La mujer tumbada en una cama de sábanas blancas ya no observaba sus propias manos en un estado tan perfecto que apenas podía creer que hubiera dos criaturas tan hermosas y pequeñas que ni siquiera podía pensar que algún día las tendría. Luego tocó sus caritas mientras dormían abrazados como cuando aún estaban en la barriguda de sus mamás.Madson no podía creer lo afortunada y feliz que se sentía por haber podido dar a luz a unos bebés tan sanos, pero lo mejor de todo fue la sorpresa de unos gemelos que no eran idénticos, y mucho menos del mismo sexo. Notó el sutil parecido entre los dos niños, aunque pudo notar las características más presentes de ambos padres seleccionadas por separado en cada bebé. Y la niña, por supuesto, se parecía mucho a Cesare Santorini, para deleite de Lady Lucy y consternación de Madson Reese. En ese momento pensó en él, y recordó también todas sus penas. Se sentó en la cama y se abrazó las rodillas, porque aunque todavía estaba un poco débil por el esfuerzo
Cesare Santorini miraba el paisaje exterior, aunque no podía ver gran cosa desde donde estaba a aquella altitud. Luego, tras unos minutos en los que reflexionó sobre su pesar, que probablemente nunca desaparecería, el hombre se dio la vuelta para volver al interior de la cabina, donde no había nada más que hacer. Y como era el único pasajero, tampoco tenía a nadie con quien hablar, aunque de todos modos no quería hacerlo.Después de tres meses en aquella ciudad, después de ver a Sara Reese por última vez, el hombre no podía soportar más charla. Y sabía que huir sería la opción más equivocada que podría tomar, pero aun así lo hizo. Y no porque pensara que no se merecía todos los insultos y burlas que le llegaban cada vez que caminaba por la calle, con la cabeza bien alta, a pesar de que sus cuernos le pesaban hasta el punto de doblarle su varonil cuello, sino porque necesitaba el perdón de alguien a quien también había herido con las malas decisiones que había tomado.El avión aterrizó
Cesare se quedó paralizado durante unos segundos mientras la elegante mujer de amplia sonrisa caminaba tan sensualmente entre la gente que casi dudó de que fuera realmente ella. Había algo muy diferente en Madson Reese, pero no podía descifrarlo. Lo único que pudo concluir es que ahora parecía más madura. Más mujer.La joven sonrió a un hombre cualquiera y, en ese momento, el señor Santorini despegó los pies del suelo para correr hacia la belleza que desfilaba entre la gente, mientras los hombres la admiraban más allá de lo que Cesare Santorini podía considerar aceptable.Lady Lucy se anticipó a los movimientos de su hijo al darse cuenta de lo angustiado, asombrado y, sobre todo, enfadado que parecía. Así que intentó cogerle del brazo, pero la reacción de su hijo fue retenerla sin siquiera mirarla, porque estaba demasiado aturdido para apartar la vista de aquella obra de arte que más bien parecía una alucinación.¿Era ella la que había aparecido entre los bosques mientras él se desaho
Poco convencido, Cesare Santorini prácticamente sintió que flotaba bajo el suelo de madera de la elegante sala, mientras la ingeniosa mujer sonreía a todo el mundo atrayendo cualquier atención de forma involuntaria y natural. Era como un imán para los ojos, y aunque Madson Reese era igual, había en ella una sensualidad difícil de explicar. Pero mirarla era como olvidar que había otra mujer viviendo en esta tierra.Cesare Santorini tragó el líquido de su segundo vaso y la observó como un halcón, mientras los demás hombres hacían lo mismo. Parecía muy extraño, porque aquella mujer, si no era su esposa, parecía fuera de lo común, y solo podía ser una hermana gemela perdida. No había otra explicación.Lo más conflictivo para él era saber que si ella no era realmente Madson Reese, ¿qué podía hacer con los celos que sentía, que casi le aplastaban el alma con su pesadez y brutalidad? ¿Y por qué tenía que bailar tanto? ¿Por qué tantos hombres querían tocarla? Tragó saliva mientras se recostab
Madson Reese se sintió confusa, pero se sorprendió aún más cuando Cesare Santorini le pidió que le enseñara sus manos heridas. En ese momento, una película se reprodujo en su cabeza y recordó todo lo que había dejado atrás. Le vinieron a la mente los diarios que tenía bajo la cama y sonaron alarmas en su memoria. Madson pensó en lo tonta que había sido al pensar que su intimidad se preservaría tras su supuesta muerte. Siempre había creído que alguien leería las palabras de aquellos diarios, y la idea de que Cesare conociera ahora cada uno de sus secretos la inquietaba.Madson Reese siempre pedía a Sara que la enterrara junto con todos sus diarios y recuerdos, cada vez que Amiro Reese se descontrolaba lo suficiente como para amenazar la integridad y la vida de la pobre muchacha, que acababa huyendo de casa aterrorizada. Y sabía que pensar que Sara cumpliría cualquiera de sus peticiones, incluso post-muerte, era muy ingenuo.– ¿Para qué necesitas eso?– La Madson Reese que conozco... Mi
El desayuno transcurrió como de costumbre para la rutina de la familia que ya se había instalado allí, pero para Cesare Santorini se sentía extraño, como fuera de lugar. Seguía siendo el dueño de toda la fortuna que ponía cada exquisita comida en la mesa, y seguía sintiéndose como un intruso en su propia familia, pero cuando la mujer que se parecía a su difunta esposa bajó las escaleras, sintió una opresión aún más fuerte en el pecho.Madson estaba sentada a la mesa con una camisola de seda, ajena al hecho de que él estaba allí, observándola, y el hombre llegó a la conclusión de que su recatada esposa nunca haría eso. Aquella mujer parecía demasiado atrevida para ser ella, pero el parecido seguía siendo demasiado peculiar. No podía apartar los ojos de ella, como si hubiera una fuerza que lo retuviera allí.Madson Reese se le quedó mirando brevemente y, cuando se dio cuenta de cómo la miraba, le hizo un saludo con la ceja, que casi parecía sensual por la forma en que movía su rostro de
– ¿Qué es eso?– ¿Qué es eso, hijo? No oigo nada.La mujer mayor sabía muy bien de qué hablaba Cesare Santorini, pero tenía que convencerlo de que no era para tanto, y tal vez así podría olvidar el sonido de los bebés llorando sin parar con tal desesperación que preocupaba a todos en la casa.– Señora Lucy, no estoy tan loco.– No sé si eso es verdad. Tuviste el descaro de quedarte con esa mujer...Cesare finalmente recordó el propósito de todo su trabajo viajando a Italia. Se dio cuenta de que se había desviado de su propósito porque, para su asombro y desgracia, había dos mujeres idénticas que ni siquiera se conocían y que, además, tenían personalidades muy diferentes.Cesare se volvió hacia su madre y descruzó las piernas mientras su corazón anticipaba lo que probablemente tendría que oír antes de conseguir el perdón de aquella mujer imposible. Y Lady Lucy sabía muy bien lo que su hijo pretendía decir. – Mamá, he venido aquí para hablar de ello. Veo claramente que sigues disgustad
A Madson Reese ya le dolía bastante el corazón como para tener que enfrentarse a revelaciones en aquel momento, pero nada impedía que Cesare se fijara en sus bebés, incluso después de tantos esfuerzos por mantenerlo al margen de la existencia de aquellos queridos niños. Contempló el rostro serio del hombre y la forma en que la lágrima se formó en la línea de flotación del ojo de Cesare Santorini la hizo sentirse mal de que se hubiera enterado de todo de aquella manera.Madson Reese tenía miedo. Se estremeció cuando por fin abandonó su estado inmóvil para acercarse a donde yacía su segundo bebé y cogerlo en brazos con una maestría que ella no había esperado. Y se preguntó si se había entrenado lo suficiente con Sara Reese para ser tan delicado y hábil con aquel niño. Y la forma en que lo miraba pasó del miedo al resentimiento y los celos. Al menos durante un tiempo.Bastó que Cesare acunara a la pequeña criatura en su regazo, apoyando su cuerpo contra el de él, para que la niña se call