¿Mamá? ¡Mírame!

– ¿Qué es eso?

– ¿Qué es eso, hijo? No oigo nada.

La mujer mayor sabía muy bien de qué hablaba Cesare Santorini, pero tenía que convencerlo de que no era para tanto, y tal vez así podría olvidar el sonido de los bebés llorando sin parar con tal desesperación que preocupaba a todos en la casa.

– Señora Lucy, no estoy tan loco.

– No sé si eso es verdad. Tuviste el descaro de quedarte con esa mujer...

Cesare finalmente recordó el propósito de todo su trabajo viajando a Italia. Se dio cuenta de que se había desviado de su propósito porque, para su asombro y desgracia, había dos mujeres idénticas que ni siquiera se conocían y que, además, tenían personalidades muy diferentes.

Cesare se volvió hacia su madre y descruzó las piernas mientras su corazón anticipaba lo que probablemente tendría que oír antes de conseguir el perdón de aquella mujer imposible.

Y Lady Lucy sabía muy bien lo que su hijo pretendía decir. – Mamá, he venido aquí para hablar de ello. Veo claramente que sigues disgustad
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