No soy tu mujer.

Madson Reese se sintió confusa, pero se sorprendió aún más cuando Cesare Santorini le pidió que le enseñara sus manos heridas. En ese momento, una película se reprodujo en su cabeza y recordó todo lo que había dejado atrás. Le vinieron a la mente los diarios que tenía bajo la cama y sonaron alarmas en su memoria. Madson pensó en lo tonta que había sido al pensar que su intimidad se preservaría tras su supuesta muerte. Siempre había creído que alguien leería las palabras de aquellos diarios, y la idea de que Cesare conociera ahora cada uno de sus secretos la inquietaba.

Madson Reese siempre pedía a Sara que la enterrara junto con todos sus diarios y recuerdos, cada vez que Amiro Reese se descontrolaba lo suficiente como para amenazar la integridad y la vida de la pobre muchacha, que acababa huyendo de casa aterrorizada. Y sabía que pensar que Sara cumpliría cualquiera de sus peticiones, incluso post-muerte, era muy ingenuo.

– ¿Para qué necesitas eso?

– La Madson Reese que conozco... Mi
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