—¿En serio, la mujer que espera afuera es la madre de Tony Frost? —preguntó Dalia, sentada detrás de su escritorio, mientras sus dedos jugueteaban nerviosamente con un bolígrafo. Justin, de pie frente a ella, asintió con rigidez.—Sí, señorita. Eso es lo que dijo —confirmó él, con la curiosidad reflejada en sus ojos oscuros.Dalia sintió un nudo en la garganta. Las palabras de Justin se difuminaron mientras su mente la arrastraba hacia un pasado que había intentado enterrar. La imagen de Tony se materializó en su mente con una claridad dolorosa: sus ojos claros, llenos de lágrimas y decepción, cuando ella le dijo que no podían seguir juntos. No podía permitirse seguir su corazón, no cuando su vida ya estaba encadenada a Jackson y su hija. La decisión había sido como una herida abierta, una que nunca terminó de cicatrizar.—Señora, ¿conoce a esa mujer? —La voz de Justin irrumpió en sus pensamientos como un trueno en un día despejado.Dalia parpadeó, obligándose a volver al presente. Su
Thomas se encontraba en su habitación, rodeado por la penumbra que se había instalado rápidamente tras la caída de la noche. El caos del día aún resonaba en su cabeza, los ecos de las discusiones con su abuela, el forcejeo, las miradas desafiantes. Pero ahora, en la soledad de su cuarto, esos ruidos se desvanecían, dejando solo un silencio inquietante que hacía más fuerte la voz de sus pensamientos.Se dejó caer en la silla junto al escritorio, las sombras de la habitación bailando a la luz tenue que entraba por la ventana. Cerró los ojos y apoyó la cabeza entre las manos, intentando ahogar el torbellino en su mente. Pero era imposible. Cada vez que intentaba empujarla fuera, ella volvía, más fuerte, más vívida: Nina. Sus ojos azules, tan hipnotizantes y desarmantes, y su piel morena que parecía arder en su memoria.—Dios, ayúdame a dejar de pensar en ella —murmuró, su voz quebrada por la frustración. Sus dedos se cerraron alrededor de la medalla de la Virgen María que colgaba de su c
—Tengo que hablar contigo, Thomas. —La voz de Nina se hizo escuchar, clara y firme, mientras ambos permanecían en la oficina vacía de Dalia. La penumbra del atardecer dibujaba sombras largas en las paredes, envolviéndolos en un halo de intimidad que ninguno esperaba. Thomas se tensó, cada músculo de su cuerpo en alerta. No era lo que había planeado; Dalia se suponía que estaría allí para que él pudiera jugar su carta con precisión. Pero en su lugar, se encontraba atrapado en el remolino de emociones que provocaba la morena.Ella dio un paso hacia él, y sus ojos azules lo miraron con una mezcla de determinación y vulnerabilidad que lo desarmaba. Thomas inhaló profundamente, tratando de ignorar el temblor involuntario de sus manos. —No, yo no quiero hablar contigo —dijo, aunque la firmeza en su voz era más para sí mismo que para ella.—Por favor, Thomas. Solo necesito decir dos cosas, y luego te dejaré en paz —insistió, y su tono lo atravesó, como si buscara un rincón secreto en su cora
—Hasta que por fin llegas, Thomas. —La voz de Timothe se hizo escuchar mientras estaba acostado, viendo cómo Thomas entraba a la habitación. Su tono estaba cargado de una ligera molestia, como si lo estuviera esperando desde hacía horas.—De verdad, no vayas a molestarme, que estoy cansado —respondió Thomas mientras dejaba las llaves sobre la mesita de noche y se sentaba en la butaca del cuarto, echándose atrás con un suspiro que transmitía todo su agotamiento. La habitación estaba sumida en una penumbra suave, las sombras de las cortinas moviéndose lentamente al ritmo del viento que entraba por la ventana abierta. El ambiente era denso, cargado de una tensión palpable.— Yo también estoy cansado, pero, mira a la hora que llegas —comentó Timothe, con una sonrisa irónica mientras observaba a su hermano. Los ojos de Thomas brillaban, pero no de felicidad. Había algo en su mirada que denotaba desgaste, una lucha interna que Timothe conocía demasiado bien.— Estaba terminando mi turno de
— Buenos días.— Buenos días.La voz profunda de Thomas resonó en el aire mientras se detenía frente a la gran puerta de la mansión. La casa era imponente, decorada con un gusto impecable que casi lo hacía sentirse incómodo, como si no perteneciera a ese lugar. Sin embargo, su presencia no pasó desapercibida. Al otro lado, un hombre apuesto de cabellera oscura y edad madura apareció en el umbral. Su mirada lo recorrió de arriba a abajo, sin ocultar su evaluación, y con una ligera sonrisa, habló.— Usted debe ser el señor Hiddleston, ¿es así?— Sí, soy yo. Soy Jackson Hiddleston Sanint. — La sonrisa de Jackson se alzó brevemente mientras su mirada se mantenía firme, analizando a Thomas. — ¿Y tú?— Yo soy Thomas, Thomas Mikaelson, el nuevo empleado en la constructora de la señora… no, perdón, de Dalia. — La corrección fue clara, un pequeño gesto que dejaba entrever que Thomas no estaba dispuesto a rendirle homenaje al apellido Hiddleston.Jackson no dijo nada, pero su expresión cambió l
—No puedo creer que estuvieras anoche a solas con Thomas, aquí, en la oficina, ¡y no pasara nada! —exclamó Jess desde la entrada de la oficina de la morena. Su voz cortaba el aire como una acusación, mientras los rayos dorados del sol de la mañana se filtraban por las cortinas, iluminando el ambiente. Jess se apoyó en el marco de la puerta, observando a su amiga con una mezcla de incredulidad y curiosidad. Nina suspiró, girando lentamente en la silla tras el escritorio. Su cabello oscuro se movió en un delicado vaivén. —Jess, te juro que fue así. —Su tono era una mezcla de frustración y resignación. —Intenté todo, pero… nada funcionó. Jess arqueó una ceja, cruzando los brazos. —¿Entonces? —Entonces nada. —Nina dejó caer las manos sobre el escritorio, con un gesto impotente. —Quise hablar con él, ser honesta, contarle lo que siento cuando lo tengo cerca, pero… —¿Pero qué? —La impaciencia de Jess era palpable. —Pero nada. Hablar con Thomas es como hablar con una pared. —Ni
—¡Eres una maldita, Pepper!Thomas irrumpió en la sala con una furia contenida, la puerta se cerró detrás de él con un golpe seco, y el eco de su grito llenó el aire pesado de la habitación. Pepper no se inmutó. Ella estaba sentada en el viejo sofá, sus ojos ciegos, fijos en la radio antigua que crujía a su lado, intentando atrapar las palabras dispersas de las noticias. Pero algo en la voz de Thomas la hizo levantar la mirada.—Bueno, ¿ahora yo qué hice? —preguntó Pepper, sin apartar la vista de la radio; su tono algo indiferente, como si estuviera acostumbrada a recibir acusaciones de todo tipo.Thomas, al escucharla, dio un paso hacia adelante, su mirada llena de desdén.— Eres una maldita. ¿Fuiste tú?—A mí me respeta que soy su abuela.—respondió Pepper, su voz cargada de sarcasmo. Se recostó un poco más contra el sofá, sin mostrar signos de arrepentimiento.— ¿De qué diablos me hablas? —La confusión en su voz era más una táctica para ganar tiempo que una verdadera ignorancia.— Ha
—¿Qué quieres ahora?La voz de Thomas era cortante, casi un susurro lleno de frustración.—Esas no son maneras de hablarle a la hija de la dueña de la empresa, eh, Thomas. —La morena sonrió, esa sonrisa que siempre parecía un desafío disfrazado de dulzura.Estaban de pie frente al ascensor, el mismo que se abrió con un timbre suave. Nina presionó el botón del primer piso y ambos entraron. Thomas se adelantó, tomando posición al fondo del ascensor, tan lejos de ella como el espacio lo permitía.—Deja de molestar y dime qué quieres.—Creo que Justin ya te lo dijo —respondió ella con un tono inocente que no encajaba con la chispa traviesa en sus ojos—. Buscar unos documentos y sacar unas copias.—Para eso está la fotocopiadora del piso.—Está en mantenimiento.Thomas suspiró con impaciencia, cruzándose de brazos. El movimiento dejó expuestos sus bíceps, tensos bajo la tela de su camisa. Nina no pudo evitar fijarse. Mordió su labio inferior, un gesto que traicionaba el control que intent