún sumida en sus tareas, hablaba por teléfono con Castellano, el atractivo ejecutivo principal de la compañía."—¿Así tal cual, mi mamá le quería presentar la propuesta a Holguín? —preguntó, su voz reflejando preocupación.—Nina... Tu mamá hizo el proyecto tal cual cree que debemos presentarlo —respondió Castellano, su voz suave y segura a través del auricular.—Ya… Oye… ¿A ti no te parece que estamos siendo un poco generosos con los porcentajes de participación? Tejares Del Lago es el proyecto más importante de la empresa y no vamos a sacarle el provecho que deberíamos.—Mira, para tu mamá lo más relevante es enganchar a Holguín. Ya después… Vendrán otros proyectos para compensar, así que ahora el marco de ganancias no sea tan bueno.—Okay, Castellano, gracias.—De nada."Nina colgó y se levantó de su silla
El pelineve estaba de pie bajo la tenue luz de la tarde, que comenzaba a fundirse con la noche, esperando que algún taxi o autobús apareciera en el horizonte. El día había sido fructífero, sí, pero no en la forma en que otros podrían imaginar. Para el pelinieve, cada pequeño paso hacia su objetivo lo acercaba más a la venganza que había anhelado por tanto tiempo. Sus pensamientos eran un remolino de recuerdos dolorosos y una determinación sombría. El aire se sentía denso, cargado de un calor húmedo que hacía que su camisa se pegara incómodamente a su espalda. Estaba inmerso en este malestar cuando un auto negro, elegante y reluciente, se detuvo frente a él con un suave ronroneo de motor. La puerta se abrió, y de ella emergió una mujer morena que Thomas reconoció al instante.Ella salió con la gracia de alguien que sabe que está siendo observada, su cabello oscuro, enmarcando un rostro que irradiaba confianza y cierta frialdad. Apoyándose con naturalidad en la entrada del auto, sus ojo
— ¿Cómo te fue con la doctora Hiddleston? — preguntó la morena, estando al volante, con una mezcla de curiosidad y tono juguetón en su voz. Sus ojos azules se mantenían fijos en la carretera, pero de vez en cuando lanzaba una mirada de soslayo al pelinieve sentado a su lado.El de mirar esmeralda, con el ceño fruncido, miró por la ventana, observando cómo las luces de la ciudad se deslizaban perezosamente a través del cristal. No tenía ganas de hablar, y su expresión lo dejaba en claro. — Ahorita, no tengo ganas de hablar — respondió, casi en un susurro, su voz cargada de una leve irritación.La morena arqueó una ceja, sin dejar de manejar. — ¿Y eso es que te fue bien o mal?El pelinieve suspiró, resignado. — Bien, bien, me fue bien. Mañana empiezo a trabajar en la empresa.—Oye… qué bien — dijo la morena, con una sonrisa que intentaba contagiar su entusiasmo. — O sea que vamos a ser compañeros.El pelinieve giró la cabeza lentamente hacia ella; su mirada era penetrante, casi inqui
La morena se encontraba dentro de su auto, esperando pacientemente a que el semáforo cambiara a verde. Delante de ella, un hombre hacía malabares en medio de la carretera, su actuación tan efímera como la luz del semáforo que amenazaba con cambiar en cualquier momento. Mientras observaba sin realmente ver, su mente vagó hasta aquel instante en que conoció al intrigante pelinieve. Desde el momento en que lo vio por primera vez en el ascensor, su presencia había quedado grabada en su memoria, como una melodía repetitiva que no podía dejar de tararear.Había algo en él, una especie de atracción magnética, que la había seguido incluso después de que lo dejó frente a esa modesta casa. Era irónico, hermoso, atractivo… Y envuelto en un halo de oscuridad que ella no sabía cómo descifrar. Respiró hondo, tratando de sacarlo de su mente, pero el recuerdo persistía, latente, en el borde de sus pensamientos.Finalmente, después de unos momentos, volvió a la realidad. Miró a su alrededor, sintiéndo