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2: Entre el pecado y la poca redención.

—Mañana tengo una entrevista en una constructora —le comentaba mientras dispuso meticulosamente los cubiertos en una pequeña mesa de madera que exhibía los signos del tiempo cerca de la cocina.

— ¿Y cuál será tu función allí? — inquirió él con una leve sonrisa de perplejidad, retornando a la cocina para recuperar el último plato de comida.

—Inicialmente, es probable que no me asignen tareas de gran relevancia. Pero tengo mis formas de ascender —añadió, colocando el último cubierto en el plato restante.

—Parece que ya estás hablando como si el trabajo ya fuera tuyo, ¿no es así?

—Es que conocí a una persona influyente. Estoy segura de que me contratará.

—Bueno… —Le sonrió, sin profundizar en el tema, hasta que lo hizo, pero esta vez para llamar a la mujer. —Pepper, la comida ya está servida —anunció, regresando a la cocina en busca de un vaso que faltaba.

En ese momento, salió del patio la mencionada Pepper, avanzando con precaución debido a su falta de visión, dirigiéndose directamente hacia la mesa. Una vez sentada, preguntó:

— ¿Qué me puedes contar sobre el trabajo en la constructora? — El rostro del de tez pálida mostró un atisbo de sorpresa. La mujer continuó hablando. — Soy ciega, no sorda.

El interlocutor carraspeó mientras le pasaba el vaso de jugo y respondió:

—Sí, claro, usted sabe, ¿qué más puedo decir?

—¿Y quién es la señora de la que hablabas con Timothe? —replicó, sin mirar a ninguno de los dos interlocutores, quienes intercambiaron una mirada fugaz y soltaron un suspiro contenido. La mujer prosiguió. —Si no me lo cuentas, debe ser porque no es algo bueno. ¿Quién es?

—Es alguien que trabaja en una empresa. No le dije nada para evitar los escándalos que suele armar. Timothe, ¿me pasas la sal? —pidió al hombre de cabello gris, quien le entregó el salero.

—Ah, ya entiendo. ¿Y cuál es el rol de esta señora en la empresa?

—Pepper, no comprendo por qué te preocupa tanto —le dijo mientras daba un bocado a su comida y añadía sal a la ensalada.

La mujer guardó silencio por un momento hasta que rompió bruscamente el mismo con un acto inesperado.

—¿¡Qué es lo que no entiende a estas alturas!? —le preguntó entre un bramido, acompañado de golpes con la mano abierta que hacían temblar los platos y hacían que los presentes se sobresaltaran ante tal demostración de furia—. ¿Qué es? ¿Qué yo pregunte o qué? ¿Es sobre la mujer? ¿¡Qué es lo que ella quiere de usted, aparte del trabajo!? —dando un puñetazo en la mesa, inquirió entre gruñidos—. ¿Qué es? —Preguntó, mientras él solo guardaba silencio, con una expresión fruncida, al igual que su boca, al reprimir lo que realmente quería decirle a la mujer—. ¿Es que no entiende? ¿O es que quiere que le pase lo mismo que a su papá? Todas las mujeres son una desgracia. ¿Qué es lo que no entiende?

Al no poder soportarlo más, el hombre que tenía ojos del color de las esmeraldas respondió:

—Estoy buscando empleo, nada más. Estoy harto de que siempre me comparen con mi padre. Yo no seguiré su mismo camino, ¿sabe por qué? Porque yo no me enamoro, ¿me entiende? No me enamoro. — Se levantó abruptamente de la mesa.

—Thomas, —le llamó Timothe—. ¡Thomas, la comida! ¡Hash! —resopló y luego dejó de prestarle atención, centrando sus ojos en la mujer a su lado, con evidente fastidio.

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La escena se dividía en dos. En la primera, se encontraba "el de mirar esmeralda", sentado frente a un espejo en su habitación, completamente desnudo, peinando hacia atrás su cabello blanco, similar al color de las paredes de su cuarto. Tenía una expresión pensativa, calculadora, como si estuviera tramando algo, como era característico de lo que solía ocupar su mente. Por otro lado, en el rincón donde se hallaba el altar, Pepper yacía en el suelo junto a un largo papel amarillento con escrituras de oraciones y, lo más destacado, ajos. Arrojó los ajos sobre el papel y luego se persignó, siguiendo su ritual. Las escenas se entrelazaban; en un momento, regresábamos al escenario desnudo de pelinieve y, en el siguiente, se volvía a estar con Pepper, quien, después de sus plegarias, sintió un repentino frío y el viento entró sin permiso por las ventanas del altar.

La brusca intrusión del viento alarmó a Pepper.

—Thomas… —Susurró y, como movida por un impulso repentino, salió corriendo de donde estaba y se dirigió directamente a la habitación de el de mirar esmeralda. —Thomas… —llamó nuevamente, su voz llena de agitación.

—Deja de hacer tanto ruido, podrías despertar a los vecinos, Pepper.

— ¿En qué estás metido, Thomas?

— En nada que te incumba.

— Las barracudas no mienten. Dicen que vas a traer desgracia a esta casa.

— Estás delirando, Pepper.

—No estoy loca —refunfuñó entre dientes—. Dime la verdad. ¿En qué estás metido?

Thomas dejó de peinarse el cabello y le respondió con calma:

—No tengo nada que decir porque no está pasando nada. —Se levantó y se acercó a ella—. Si sigues así, te llevaré a un asilo.

—Atrévete, muchachito, atrévete. —Lo desafió y él soltó una risa leve.

—Sabes que soy capaz, así que no me provoques. —Le advirtió antes de salir de la habitación sin decir más.

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