La pista estaba concurrida, y aunque no me agradaba la idea de bailar con el esposo de otra, si tenía muchos deseos de mover los pies. Sonaba salsa y la verdad no soy muy buena, pero me defiendo. Al primer compás supe que estaba acabada. Matt dio solo dos pasos y parecía un profesional.
Bailamos un par de canciones seguidas sin darnos cuenta de que cambiaban los acordes. Era una sensación rara porque me sentía torpe y al mismo tiempo feliz de estar ahí. Por varios minutos olvidé la boda, los ex compañeros de clases, la mirada prejuiciosa de Edna, la incomodidad por la presencia de Jaime. Todo se resumía a Matt, nuestros pies y yo.
Cuando por fin nos cansamos me dijo con una sonrisa que iba a sentarse junto a Nina. Le dije que me parecía bien y que era genial bailando. Me devolvió el cumplido, aunque dudo mucho que sea cierto. Se alejó de mí y me dediqué a observar su cuerpo de espaldas. Tenía unos hombros anchos muy masculinos y el pantalón del traje estaba tan ajustado que te permitía imaginar que tenía un culo adorable.
No, no me avergüenza admirar al marido de otra.
Me fui al baño pero la fila era inmensa. Iba a volver a mi asiento cuando me topé de frente con el novio.
— Perdona, Marcos. Lo siento.
— ¿Nos conocemos? — me dijo y fruncí el ceño algo decepcionada.
— Soy Cecilia, amiga de Edna en el colegio.
— ¿Cecilia? ¿No eres la chica que salía con Jaime Íñiguez hasta que él atropelló a tu hermano pequeño?
Aquellas palabras martillaron mi tallo cerebral. En efecto, esa era la razón por la que yo casi no podía mirar a Jaime. Mi hermano tenía 10 años cuando unos vecinos lo encontraron malherido a algunas cuadras de casa. Un conductor ebrio lo había golpeado y luego se dio a la fuga. La investigación policial determinó que el coche del padre de Jaime estaba implicado en el suceso.
Mientras mi hermano se debatía entre la vida y la muerte, el padre de Jaime denunció que su hijo había robado el coche familiar la noche del accidente. Mi ex juraba, más bien perjuraba, que no tuvo nada que ver. Confieso que nunca le creí. Por aquel entonces éramos críos y nunca dejábamos la oportunidad de tomar más de una birra o fumar un poco de hierba. Y ese día, Jaime y yo no nos habíamos visto desde el colegio.
— Si, soy yo. Aunque también soy la chica que te cuidaba las espaldas para que tu novia Macarena no supiera que le ponías los cuernos.
— ¿Quedó paralítico, no? — dijo Marcos mientras ignoraba mi evidente pulla.
— Si, estuvo en una silla de ruedas durante 6 años, hasta que decidió suicidarse.
Conseguí ver por fin un atisbo de humanidad en los ojos huecos de mi interlocutor. La verdad Marcos parecía muy fumado, o borracho, o las dos cosas.
— Perdona. No tenía idea.
— Tranquilo. Poca gente lo sabe.
— ¿Esperas para ir al baño?
— Si, pero la fila es enorme.
— No le digas a Edna que te conté. Pero aquí le habilitaron una habitación para que se cambiara de ropa. Ahí tiene un baño. Aprovecha ahora que la están entrevistando para una de esas revistas del corazón y date un salto por allá.
— Ok, gracias. Eso haré.
— De verdad, perdona — comenzó a alejarse de mí y de pronto se volvió — ¿El padre de Jaime se portó bien con tu hermano después de lo sucedido?
— ¿Qué quieres decir?
Sus ojos se volvieron enormes. Parecía asustado. Me volví pero no vi nada raro. Cuando busqué de nuevo a Marcos con la vista él había desaparecido. Pensar en mi hermano siempre saca lo peor de mí, pero yo estaba en una boda, no era el momento de empezar a romper cosas. Pregunté a uno de los camareros dónde estaba el camerino de la novia y me lo indicó.
Afortunadamente, la puerta estaba abierta. La habitación estaba llena de flores y tenía dos espejos gigantes. De seguro Edna, la actriz de fama cuasi-internacional, necesita tener una amplia panorámica de su reflejo. Me metí al baño y me percaté de que la puerta no cerraba del todo. La dejé entreabierta y me dediqué a lo mío.
Me estaba lavando las manos cuando sentí un ruido al otro lado de la puerta. Habían entrado personas. Miré por el marco de la puerta entreabierta y vi que se trata de Edna. Todavía con el vestido de novia puesto, estaba apoyada contra el torso de un fotógrafo mientras forcejeaba por abrirle la bragueta. Quedé indecisa sobre hacerles notar mi presencia o no, pero realmente la cosa sucedía demasiado rápido. Antes de que pudiera darme cuenta, se habían comenzado a desvestirse.
He de confesar que decidí aprovecharme de la situación. Saqué ágilmente mi móvil y tomé una foto. Pude que la aplicación hiciera el ruido característico, pero los dos amantes estaban tan entregados a su frenesí que no escucharon nada.
Cuando Edna se sintió satisfecha, detuvo toda la situación. Le dijo al fotógrafo que se fuera, y que ni una palabra de lo sucedido si quería conservar su empleo. Quedó sola y comenzó a fumarse un cigarro.
— Que poco te ha durado la promesa de fidelidad, Edna — dije mientras salía de mi escondite.
— Cecilia, siempre tan escurridiza e inoportuna.
— Me hablaron de tu baño privilegiado y decidí hacer uso de él, querida.
— Espero discreción de su parte, darling.
— Bueno, dependerá de cuán provechoso me sea o no tener a la mano esta información, Edna.
— No me jodas, Cecilia. Ya bastante mierda hay en mi vida como para tener a una poli chantajeándome.
La miré con una sonrisa irónica.
— ¿Qué problemas tienes en tu vida, querida? ¿No puedes lidiar con la fama?
— Tengo un marido al que adoro, pero no se le para. Las viejas que ha tenido que follarse y la mierda que se ha metido parece que han dejado su polla fuera de combate.
— ¿Marcos fue gigoló?
— Bueno, Cecilia querida, ese no es el punto. El punto es que amo a mi marido, pero no me hace feliz en la cama. Ya ha llegado a ni siquiera tocarme... En fin... No me jodas más la vida, amiga.
— ¿Y entonces por qué te casas con él?
Iba a contestarme pero una serie de gritos espantosos llegaron hasta nosotras. Alguien tocó la puerta y la abrió intempestivamente. Era uno de los gorilas de Edna.
— Señorita, debe venir con nosotros.
— ¿Qué pasa, Bruno?
— Algo malo ha ocurrido con el señor Marcos.
Edna me agarró la mano. De pronto sentí que éramos dos adolescentes de nuevo. Se aferró a mí y me arrastró con ella tras el gorila. Varios invitados gritaban, algunos lloraban. Salimos del restaurante y el tal Bruno nos guió hasta la esquina del edificio de dos plantas.
Marcos estaba tirado en el suelo, sus sesos esparcidos por el asfalto. Edna soltó un grito sin sonido, y cayó de rodillas mientras lloraba de impotencia.
El capitán Linares se acercó a mí y me miró con suspicacia.—¡Cuánta elegancia, Artigas!Aquella frase quería decir en realidad: "Se te ven enormes las tetas con ese vestido, zorrita". Pero como cualquier otro día en que usa sus babas conmigo, decidí ignorarlo. "El cuerpo de policía no es lugar para una mujer como tú", me había dicho la sargento que llevó todo mi recorrido en la academia. Sin embargo, una de mis metas en la vida era demostrar que ella se equivocaba. La verdad mis compañeros no me la ponían fácil. De igual modo, me bastaba con saber que la mayoría ni siquiera sería capaz de multiplicar o hallar una raíz cuadrada.—Era invitada en la boda, capitán - dije con desdén.—¿Conocía al occiso?—Era Marcos Sagastumé, el novio. Lo
Ricardo Fontebella había aparecido muerto en su mansión a orillas de la playa. Lo habían asfixiado. Sin embargo, las pruebas forenses señalaban que alguien llevaba meses suministrándole un medicamento que no necesitaba y que debilitó las paredes de su corazón. De no haber sido asesinado, igualmente habría muerto. Ricardo Fontebella tenía tres hijos, una nuera y dos yernos, seis nietos, una ex mujer achacosa y una nueva y flamante esposa 25 años más joven. Todas esas personas tenían un único interés en la vida, esperar que el anciano hombre de negocios muriera y cobrar la cuantiosa herencia.Las pruebas indicaban que el asesino era una persona cercana, pues el fallecido apenas había puesto resistencia. Después de dos meses de análisis e interrogatorios yo había conseguido dar con la verdad. Fernando Fontebella, nieto mayor y favorito del occiso, ten&iac
La expresión de Linares era de satisfacción. Por fin había conseguido joderme, aunque no fuera a cuatro patas como en realidad él querría. Con la sonrisa más descarada que había visto en mi vida me informó que me inhabilitaban y que estaba bajo investigación. Al parecer, la señora de Sagastumé, la bella Edna, actriz reconocida y rostro precioso de la gran pantalla, aseguraba que yo la chantajeaba y había puesto una denuncia contra mí. Yo, con las manos escondidas en los bolsillos del pantalón, escuché pacientemente la sarta de idioteces de mi jefe.El capitán pidió que debía entregar mi móvil como prueba pues me acusaban de tener imágenes poco decorosas que podían dañar la reputación de la famosa intérprete. Definitivamente, Edna había escuchado el sonido de la cámara digital a pesar de estar entr
La tapicería del interior de la limusina de Edna era de un verde muy tenue. El olor no era agradable. El ambientador parecía una mezcla de menta con y violetas que no combinaban bien. Para colmo, Edna fumaba y uno de sus gorilas parecía no haberse bañado desde antes de la boda. Sentada a la izquierda de mi interlocutora, esperé a que alguien me explicara todo este despropósito.—¿Te gusta esa comisaría, Cecilia? —preguntó Edna sacando el cigarrillo de sus labios por unos segundos.Me sentía cada vez más enfadada. Los dos gorilas en los asientos de la derecha. Mateo y yo apretados justo al frente y ella, muy acomodada en el medio de nosotros. Podría haberla matado. Sin embargo, opté por sonreír y ser sarcástica.—Amo mi trabajo, Edna.—Amas la investigación. Ser detective. Pero no amas a ese conjunt
No podía seguir soportando la cara de satisfacción de Edna. Seguro estaba más que contenta porque me conocía bien y entendía que en ese momento yo me sentía ridícula. De más está decir que esa suposición era cierta. Entonces volvió a preguntar si estaba dispuesta a ayudarle. La miré con rabia. Contesté que tomaría el caso.—Ok, ¿cómo seguirás con esta investigación?— quiso saber la cuasi-estrella internacional.— Mañana deben entregarte las pertenencias de Marcos. Entre ellas deberá estar la manilla. Hazla llegar a mí en cuanto la tengas.Salí de aquella limusina sin mirar atrás. Me monté en mi coche y conduje hasta casa. Ya en mi departamento me metí a la ducha y bajo el agua comencé a gritar de rabia. Mis vecinos deben pensar que soy una desequilibrada
La autopsia de Marcos era, en pocas palabras, curiosa. La causa de muerte era predecible: fractura de cráneo y cuello dislocado por una caída. El forense presuponía lo mismo que yo vislumbré en la escena del crimen. Todo indicaba que “el salto” no había sido un propósito del occiso. Alguien le había empujado.Pero lo llamativo de aquel informe forense no era en sí mismo el deceso de la víctima, sino el deterioro de su aparente joven cuerpo. Al parecer, mi ex-compañero de secundaria tenía un largo historial de abuso de drogas. A diferencia de otro adictos, no se inyectaba en las venas de los brazos. Prefería poner agujas entre los dedos de sus pies. Como las modelos drogadictas, pensé despectivamente.También tenía ablaciones en el ano lo que hablaba de una habitual práctica sexual usando el tracto intestino. No obstante, la &uacu
Mi ex-mejor amiga del colegio no pudo verme en persona. Había sido convocada a una de esas tertulias del corazón que ponen a media tarde. Había vendido la exclusiva de su drama personal. Su ama de llaves la llamó justo después de que aparecí en su puerta y recibió indicaciones, vía telefónica.Edna le orientó que me hiciera esperar en la puerta hasta que llegara uno de sus guardaespaldas. La sirvienta, una mujer de unos 60 años, pareció algo avergonzada de hacerme pasar por ese trance. Le dí a entender que estaba acostumbrada a las “peculiaridades” de su jefa.La criadaentró a la casa y al cabo de un par de minutos volvió con un té para mí. Aproveché para hacerle algunas preguntas. Quise saber cómo era la relación de la “señora de la casa” con Marcos Sagastumé. El ama de llaves, entre ave
Después de casi dos horas rebuscando en gavetas y armarios, había conseguido dos importantes pistas. En primer lugar, Marcos era un narcisista y un drogadicto de mierda. Tenía alijos de cocaína escondidos por casi cualquier parte de la habitación. También había sobres con “maría” en los sitios más impensables y un set de jeringuillas en el baño personal y otro tras un cuadro de la saleta.Las pruebas del narcisismo venían de otra forma. Casi podía decirse que tenía un culto a su propia imagen. Era inaudito el elevado número de fotografías propias que estaban colgadas de las paredes. Curiosamente, no había ninguna de Edna y mucho menos de ellos dos juntos. Dentro de aquel cuarto, tenía la sensación de que mi ex-amiga había alquilado un marido en lugar de encontrar su media naranja. Quizás esa era la verdadera naturaleza de la r