20. Juego.

— ¿Me mandó llamar, señorita Dalia? — La voz profunda de Thomas resonó en la oficina, llena de autoridad y una pizca de insolencia. Dalia levantó la mirada lentamente desde los papeles que revisaba, y por un instante, el aire entre ellos pareció detenerse. La imagen de Thomas, con su físico imponente y su presencia magnética, la desarmó brevemente. Respiró hondo antes de hablar.

— Yo... Sí, te llamé. — Se quitó los lentes de lectura y los dejó a un lado con cuidado. — Pasa, por favor. — Su voz sonaba más firme de lo que se sentía por dentro, mientras señalaba la silla frente a ella.

Thomas entró en la oficina con una calma calculada. Tomó asiento en la silla giratoria frente al escritorio. Sus ojos, de un verde penetrante, no dejaban de observar cada uno de los movimientos de Dalia. Ella se tomó un momento para recuperar la compostura antes de continuar.

— Thomas, no suelo meterme en la vida personal de mis empleados. Respeto su privacidad... — hizo una pausa, midiendo sus palabras —,
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