— Señora Posada, ¿qué necesita? —preguntó con cortesía, levantando la vista mientras su mano aún manipulaba los botones de la fotocopiadora. El zumbido de la máquina llenaba el aire con una monotonía que contrastaba con la intriga en su tono.— Hola, Thomas. —Jess Posada le dedicó una sonrisa ligera, pero sus ojos se desviaron hacia la pila de documentos que él estaba copiando—. Necesito sacar unas copias, pero te veo ocupado. Regreso más tarde. —Su voz era casual, pero había un sutil interés en su observación, como si estuviera evaluando su respuesta.— No, no, para nada, yo se las saco.—Thomas se apresuró a responder, tomando las hojas que Jess le extendió. La máquina continuó su trabajo, pero la tensión entre ellos cambió ligeramente.— Gracias. —dijo Jess, sus ojos observando a Thomas con una mezcla de curiosidad y algo más—. Y dime, vi que ya conociste a María Clara.— Sí, un poco. —respondió Thomas, con una sonrisa cautelosa, consciente de que cualquier comentario sobre María Cl
— Qué pena, era mi hermana... — La voz de Thomas sonaba apagada, casi vacilante, mientras permanecía entre las dos mujeres en el ascensor. Sus ojos fijos en sus zapatos gastados, incapaz de enfrentarse a las miradas que sabía que le observaban. El silencio que siguió a su explicación era espeso, incómodo. El eco de las puertas cerrándose a sus espaldas era lo único que rompía la quietud. Sabía que había fallado en encontrar las palabras correctas, pero ¿qué más podía decir? La imprudencia de Selena lo había dejado expuesto, y por más que buscara una salida, las expectativas de Dalia y “Alexandra” lo asfixiaban.Dalia, de pie a su lado, simplemente negó con la cabeza, sus labios apretados en una línea de desaprobación. Sus ojos se desviaron hacia su hija, sorprendida al ver que Nina parecía encontrar algún tipo de diversión en la situación. ¿Qué estaba viendo que ella no? Pero, como si su mirada hubiera sido una advertencia, Nina desvió rápidamente los ojos de Thomas y adoptó una expre
— ¡No, no, ¿pero qué diablos haces, Nina?! — La voz de Jess rompió el silencio al entrar en la oficina, sorprendiendo a la morena, que se encontraba asomada por la ventana. La morena estaba vigilante, asegurándose de que nadie la viera desde afuera. Jess la miraba con los brazos cruzados, la ironía brillando en sus ojos. — Ah, espera, ya entiendo… Sigues jugando al chofer de mamá, ¿no?— Cierra la boca, Jess — le respondió con irritación, lanzándole una mirada fugaz. — ¿Vas a quedarte ahí parada o vas a seguir juzgando cada cosa que hago?— Creo que me quedo con la segunda opción. — Jess se acomodó en el marco de la puerta, su expresión de burla intacta.— Por favor, deja de joder — replicó Nina, nerviosa. Su mirada regresó a la ventana. Sus ojos buscaban con ansiedad entre las sombras del exterior. Su respiración se aceleraba.— Nina, ¿Es que nunca aprendes?— No, no aprendo, joder... — De repente, cerró las persianas con un gesto brusco. — ¡Mierda! Viene para acá.— ¿Quién? — Jess a
— ¿Me mandó llamar, señorita Dalia? — La voz profunda de Thomas resonó en la oficina, llena de autoridad y una pizca de insolencia. Dalia levantó la mirada lentamente desde los papeles que revisaba, y por un instante, el aire entre ellos pareció detenerse. La imagen de Thomas, con su físico imponente y su presencia magnética, la desarmó brevemente. Respiró hondo antes de hablar.— Yo... Sí, te llamé. — Se quitó los lentes de lectura y los dejó a un lado con cuidado. — Pasa, por favor. — Su voz sonaba más firme de lo que se sentía por dentro, mientras señalaba la silla frente a ella.Thomas entró en la oficina con una calma calculada. Tomó asiento en la silla giratoria frente al escritorio. Sus ojos, de un verde penetrante, no dejaban de observar cada uno de los movimientos de Dalia. Ella se tomó un momento para recuperar la compostura antes de continuar.— Thomas, no suelo meterme en la vida personal de mis empleados. Respeto su privacidad... — hizo una pausa, midiendo sus palabras —,
— ¿Será que el nuevo empleado de la empresa es tan antipático como parece? — preguntó Nina, alias Alexandra, mientras regresaba a la oficina. Se desvió hacia la cafetería, atraída por la silueta de Thomas, su espalda perfectamente recta y su porte serio. Lo vio preparándose un café negro con poca azúcar.Se acercó, sus pasos casi inaudibles, pero la tensión en el aire era palpable.Thomas, sin mirarla, respondió en tono cortante. — Puedo ser antipático, pero al menos soy claro. No me sigas más, no vas a conseguir nada de mí. ¿Está claro? — Su voz era un susurro amenazante mientras removía lentamente el café.Nina, conocida como Alexandra para él, no pudo evitar soltar una risa suave, divertida, mordiendo ligeramente su labio inferior. Sus ojos chispeaban con una mezcla de desafío y burla. — Thomas, eres increíblemente hermoso, ¿lo sabías? Pero también eres antipático... y mentiroso.Thomas dejó de mover su café, su mirada ahora fija en ella, fría y oscura. — ¿A qué te refieres? — p
—Bueno, ¿qué averiguaste? —La voz áspera de Pepper llenó el pequeño espacio de la cocina. Estaba sentada, sus manos temblorosas, limpiando con esmero una imagen de cera de la Virgen María. Su bastón descansaba a un lado, y su expresión, cargada de expectativa, se centró en Selena, que acababa de entrar.—Pues... estuve en la empresa donde trabaja Thomas —dijo Selena, abriendo la nevera para sacar una manzana sin pensarlo demasiado.—Bien, pero ¿qué...? ¡Por el amor de Dios, Selena! ¡Te estoy hablando! ¡Deja de comerte lo que no es tuyo y ven aquí! —Pepper levantó la voz, su paciencia evaporándose.—Ya, ya, ya voy —respondió Selena, mordiendo la manzana mientras se dirigía a la mesa, tomando asiento frente a la anciana.Pepper, sin levantar la vista de la Virgen, insistió. —A ver, dime de una vez, ¿qué averiguaste?Selena se encogió de hombros, como si el peso de la pregunta fuera insignificante.— Lo seguí hasta donde trabaja, eso sí.—Ajá, sí, pero... ¿Qué viste? ¿Qué descubriste?
—¡Cómo se supone que me voy a calmar, si Thomas está trabajando en la empresa de esa m*****a mujer!— Pepper gritaba, su voz rasgada resonando en las paredes de la sala. Estaba de pie, su bastón golpeando el suelo con un ritmo frenético, mientras su mente se sumergía en un recuerdo doloroso de hace muchos años. *— Es que esa señora es quien nos va a volver más ricos, Tony. — La voz de la madre, cargada de desesperación, se mezclaba con el sonido de la ropa secándose en el patio. Ella recogía las prendas con manos temblorosas, como si de ese gesto pudiera depender su futuro. —Mamá, no estoy con ella por interés — respondió Tony, su tono firme, pero cargado de inquietud, mientras terminaba de lavar unos pantalones. — No la veo de esa manera. Usted sabe que yo lo quiero. —A ver, Tony, a mí lo que me interesa es que usted la amarre y le saque mucho más dinero — insistió su madre, su rostro enrojecido por la frustración. — No, mamá. Siento que ella me va a dejar… Cuando todo esto acabe.
—Siempre has sido mi guía, Virgen María — murmuró Thomas, con la voz quebrada, mientras se arrodillaba frente al altar en la iglesia de Underground, sus ojos fijos en la imagen de la Virgen. La soledad del lugar amplificaba su súplica. —Te ruego… ¿Por qué permitiste que Dalia presenciara ese maldito enfrentamiento con su chofer? — Su mandíbula se tensó. El miedo a que Dalia malinterpretara la situación lo consumía. No podía permitirse que pensara lo peor de él —Y lo que más necesito es que me liberes de Alexandra. No entiendo qué hace esa mujer en mi mente… pero no puedo dejar que siga invadiéndome. Y mucho menos quiero que Dalia crea que estoy envuelto en algo con su chofer.Una voz familiar rompió el silencio, tan inesperada como la presencia que la acompañaba.— ¿Ya llevas tan poco tiempo en esa empresa y te enredas con el chofer de la jefa? — Timothe, que a veces es impredecible, se arrodilló a su lado, sus ojos grises brillando con una mezcla de curiosidad y cierto toque de fasti