—Hola, padre Miguel, ¿qué se le ofrece? — La voz de Pepper se escuchó fuerte y clara, aun cuando su mirada no podía fijarse en él. A pesar de no ver, su presencia en la puerta era imponente. Al abrir, dio un paso hacia un lado para dejarlo entrar, y el sacerdote se movió con familiaridad hacia la pequeña sala. Él se sentó en el sofá, mientras ella seguía sus pasos por el sonido de sus zapatos sobre el suelo.—Nada, solo que estaba por aquí cerca y decidí acercarme — dijo el padre Miguel, pero su voz delataba algo más, una excusa que Pepper no iba a dejar pasar.Pepper inclinó ligeramente la cabeza, escuchando el tono de sus palabras antes de esbozar una sonrisa amarga.— La verdad, parece que no le enseñaron en el seminario a no mentir, ¿no, padre? — replicó, dejando que el sarcasmo se filtrara en su voz.— No entiendo a qué se refiere, señorita Pepper — respondió él, aunque sabía que no era del todo sincero.— Usted sabe perfectamente a qué me refiero — replicó ella con firmeza, cami
— Yo entregué a mi hijo… a la muerte. — La voz de Pepper se quebró, como una rama seca bajo el peso del dolor. Las lágrimas brotaron, desbordando el muro que había construido por años. Frente a ella, el padre Miguel la escuchaba con una serenidad que solo los años podían otorgar, pero sus ojos revelaban el impacto de sus palabras. — Lo empujé… Lo empujé a hacerlo. La vida de Tony podría haber sido tan diferente. Pero en su lugar… se enamoró de una mujer. Cometió el peor error que un hombre puede cometer en esta vida. Se enamoró de ella. El sacerdote, sentado con las manos unidas sobre el regazo, entrecerró los ojos en una mezcla de compasión e incredulidad. — Pepper, enamorarse no es un error. — Su voz era baja, cálida, como si intentara calmar las aguas turbulentas que se agitaban en el corazón de la mujer frente a él. — En este caso, sí lo fue — replicó ella; sus ojos hinchados y rojos se clavaron en los del sacerdote. — Se enamoró de una mujer casada, padre. Con un hijo. Él sabía
Todo va a salir según el plan.Thomas se miró fijamente en el espejo del baño de hombres, limpiando superficialmente las lágrimas falsas que había derramado con precisión milimétrica. Su rostro estaba teñido de un leve rubor, y sus ojos esmeralda, ahora ligeramente enrojecidos por el fingido llanto, añadían la dosis perfecta de vulnerabilidad que necesitaba para que Dalia se tragara el anzuelo.Sin ataduras, murmuró para sí mismo, con una sonrisa fría, asomándose por las comisuras de sus labios. Sabía que cada movimiento, cada lágrima, cada palabra cuidadosamente elegida, formaba parte de un plan que lentamente se desplegaba a su favor.De repente, el sonido de un suave golpe en la puerta interrumpió su momento de autorreflexión.—¿Thomas? —la voz de Dalia se filtró a través de la puerta, cargada con una mezcla de preocupación y cautela. Él sintió el leve temblor en su tono y su sonrisa se ensanchó, invisible para ella—. ¿Estás bien?Thomas contuvo una carcajada. La trampa estaba func
—¿Dónde estabas?— La voz áspera de Pepper cortó el aire como una cuchilla afilada. Sentada en la silla de la mesa, sostenía su bastón con una mano firme, moviéndolo de un lado a otro, impaciente. Aunque ciega, su sentido del olfato nunca fallaba. Había sentido el aroma del cuero dorado de la chaqueta de Thomas cuando la puerta se abrió. Lo conocía bien, más de lo que él desearía admitir.Thomas cerró la puerta con un ligero golpe, sin molestarse en mirarla de inmediato. Sus hombros tensos delataban su incomodidad, pero su voz sonó fría cuando respondió:— No te interesa, Pepper. — Su mirada intentó pasar de largo, pero el bastón de Pepper se levantó como una barrera inesperada, impidiendo que siguiera avanzando. Su mandíbula se apretó, conteniendo la irritación. — ¿Qué quieres?Pepper alzó una ceja con un aire de triunfo. — Hueles a trago, y del caro. — Sus palabras eran como un veneno dulce, deslizadas con precisión.—Y si es así, ¿qué? — replicó él con un gruñido, sin detenerse a p
Thomas se encontraba a pocos metros de su casa, las sombras de la noche temprana, envolviéndolo mientras permanecía inmóvil en una banca del parque cercano. El aire estaba fresco, casi frío, pero él apenas lo notaba. Tenía una botella de cerveza en la mano, sus dedos apretando el vidrio con más fuerza de la necesaria. Su mente estaba hecha un caos, revuelta entre los ecos de la discusión con su abuela, Pepper, y la presencia insoportable de Selena, esa mujer que lo enervaba hasta el límite. Pero por más que intentara enfocarse solo en ellas, su pensamiento regresaba una y otra vez a la misma persona: esa morena que lo había hechizado desde el primer instante que la vio.Nina. Ni siquiera se llamaba Alexandra, como había creído en un principio. Era Nina, hija de Dalia. Esa revelación lo había dejado aturdido, confundido. ¿Cómo no lo había visto antes? ¿Cómo había sido tan ciego? Thomas apoyó los codos en sus rodillas, inclinándose hacia adelante mientras exhalaba un largo y frustrado s
—Esa pregunta es una estupidez, Thomas —la voz de Pepper resonó en la sala tras un tenso silencio. Se puso de pie con dificultad, apoyándose en su bastón, y sus ojos se clavaron en él con una mezcla de furia y preocupación—. ¿Cómo puedes siquiera pensar que esa mujer podría ser tu madre?Thomas dejó escapar una risa amarga mientras giraba el vaso vacío entre sus dedos. —No lo sé, dímelo tú. Nunca estás de acuerdo con mi plan y jamás conocí a mi madre. Podría ser ella, ¿no crees?—¡Antes muerta, Thomas! —exclamó Pepper, la voz retumbando en la sala—. Esa maldita no lleva tu sangre, ni lo hará jamás.Thomas se levantó de golpe y se acercó a ella, con sus ojos, buscando respuestas que nunca le daban. —Entonces apóyame en el plan.—¿Apoyarte? ¿Para qué? ¿Para que ella siga metiéndose en esta casa? —Pepper sacudió la cabeza, el disgusto evidente en su expresión.—La tengo en mis manos, Pepper. Me ve como algo más que un simple conocido. Incluso me trajo en el carro de su amiga Rebecca p
—¿Podemos hablar un momento? —La voz de Nina rompió la concentración de Thomas, que estaba inclinado sobre su escritorio, escribiendo con rapidez en la computadora. El brillo de la pantalla iluminaba sus rasgos tensos, pero al oírla, sus dedos se congelaron por un instante antes de retomar su ritmo habitual. Nina se sentó a su lado en una silla giratoria, tamborileando nerviosamente con los dedos sobre su pierna.Thomas inspiró profundamente, intentando ignorar el dulce aroma a fresas que se desprendía de ella. Sin mirarla, contestó con frialdad: —La verdad, no, no quiero hablar. Estoy ocupado.Nina no se movió, aunque una sombra de dolor cruzó por sus ojos. —Thomas, por favor, solo quería disculparme por haberme metido en tu vida, eso es todo.Thomas giró la cabeza lentamente y la miró directo a los ojos, el azul helado de los suyos, buscando atravesar sus defensas. —¿Y si te digo que te perdono, vas a dejar de perseguirme? —Volvió a enfocar su atención en la pantalla, como si nad
— Te pido una jodida disculpa por mi mal comportamiento, ¿y así es como me lo pagas, Thomas? — La voz de Nina era casi un susurro tenso, pero no lograba ocultar la rabia contenida. Apenas unos minutos después de que Thomas entrara a la sala con los cafés y las copias que Jess le había pedido, la escena había cambiado. Ahora, se encontraban en el pasillo, él a unos pocos metros de ella, alejándose lentamente después de que se soltó de su agarre.Thomas la miró, su expresión indiferente, como si no entendiera de qué hablaba. Su rostro, sin embargo, no podía ocultar el cansancio de un día lleno de sorpresas.— ¿Yo qué hice? — La pregunta salió de sus labios con un tono de aparente inocencia, pero la morena no estaba dispuesta a caer en su juego.— No te hagas el idiota conmigo, Thomas. — Su voz se quebró al intentar contener la frustración que le nublaba el juicio. ¿Por qué él tenía que hacer todo tan difícil?— ¿Ahora me insultas? — Thomas la desafió con esa calma que siempre le rodeaba