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5. Sombra de engaño y deseo creciente.

En la colina del barrio The Underground, se erigía una pequeña casa algo dejada, cuyo interior parecía tan olvidado como sus habitantes. Timothe, de tez un tanto morena, estaba terminando de arreglarse para su trabajo como enfermero, un empleo que le exigía mucho más de lo que el salario reflejaba. Mientras ajustaba su uniforme, se oyó el familiar crujido de la puerta de entrada: Selena había llegado. Ella, como siempre, se sentó sin pedir permiso en la mesa opaca de madera de la cocina, comiéndose un plátano con la misma confianza de quien está en su propia casa.

—Timothe, usted me está mintiendo a mí. Dime la verdad, pues. ¿Él tiene otra o no? —exigió Selena, señalándolo con un dedo acusador. Sus ojos brillaban con una mezcla de frustración y desesperación, buscando respuestas.

Timothe respiró hondo, preparándose para responder, pero la voz firme de Pepper resonó desde el fondo de la casa, cortando el aire como un cuchillo.

—¿Quién llegó? Ah… la muerta de hambre de Selena, ¿no? —la voz de Pepper tenía un tono agrio, marcado por años de desconfianza y agotamiento, mientras se acercaba con pasos lentos y calculados, guiada por su bastón.

—Sí, Pepper, pero tranquila, que ya la estoy echando —dijo Timothe, su paciencia claramente al límite, los músculos de su mandíbula tensos por la molestia.

—No, espere… Déjela ahí, déjela ahí. Usted mejor váyase, que se le hace tarde —replicó Pepper, con un gesto de mano que indicaba que ya había tenido suficiente por hoy.

Timothe la miró con escepticismo, pero asintió resignado.

—Bueno, usted verá. Pero échela que se nos acaba el mercado —dicho esto, tomó su mochila y salió de la casa, dejando tras de sí una estela de preocupación.

Selena, masticando su plátano con lentitud deliberada, observó como Timothe se marchaba antes de hablar de nuevo.

—¿Qué se dice, cucha?

—¿Cuál cucha? ¿Cuál cucha? —replicó Pepper, picándole un costado con la punta del bastón, haciendo que Selena se retorciera con un gemido de dolor.

—Ay, ay, perdón, disculpe, doña Pepper, ya —dijo Selena, levantando las manos en señal de rendición.

Pepper bufó y se sentó con cuidado en la silla de madera frente a ella. Sus ojos, opacos por la edad, parecían aún más severos bajo la luz tenue de la cocina.

—¿Sabe, Selena, que usted sí va a tener razón? Thomas anda en alguna cosa rara —dijo Pepper, su voz teñida de sospecha y resignación.

—¿Sí ve? Y este otro del Timothe haciéndose el loco. Doña Pepper… —volteó a mirarla con una expresión de súplica—. ¿Él se levantó a otra mujer, sí o no?

—Ah, eso sí, no sé —negó con la cabeza, un gesto lento y calculado—. Eso sí, no sé. Eso le toca a usted —la señaló con un dedo huesudo— averiguarlo. Pero más bien, date cuenta y vienes y me dices qué pasa, ¿ah? Yo desde aquí le ayudo.

—Se le agradece el detalle, doña Pepper; muchas gracias —dijo Selena, su tono mostrando un atisbo de alivio y cinismo.

—No, no me agradezca —dijo Pepper, su tono cínico y mordaz—. Usted a mí no me gusta ni cinco dólares. Lo que pasa es que la tengo más cerquita y la puedo controlar. Es por eso, pero ya, ya váyase. Piérdase, pues, la vi. Piérdase, piérdase —continuó, empujándola con la punta del bastón para que se levantara de la silla—. Y no se me robe la comida.

—Buena, ya, está bien, Doña Pepper, tampoco así. Yo ya me voy… Permiso… —dijo Selena, caminando hacia la entrada, con una sonrisa irónica.

—No vuelva aquí hasta que no me traiga noticias de mi nieto —ordenó Pepper con firmeza.

—Bueno, señora…

—Y no me vaya a azotar… —pero antes de que pudiera terminar, la puerta se cerró de golpe. Pepper gruñó entre dientes, quedando sola en la casa, en el silencio, llenando el espacio vacío y resonando en las paredes como un eco de las tensiones no resueltas.

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—Es hermoso, es hermoso y tiene un humor de perros que me fascina —dijo, sentada en la silla giratoria frente a su mejor amiga, con los ojos cerrados, dejando que cada palabra flotara en el aire con una mezcla de admiración y halago—. Un genio que hubiera sido otro, no la cuenta, pero con él, él es otra cosa —abrió los ojos, enfatizando su punto con una mirada intensa.

Su amiga soltó un suspiro, una mezcla de resignación y preocupación reflejada en su rostro.

—Bueno, pero yo conozco a alguien que va a tener en serio un genio de perros cuando se dé cuenta de tus chistecitos.

—¿Sí? —preguntó ella con una sonrisa traviesa, sacando su celular del pequeño bolsillo trasero de su vestido. Al ver quién llamaba en la pantalla, levantó una mano, pidiéndole a su amiga que guardara silencio.

Llamada:

" —Hola, amor, ¿cómo estás?

—Cansado —respondió él, sentado en una de las mesas de madera opaca del gran patio del hospital donde trabajaba—. Pero nada que una ejecutiva talentosa, divina e inteligente no pueda arreglar con un masaje.

—¿Ah, sí? Yo conozco a una increíble que trabaja en Hiddleston Constructores.

—¿Ah, sí? ¿Y eso puede incluir que me recoja en la clínica?

—Se puede incluir, se puede incluir, pero la tarifa te va a aumentar.

—Nah, no me importa. No tengo ningún problema; yo después me arreglo con ella.

—Okay. Entonces, al final de la tarde te recojo, ¿vale?

—Te mando besos, aquí te espero. Chao.

—Yo también, chao. "

Colgó y su amiga rompió el silencio.

—Debiste decirle: yo te recojo al final de la tarde...

—Ajá…

—… cuando termine con mi nueva conquista —añadió con un tono sarcástico, mientras la morena le veía mordiendo una de las puntas de su celular.

La morena respiró hondo y le dijo:

—. Ya... ¿Vamos a hablar sobre mi vida personal o sobre Tejares Del Lago? —le preguntó, el ambiente volviéndose tenso y silencioso entre ambas. Finalmente, decidieron enfocarse en la segunda opción, aunque la tensión subyacente seguía presente, amenazando con resurgir en cualquier momento.

El ambiente en la oficina, con sus colores rojos y negros, se sentía cargado, casi opresivo. La luz filtrada a través de las cortinas oscuras proyectaba sombras inquietantes en las paredes, reflejando las emociones intensas y las conversaciones no resueltas que flotaban en el aire. Cada palabra, cada mirada, parecía tener un peso adicional, como si el espacio mismo conspirara para mantener la tensión palpable entre ellas. Pero, al pasar de unos minutos, la conversación era más relajada, pero no menos cargada de tensión, esta vez hacia Michael que llegó a la entrada.

—Okay… Si lo vuelves a ver al chico… — Nina comenzó, con una chispa traviesa, en sus ojos.

—Ajá…

—Por nada del mundo le dices que soy la hija de la dueña de la empresa, ¿okay?

—¿Por qué le vas a decir mentiras…? —preguntó Michael, confuso.

—No pienses tanto.

—Ay, Nina Hiddleston, qué decepción contigo, de verdad —confesó Michael, sacudiendo la cabeza mientras Nina aguantaba las ganas de soltar una carcajada—. O sea… ¿Por qué no te pareces a tu mamá? Ella es decente, siempre una dama, puesta en su sitio, no como tú.

—¿Y cómo soy yo? —preguntó, cruzándose de brazos.

—Pues, eres una perra —le soltó Michael sin rodeos—. Y eres loba y se te ve la gana.

—Ah, ya —carcajeó Nina—. Lo que pasa es que estás celoso, ¿no? —preguntó con una sonrisa provocativa.

—¿Celoso?

—Sí…

—¿Celoso yo? Ay, por favor, sigue soñando.

—Claro… —rió Nina al ver cómo Michael se alejaba sin decir más. Le encantaba molestarlo, y ambos lo sabían.

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