Salió de su casa, ataviado con una elegancia que desprendía sofisticación. Su look, que había conseguido con los magros ahorros que tenía a su disposición, lo convertía, sobre todo, en un auténtico londinense. En ese momento, se sentía como un modelo a seguir, al menos en lo que respectaba a su estilo al dirigirse a la empresa. Llevaba un abrigo de lana o tweed, liso y de un profundo color café oscuro, hecho de cashmere de alta calidad. Por lo general, una vestimenta de este tipo se componía de tres piezas, destacando un chaleco del mismo tejido, que también lucía en ese instante. Este chaleco se ajustaba perfectamente a su torso, revelando su esbelta y tonificada figura.
Bajo el chaleco, vestía una camisa de cuello corto de color blanco, ligeramente más redondeado, un estilo conocido como "club collar". Esta camisa combinaba a la perfección con los pantalones de la misma tela, un tanto holgados. Completando su atuendo, llevaba unos zapatos negros estilo bota, que realzaban su elegancia. Su cabello estaba peinado hacia atrás, otorgándole un aspecto deslumbrante, al igual que el brillo natural que emanaba de sus labios carmesí. Caminaba con confianza por la acera del bullicioso centro de la ciudad, rodeado por el estruendo de los taxis y autobuses. Sin embargo, en su interior, sus pensamientos fluían sin cesar. No estoy nervioso. Más bien, me siento ansioso. Ansioso por hacer que Dalia Hiddleston se arrepienta de todo lo que ha hecho. Se volverá loca por mí. No podrá pensar en nada ni en nadie más que en mí, solo en mí. Cuando se encontraba en el metro de la ciudad, sumido en sus reflexiones, pronunció una sentencia con la firmeza de una bala destinada a atravesar el corazón y cumplirla sin lugar a dudas: "De eso me encargo yo..." ---------------------------- Ahí estaba, dentro del ascensor, en rumbo al cuarto piso. Hoy era el día, lo era sin más y, mientras él aguardaba entre sus pensamientos, estaba anhelando alcanzar su objetivo de hoy. Lo tenía todo claro, era una perfección inquebrantable, y nada ni nadie podría desviar su determinación. —Dalia Hiddleston iba a enfrentar las consecuencias de sus acciones, de la misma manera en que mi padre las enfrentó. Preferirá la autodestrucción antes que alejarse de mi lado. Y nada, ni nadie, la salvará… De repente, sus palabras al silencio y su sonrisa fueron abruptamente interrumpidas cuando alguien desde fuera del ascensor, justo antes de que se cerraran las puertas de hierro, introdujo su mano derecha para evitar que se cerraran y así poder ingresar. Se sobresaltó al darse cuenta de que quien entraba era una mujer morena. Mantuvieron un silencio incómodo durante un momento, mientras ella le lanzaba una mirada intensa antes de consultar su reloj de muñeca. Claramente, estaba llegando tarde. La mujer se ubicó en el fondo del ascensor, con los brazos cruzados, dejando de mirar su reloj. El silencio se instaló una vez más, aunque no duró mucho. Finalmente, rompió el silencio con una pregunta: —¿Acaso eres un cliente de Hiddleston? —No —respondió con calma. — ¿Tal vez eres un proveedor? — Ni siquiera eso. Ella se apoyó en la pared del ascensor, mirándolo fijamente. —Entonces, ¿puedes decirme qué diablos estás haciendo aquí? —inquirió con un toque de sarcasmo. Ante su pregunta, el hombre de piel tan pálida como las nubes se giró levemente y respondió con una voz ronca y directa. — ¿A usted qué le importa? — Está bien, está bien. Solo quería charlar, nada más. —Pues, yo no tengo ganas de charlar —la miró nuevamente—. Y deja de esbozar esa sonrisa de tumba locos que conmigo no te servirá de nada. Ella dejó escapar una risa contenida ante su comentario, una risa que parecía un susurro sutil. El silencio reinó de nuevo en el pequeño espacio del ascensor. La mujer, sin más preámbulos, aprovechó el momento para observar al hombre de tez tan blanca como las nubes del mediodía. Cuando las puertas del ascensor se abrieron una vez más en el siguiente piso, él salió primero, explorando el extenso pasillo y la atmósfera rústica que lo rodeaba. Mientras tanto, la mujer que lo seguía con la mirada no pudo evitar mantener su curiosidad. Sonrió entre dientes hasta que, finalmente, dejó de observarlo cuando se encaminó hacia su propio destino, que resultaba ser muy distinto al del hombre de cabello blanco. --------------------------- Del otro lado del pasillo, en una oficina de estilo rústico, antiguo, decorada con libros y colores rojos y negros que evocaban una sensación de misterio y sofisticación, se encontraba una rubia sentada detrás de su escritorio en una silla giratoria de color negro. Observaba algunos documentos con una expresión de concentración, mientras que en la misma oficina, asomada en la entrada, estaba su mejor amiga, una morena de semblante decidido. —Holguín prácticamente tiene el monopolio de la construcción en Corea del Sur y la costa de Londres. Obviamente, sin ninguna duda, está pisando fuerte en Londres —dijo la rubia a la morena con un tono de voz que denotaba una mezcla de admiración y preocupación. —Claro, precisamente es el cliente ideal para Tejares del Lago, ¿no? —respondió la morena, mientras se hallaba aún en la entrada viendo a lo largo del pasillo. —Sí, pero no somos los únicos detrás de él. Ya la competencia le ha presentado proyectos. Así que, amiga, pilas, cuando te reúnas con Holguín, no lo vayas a presionar, por favor. — Le pidió con un tono suplicante mientras veía como su amiga caminaba detrás del escritorio, deteniéndose un momento para mirar por la ventana de vidrio templado y cortinas oscuras que dominaban el pasillo. —Porque si perdemos este cliente, tu mamá nos cuelga, en especial a ti. Oye, ¿tú sí me estás oyendo? —le preguntó al verla regresar a la entrada. —Ajá, sí, sí, claro. Como sea, ven tú, Michael. — Al asomarse, llamó al joven de cabello ondulado negro que pasaba cerca de la oficina. Quien, era secretario de uno de los tantos ejecutivos del piso.— Ven acá. —Dime, muñeca —dijo él, apoyándose en el marco de la puerta con una sonrisa juguetona. —Te vi hablando hace un rato con un hombre precioso, ¿no? —Ay, sí, qué desgracia, lo dejé hablando con Justin —rió un poco mientras respondía. Ya que Justin era el secretario y mano derecha de Dalia, pero era una persona amargada y hostil. —Okay, ya… ¿Tú me puedes averiguar si sigue allí? —le preguntó, con un brillo en los ojos que revelaba su curiosidad y el interés que intentaba ocultar. Michael, ante su pregunta, respondió con una mueca de resignación: —Ay, no, Nina Hiddleston, no me pongas a ir donde Justin, que le voy a picar los ojos por mala gente. —No le tienes que decir nada. Te asomas, miras, me avisas y ya, eso es todo. —Ya… —la miró acusadoramente—. Oye… ¿Por qué tanto interés, chica con novio? Ante la pregunta, la morena solo se limitó a esbozar una sonrisa enigmática, manteniendo su silencio. El ambiente en la oficina se llenó de una tensión sutil, mientras las sombras proyectadas por las cortinas oscuras parecían danzar en las paredes, reflejando las emociones ocultas y las conversaciones no dichas.En la colina del barrio The Underground, se erigía una pequeña casa algo dejada, cuyo interior parecía tan olvidado como sus habitantes. Timothe, de tez un tanto morena, estaba terminando de arreglarse para su trabajo como enfermero, un empleo que le exigía mucho más de lo que el salario reflejaba. Mientras ajustaba su uniforme, se oyó el familiar crujido de la puerta de entrada: Selena había llegado. Ella, como siempre, se sentó sin pedir permiso en la mesa opaca de madera de la cocina, comiéndose un plátano con la misma confianza de quien está en su propia casa. —Timothe, usted me está mintiendo a mí. Dime la verdad, pues. ¿Él tiene otra o no? —exigió Selena, señalándolo con un dedo acusador. Sus ojos brillaban con una mezcla de frustración y desesperación, buscando respuestas. Timothe respiró hondo, preparándose para responder, pero la voz firme de Pepper resonó desde el fondo de la casa, cortando el aire como un cuchillo. —¿Quién llegó? Ah… la muerta de hambre de Selena, ¿no? —
—Nunca me dijiste que venías buscando a la doctora Hiddleston —la voz de la morena, suave, pero firme, rompió el silencio mientras se apoyaba en uno de los pilares cercanos.El pelinieve, al verla, soltó otro suspiro, esta vez de fastidio, y respondió:—¿Por qué tengo que decirte lo que hago o dejo de hacer?—Porque si fueras un poco más amable, podría haberte ayudado —contestó ella, su tono cargado de una mezcla de burla y desafío.El pelinieve giró hacia ella, su mirada fría:—No me interesa.Se puso de pie y dio un paso, pero la morena no se rindió.—Debe ser algo muy importante —dijo, sus palabras llenas de curiosidad.—¿Qué cosa? —respondió él, con desdén.—Lo que te trae aquí buscando a la doctora Hiddleston. Además, soportando las miradas juzgonas de Justin tanto tiempo.—Mis razones tendré y no son asunto tuyo —replicó él, dándose la vuelta para enfrentarla directamente.—Qué lástima, porque la doctora Hiddleston y yo somos muy cercanas, casi como si fuéramos familia. Si yo le
La noche había caído sobre la ciudad, envolviendo el edificio de Hiddleston Constructores en un aura de calma y luces titilantes. Dentro de la oficina, la morena Nina Hiddleston, aún sumida en sus tareas, hablaba por teléfono con Castellano, el atractivo ejecutivo principal de la compañía."—¿Así tal cual, mi mamá le quería presentar la propuesta a Holguín? —preguntó, su voz reflejando preocupación.—Nina... Tu mamá hizo el proyecto tal cual cree que debemos presentarlo —respondió Castellano, su voz suave y segura a través del auricular.—Ya… Oye… ¿A ti no te parece que estamos siendo un poco generosos con los porcentajes de participación? Tejares Del Lago es el proyecto más importante de la empresa y no vamos a sacarle el provecho que deberíamos.—Mira, para tu mamá lo más relevante es enganchar a Holguín. Ya después… Vendrán otros proyectos para compensar, así que ahora el marco de ganancias no sea tan bueno.—Okay, Castellano, gracias.—De nada."Nina colgó y se levantó de su silla
El pelineve estaba de pie bajo la tenue luz de la tarde, que comenzaba a fundirse con la noche, esperando que algún taxi o autobús apareciera en el horizonte. El día había sido fructífero, sí, pero no en la forma en que otros podrían imaginar. Para el pelinieve, cada pequeño paso hacia su objetivo lo acercaba más a la venganza que había anhelado por tanto tiempo. Sus pensamientos eran un remolino de recuerdos dolorosos y una determinación sombría. El aire se sentía denso, cargado de un calor húmedo que hacía que su camisa se pegara incómodamente a su espalda. Estaba inmerso en este malestar cuando un auto negro, elegante y reluciente, se detuvo frente a él con un suave ronroneo de motor. La puerta se abrió, y de ella emergió una mujer morena que Thomas reconoció al instante.Ella salió con la gracia de alguien que sabe que está siendo observada, su cabello oscuro, enmarcando un rostro que irradiaba confianza y cierta frialdad. Apoyándose con naturalidad en la entrada del auto, sus ojo
— ¿Cómo te fue con la doctora Hiddleston? — preguntó la morena, estando al volante, con una mezcla de curiosidad y tono juguetón en su voz. Sus ojos azules se mantenían fijos en la carretera, pero de vez en cuando lanzaba una mirada de soslayo al pelinieve sentado a su lado.El de mirar esmeralda, con el ceño fruncido, miró por la ventana, observando cómo las luces de la ciudad se deslizaban perezosamente a través del cristal. No tenía ganas de hablar, y su expresión lo dejaba en claro. — Ahorita, no tengo ganas de hablar — respondió, casi en un susurro, su voz cargada de una leve irritación.La morena arqueó una ceja, sin dejar de manejar. — ¿Y eso es que te fue bien o mal?El pelinieve suspiró, resignado. — Bien, bien, me fue bien. Mañana empiezo a trabajar en la empresa.—Oye… qué bien — dijo la morena, con una sonrisa que intentaba contagiar su entusiasmo. — O sea que vamos a ser compañeros.El pelinieve giró la cabeza lentamente hacia ella; su mirada era penetrante, casi inqui
La morena se encontraba dentro de su auto, esperando pacientemente a que el semáforo cambiara a verde. Delante de ella, un hombre hacía malabares en medio de la carretera, su actuación tan efímera como la luz del semáforo que amenazaba con cambiar en cualquier momento. Mientras observaba sin realmente ver, su mente vagó hasta aquel instante en que conoció al intrigante pelinieve. Desde el momento en que lo vio por primera vez en el ascensor, su presencia había quedado grabada en su memoria, como una melodía repetitiva que no podía dejar de tararear.Había algo en él, una especie de atracción magnética, que la había seguido incluso después de que lo dejó frente a esa modesta casa. Era irónico, hermoso, atractivo… Y envuelto en un halo de oscuridad que ella no sabía cómo descifrar. Respiró hondo, tratando de sacarlo de su mente, pero el recuerdo persistía, latente, en el borde de sus pensamientos.Finalmente, después de unos momentos, volvió a la realidad. Miró a su alrededor, sintiéndo
— ¿Qué tal, señorita? — Todo muy bien, Alexandra. —respondió la morena con una sonrisa, aunque su mirada captó el rastro de curiosidad que Alexandra trataba de ocultar.— Me alegro. ¿Encontraste fácil el camino?— Sí, Alexandra, gracias. — Respondió, sus palabras cortas, su mente todavía absorta en los pensamientos que había dejado atrás en Underground.Alexandra sonrió, pero había una tensión en sus ojos que no se desvanecía.— Qué bueno. Pero, me quedé pensando, ¿es que acaso hay algún proyecto nuevo de la empresa por allá en el Underground?La morena se detuvo, la pregunta la tomó por sorpresa. Bajó la vista, como si el suelo pudiera darle una respuesta.— Estaba llevando a alguien…— ¿Ah, sí? — La curiosidad de Alexandra se intensificó.— Sí, estaba llevando a un nuevo empleado de la empresa.Alexandra alzó una ceja, un gesto que insinuaba que no creía del todo en la respuesta.— Ah, ¿un empleado nuevo?— Exacto… — La morena trató de sonar casual, pero la sombra de algo más profu
— Bueno, ¿me va a contar? — preguntó el de cabello gris, su voz calmada, mientras terminaba de lavar los platos en el pequeño fregadero de la cocina. Sus movimientos eran precisos, casi mecánicos, mientras intentaba disimular la curiosidad que lo consumía por dentro. A su lado, el de mirar esmeralda, con su cabello blanco reluciente bajo la luz amarillenta de la bombilla, secaba los platos ya lavados, una sonrisa ladeada jugando en sus labios.— ¿Qué? — replicó el pelinieve, sin levantar la vista del cuchillo que limpiaba con un paño, sus ojos brillando con una chispa de satisfacción que no pasó desapercibida para el contrario.— Pues, que me cuente lo que lo tiene así tan contento. —Insistió, su tono más serio, mientras seguía observando, al contrario de reojo, tratando de descifrar el motivo de su buen humor.El pelinieve dejó escapar una risa baja, casi un susurro, mientras continuaba con su tarea.— Al fin llegué al lugar al que tenía que llegar — declaró con una voz suave, casi t