El capitán Linares se acercó a mí y me miró con suspicacia.
— ¡Cuánta elegancia, Artigas!
Aquella frase quería decir en realidad: "Se te ven enormes las tetas con ese vestido, zorrita". Pero como cualquier otro día en que usa sus babas conmigo, decidí ignorarlo. "El cuerpo de policía no es lugar para una mujer como tú", me había dicho la sargento que llevó todo mi recorrido en la academia. Sin embargo, una de mis metas en la vida era demostrar que ella se equivocaba. La verdad mis compañeros no me la ponían fácil. De igual modo, me bastaba con saber que la mayoría ni siquiera sería capaz de multiplicar o hallar una raíz cuadrada.
— Era invitada en la boda, capitán - dije con desdén.
— ¿Conocía al occiso?
— Era Marcos Sagastumé, el novio. Lo conozco desde la secundaria.
El cuerpo de mi ex compañero de escuela se encontraba en prono supino, boca arriba. Los “saltadores”, es decir, los suicidas, lo hacen de frente. Sus caras por lo general quedan escachadas contra el asfalto. La postura apuntaba a que Sagastumé había sido empujado. De pronto, me fijé en algo que resplandecía en su mano derecha. Usaba una manilla, parecía de oro, aunque podría haber sido cobre, estaba bien lustrada.
Entre los eslabones se entrelazaban un par de símbolos, el mismo repetido. Era una especie de dos, entrelazado con un cuatro o algo así. ¿Por qué sería importante el 24 para Marcos? Pero la mayor interrogante para mí no era esa. Comencé a sentir que había visto ese diseño en alguna parte, con anterioridad.
— Espero que no fueran muy cercanos -farfulló mi jefe, sacándome de mis pensamientos.
— La verdad, no lo éramos. No lo veía casi, en raras ocasiones a lo largo de los últimos diez años.
— Igualmente, es usted un potencial testigo. Y no está de servicio. Vaya adentro con los demás invitados.
Estaba de cuclillas así que no tuve otro remedio que incorporarme. Antes de irme adentro del restaurante volví la mirada a la ambulancia junto a las seis patrullas que habían llegado a la escena. Edna estaba sentada en ella, acompañada de dos de sus gorilas. Uriñes, uno de mis compañeros más sagaces, hablaba con ella. Quedé tranquila. Si alguien podía sacar algo en claro del crimen a la novia, era él.
En el lobby de la instalación estaban otros de mis colegas. La mayoría conversaba con invitados. Un par hablaba con los empleados de fiesta. En una esquina divisé al joven con que Edna había compartido sus deseos minutos antes de enterarse de que era viuda. Fumaba aceleradamente. Me acerqué a él, después de todo no me había visto. Le hice un gesto y le pedí que me pasara un cigarro. Accedió sin reparos. Me recosté contra la pared junto al chico. No podía tener más de 22 años.
— ¿Te molesta que sea con filtro? — me preguntó.
— Da igual. La verdad no fumo, solo cuando estoy de los nervios.
— Cool. Yo también estoy histérico.
— Tienes una buena cámara.
— Trabajo en Corazones, la revista. Estaba cubriendo la boda para un plurireportaje. Pero acabé metiendo la pata.
— ¿Conocías a los novios?
— A ella de las películas, claro. A él nunca lo había visto en la vida. Diría que es un suertudo si no fuera un fiambre allá fuera.
— Cecilia — era la voz de Mateo, el marido de Nina.
Casi instintivamente apagué el cigarro. Como si fuera la voz de mi padre.
— Nos vemos, mona. Interrogan a mi jefe. Seguro vengo yo después. — dijo el fotógrafo mientras se alejaba.
— ¿Pasa algo? — pregunté a Mateo.
— Nina no se siente bien y quería saber si esto podría demorar mucho más.
— No lo sé. No me dejan participar de la investigación. ¿Algún detective ya habló con ustedes?
— Que pena, seguro eres buena en esto. Por cierto, Nina me dijo que te pidiera tu número. Para tratar de no perder el contacto.
Nina tenía mi número de celular. Era el mismo desde hacía muchos años. No me molesté en aclararlo. Tenía la esperanza de que aquel buenorro me estuvieras pidiendo mi teléfono para ligar. Saqué una tarjeta de mi bolso y se la di.
— Trataré que alguno de los chicos hablé con ustedes cuando antes y puedan irse a casa — le aclaré.
De pronto vi pasar a Yanéz. Le llamé y se volvió a mí con cara de pocos amigos. He aprendido que detesta trabajar de noche. Le expliqué la situación de Nina y pareció compadecerse. Se marchó con Mateo a tomar declaración a ambos.
— ¡Artigas! - ahora era Uriñes quien me llamaba.— El capitán quiere que te interrogue yo mismo.
Sonreí. La verdad Uriñes y yo nos llevábamos bien. Era de los pocos que podía llamar colega en estación. Tenía unos 45 años, el pelo algo rojizo y ensortijado, la nariz muy recta y fina como una estatua griega y los ojos más bien grises. Solía ser muy amable y respetuoso con todos en el cuerpo y nunca me había demostrado tener reparos porque yo fuera mujer. Me gustó que no hiciera ningún comentario respecto a mi ropa elegante o a mi maquillaje de fiesta. Estaba concentrado. Nos apartamos hasta una mesa vacía en una de las esquinas del salón. Ya sentados, sacó su libreta de anotaciones y comenzamos a hablar despacio.
— ¿Qué sabes de lo que pasó aquí, Artigas? — preguntó casi con solemnidad.
Le conté todo el itinerario de la fiesta. También le hablé de mi encuentro con el novio y hasta le comenté que se acordaba de mi hermano pequeño. Luego pensé que esa era una aportación innecesaria; en el trabajo nadie sabía lo que había pasado en mi familia. Finalmente le dije que había hablado con la novia, le detallé un poco nuestra relación en la adolescencia y que me había confesado tener problemas sexuales con el fallecido. Decidí omitir que había visto a Edna teniendo sexo con otro hombre, pero Uriñes ya iba por delante en ese tema.
— La novia asegura que tuvo relaciones sexuales con un fotógrafo poco antes de que le notificaran la muerte del señor Sagastumé. Uno de sus gorilas lo confirmó. — señalo mi colega.
— Yo también puedo confirmarlo.
— Lo intuía. Me dijo que esperaba discreción sobre este tema pero que le preocupaba que el joven hubiera sido algún tipo de distracción para que otro pudiera perpetrar el crimen. Quizás alguien que sabía que sus gorilas estarían más ocupados con ella que de cuidar al novio.
— ¿Dijo todo eso? ¡Qué paranoica! Acabo de hablar con el chico y no me pareció sospechoso, Uriñes. Igualmente, estate atento a su declaración.
— Por supuesto.
— Ya te conté. Sagastumé vio a alguien en la fiesta y se asustó. Lo vi con mis propios ojos. Esa es la línea que deberíamos seguir. ¿Han pedido ya las grabaciones de las cámaras de seguridad?
— Pon el freno, Artigas. No puedes involucrarte en esta investigación. Hasta ahora eres una testigo más. Dudo mucho que el capitán te deje incorporarte luego de conocer tu declaración.
— No me jodas, Uriñes. Conozco a los novios desde que éramos críos. Me gustaría ayudar.
— Nunca te he dicho esto, pero eres de las mejores polis de nuestra delegación, sino la mejor. Pero las normas son las normas. Cálmate un poco, vete a casa. Procesa esto. Creo que no te has dando cuenta, pero acaba de morir una persona que conoces de hace mucho tiempo. Además, el caso Fontebella te estará esperando en la delegación mañana.
Me dio una palmada en el hombro. ¿Una muestra de afecto? Traté de procesar todas sus palabras. Tenía razón. Necesitaba descansar, aquel había sido un día realmente largo.
Ricardo Fontebella había aparecido muerto en su mansión a orillas de la playa. Lo habían asfixiado. Sin embargo, las pruebas forenses señalaban que alguien llevaba meses suministrándole un medicamento que no necesitaba y que debilitó las paredes de su corazón. De no haber sido asesinado, igualmente habría muerto. Ricardo Fontebella tenía tres hijos, una nuera y dos yernos, seis nietos, una ex mujer achacosa y una nueva y flamante esposa 25 años más joven. Todas esas personas tenían un único interés en la vida, esperar que el anciano hombre de negocios muriera y cobrar la cuantiosa herencia.Las pruebas indicaban que el asesino era una persona cercana, pues el fallecido apenas había puesto resistencia. Después de dos meses de análisis e interrogatorios yo había conseguido dar con la verdad. Fernando Fontebella, nieto mayor y favorito del occiso, ten&iac
La expresión de Linares era de satisfacción. Por fin había conseguido joderme, aunque no fuera a cuatro patas como en realidad él querría. Con la sonrisa más descarada que había visto en mi vida me informó que me inhabilitaban y que estaba bajo investigación. Al parecer, la señora de Sagastumé, la bella Edna, actriz reconocida y rostro precioso de la gran pantalla, aseguraba que yo la chantajeaba y había puesto una denuncia contra mí. Yo, con las manos escondidas en los bolsillos del pantalón, escuché pacientemente la sarta de idioteces de mi jefe.El capitán pidió que debía entregar mi móvil como prueba pues me acusaban de tener imágenes poco decorosas que podían dañar la reputación de la famosa intérprete. Definitivamente, Edna había escuchado el sonido de la cámara digital a pesar de estar entr
La tapicería del interior de la limusina de Edna era de un verde muy tenue. El olor no era agradable. El ambientador parecía una mezcla de menta con y violetas que no combinaban bien. Para colmo, Edna fumaba y uno de sus gorilas parecía no haberse bañado desde antes de la boda. Sentada a la izquierda de mi interlocutora, esperé a que alguien me explicara todo este despropósito.—¿Te gusta esa comisaría, Cecilia? —preguntó Edna sacando el cigarrillo de sus labios por unos segundos.Me sentía cada vez más enfadada. Los dos gorilas en los asientos de la derecha. Mateo y yo apretados justo al frente y ella, muy acomodada en el medio de nosotros. Podría haberla matado. Sin embargo, opté por sonreír y ser sarcástica.—Amo mi trabajo, Edna.—Amas la investigación. Ser detective. Pero no amas a ese conjunt
No podía seguir soportando la cara de satisfacción de Edna. Seguro estaba más que contenta porque me conocía bien y entendía que en ese momento yo me sentía ridícula. De más está decir que esa suposición era cierta. Entonces volvió a preguntar si estaba dispuesta a ayudarle. La miré con rabia. Contesté que tomaría el caso.—Ok, ¿cómo seguirás con esta investigación?— quiso saber la cuasi-estrella internacional.— Mañana deben entregarte las pertenencias de Marcos. Entre ellas deberá estar la manilla. Hazla llegar a mí en cuanto la tengas.Salí de aquella limusina sin mirar atrás. Me monté en mi coche y conduje hasta casa. Ya en mi departamento me metí a la ducha y bajo el agua comencé a gritar de rabia. Mis vecinos deben pensar que soy una desequilibrada
La autopsia de Marcos era, en pocas palabras, curiosa. La causa de muerte era predecible: fractura de cráneo y cuello dislocado por una caída. El forense presuponía lo mismo que yo vislumbré en la escena del crimen. Todo indicaba que “el salto” no había sido un propósito del occiso. Alguien le había empujado.Pero lo llamativo de aquel informe forense no era en sí mismo el deceso de la víctima, sino el deterioro de su aparente joven cuerpo. Al parecer, mi ex-compañero de secundaria tenía un largo historial de abuso de drogas. A diferencia de otro adictos, no se inyectaba en las venas de los brazos. Prefería poner agujas entre los dedos de sus pies. Como las modelos drogadictas, pensé despectivamente.También tenía ablaciones en el ano lo que hablaba de una habitual práctica sexual usando el tracto intestino. No obstante, la &uacu
Mi ex-mejor amiga del colegio no pudo verme en persona. Había sido convocada a una de esas tertulias del corazón que ponen a media tarde. Había vendido la exclusiva de su drama personal. Su ama de llaves la llamó justo después de que aparecí en su puerta y recibió indicaciones, vía telefónica.Edna le orientó que me hiciera esperar en la puerta hasta que llegara uno de sus guardaespaldas. La sirvienta, una mujer de unos 60 años, pareció algo avergonzada de hacerme pasar por ese trance. Le dí a entender que estaba acostumbrada a las “peculiaridades” de su jefa.La criadaentró a la casa y al cabo de un par de minutos volvió con un té para mí. Aproveché para hacerle algunas preguntas. Quise saber cómo era la relación de la “señora de la casa” con Marcos Sagastumé. El ama de llaves, entre ave
Después de casi dos horas rebuscando en gavetas y armarios, había conseguido dos importantes pistas. En primer lugar, Marcos era un narcisista y un drogadicto de mierda. Tenía alijos de cocaína escondidos por casi cualquier parte de la habitación. También había sobres con “maría” en los sitios más impensables y un set de jeringuillas en el baño personal y otro tras un cuadro de la saleta.Las pruebas del narcisismo venían de otra forma. Casi podía decirse que tenía un culto a su propia imagen. Era inaudito el elevado número de fotografías propias que estaban colgadas de las paredes. Curiosamente, no había ninguna de Edna y mucho menos de ellos dos juntos. Dentro de aquel cuarto, tenía la sensación de que mi ex-amiga había alquilado un marido en lugar de encontrar su media naranja. Quizás esa era la verdadera naturaleza de la r
El sudor recorría mi cuerpo por completo. Estaba a horcajadas, con las manos apoyadas en mis rodillas. Movía mi cintura de forma rítmica, se sentía delicioso. Las gotas bajaban por mi barbilla hasta mi senos. Ahí quedaban retenidas porlasmanos larguiluchas de Elías. De pronto, él soltó una de ellasy me agarró del pelo. Se incorporó de la silla donde estaba sentado conmigo encima y dio varios pasos hacia delante mientras todavía me tenía penetrada.Apoyé uno de mis brazos contra la pared y me hizo quedar casi a cuatro patas. Comenzó a bombearme más y más duro. Soltó el pelo y mi seno, no sin antes dedicarme un pellizco. Me sujetó por las caderas y continúo con su vaivén.Elías había sido alumno mío durante mis tiempos en la Facultad de Matemática. A los tres años de haber comenzad