No tengo la mujer adecuada.

A Madson Reese ya le dolía bastante el corazón como para tener que enfrentarse a revelaciones en aquel momento, pero nada impedía que Cesare se fijara en sus bebés, incluso después de tantos esfuerzos por mantenerlo al margen de la existencia de aquellos queridos niños. Contempló el rostro serio del hombre y la forma en que la lágrima se formó en la línea de flotación del ojo de Cesare Santorini la hizo sentirse mal de que se hubiera enterado de todo de aquella manera.

Madson Reese tenía miedo. Se estremeció cuando por fin abandonó su estado inmóvil para acercarse a donde yacía su segundo bebé y cogerlo en brazos con una maestría que ella no había esperado. Y se preguntó si se había entrenado lo suficiente con Sara Reese para ser tan delicado y hábil con aquel niño. Y la forma en que lo miraba pasó del miedo al resentimiento y los celos. Al menos durante un tiempo.

Bastó que Cesare acunara a la pequeña criatura en su regazo, apoyando su cuerpo contra el de él, para que la niña se call
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