CAPITULO 39

Llegué hasta la puerta y mi pulso se aceleró al notarla entreabierta. Un presagio perturbador nubló mis pensamientos, me imaginé miles de escenarios donde en todas las escenas, Diego resultaba lastimado.

Al pensar en él, en su integridad y seguridad, me armé de valor e ingresé a la casa con cuidado. Mis ojos viajaron con rapidez a la mesa cubierta de rosas, copas de vino y velas; suspiré tranquila. Tal vez era adrede todo y Diego solo quería sorprenderme.

—¡¿Diego?! —lo llamé. Entretanto, con los ojos buscaba su figura imponente sin obtener respuesta.

Avancé hacía la mesa dispuesta, recorrí el lugar a diestra y siniestra, tratando de encontrarlo. De inmediato, una tarjeta captó mi atención; era de un papel color rojo fuego y estaba ubicada en el centro de la mesa, recostada en la botella de vino con la inscripción de mi nombre:

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