Madson Reese abrió sus hermosos ojos y contempló el paisaje desde la gran ventana del dormitorio, donde por fin había dejado de nevar. Respiró hondo, aliviada por haber dormido bien como hacía tiempo, que no lo hacía, antes de darse cuenta de que había un inquietante silencio en la habitación. Sobresaltada, echó las piernas a un lado y se puso la bata, dirigiéndose rápidamente a la cuna de los bebés para comprobar qué ocurría.Sus ojos se llenaron de pavor en cuanto los vio vacíos. Entonces, sin siquiera cambiarse de ropa ni preocuparse por la hora, la mujer se apresuró a bajar las escaleras, en busca de la mujer encargada de cuidar de sus hijos cuando ella estaba ocupada por algún motivo, pero antes de pisar el último escalón, los pasos se ralentizaron a un ritmo tan sutil que apenas pudo oírlos en la distancia.El hombre sentado sobre una mullida alfombra en el centro de la habitación reía con los gestos de dos bebés que se divertían con un juguete que colgaba de sus manos en un inc
– Deberías venir a visitarme alguna vez.Lady Lucy parecía demasiado excitada para el gusto de Madson Reese, que esperaba que su suegra se negara, pero todo sucedió exactamente al revés de lo que ella deseaba, y en el momento en que la dama se levantó tan eufórica que hasta Cesare encontró extraño el comportamiento de su madre, supo que estaba perdida.– Tengo una idea. Volveremos contigo. Nos quedaremos un tiempo en tu casa. ¿Qué te parece?El hombre serio apartó los ojos curiosos del bebé que tenía en el regazo y miró a su madre el tiempo suficiente para establecer contacto, luego sonrió distraídamente. – Me parece una idea estupenda.– A mí me parece una idea terrible, Lady Lucy. No tenemos nada que hacer en ese lugar.– Verona, querida, aún no has visto la granja. Pero te encantará. Es tan hermoso allí, y además, estamos cansados de las mismas fiestas con la misma gente. Sabes que es aburrido.– Pero no necesitamos más fiestas.– ¿Y qué? ¿Aburrirnos aquí? Ni hablar. Tengo que disf
Madson Reese sintió que su corazón prácticamente explotaba de nervios cuando el avión aterrizó en el tranquilo pueblo donde había cultivado los peores recuerdos que una persona puede tener. Y rápidamente todos los recuerdos volvieron a inundarla en cuanto intentó levantarse para desembarcar. Al recostarse en el asiento, se dio cuenta de que le temblaban demasiado las manos como para poder desabrocharse el cinturón que la sujetaba al asiento. Y como estaba tan nerviosa por estar allí, su pequeño arrebato se hizo notar bastante porque nadie golpearía un objeto inamovible mientras ella soltaba un grito agudo sin motivo. Madson maldijo en cuanto se dio cuenta de que, no solo había atraído una atención no deseada, sino que además recibiría ayuda de la persona que menos quería ver en ese momento. Sin embargo, esbozó una suave sonrisa de agradecimiento cuando finalmente la liberó de su prisión.– Estás bien, Madson. Pareces nerviosa.Madson Reese puso los ojos en blanco por la insatisfacción
Frente a la suntuosa y lujosa mansión digna de un propietario de la mayor industria de diamantes de la región, Madson Reese volvió a mirar fijamente la propiedad. Y eso dejó a Cesare Santorini confuso. ¿Por qué se comportaba así, como si lo viera todo por primera vez, si conocía aquella casa como la palma de su mano? No entendía cómo podía fingir tan bien.Pero lo cierto era que Madson Reese se limitaba a recordarlo todo mientras veía cada pieza de aquel lugar como su cautiverio y su martirio.Cesare se quedó mirando a la mujer, que llevaba un vestido vaporoso, demasiado formal para el lugar en el que se encontraba en ese momento, y las mejillas sonrosadas que se ocultaban bajo la sombra de un sombrero negro, que le daba un aspecto aún más sofisticado de italiana de alta sociedad.El bebé que estaba en el regazo de la mujer también parecía bastante curioso, sobre todo cuando vio pasar el ruido de los caballos. Cesare sonrió al ver cómo aquellos pequeños intentaban interactuar con el m
Cesare Santorini siguió cada paso que Madson Reese daba en aquella mansión, buscando cualquier pista o error que pudiera cometer para revelarse aquella noche, pero no ocurrió nada. Era como si realmente fueran dos mujeres totalmente distintas. Y después de casi una semana desde que ella había llegado a la ciudad, él se sentía frustrado. La esperanza de poder seducirla o besar de nuevo a aquella dulce mujer se desvaneció cuando ella se negó con vehemencia, amenazando con marcharse si volvía a tocarla, y ahora lo único que le quedaba era observarla desde lejos.Eso no le impidió admirarla durante el tiempo que tardó en darse cuenta de que había cambiado. Así que se sentó en el balcón y empezó a fumar, mientras intentaba concentrarse en no beberse al menos un chupito. Pero la idea de no anestesiarse le parecía casi tan insoportable como mantenerse alejado de la mujer que parecía infeliz en aquel extremo del mundo. Y aunque combinaba con el paisaje de ropas elegantes, Cesare sabía reconoc
Tras el pesado maquillaje, se escondía un rostro que ocultaba las marcas de las noches en vela y el cansancio de un trabajo duro e indigno que apenas le permitía lujos, aparte de lo que el propio proxeneta le permitía. Bajo la luz del escenario, una lágrima recorría la mejilla de Sara Reese en llamativos rasgos, y, sin embargo, sin que se notara su dolor, mantenía esa falsa sonrisa, mientras saboreaba el agua salada que corría por su mejilla y entraba en su boca abierta.Los hombres aplaudieron al final de otra actuación que a ella le había encantado al principio, pero que con el tiempo se había convertido en su gran martirio. Luego hizo una reverencia y, al levantarse, sus ojos recorrieron al público que la aclamaba. Pero ya no podía darles las gracias. Ya no podía hacer ningún gesto después de haberse desmayado delante de toda aquella gente.Aun así, ante el repentino malestar, todavía había suficientes pervertidos como para desearla así. Y probablemente lo habrían hecho, de no ser,
Los ojos del hombre se abrieron de par en par, sorprendidos. Estaba seguro de que la pobre joven había muerto, y todo porque él se había encargado de cerrar las puertas y echarles el cerrojo desde fuera. Entonces empezó a temblar, creyendo con cada hueso de su cuerpo que aquella alma había regresado para vengarse de una injusticia que había cometido recientemente. Y por mucho que intentara negarlo, el espíritu burlón seguía riéndose de su desgracia y de su clara desesperación. Agarró los delicados hombros de Sara Reese y la colocó frente a él como un escudo protector contra cualquier daño que aquel ser maligno pudiera hacerle.– ¡Bu! – se mofó.Pero para sorpresa de todos, el antiguo conserje se orinó en sus propios pantalones, demostrando hasta qué punto podía superarse a sí mismo en su evidente cobardía.Madson se limitó a reírse de lo patético que podía llegar a ser, y aunque era gracioso, su corazón seguía lleno de dolor y resentimiento.En ese momento, Sara se apartó de él, empuj
El hombre, de rostro adusto, cayó de lado en el suelo, retorciéndose por la tos y, sin embargo, ante su visible sufrimiento, Sara Reese no movió un músculo para ayudarle. Se limitó a mirarlo, tendido en el suelo. Mientras la distinguida mujer pasaba con sus lujosos zapatos que valían más de dos meses del salario que Sara había ganado con tanto esfuerzo.El hombre se volvió boca abajo en el suelo y casi agarró la pierna de Madson Reese como quien pide ayuda a gritos, pero que podría haberla hecho tropezar fácilmente y hacerla caer con él. Pero retrocedió. Madson Reese estaba indignado.Sara Reese estaba segura de que esta era realmente la mujer que decía ser Verona, porque Madson Reese no era más que una niña idiota que sentía compasión por cualquiera. Había nacido con el don del perdón, y ese era sin duda su calvario. Pero en ese momento, Madson Reese le miró como una cucaracha mientras apartaba los pies del hombre.– No me toques. Apestas.Sara Reese se ofendió tanto como el hombre,