30. No.

—¿Dónde estabas?— La voz áspera de Pepper cortó el aire como una cuchilla afilada. Sentada en la silla de la mesa, sostenía su bastón con una mano firme, moviéndolo de un lado a otro, impaciente. Aunque ciega, su sentido del olfato nunca fallaba. Había sentido el aroma del cuero dorado de la chaqueta de Thomas cuando la puerta se abrió. Lo conocía bien, más de lo que él desearía admitir.

Thomas cerró la puerta con un ligero golpe, sin molestarse en mirarla de inmediato. Sus hombros tensos delataban su incomodidad, pero su voz sonó fría cuando respondió:

— No te interesa, Pepper. — Su mirada intentó pasar de largo, pero el bastón de Pepper se levantó como una barrera inesperada, impidiendo que siguiera avanzando. Su mandíbula se apretó, conteniendo la irritación. — ¿Qué quieres?

Pepper alzó una ceja con un aire de triunfo.

— Hueles a trago, y del caro. — Sus palabras eran como un veneno dulce, deslizadas con precisión.

—Y si es así, ¿qué? — replicó él con un gruñido, sin detenerse a p
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