4. Curiosidad.

Salió de su casa, ataviado con una elegancia que desprendía sofisticación. Su look, que había conseguido con los magros ahorros que tenía a su disposición, lo convertía, sobre todo, en un auténtico londinense. En ese momento, se sentía como un modelo a seguir, al menos en lo que respectaba a su estilo al dirigirse a la empresa. Llevaba un abrigo de lana o tweed, liso y de un profundo color café oscuro, hecho de cashmere de alta calidad. Por lo general, una vestimenta de este tipo se componía de tres piezas, destacando un chaleco del mismo tejido, que también lucía en ese instante. Este chaleco se ajustaba perfectamente a su torso, revelando su esbelta y tonificada figura.

Bajo el chaleco, vestía una camisa de cuello corto de color blanco, ligeramente más redondeado, un estilo conocido como "club collar". Esta camisa combinaba a la perfección con los pantalones de la misma tela, un tanto holgados. Completando su atuendo, llevaba unos zapatos negros estilo bota, que realzaban su elegancia. Su cabello estaba peinado hacia atrás, otorgándole un aspecto deslumbrante, al igual que el brillo natural que emanaba de sus labios carmesí.

Caminaba con confianza por la acera del bullicioso centro de la ciudad, rodeado por el estruendo de los taxis y autobuses. Sin embargo, en su interior, sus pensamientos fluían sin cesar.

No estoy nervioso. Más bien, me siento ansioso. Ansioso por hacer que Dalia Hiddleston se arrepienta de todo lo que ha hecho. Se volverá loca por mí. No podrá pensar en nada ni en nadie más que en mí, solo en mí.

Cuando se encontraba en el metro de la ciudad, sumido en sus reflexiones, pronunció una sentencia con la firmeza de una bala destinada a atravesar el corazón y cumplirla sin lugar a dudas: "De eso me encargo yo..."

----------------------------

Ahí estaba, dentro del ascensor, en rumbo al cuarto piso. Hoy era el día, lo era sin más y, mientras él aguardaba entre sus pensamientos, estaba anhelando alcanzar su objetivo de hoy. Lo tenía todo claro, era una perfección inquebrantable, y nada ni nadie podría desviar su determinación.

—Dalia Hiddleston iba a enfrentar las consecuencias de sus acciones, de la misma manera en que mi padre las enfrentó. Preferirá la autodestrucción antes que alejarse de mi lado. Y nada, ni nadie, la salvará…

De repente, sus palabras al silencio y su sonrisa fueron abruptamente interrumpidas cuando alguien desde fuera del ascensor, justo antes de que se cerraran las puertas de hierro, introdujo su mano derecha para evitar que se cerraran y así poder ingresar.

Se sobresaltó al darse cuenta de que quien entraba era una mujer morena. Mantuvieron un silencio incómodo durante un momento, mientras ella le lanzaba una mirada intensa antes de consultar su reloj de muñeca. Claramente, estaba llegando tarde.

La mujer se ubicó en el fondo del ascensor, con los brazos cruzados, dejando de mirar su reloj. El silencio se instaló una vez más, aunque no duró mucho. Finalmente, rompió el silencio con una pregunta:

—¿Acaso eres un cliente de Hiddleston?

—No —respondió con calma.

— ¿Tal vez eres un proveedor?

— Ni siquiera eso.

Ella se apoyó en la pared del ascensor, mirándolo fijamente.

—Entonces, ¿puedes decirme qué diablos estás haciendo aquí? —inquirió con un toque de sarcasmo.

Ante su pregunta, el hombre de piel tan pálida como las nubes se giró levemente y respondió con una voz ronca y directa.

— ¿A usted qué le importa?

— Está bien, está bien. Solo quería charlar, nada más.

—Pues, yo no tengo ganas de charlar —la miró nuevamente—. Y deja de esbozar esa sonrisa de tumba locos que conmigo no te servirá de nada.

Ella dejó escapar una risa contenida ante su comentario, una risa que parecía un susurro sutil.

El silencio reinó de nuevo en el pequeño espacio del ascensor. La mujer, sin más preámbulos, aprovechó el momento para observar al hombre de tez tan blanca como las nubes del mediodía. Cuando las puertas del ascensor se abrieron una vez más en el siguiente piso, él salió primero, explorando el extenso pasillo y la atmósfera rústica que lo rodeaba. Mientras tanto, la mujer que lo seguía con la mirada no pudo evitar mantener su curiosidad. Sonrió entre dientes hasta que, finalmente, dejó de observarlo cuando se encaminó hacia su propio destino, que resultaba ser muy distinto al del hombre de cabello blanco.

---------------------------

Del otro lado del pasillo, en una oficina de estilo rústico, antiguo, decorada con libros y colores rojos y negros que evocaban una sensación de misterio y sofisticación, se encontraba una rubia sentada detrás de su escritorio en una silla giratoria de color negro. Observaba algunos documentos con una expresión de concentración, mientras que en la misma oficina, asomada en la entrada, estaba su mejor amiga, una morena de semblante decidido.

—Holguín prácticamente tiene el monopolio de la construcción en Corea del Sur y la costa de Londres. Obviamente, sin ninguna duda, está pisando fuerte en Londres —dijo la rubia a la morena con un tono de voz que denotaba una mezcla de admiración y preocupación.

—Claro, precisamente es el cliente ideal para Tejares del Lago, ¿no? —respondió la morena, mientras se hallaba aún en la entrada viendo a lo largo del pasillo.

—Sí, pero no somos los únicos detrás de él. Ya la competencia le ha presentado proyectos. Así que, amiga, pilas, cuando te reúnas con Holguín, no lo vayas a presionar, por favor. — Le pidió con un tono suplicante mientras veía como su amiga caminaba detrás del escritorio, deteniéndose un momento para mirar por la ventana de vidrio templado y cortinas oscuras que dominaban el pasillo. —Porque si perdemos este cliente, tu mamá nos cuelga, en especial a ti. Oye, ¿tú sí me estás oyendo? —le preguntó al verla regresar a la entrada.

—Ajá, sí, sí, claro. Como sea, ven tú, Michael. — Al asomarse, llamó al joven de cabello ondulado negro que pasaba cerca de la oficina. Quien, era secretario de uno de los tantos ejecutivos del piso.— Ven acá.

—Dime, muñeca —dijo él, apoyándose en el marco de la puerta con una sonrisa juguetona.

—Te vi hablando hace un rato con un hombre precioso, ¿no?

—Ay, sí, qué desgracia, lo dejé hablando con Justin —rió un poco mientras respondía. Ya que Justin era el secretario y mano derecha de Dalia, pero era una persona amargada y hostil.

—Okay, ya… ¿Tú me puedes averiguar si sigue allí? —le preguntó, con un brillo en los ojos que revelaba su curiosidad y el interés que intentaba ocultar.

Michael, ante su pregunta, respondió con una mueca de resignación:

—Ay, no, Nina Hiddleston, no me pongas a ir donde Justin, que le voy a picar los ojos por mala gente.

—No le tienes que decir nada. Te asomas, miras, me avisas y ya, eso es todo.

—Ya… —la miró acusadoramente—. Oye… ¿Por qué tanto interés, chica con novio?

Ante la pregunta, la morena solo se limitó a esbozar una sonrisa enigmática, manteniendo su silencio. El ambiente en la oficina se llenó de una tensión sutil, mientras las sombras proyectadas por las cortinas oscuras parecían danzar en las paredes, reflejando las emociones ocultas y las conversaciones no dichas.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo