En la colina del barrio The Underground, se erigía una pequeña casa algo dejada, cuyo interior parecía tan olvidado como sus habitantes. Timothe, de tez un tanto morena, estaba terminando de arreglarse para su trabajo como enfermero, un empleo que le exigía mucho más de lo que el salario reflejaba. Mientras ajustaba su uniforme, se oyó el familiar crujido de la puerta de entrada: Selena había llegado. Ella, como siempre, se sentó sin pedir permiso en la mesa opaca de madera de la cocina, comiéndose un plátano con la misma confianza de quien está en su propia casa.
—Timothe, usted me está mintiendo a mí. Dime la verdad, pues. ¿Él tiene otra o no? —exigió Selena, señalándolo con un dedo acusador. Sus ojos brillaban con una mezcla de frustración y desesperación, buscando respuestas. Timothe respiró hondo, preparándose para responder, pero la voz firme de Pepper resonó desde el fondo de la casa, cortando el aire como un cuchillo. —¿Quién llegó? Ah… la muerta de hambre de Selena, ¿no? —la voz de Pepper tenía un tono agrio, marcado por años de desconfianza y agotamiento, mientras se acercaba con pasos lentos y calculados, guiada por su bastón. —Sí, Pepper, pero tranquila, que ya la estoy echando —dijo Timothe, su paciencia claramente al límite, los músculos de su mandíbula tensos por la molestia. —No, espere… Déjela ahí, déjela ahí. Usted mejor váyase, que se le hace tarde —replicó Pepper, con un gesto de mano que indicaba que ya había tenido suficiente por hoy. Timothe la miró con escepticismo, pero asintió resignado. —Bueno, usted verá. Pero échela que se nos acaba el mercado —dicho esto, tomó su mochila y salió de la casa, dejando tras de sí una estela de preocupación. Selena, masticando su plátano con lentitud deliberada, observó como Timothe se marchaba antes de hablar de nuevo. —¿Qué se dice, cucha? —¿Cuál cucha? ¿Cuál cucha? —replicó Pepper, picándole un costado con la punta del bastón, haciendo que Selena se retorciera con un gemido de dolor. —Ay, ay, perdón, disculpe, doña Pepper, ya —dijo Selena, levantando las manos en señal de rendición. Pepper bufó y se sentó con cuidado en la silla de madera frente a ella. Sus ojos, opacos por la edad, parecían aún más severos bajo la luz tenue de la cocina. —¿Sabe, Selena, que usted sí va a tener razón? Thomas anda en alguna cosa rara —dijo Pepper, su voz teñida de sospecha y resignación. —¿Sí ve? Y este otro del Timothe haciéndose el loco. Doña Pepper… —volteó a mirarla con una expresión de súplica—. ¿Él se levantó a otra mujer, sí o no? —Ah, eso sí, no sé —negó con la cabeza, un gesto lento y calculado—. Eso sí, no sé. Eso le toca a usted —la señaló con un dedo huesudo— averiguarlo. Pero más bien, date cuenta y vienes y me dices qué pasa, ¿ah? Yo desde aquí le ayudo. —Se le agradece el detalle, doña Pepper; muchas gracias —dijo Selena, su tono mostrando un atisbo de alivio y cinismo. —No, no me agradezca —dijo Pepper, su tono cínico y mordaz—. Usted a mí no me gusta ni cinco dólares. Lo que pasa es que la tengo más cerquita y la puedo controlar. Es por eso, pero ya, ya váyase. Piérdase, pues, la vi. Piérdase, piérdase —continuó, empujándola con la punta del bastón para que se levantara de la silla—. Y no se me robe la comida. —Buena, ya, está bien, Doña Pepper, tampoco así. Yo ya me voy… Permiso… —dijo Selena, caminando hacia la entrada, con una sonrisa irónica. —No vuelva aquí hasta que no me traiga noticias de mi nieto —ordenó Pepper con firmeza. —Bueno, señora… —Y no me vaya a azotar… —pero antes de que pudiera terminar, la puerta se cerró de golpe. Pepper gruñó entre dientes, quedando sola en la casa, en el silencio, llenando el espacio vacío y resonando en las paredes como un eco de las tensiones no resueltas. -------------------------------- —Es hermoso, es hermoso y tiene un humor de perros que me fascina —dijo, sentada en la silla giratoria frente a su mejor amiga, con los ojos cerrados, dejando que cada palabra flotara en el aire con una mezcla de admiración y halago—. Un genio que hubiera sido otro, no la cuenta, pero con él, él es otra cosa —abrió los ojos, enfatizando su punto con una mirada intensa. Su amiga soltó un suspiro, una mezcla de resignación y preocupación reflejada en su rostro. —Bueno, pero yo conozco a alguien que va a tener en serio un genio de perros cuando se dé cuenta de tus chistecitos. —¿Sí? —preguntó ella con una sonrisa traviesa, sacando su celular del pequeño bolsillo trasero de su vestido. Al ver quién llamaba en la pantalla, levantó una mano, pidiéndole a su amiga que guardara silencio. Llamada: " —Hola, amor, ¿cómo estás? —Cansado —respondió él, sentado en una de las mesas de madera opaca del gran patio del hospital donde trabajaba—. Pero nada que una ejecutiva talentosa, divina e inteligente no pueda arreglar con un masaje. —¿Ah, sí? Yo conozco a una increíble que trabaja en Hiddleston Constructores. —¿Ah, sí? ¿Y eso puede incluir que me recoja en la clínica? —Se puede incluir, se puede incluir, pero la tarifa te va a aumentar. —Nah, no me importa. No tengo ningún problema; yo después me arreglo con ella. —Okay. Entonces, al final de la tarde te recojo, ¿vale? —Te mando besos, aquí te espero. Chao. —Yo también, chao. " Colgó y su amiga rompió el silencio. —Debiste decirle: yo te recojo al final de la tarde... —Ajá… —… cuando termine con mi nueva conquista —añadió con un tono sarcástico, mientras la morena le veía mordiendo una de las puntas de su celular. La morena respiró hondo y le dijo: —. Ya... ¿Vamos a hablar sobre mi vida personal o sobre Tejares Del Lago? —le preguntó, el ambiente volviéndose tenso y silencioso entre ambas. Finalmente, decidieron enfocarse en la segunda opción, aunque la tensión subyacente seguía presente, amenazando con resurgir en cualquier momento. El ambiente en la oficina, con sus colores rojos y negros, se sentía cargado, casi opresivo. La luz filtrada a través de las cortinas oscuras proyectaba sombras inquietantes en las paredes, reflejando las emociones intensas y las conversaciones no resueltas que flotaban en el aire. Cada palabra, cada mirada, parecía tener un peso adicional, como si el espacio mismo conspirara para mantener la tensión palpable entre ellas. Pero, al pasar de unos minutos, la conversación era más relajada, pero no menos cargada de tensión, esta vez hacia Michael que llegó a la entrada. —Okay… Si lo vuelves a ver al chico… — Nina comenzó, con una chispa traviesa, en sus ojos. —Ajá… —Por nada del mundo le dices que soy la hija de la dueña de la empresa, ¿okay? —¿Por qué le vas a decir mentiras…? —preguntó Michael, confuso. —No pienses tanto. —Ay, Nina Hiddleston, qué decepción contigo, de verdad —confesó Michael, sacudiendo la cabeza mientras Nina aguantaba las ganas de soltar una carcajada—. O sea… ¿Por qué no te pareces a tu mamá? Ella es decente, siempre una dama, puesta en su sitio, no como tú. —¿Y cómo soy yo? —preguntó, cruzándose de brazos. —Pues, eres una perra —le soltó Michael sin rodeos—. Y eres loba y se te ve la gana. —Ah, ya —carcajeó Nina—. Lo que pasa es que estás celoso, ¿no? —preguntó con una sonrisa provocativa. —¿Celoso? —Sí… —¿Celoso yo? Ay, por favor, sigue soñando. —Claro… —rió Nina al ver cómo Michael se alejaba sin decir más. Le encantaba molestarlo, y ambos lo sabían.—Nunca me dijiste que venías buscando a la doctora Hiddleston —la voz de la morena, suave, pero firme, rompió el silencio mientras se apoyaba en uno de los pilares cercanos.El pelinieve, al verla, soltó otro suspiro, esta vez de fastidio, y respondió:—¿Por qué tengo que decirte lo que hago o dejo de hacer?—Porque si fueras un poco más amable, podría haberte ayudado —contestó ella, su tono cargado de una mezcla de burla y desafío.El pelinieve giró hacia ella, su mirada fría:—No me interesa.Se puso de pie y dio un paso, pero la morena no se rindió.—Debe ser algo muy importante —dijo, sus palabras llenas de curiosidad.—¿Qué cosa? —respondió él, con desdén.—Lo que te trae aquí buscando a la doctora Hiddleston. Además, soportando las miradas juzgonas de Justin tanto tiempo.—Mis razones tendré y no son asunto tuyo —replicó él, dándose la vuelta para enfrentarla directamente.—Qué lástima, porque la doctora Hiddleston y yo somos muy cercanas, casi como si fuéramos familia. Si yo le
La noche había caído sobre la ciudad, envolviendo el edificio de Hiddleston Constructores en un aura de calma y luces titilantes. Dentro de la oficina, la morena Nina Hiddleston, aún sumida en sus tareas, hablaba por teléfono con Castellano, el atractivo ejecutivo principal de la compañía."—¿Así tal cual, mi mamá le quería presentar la propuesta a Holguín? —preguntó, su voz reflejando preocupación.—Nina... Tu mamá hizo el proyecto tal cual cree que debemos presentarlo —respondió Castellano, su voz suave y segura a través del auricular.—Ya… Oye… ¿A ti no te parece que estamos siendo un poco generosos con los porcentajes de participación? Tejares Del Lago es el proyecto más importante de la empresa y no vamos a sacarle el provecho que deberíamos.—Mira, para tu mamá lo más relevante es enganchar a Holguín. Ya después… Vendrán otros proyectos para compensar, así que ahora el marco de ganancias no sea tan bueno.—Okay, Castellano, gracias.—De nada."Nina colgó y se levantó de su silla
El pelineve estaba de pie bajo la tenue luz de la tarde, que comenzaba a fundirse con la noche, esperando que algún taxi o autobús apareciera en el horizonte. El día había sido fructífero, sí, pero no en la forma en que otros podrían imaginar. Para el pelinieve, cada pequeño paso hacia su objetivo lo acercaba más a la venganza que había anhelado por tanto tiempo. Sus pensamientos eran un remolino de recuerdos dolorosos y una determinación sombría. El aire se sentía denso, cargado de un calor húmedo que hacía que su camisa se pegara incómodamente a su espalda. Estaba inmerso en este malestar cuando un auto negro, elegante y reluciente, se detuvo frente a él con un suave ronroneo de motor. La puerta se abrió, y de ella emergió una mujer morena que Thomas reconoció al instante.Ella salió con la gracia de alguien que sabe que está siendo observada, su cabello oscuro, enmarcando un rostro que irradiaba confianza y cierta frialdad. Apoyándose con naturalidad en la entrada del auto, sus ojo
— ¿Cómo te fue con la doctora Hiddleston? — preguntó la morena, estando al volante, con una mezcla de curiosidad y tono juguetón en su voz. Sus ojos azules se mantenían fijos en la carretera, pero de vez en cuando lanzaba una mirada de soslayo al pelinieve sentado a su lado.El de mirar esmeralda, con el ceño fruncido, miró por la ventana, observando cómo las luces de la ciudad se deslizaban perezosamente a través del cristal. No tenía ganas de hablar, y su expresión lo dejaba en claro. — Ahorita, no tengo ganas de hablar — respondió, casi en un susurro, su voz cargada de una leve irritación.La morena arqueó una ceja, sin dejar de manejar. — ¿Y eso es que te fue bien o mal?El pelinieve suspiró, resignado. — Bien, bien, me fue bien. Mañana empiezo a trabajar en la empresa.—Oye… qué bien — dijo la morena, con una sonrisa que intentaba contagiar su entusiasmo. — O sea que vamos a ser compañeros.El pelinieve giró la cabeza lentamente hacia ella; su mirada era penetrante, casi inqui
La morena se encontraba dentro de su auto, esperando pacientemente a que el semáforo cambiara a verde. Delante de ella, un hombre hacía malabares en medio de la carretera, su actuación tan efímera como la luz del semáforo que amenazaba con cambiar en cualquier momento. Mientras observaba sin realmente ver, su mente vagó hasta aquel instante en que conoció al intrigante pelinieve. Desde el momento en que lo vio por primera vez en el ascensor, su presencia había quedado grabada en su memoria, como una melodía repetitiva que no podía dejar de tararear.Había algo en él, una especie de atracción magnética, que la había seguido incluso después de que lo dejó frente a esa modesta casa. Era irónico, hermoso, atractivo… Y envuelto en un halo de oscuridad que ella no sabía cómo descifrar. Respiró hondo, tratando de sacarlo de su mente, pero el recuerdo persistía, latente, en el borde de sus pensamientos.Finalmente, después de unos momentos, volvió a la realidad. Miró a su alrededor, sintiéndo
— ¿Qué tal, señorita? — Todo muy bien, Alexandra. —respondió la morena con una sonrisa, aunque su mirada captó el rastro de curiosidad que Alexandra trataba de ocultar.— Me alegro. ¿Encontraste fácil el camino?— Sí, Alexandra, gracias. — Respondió, sus palabras cortas, su mente todavía absorta en los pensamientos que había dejado atrás en Underground.Alexandra sonrió, pero había una tensión en sus ojos que no se desvanecía.— Qué bueno. Pero, me quedé pensando, ¿es que acaso hay algún proyecto nuevo de la empresa por allá en el Underground?La morena se detuvo, la pregunta la tomó por sorpresa. Bajó la vista, como si el suelo pudiera darle una respuesta.— Estaba llevando a alguien…— ¿Ah, sí? — La curiosidad de Alexandra se intensificó.— Sí, estaba llevando a un nuevo empleado de la empresa.Alexandra alzó una ceja, un gesto que insinuaba que no creía del todo en la respuesta.— Ah, ¿un empleado nuevo?— Exacto… — La morena trató de sonar casual, pero la sombra de algo más profu
— Bueno, ¿me va a contar? — preguntó el de cabello gris, su voz calmada, mientras terminaba de lavar los platos en el pequeño fregadero de la cocina. Sus movimientos eran precisos, casi mecánicos, mientras intentaba disimular la curiosidad que lo consumía por dentro. A su lado, el de mirar esmeralda, con su cabello blanco reluciente bajo la luz amarillenta de la bombilla, secaba los platos ya lavados, una sonrisa ladeada jugando en sus labios.— ¿Qué? — replicó el pelinieve, sin levantar la vista del cuchillo que limpiaba con un paño, sus ojos brillando con una chispa de satisfacción que no pasó desapercibida para el contrario.— Pues, que me cuente lo que lo tiene así tan contento. —Insistió, su tono más serio, mientras seguía observando, al contrario de reojo, tratando de descifrar el motivo de su buen humor.El pelinieve dejó escapar una risa baja, casi un susurro, mientras continuaba con su tarea.— Al fin llegué al lugar al que tenía que llegar — declaró con una voz suave, casi t
La noche caía lentamente sobre Mountain, cubriendo la gran casa en un manto de sombras y los sonidos de insectos nocturnos. Dentro, la luz cálida de las lámparas colgaba pesadamente en el ambiente, proyectando suaves sombras que danzaban en las paredes. — Notaste eso, ¿no?—¿Qué cosa?— No sé, me refiero a lo extraño que estaban mi padre y mi madre mientras estábamos cenando. Es decir, como si hubieran discutido por algo, no sé.Harrison asintió, su mirada fija en el plato, que ya no tenía intención de seguir comiendo.— Sí, está raro, ¿no?— Algo está pasando ahí.— ¿Qué será? — preguntó Harrison, aunque en su voz había más duda que curiosidad.— No sé… ¿Será por un hombre? — sugirió Nina, su tono apenas un susurro.Harrison la miró con incredulidad, aunque la duda comenzaba a filtrarse en su mente.— Ay, Nina, no seas malpensada, ¿cómo se te ocurre eso? Estamos hablando de tu mamá, sería incapaz.Nina alzó una ceja, su expresión escéptica.— No lo sé, a cualquiera le podría pasar.