Entré a mi edificio y en automático me quité los zapatos. Los pies me dolían. Mis botas no tenía un tacón alto ni fino, pero yo estaba agotada de llevarlas después de más de 14 horas seguidas. Subí hasta mi apartamento para encontrarme con una sorpresa.
Mateo estaba sentado en el suelo, recostado a mi puerta. Tenía el chaleco del traje sobre las piernas, la camisa blanca remangada y la corbata deshecha. A su lado, una caja de pizza y un six pack de cervezas. Parecía dormido. El cabello largo, algo encrespado, caía sobre sus hombros de una forma casi angelical.
Como no tenía zapatos puestos, él no consiguió despertarse con mis pisadas. Me acerqué lo más que pude y le di un beso en los labios. Nada: otro. Entonces reaccionó. Sin abrir los ojos esbozó una sonrisa y susurró que era una perra por hacerlo esperar tanto.
Sonre&iacu
Despertar a Mateo, la mañana siguiente, fue una tarea titánica. Además de lo tarde en que conseguimos dormir, estábamos exhaustos de tanta actividad. Jugué la carta que menos él imaginaba.— Son las 7, todavía puedes conducir hasta la guardería de tu hijo y darle un beso antes de que comiencen las clases.Como si de un resorte se tratara, se levantó y entró al baño. Me acerqué a la ducha y pregunté que si prefería fruta o tostadas. Pidió solo café. Monté el tinglado en la cocina y justo cuando la cafetera completaba su magia, él apareció bien arreglado y afeitado.— Tomé tu maquinilla, perdona.— No importa. Ya era tiempo de que la tirara.Tomó la taza con una sonrisa. Yo tenía un par de preguntas cruzando mi mente, pero no quise decirla. Solo me puse un mechón de cabello
— Consiguió engañarme muy bien, señor Gárciga — exclamé mientras Uriñes, el sujeto calvo y yo nos sentábamos en la sala de interrogatorios de la comisaría.El funcionario de Helios Gestoría me dedicó una mirada llena de chanza. Apoyó los codos sobre la mesa y colocó su barbilla sobre sus manos. Era evidente que se burlaba de mí, de toda la investigación. Sin embargo, ahora estaba aquí. ¿Qué ganaba con descubrirse ante nosotros?— Como le dije en nuestra entrevista anterior, inspectora, soy un amante del anonimato.Uriñes observaba al sujeto reclinado hacia atrás en su silla. Al cabo de unos segundos, se colocó en la misma posición que el entrevistado. Ahí comenzó el interrogatorio.— Señor Gárciga, tenemos constancia de una serie de pagos hechos en su nombre a
De forma rápida y somera, contaré que Edna quedó muy sorprendida con toda la historia. Que insistió en pagarme por mis “servicios” pero le decliné con énfasis su oferta. También le pedí que borrara mi número, que nunca más me llamara. A fin de cuentas, llevábamos mucho tiempo sin ser amigas reales.— Yo le amaba, Ceci. Aún cuando no se excitara sexualmente conmigo, aún cuando fuera un drogadicto de mierda. Le amaba.— Si tú lo dices. Yo creo que amabas más la idea de que todos los que vimos como te rompió el corazón, lo vieran volver a tus brazos tanto tiempo después. Le dí la espalda y dejé atrás su cuasi-mansión.Augusto Íñiguez comenzó a ser investigado por la Unidad de Crímenes Especiales de nuestra jefatura. A Horacio Gárciga no le dieron derecho a
En menos de dos meses, la Unidad de Víctimas Especiales consiguió pruebas para imputar a Augusto Íñiguez. También quedaron implicados en sus actos su hermana y un par de funcionarios más relacionados con Helios Gestoría. El negocio familiar perdió su valor en bolsa y la familia cayó en banca rota.Yo, finalmente, le pedí disculpas a su hijo. Fue la mañana después de oír el alegado del padre sobre qué había sucedido con mi hermano Bernie. Aquel monstruo lo había atropellado y él mismo había manipulado algunas evidencias para porder inculpar a Jaime.Mi ex-novio aceptó mis palabras con agradecimiento, hasta podría decirse que con dulzura. Incluso, intentó pedir mi número, “para retomar el contacto”. Puede que todavía él sintiera algo por mí, pero yo de seguro que había cerrado ese
La primera vez que Edna vio a Marcos me susurró al oído que algún día se casaría con ese chico. Estábamos en primer año de secundaria, no podíamos tener más de 13 o 14 años. Le dije que estaba loca, que no fuera ridícula. Ahora me sentía una fantoche, mientras los observaba bailar el vals nupcial rodeados de un centenar de invitados.Edna estaba tan bella como de costumbre. Su pelo negro caía por su espalda en pesados bucles. Marcos era otra cosa. Ya quedaba poco de aquel muchacho que arrebataba suspiros en la escuela. Se estaba quedando calvo y sus pocos pelos ralos comenzaban a teñirse de plata. Nadie podría imaginar que tenía 32 años, solo dos más que su recién estrenada esposa, y que yo.En la secundaria fue otra cosa. Era el muchacho más bello que nosotras conocíamos. Alto, más de metro 90, de cabellos color miel
La pista estaba concurrida, y aunque no me agradaba la idea de bailar con el esposo de otra, si tenía muchos deseos de mover los pies. Sonaba salsa y la verdad no soy muy buena, pero me defiendo. Al primer compás supe que estaba acabada. Matt dio solo dos pasos y parecía un profesional.Bailamos un par de canciones seguidas sin darnos cuenta de que cambiaban los acordes. Era una sensación rara porque me sentía torpe y al mismo tiempo feliz de estar ahí. Por varios minutos olvidé la boda, los ex compañeros de clases, la mirada prejuiciosa de Edna, la incomodidad por la presencia de Jaime. Todo se resumía a Matt, nuestros pies y yo.Cuando por fin nos cansamos me dijo con una sonrisa que iba a sentarse junto a Nina. Le dije que me parecía bien y que era genial bailando. Me devolvió el cumplido, aunque dudo mucho que sea cierto. Se alejó de mí y me dediqué a observar su cuerp
El capitán Linares se acercó a mí y me miró con suspicacia.—¡Cuánta elegancia, Artigas!Aquella frase quería decir en realidad: "Se te ven enormes las tetas con ese vestido, zorrita". Pero como cualquier otro día en que usa sus babas conmigo, decidí ignorarlo. "El cuerpo de policía no es lugar para una mujer como tú", me había dicho la sargento que llevó todo mi recorrido en la academia. Sin embargo, una de mis metas en la vida era demostrar que ella se equivocaba. La verdad mis compañeros no me la ponían fácil. De igual modo, me bastaba con saber que la mayoría ni siquiera sería capaz de multiplicar o hallar una raíz cuadrada.—Era invitada en la boda, capitán - dije con desdén.—¿Conocía al occiso?—Era Marcos Sagastumé, el novio. Lo
Ricardo Fontebella había aparecido muerto en su mansión a orillas de la playa. Lo habían asfixiado. Sin embargo, las pruebas forenses señalaban que alguien llevaba meses suministrándole un medicamento que no necesitaba y que debilitó las paredes de su corazón. De no haber sido asesinado, igualmente habría muerto. Ricardo Fontebella tenía tres hijos, una nuera y dos yernos, seis nietos, una ex mujer achacosa y una nueva y flamante esposa 25 años más joven. Todas esas personas tenían un único interés en la vida, esperar que el anciano hombre de negocios muriera y cobrar la cuantiosa herencia.Las pruebas indicaban que el asesino era una persona cercana, pues el fallecido apenas había puesto resistencia. Después de dos meses de análisis e interrogatorios yo había conseguido dar con la verdad. Fernando Fontebella, nieto mayor y favorito del occiso, ten&iac