8. Sombras.

El pelineve estaba de pie bajo la tenue luz de la tarde, que comenzaba a fundirse con la noche, esperando que algún taxi o autobús apareciera en el horizonte. El día había sido fructífero, sí, pero no en la forma en que otros podrían imaginar. Para el pelinieve, cada pequeño paso hacia su objetivo lo acercaba más a la venganza que había anhelado por tanto tiempo. Sus pensamientos eran un remolino de recuerdos dolorosos y una determinación sombría. El aire se sentía denso, cargado de un calor húmedo que hacía que su camisa se pegara incómodamente a su espalda. Estaba inmerso en este malestar cuando un auto negro, elegante y reluciente, se detuvo frente a él con un suave ronroneo de motor. La puerta se abrió, y de ella emergió una mujer morena que Thomas reconoció al instante.

Ella salió con la gracia de alguien que sabe que está siendo observada, su cabello oscuro, enmarcando un rostro que irradiaba confianza y cierta frialdad. Apoyándose con naturalidad en la entrada del auto, sus ojo
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