La expresión de Linares era de satisfacción. Por fin había conseguido joderme, aunque no fuera a cuatro patas como en realidad él querría. Con la sonrisa más descarada que había visto en mi vida me informó que me inhabilitaban y que estaba bajo investigación. Al parecer, la señora de Sagastumé, la bella Edna, actriz reconocida y rostro precioso de la gran pantalla, aseguraba que yo la chantajeaba y había puesto una denuncia contra mí. Yo, con las manos escondidas en los bolsillos del pantalón, escuché pacientemente la sarta de idioteces de mi jefe.
El capitán pidió que debía entregar mi móvil como prueba pues me acusaban de tener imágenes poco decorosas que podían dañar la reputación de la famosa intérprete. Definitivamente, Edna había escuchado el sonido de la cámara digital a pesar de estar entregada al sexo con su conquista. Quería distraer la atención de su caso, pero yo no conseguía entender por qué me jodía a mí en el camino.
Tuve que entregar mi placa y pistola al asqueroso de Linares. Este hizo que dos oficiales me acompañaran a forenses a dejar mi móvil y luego me tomaran las huellas. Otro chico joven me tomó declaración y, finalmente, me dijeron que probablemente pasaría la noche en prisión. En cuando me encerraron Uriñes apareció de nuevo. Trajo consigo un jugo y un sandwich. Se sentó en el suelo del otro lado de la puerta de mi celda y dividió a la mitad en pan. Acepté el detalle y esperé con calma por si quería preguntar algo.
— ¿Hiciste algo contra la chica?
— Estaba en su baño cuando entró al camerino a follarse a un tipo en pleno banquete de bodas. Tomé una foto con mi celular.
— ¿Ibas a chantajearla?
— Quería joderla un poco — dije con la boca llena.
— Creo que tu amiga es más peligrosa de lo que imaginas.
— La conozco desde muy chicas. Es una arpía.
— Entonces no entiendo por qué te arriesgaste.
— Un fallo lo tiene cualquiera.
Luego nos quedamos hablando un poco sobre el caso. La hipótesis de Uriñes era que Marcos le debía algo a una de sus conquistas, cuando era prostituto y se habían vengado de él. A mí la idea me parecía plausible, pero tenía la sensación de que la dificultad podía ser más grande. Le comenté esto a mi compañero y me sorprendió lo receptivo que fue al respecto. Normalmente, los policías te dicen que de nada valen los instintos. Las pruebas son lo único que cuenta. Pero aquel hombre de mediana edad y expresión cansada no parecía compartir ese criterio.
— Algunos buenos instintos suelen conducir a una que otra prueba — dijo con una sonrisa.
Comentó que estaba que punto de irse a casa. Su niña pequeña tomaba clases de taekwondo y debía llevarla. Pidió que si yo necesitaba algo no dudara en llamarlo. Nos despedíamos cuando el oficial del calabozo se acercó con un hombre de traje al cual ya habíamos visto ese día.
Mientras el oficial me anunciaba que estaba fuera y que podría esperar las conclusiones de la investigación en libertad, Mateo esquivó mi mirada y escudriñó por completo a Uriñes. Parecía muy interesado en mi compañero que por demás estaba igual de atónito que yo.
Mateo me informó que yo era ahora su representada y debía acompañarlo. Miré a Uriñes una vez más y con mis ojos intenté hacerle saber que no entendía nada de lo que sucedía. Debió entenderme porque movió las manos como indicándome que me siguiera la corriente al abogado. Le dije que le llamaba más tarde y me fui con el esposo de mi amiga del colegio.
— ¿De qué va esto, Mateo? No tengo dinero para pagarte.
— ¿El abuelo es tu novio?
— No es tan viejo, pero no, no es mi novio. ¡No esquives mi pregunta! ¡Qué cojones pasa!
— Tranquila, no necesitas pagarme. Alguien más lo hará por ti. Alguien que también desea contratar tus servicios de investigadora.
— ¿De quién hablas?
— Tu amiga Edna.
Me dio un vuelco el corazón mientras salíamos a la calle. La limusina de la cuasi-estrella internacional nos esperaba.
La tapicería del interior de la limusina de Edna era de un verde muy tenue. El olor no era agradable. El ambientador parecía una mezcla de menta con y violetas que no combinaban bien. Para colmo, Edna fumaba y uno de sus gorilas parecía no haberse bañado desde antes de la boda. Sentada a la izquierda de mi interlocutora, esperé a que alguien me explicara todo este despropósito.—¿Te gusta esa comisaría, Cecilia? —preguntó Edna sacando el cigarrillo de sus labios por unos segundos.Me sentía cada vez más enfadada. Los dos gorilas en los asientos de la derecha. Mateo y yo apretados justo al frente y ella, muy acomodada en el medio de nosotros. Podría haberla matado. Sin embargo, opté por sonreír y ser sarcástica.—Amo mi trabajo, Edna.—Amas la investigación. Ser detective. Pero no amas a ese conjunt
No podía seguir soportando la cara de satisfacción de Edna. Seguro estaba más que contenta porque me conocía bien y entendía que en ese momento yo me sentía ridícula. De más está decir que esa suposición era cierta. Entonces volvió a preguntar si estaba dispuesta a ayudarle. La miré con rabia. Contesté que tomaría el caso.—Ok, ¿cómo seguirás con esta investigación?— quiso saber la cuasi-estrella internacional.— Mañana deben entregarte las pertenencias de Marcos. Entre ellas deberá estar la manilla. Hazla llegar a mí en cuanto la tengas.Salí de aquella limusina sin mirar atrás. Me monté en mi coche y conduje hasta casa. Ya en mi departamento me metí a la ducha y bajo el agua comencé a gritar de rabia. Mis vecinos deben pensar que soy una desequilibrada
La autopsia de Marcos era, en pocas palabras, curiosa. La causa de muerte era predecible: fractura de cráneo y cuello dislocado por una caída. El forense presuponía lo mismo que yo vislumbré en la escena del crimen. Todo indicaba que “el salto” no había sido un propósito del occiso. Alguien le había empujado.Pero lo llamativo de aquel informe forense no era en sí mismo el deceso de la víctima, sino el deterioro de su aparente joven cuerpo. Al parecer, mi ex-compañero de secundaria tenía un largo historial de abuso de drogas. A diferencia de otro adictos, no se inyectaba en las venas de los brazos. Prefería poner agujas entre los dedos de sus pies. Como las modelos drogadictas, pensé despectivamente.También tenía ablaciones en el ano lo que hablaba de una habitual práctica sexual usando el tracto intestino. No obstante, la &uacu
Mi ex-mejor amiga del colegio no pudo verme en persona. Había sido convocada a una de esas tertulias del corazón que ponen a media tarde. Había vendido la exclusiva de su drama personal. Su ama de llaves la llamó justo después de que aparecí en su puerta y recibió indicaciones, vía telefónica.Edna le orientó que me hiciera esperar en la puerta hasta que llegara uno de sus guardaespaldas. La sirvienta, una mujer de unos 60 años, pareció algo avergonzada de hacerme pasar por ese trance. Le dí a entender que estaba acostumbrada a las “peculiaridades” de su jefa.La criadaentró a la casa y al cabo de un par de minutos volvió con un té para mí. Aproveché para hacerle algunas preguntas. Quise saber cómo era la relación de la “señora de la casa” con Marcos Sagastumé. El ama de llaves, entre ave
Después de casi dos horas rebuscando en gavetas y armarios, había conseguido dos importantes pistas. En primer lugar, Marcos era un narcisista y un drogadicto de mierda. Tenía alijos de cocaína escondidos por casi cualquier parte de la habitación. También había sobres con “maría” en los sitios más impensables y un set de jeringuillas en el baño personal y otro tras un cuadro de la saleta.Las pruebas del narcisismo venían de otra forma. Casi podía decirse que tenía un culto a su propia imagen. Era inaudito el elevado número de fotografías propias que estaban colgadas de las paredes. Curiosamente, no había ninguna de Edna y mucho menos de ellos dos juntos. Dentro de aquel cuarto, tenía la sensación de que mi ex-amiga había alquilado un marido en lugar de encontrar su media naranja. Quizás esa era la verdadera naturaleza de la r
El sudor recorría mi cuerpo por completo. Estaba a horcajadas, con las manos apoyadas en mis rodillas. Movía mi cintura de forma rítmica, se sentía delicioso. Las gotas bajaban por mi barbilla hasta mi senos. Ahí quedaban retenidas porlasmanos larguiluchas de Elías. De pronto, él soltó una de ellasy me agarró del pelo. Se incorporó de la silla donde estaba sentado conmigo encima y dio varios pasos hacia delante mientras todavía me tenía penetrada.Apoyé uno de mis brazos contra la pared y me hizo quedar casi a cuatro patas. Comenzó a bombearme más y más duro. Soltó el pelo y mi seno, no sin antes dedicarme un pellizco. Me sujetó por las caderas y continúo con su vaivén.Elías había sido alumno mío durante mis tiempos en la Facultad de Matemática. A los tres años de haber comenzad
A la mañana siguiente decidí hacer limpieza. Mi apartamento no estaba especialmente desorganizado, pero el polvo campaba a sus anchas. No soy una obsesa del orden ni una enemiga de la suciedad, pero me gusta dar un repaso a la casa y hacer la colada al menos una vez a la semana. Bueno, a veces pasaba más de ese tiempo. ¿Qué? Soy una mujer trabajadora.La idea era tener todo listo para poder salir de casa sobre las 10:30 y antes de las 11 haber llegado a Helios Gestoría. Pero como en todos los días de limpieza, la actividad se extendió más de lo esperado. Tras terminar, y tomar un baño rápido, salí de casa a toda velocidad unos 20 minutos antes del mediodía.Cuando llegué a las oficinas me di cuenta de que Helios Gestoría había invertido mucho más dinero en pagar un costoso letrero que en emplear una señora de la limpieza. Quizás es que yo
La nota tenía una dirección y una hora apuntadas. La fecha se correspondía con el día siguiente. El hombre estaba pactando una cita conmigo, a espaldas de su jefa. Salí del edificio y encaminé mis pasos en el trayecto que me llevaría a casa. Mi móvil vibró. Era un mensaje de Uriñes.Toxicología arrojó cocaína, alcohol y un poco de tarta de bodas. Mandé el reporte completo a tu correo. Recuerda que no podré seguir ayudando. Escribí un simple gracias. No quería florituras, necesitaba hacerle saber que estaba poco contenta con su decisión. Igual no me salía muy bien lo de ser mala con Uriñes. Creo que le tengo un poco de lástima es buen sujeto.Guardé el celular al tiempo que vi un pequeño bristo. No había almorzado nada y me apetecía algo caliente. Entré, pedí la