Lucas
Ambos nos quedamos sin palabras viendo cómo Maximiliano se llevaba a Ana quién sabe a dónde, y ni Diego ni yo, pudimos seguirles las pisadas porque, de inmediato, luego de ver cómo la sacaba a bailar con una familiaridad que francamente me enfurecía, invitados importantes se acercaron a nosotros para entablar conversación. Sullivan parecía despreocupado, aunque en un par de ocasiones miró en dirección hacia donde desaparecieron. Sin embargo, yo estaba tan molesto que, si no acababa pronto la estúpida charla, era capaz de echar a todos para ir tras ellos.
Conocía muy bien a ese condenado español como para afirmar que era capaz de seducirla en un abrir y cerrar de ojos, mas Diego Sullivan, al parecer, no se imaginaba en las manos en donde yacía su adorada esposa.
***
Ana
Max me ofreció su brazo y acepté gustos
Invadió mi boca con ímpetu, sin darme oportunidad a emitir protesta alguna. El sabor de sus besos era una mezcla agridulce que revelaban que bebí de más. Y, al parecer, el alcohol era dueño de sus impulsos. De todas maneras, el placer y sentimientos encontrados me asediaron, por lo que luego de resistirme en contra de mi propia voluntad, me dejé llevar por el deseo intenso que despertaba en mí cuerpo.Cuando me hubo faltado la respiración, mis manos que estaban envueltas en su cuello, bajaron hasta su pecho y, con dificultad, empujé de manera firme para crear un espacio y tomar el aire que ambos necesitábamos. Lentamente fue bajando la intensidad del beso, separó su boca de la mía. Respiró suave, con los ojos cerrados, recargando su frente en mi hombro y dejándome un cálido beso a su paso. Volvió a levantar ese rostro de facciones perfectas y sus orbes diaból
—No es posible, tú no puedes estar diciendo eso. Mucho menos sentirlo. —Me negaba a creerlo.—Ni siquiera sé cómo sucedió, pero lo hago y no tengo miedo de asumirlo y de decirlo, aunque no quieras escuchar esta confesión precisamente de mi boca. Te amo y te necesito como no te imaginas. Añoro todo de ti, de tu cuerpo, de tus labios y el calor que me da tu sonrisa. De esos ojos que dejan ver el alma pura y trasparente que tienes. Después de ti, estoy seguro que no podré ver a nadie más de esta manera. —Me brindó una tierna sonrisa y creí morir.Mis orbes se llenaron de lágrimas por la emoción de aquellas palabras que jamás había oído.—Nadie jamás me dijo que me ama —confesé con nostalgia.—Y con nadie, ¿te refieres a un hombre? —preguntó y negué.—Nad
Lucas—Si me disculpan, el señor Sullivan puede seguir explicándoles todo lo relacionado a nuestra sociedad. Tengo invitados que atender, con permiso —me excusé ansioso por librarme de aquellas personas que no me dejaban partir tras ella. Una mirada cargada de odio me escrutó de manera intensa, pero lo ignoré y seguí hacia donde se perdieron esos dos.—Lucas, déjala en paz. Ella no está lista para superar a Diego, olvídala, por favor. —Laura se interpuso en mi camino para convencerme de que sacara a Ana de mi cabeza, cosa que ya era imposible.—Laura, por favor no te metas en mis asuntos —dije demasiado brusco y ella me miró incrédula por cómo le hablé. Me pasé la mano por el rostro con exasperación. Era la primera vez que perdía el control de las cosas. Ni siquiera el abandono de Milena, hizo que perdiera t
LucasSalí con sigilo de la habitación y desde cierta distancia, pude ver el semblante sombrío de Sullivan, quien se notaba arrebatado por la rabia y el dolor. Ese hombre estaba sufriendo en carne propia lo que significaba ser traicionado, cosa que dudo hubiera experimentado en su existencia. Sabía del prontuario de mujeriego que cargó en el pasado, como para imaginar que alguna vez pasaría por semejante situación.Por mi parte, sentía rabia de haber querido manipular las cosas para conseguir mi propósito. En el pasado fui víctima de engaños y maquinaciones que destruyeron mis esperanzas frente al amor y me habían hecho dudar de las personas, por lo que la idea fugaz de utilizar esta situación a mi favor y sacar del camino a ese hombre, me resultaba deshonesto.Oí sus reclamos cargados de ansiedad y dolor, que tan solo recibían respuestas vací
AnaSentí un fuerte aroma invadir mis fosas nasales, logró que cobrara mis sentidos y reaccionara poco a poco. Lentamente abrí los ojos y me encontré con aquella mirada que, desde el día que nos conocimos, aunque él no lo supiera, me embrujó por completo. Su preocupación era evidente y el desconsuelo por mi falta me embargó tanto, que comencé a llorar con culpabilidad.Entre mis sollozos, oí cómo el señor Spencer se despedía y nos dejaba a solas a Mónica, Diego y a mí.—Shh, cariño, ya pasó —susurró tierno, acunó mi mejilla y retiró las lágrimas de mi rostro.—Diego; ¿puedes ir por agua, por favor? —pidió de manera ansiosa mi amiga. La conocía y sabía que quería crear un espacio para que pudiéramos estar a solas.—Mej
«El trabajo, la empresa… Lucas», pensé. Abrí los ojos con desesperación.¡Por dios, Lucas!El hombre que acababa de confesarme su amor y al que estuve a punto de entregarme hace cuestión de hora, seguía esperando por mí en la habitación. Tendría que enfrentarlo, pedirle perdón por lo que propicié presa del deseo y las ganas de olvidar algo inolvidable. Pensé en ese momento, que realmente no me merecía a alguien como Lucas: un verdadero caballero, un hombre que, a pesar de todos los problemas que cargaba, eligió creer en mí, seguirme y apoyarme. Sentía remordimientos por las falsas esperanzas que sembré en él.Respiré profundo y separé los párpados para iniciar mi marcha hacia la alcoba, decidida a enfrentar las consecuencias de mis actos, haciendo caso omiso al temblor, la vergüenz
—Pero ¿qué tenemos aquí? ¿Acaso estás buscando que alguien muera de un infarto? —Mónica, junto con sus comentarios cargados de ironía y diversión, entró a mi habitación mientras terminaba de arreglarme para la cita que tenía con Diego.Estaba nerviosa y me sentía perturbada. Mis manos torpes no permitían que de una vez terminara de maquillar un poco mi rostro; el temblor en ellas hacía de aquello tan fácil para mí, una tarea imposible. Mónica, quien no recibió respuesta de mi parte, frunció el ceño contrariada y estudió mis movimientos. Cuando quise de nuevo tratar de colocar un poco de sombra sobre mis párpados, me detuvo al quitarme la brocha con cuidado.—Lo haré yo. Siéntate y relájate —habló de manera suave y obedecí de inmediato—. ¿Est&aacut
Llegué hasta la puerta y mi pulso se aceleró al notarla entreabierta. Un presagio perturbador nubló mis pensamientos, me imaginé miles de escenarios donde en todas las escenas, Diego resultaba lastimado.Al pensar en él, en su integridad y seguridad, me armé de valor e ingresé a la casa con cuidado. Mis ojos viajaron con rapidez a la mesa cubierta de rosas, copas de vino y velas; suspiré tranquila. Tal vez era adrede todo y Diego solo quería sorprenderme.—¡¿Diego?! —lo llamé. Entretanto, con los ojos buscaba su figura imponente sin obtener respuesta.Avancé hacía la mesa dispuesta, recorrí el lugar a diestra y siniestra, tratando de encontrarlo. De inmediato, una tarjeta captó mi atención; era de un papel color rojo fuego y estaba ubicada en el centro de la mesa, recostada en la botella de vino con la inscripción de mi nombre: