El pelineve estaba de pie bajo la tenue luz de la tarde, que comenzaba a fundirse con la noche, esperando que algún taxi o autobús apareciera en el horizonte. El día había sido fructífero, sí, pero no en la forma en que otros podrían imaginar. Para el pelinieve, cada pequeño paso hacia su objetivo lo acercaba más a la venganza que había anhelado por tanto tiempo. Sus pensamientos eran un remolino de recuerdos dolorosos y una determinación sombría. El aire se sentía denso, cargado de un calor húmedo que hacía que su camisa se pegara incómodamente a su espalda. Estaba inmerso en este malestar cuando un auto negro, elegante y reluciente, se detuvo frente a él con un suave ronroneo de motor. La puerta se abrió, y de ella emergió una mujer morena que Thomas reconoció al instante.Ella salió con la gracia de alguien que sabe que está siendo observada, su cabello oscuro, enmarcando un rostro que irradiaba confianza y cierta frialdad. Apoyándose con naturalidad en la entrada del auto, sus ojo
— ¿Cómo te fue con la doctora Hiddleston? — preguntó la morena, estando al volante, con una mezcla de curiosidad y tono juguetón en su voz. Sus ojos azules se mantenían fijos en la carretera, pero de vez en cuando lanzaba una mirada de soslayo al pelinieve sentado a su lado.El de mirar esmeralda, con el ceño fruncido, miró por la ventana, observando cómo las luces de la ciudad se deslizaban perezosamente a través del cristal. No tenía ganas de hablar, y su expresión lo dejaba en claro. — Ahorita, no tengo ganas de hablar — respondió, casi en un susurro, su voz cargada de una leve irritación.La morena arqueó una ceja, sin dejar de manejar. — ¿Y eso es que te fue bien o mal?El pelinieve suspiró, resignado. — Bien, bien, me fue bien. Mañana empiezo a trabajar en la empresa.—Oye… qué bien — dijo la morena, con una sonrisa que intentaba contagiar su entusiasmo. — O sea que vamos a ser compañeros.El pelinieve giró la cabeza lentamente hacia ella; su mirada era penetrante, casi inqui
La morena se encontraba dentro de su auto, esperando pacientemente a que el semáforo cambiara a verde. Delante de ella, un hombre hacía malabares en medio de la carretera, su actuación tan efímera como la luz del semáforo que amenazaba con cambiar en cualquier momento. Mientras observaba sin realmente ver, su mente vagó hasta aquel instante en que conoció al intrigante pelinieve. Desde el momento en que lo vio por primera vez en el ascensor, su presencia había quedado grabada en su memoria, como una melodía repetitiva que no podía dejar de tararear.Había algo en él, una especie de atracción magnética, que la había seguido incluso después de que lo dejó frente a esa modesta casa. Era irónico, hermoso, atractivo… Y envuelto en un halo de oscuridad que ella no sabía cómo descifrar. Respiró hondo, tratando de sacarlo de su mente, pero el recuerdo persistía, latente, en el borde de sus pensamientos.Finalmente, después de unos momentos, volvió a la realidad. Miró a su alrededor, sintiéndo
— ¿Qué tal, señorita? — Todo muy bien, Alexandra. —respondió la morena con una sonrisa, aunque su mirada captó el rastro de curiosidad que Alexandra trataba de ocultar.— Me alegro. ¿Encontraste fácil el camino?— Sí, Alexandra, gracias. — Respondió, sus palabras cortas, su mente todavía absorta en los pensamientos que había dejado atrás en Underground.Alexandra sonrió, pero había una tensión en sus ojos que no se desvanecía.— Qué bueno. Pero, me quedé pensando, ¿es que acaso hay algún proyecto nuevo de la empresa por allá en el Underground?La morena se detuvo, la pregunta la tomó por sorpresa. Bajó la vista, como si el suelo pudiera darle una respuesta.— Estaba llevando a alguien…— ¿Ah, sí? — La curiosidad de Alexandra se intensificó.— Sí, estaba llevando a un nuevo empleado de la empresa.Alexandra alzó una ceja, un gesto que insinuaba que no creía del todo en la respuesta.— Ah, ¿un empleado nuevo?— Exacto… — La morena trató de sonar casual, pero la sombra de algo más profu
— Bueno, ¿me va a contar? — preguntó el de cabello gris, su voz calmada, mientras terminaba de lavar los platos en el pequeño fregadero de la cocina. Sus movimientos eran precisos, casi mecánicos, mientras intentaba disimular la curiosidad que lo consumía por dentro. A su lado, el de mirar esmeralda, con su cabello blanco reluciente bajo la luz amarillenta de la bombilla, secaba los platos ya lavados, una sonrisa ladeada jugando en sus labios.— ¿Qué? — replicó el pelinieve, sin levantar la vista del cuchillo que limpiaba con un paño, sus ojos brillando con una chispa de satisfacción que no pasó desapercibida para el contrario.— Pues, que me cuente lo que lo tiene así tan contento. —Insistió, su tono más serio, mientras seguía observando, al contrario de reojo, tratando de descifrar el motivo de su buen humor.El pelinieve dejó escapar una risa baja, casi un susurro, mientras continuaba con su tarea.— Al fin llegué al lugar al que tenía que llegar — declaró con una voz suave, casi t
La noche caía lentamente sobre Mountain, cubriendo la gran casa en un manto de sombras y los sonidos de insectos nocturnos. Dentro, la luz cálida de las lámparas colgaba pesadamente en el ambiente, proyectando suaves sombras que danzaban en las paredes. — Notaste eso, ¿no?—¿Qué cosa?— No sé, me refiero a lo extraño que estaban mi padre y mi madre mientras estábamos cenando. Es decir, como si hubieran discutido por algo, no sé.Harrison asintió, su mirada fija en el plato, que ya no tenía intención de seguir comiendo.— Sí, está raro, ¿no?— Algo está pasando ahí.— ¿Qué será? — preguntó Harrison, aunque en su voz había más duda que curiosidad.— No sé… ¿Será por un hombre? — sugirió Nina, su tono apenas un susurro.Harrison la miró con incredulidad, aunque la duda comenzaba a filtrarse en su mente.— Ay, Nina, no seas malpensada, ¿cómo se te ocurre eso? Estamos hablando de tu mamá, sería incapaz.Nina alzó una ceja, su expresión escéptica.— No lo sé, a cualquiera le podría pasar.
Dalia entró en la cocina en medio de la penumbra de la madrugada, su expresión aún somnolienta pero tranquila. Al ver a alguien ante ella, una suave sonrisa curvó sus labios.— Mire cómo es la cosa; vengo yo por un vaso de agua y te encuentro aquí. — Comentó con una risa suave al descubrir a su hija, Nina, sentada en el alto taburete de la mesa de cedro, disfrutando de un helado de fresa. — ¿Desvelada o qué?Nina, una joven morena de ojos brillantes y expresivos, levantó la vista hacia su madre con una pequeña sonrisa de complicidad.— Pues, parece que no soy la única por lo que veo. —respondió, notando la misma falta de sueño en su madre.— Sí… — Dalia caminó hacia la nevera, sacando un vaso de vidrio del estante. — ¿Y qué? ¿El helado de fresa es bueno para el insomnio o qué?Nina se encogió de hombros, disfrutando otro bocado de helado antes de contestar.— Un poco, sí. Al menos me distrae, mamá. — Su voz se tornó un poco más seria mientras miraba a su madre. — Te quería preguntar a
— Hola, tío, buenos días. — La voz de Jess sonaba cálida, mientras le saludaba. Justin levantó la vista de los papeles que tenía esparcidos en su escritorio, esbozando una sonrisa cansada. — Buenos días, Jess. ¿Cómo amaneciste? — Sus ojos, a pesar del desgaste, reflejaban un genuino interés por su sobrina.— Bien, tío, Justin, bien. ¿Y tú? — Jess se acercó, notando la ligera arruga en la frente de su tío, señal de que la carga del día ya pesaba sobre sus hombros.— Bien, bien... un tanto ocupado. — Respondió mientras sus dedos jugaban nerviosamente con un bolígrafo, su atención dividida entre los documentos y la conversación con Jess. Su voz sonaba más suave, como si quisiera dejar de lado por un momento las preocupaciones del trabajo.— Excelente y, ¿la abuela, cómo está? — preguntó Jess, esperando que la mención de su abuela pudiera aliviar un poco la tensión.— Magnífica. Esa mujer sigue viva por mucho tiempo más. Primero nos morimos nosotros que ella. — Justin rió, pero en su ri