Dalia entró en la cocina en medio de la penumbra de la madrugada, su expresión aún somnolienta pero tranquila. Al ver a alguien ante ella, una suave sonrisa curvó sus labios.— Mire cómo es la cosa; vengo yo por un vaso de agua y te encuentro aquí. — Comentó con una risa suave al descubrir a su hija, Nina, sentada en el alto taburete de la mesa de cedro, disfrutando de un helado de fresa. — ¿Desvelada o qué?Nina, una joven morena de ojos brillantes y expresivos, levantó la vista hacia su madre con una pequeña sonrisa de complicidad.— Pues, parece que no soy la única por lo que veo. —respondió, notando la misma falta de sueño en su madre.— Sí… — Dalia caminó hacia la nevera, sacando un vaso de vidrio del estante. — ¿Y qué? ¿El helado de fresa es bueno para el insomnio o qué?Nina se encogió de hombros, disfrutando otro bocado de helado antes de contestar.— Un poco, sí. Al menos me distrae, mamá. — Su voz se tornó un poco más seria mientras miraba a su madre. — Te quería preguntar a
— Hola, tío, buenos días. — La voz de Jess sonaba cálida, mientras le saludaba. Justin levantó la vista de los papeles que tenía esparcidos en su escritorio, esbozando una sonrisa cansada. — Buenos días, Jess. ¿Cómo amaneciste? — Sus ojos, a pesar del desgaste, reflejaban un genuino interés por su sobrina.— Bien, tío, Justin, bien. ¿Y tú? — Jess se acercó, notando la ligera arruga en la frente de su tío, señal de que la carga del día ya pesaba sobre sus hombros.— Bien, bien... un tanto ocupado. — Respondió mientras sus dedos jugaban nerviosamente con un bolígrafo, su atención dividida entre los documentos y la conversación con Jess. Su voz sonaba más suave, como si quisiera dejar de lado por un momento las preocupaciones del trabajo.— Excelente y, ¿la abuela, cómo está? — preguntó Jess, esperando que la mención de su abuela pudiera aliviar un poco la tensión.— Magnífica. Esa mujer sigue viva por mucho tiempo más. Primero nos morimos nosotros que ella. — Justin rió, pero en su ri
—Bueno, aquí es la cafetería. Puedes venir cuando quieras y hacer lo que gustes —dijo Michael, deteniéndose en la entrada con un gesto de orgullo mal disimulado. Sus palabras parecían querer transmitir más que la simple información, como si esta rústica cafetería fuera un símbolo de pertenencia, un refugio en el ajetreo del día a día. Thomas, de pie a su lado, observaba con una mezcla de curiosidad y cautela, intentando captar la esencia del lugar.El ambiente estaba impregnado de una mezcla de café recién hecho y el murmullo suave de conversaciones al fondo. Pero ese ligero vaivén se rompió abruptamente cuando una voz clara y ligeramente burlona resonó desde el otro extremo de la cafetería.—Ojo, te roban el almuerzo si no traes la lonchera marcada con tu nombre —dijo Noelia, que se encontraba preparando su café. La mirada que le lanzó a Thomas mientras hablaba era un cruce entre advertencia y desafío, como si quisiera ver cómo reaccionaría el nuevo ante su peculiar bienvenida—. Digo
— Señora Posada, ¿qué necesita? —preguntó con cortesía, levantando la vista mientras su mano aún manipulaba los botones de la fotocopiadora. El zumbido de la máquina llenaba el aire con una monotonía que contrastaba con la intriga en su tono.— Hola, Thomas. —Jess Posada le dedicó una sonrisa ligera, pero sus ojos se desviaron hacia la pila de documentos que él estaba copiando—. Necesito sacar unas copias, pero te veo ocupado. Regreso más tarde. —Su voz era casual, pero había un sutil interés en su observación, como si estuviera evaluando su respuesta.— No, no, para nada, yo se las saco.—Thomas se apresuró a responder, tomando las hojas que Jess le extendió. La máquina continuó su trabajo, pero la tensión entre ellos cambió ligeramente.— Gracias. —dijo Jess, sus ojos observando a Thomas con una mezcla de curiosidad y algo más—. Y dime, vi que ya conociste a María Clara.— Sí, un poco. —respondió Thomas, con una sonrisa cautelosa, consciente de que cualquier comentario sobre María Cl
— Qué pena, era mi hermana... — La voz de Thomas sonaba apagada, casi vacilante, mientras permanecía entre las dos mujeres en el ascensor. Sus ojos fijos en sus zapatos gastados, incapaz de enfrentarse a las miradas que sabía que le observaban. El silencio que siguió a su explicación era espeso, incómodo. El eco de las puertas cerrándose a sus espaldas era lo único que rompía la quietud. Sabía que había fallado en encontrar las palabras correctas, pero ¿qué más podía decir? La imprudencia de Selena lo había dejado expuesto, y por más que buscara una salida, las expectativas de Dalia y “Alexandra” lo asfixiaban.Dalia, de pie a su lado, simplemente negó con la cabeza, sus labios apretados en una línea de desaprobación. Sus ojos se desviaron hacia su hija, sorprendida al ver que Nina parecía encontrar algún tipo de diversión en la situación. ¿Qué estaba viendo que ella no? Pero, como si su mirada hubiera sido una advertencia, Nina desvió rápidamente los ojos de Thomas y adoptó una expre
— ¡No, no, ¿pero qué diablos haces, Nina?! — La voz de Jess rompió el silencio al entrar en la oficina, sorprendiendo a la morena, que se encontraba asomada por la ventana. La morena estaba vigilante, asegurándose de que nadie la viera desde afuera. Jess la miraba con los brazos cruzados, la ironía brillando en sus ojos. — Ah, espera, ya entiendo… Sigues jugando al chofer de mamá, ¿no?— Cierra la boca, Jess — le respondió con irritación, lanzándole una mirada fugaz. — ¿Vas a quedarte ahí parada o vas a seguir juzgando cada cosa que hago?— Creo que me quedo con la segunda opción. — Jess se acomodó en el marco de la puerta, su expresión de burla intacta.— Por favor, deja de joder — replicó Nina, nerviosa. Su mirada regresó a la ventana. Sus ojos buscaban con ansiedad entre las sombras del exterior. Su respiración se aceleraba.— Nina, ¿Es que nunca aprendes?— No, no aprendo, joder... — De repente, cerró las persianas con un gesto brusco. — ¡Mierda! Viene para acá.— ¿Quién? — Jess a
— ¿Me mandó llamar, señorita Dalia? — La voz profunda de Thomas resonó en la oficina, llena de autoridad y una pizca de insolencia. Dalia levantó la mirada lentamente desde los papeles que revisaba, y por un instante, el aire entre ellos pareció detenerse. La imagen de Thomas, con su físico imponente y su presencia magnética, la desarmó brevemente. Respiró hondo antes de hablar.— Yo... Sí, te llamé. — Se quitó los lentes de lectura y los dejó a un lado con cuidado. — Pasa, por favor. — Su voz sonaba más firme de lo que se sentía por dentro, mientras señalaba la silla frente a ella.Thomas entró en la oficina con una calma calculada. Tomó asiento en la silla giratoria frente al escritorio. Sus ojos, de un verde penetrante, no dejaban de observar cada uno de los movimientos de Dalia. Ella se tomó un momento para recuperar la compostura antes de continuar.— Thomas, no suelo meterme en la vida personal de mis empleados. Respeto su privacidad... — hizo una pausa, midiendo sus palabras —,
— ¿Será que el nuevo empleado de la empresa es tan antipático como parece? — preguntó Nina, alias Alexandra, mientras regresaba a la oficina. Se desvió hacia la cafetería, atraída por la silueta de Thomas, su espalda perfectamente recta y su porte serio. Lo vio preparándose un café negro con poca azúcar.Se acercó, sus pasos casi inaudibles, pero la tensión en el aire era palpable.Thomas, sin mirarla, respondió en tono cortante. — Puedo ser antipático, pero al menos soy claro. No me sigas más, no vas a conseguir nada de mí. ¿Está claro? — Su voz era un susurro amenazante mientras removía lentamente el café.Nina, conocida como Alexandra para él, no pudo evitar soltar una risa suave, divertida, mordiendo ligeramente su labio inferior. Sus ojos chispeaban con una mezcla de desafío y burla. — Thomas, eres increíblemente hermoso, ¿lo sabías? Pero también eres antipático... y mentiroso.Thomas dejó de mover su café, su mirada ahora fija en ella, fría y oscura. — ¿A qué te refieres? — p