Thomas se encontraba a pocos metros de su casa, las sombras de la noche temprana, envolviéndolo mientras permanecía inmóvil en una banca del parque cercano. El aire estaba fresco, casi frío, pero él apenas lo notaba. Tenía una botella de cerveza en la mano, sus dedos apretando el vidrio con más fuerza de la necesaria. Su mente estaba hecha un caos, revuelta entre los ecos de la discusión con su abuela, Pepper, y la presencia insoportable de Selena, esa mujer que lo enervaba hasta el límite. Pero por más que intentara enfocarse solo en ellas, su pensamiento regresaba una y otra vez a la misma persona: esa morena que lo había hechizado desde el primer instante que la vio.Nina. Ni siquiera se llamaba Alexandra, como había creído en un principio. Era Nina, hija de Dalia. Esa revelación lo había dejado aturdido, confundido. ¿Cómo no lo había visto antes? ¿Cómo había sido tan ciego? Thomas apoyó los codos en sus rodillas, inclinándose hacia adelante mientras exhalaba un largo y frustrado s
—Esa pregunta es una estupidez, Thomas —la voz de Pepper resonó en la sala tras un tenso silencio. Se puso de pie con dificultad, apoyándose en su bastón, y sus ojos se clavaron en él con una mezcla de furia y preocupación—. ¿Cómo puedes siquiera pensar que esa mujer podría ser tu madre?Thomas dejó escapar una risa amarga mientras giraba el vaso vacío entre sus dedos. —No lo sé, dímelo tú. Nunca estás de acuerdo con mi plan y jamás conocí a mi madre. Podría ser ella, ¿no crees?—¡Antes muerta, Thomas! —exclamó Pepper, la voz retumbando en la sala—. Esa maldita no lleva tu sangre, ni lo hará jamás.Thomas se levantó de golpe y se acercó a ella, con sus ojos, buscando respuestas que nunca le daban. —Entonces apóyame en el plan.—¿Apoyarte? ¿Para qué? ¿Para que ella siga metiéndose en esta casa? —Pepper sacudió la cabeza, el disgusto evidente en su expresión.—La tengo en mis manos, Pepper. Me ve como algo más que un simple conocido. Incluso me trajo en el carro de su amiga Rebecca p
—¿Podemos hablar un momento? —La voz de Nina rompió la concentración de Thomas, que estaba inclinado sobre su escritorio, escribiendo con rapidez en la computadora. El brillo de la pantalla iluminaba sus rasgos tensos, pero al oírla, sus dedos se congelaron por un instante antes de retomar su ritmo habitual. Nina se sentó a su lado en una silla giratoria, tamborileando nerviosamente con los dedos sobre su pierna.Thomas inspiró profundamente, intentando ignorar el dulce aroma a fresas que se desprendía de ella. Sin mirarla, contestó con frialdad: —La verdad, no, no quiero hablar. Estoy ocupado.Nina no se movió, aunque una sombra de dolor cruzó por sus ojos. —Thomas, por favor, solo quería disculparme por haberme metido en tu vida, eso es todo.Thomas giró la cabeza lentamente y la miró directo a los ojos, el azul helado de los suyos, buscando atravesar sus defensas. —¿Y si te digo que te perdono, vas a dejar de perseguirme? —Volvió a enfocar su atención en la pantalla, como si nad
— Te pido una jodida disculpa por mi mal comportamiento, ¿y así es como me lo pagas, Thomas? — La voz de Nina era casi un susurro tenso, pero no lograba ocultar la rabia contenida. Apenas unos minutos después de que Thomas entrara a la sala con los cafés y las copias que Jess le había pedido, la escena había cambiado. Ahora, se encontraban en el pasillo, él a unos pocos metros de ella, alejándose lentamente después de que se soltó de su agarre.Thomas la miró, su expresión indiferente, como si no entendiera de qué hablaba. Su rostro, sin embargo, no podía ocultar el cansancio de un día lleno de sorpresas.— ¿Yo qué hice? — La pregunta salió de sus labios con un tono de aparente inocencia, pero la morena no estaba dispuesta a caer en su juego.— No te hagas el idiota conmigo, Thomas. — Su voz se quebró al intentar contener la frustración que le nublaba el juicio. ¿Por qué él tenía que hacer todo tan difícil?— ¿Ahora me insultas? — Thomas la desafió con esa calma que siempre le rodeaba
— Bien, mamá, me equivoqué con un par de datos, pero no es para tanto. — Nina dijo con una leve sonrisa, acomodándose en la silla giratoria. Intentaba parecer relajada, pero el peso de la situación estaba comenzando a calarle hondo. Su madre, Dalia, permanecía de pie frente a ella, al fondo de la sala de juntas, con una postura rígida, casi inquebrantable.El silencio entre ambas se alargó, pesado, como si la temperatura en la oficina hubiera subido de golpe, un mal presagio de lo que vendría.— ¿Cómo que no es para tanto, Nina? Quedaste como una idiota delante de Holguín. Como una inmadura. — La voz de Dalia, fría y cortante, se metió bajo la piel de la morena. Cada palabra la golpeaba, directa y sin piedad.Nina bajó la mirada, sintiendo el peso de las palabras de su madre. Pero no iba a ceder, no lo haría.—Pues sí, pero ya le pedí disculpas a él y te las pedí a ti, ¿qué más quieres que haga? — La joven respondió, con un tono que pretendía ser tranquilo, pero que llevaba consigo un
—¿Así de mal te fue con tu mamá? —preguntó Jess, sus ojos marrones clavándose en Nina mientras la observaba entrar en la oficina como un vendaval, casi tirando la puerta de un golpe. El aire se cargó de una tensión pesada, y el silencio que siguió era tan afilado que parecía cortar.Nina dejó caer su cuerpo en la silla giratoria, el eco de sus movimientos resonando en la pequeña oficina. Se llevó una mano a la frente y suspiró, buscando algún consuelo en el acto.—Me dijo de todo, Jess, de todo —respondió, su voz temblorosa y cargada de cansancio. Jess levantó una ceja y la miró con una mezcla de simpatía y reproche.—Bueno, pero ¿qué esperabas? Esa mentira que dijiste tarde o temprano iba a caer —replicó, sus palabras tan cortantes como la mirada que le dirigía.Nina exhaló con frustración, girando en la silla para no enfrentarse al juicio de su amiga.—Jess, ya lo sé. Y ya, ya me regañaron bastante hoy, no vengas tú a hacerlo ahora —replicó con una voz que apenas sostenía su compos
—¿En serio, la mujer que espera afuera es la madre de Tony Frost? —preguntó Dalia, sentada detrás de su escritorio, mientras sus dedos jugueteaban nerviosamente con un bolígrafo. Justin, de pie frente a ella, asintió con rigidez.—Sí, señorita. Eso es lo que dijo —confirmó él, con la curiosidad reflejada en sus ojos oscuros.Dalia sintió un nudo en la garganta. Las palabras de Justin se difuminaron mientras su mente la arrastraba hacia un pasado que había intentado enterrar. La imagen de Tony se materializó en su mente con una claridad dolorosa: sus ojos claros, llenos de lágrimas y decepción, cuando ella le dijo que no podían seguir juntos. No podía permitirse seguir su corazón, no cuando su vida ya estaba encadenada a Jackson y su hija. La decisión había sido como una herida abierta, una que nunca terminó de cicatrizar.—Señora, ¿conoce a esa mujer? —La voz de Justin irrumpió en sus pensamientos como un trueno en un día despejado.Dalia parpadeó, obligándose a volver al presente. Su
Thomas se encontraba en su habitación, rodeado por la penumbra que se había instalado rápidamente tras la caída de la noche. El caos del día aún resonaba en su cabeza, los ecos de las discusiones con su abuela, el forcejeo, las miradas desafiantes. Pero ahora, en la soledad de su cuarto, esos ruidos se desvanecían, dejando solo un silencio inquietante que hacía más fuerte la voz de sus pensamientos.Se dejó caer en la silla junto al escritorio, las sombras de la habitación bailando a la luz tenue que entraba por la ventana. Cerró los ojos y apoyó la cabeza entre las manos, intentando ahogar el torbellino en su mente. Pero era imposible. Cada vez que intentaba empujarla fuera, ella volvía, más fuerte, más vívida: Nina. Sus ojos azules, tan hipnotizantes y desarmantes, y su piel morena que parecía arder en su memoria.—Dios, ayúdame a dejar de pensar en ella —murmuró, su voz quebrada por la frustración. Sus dedos se cerraron alrededor de la medalla de la Virgen María que colgaba de su c