La primera vez que Edna vio a Marcos me susurró al oído que algún día se casaría con ese chico. Estábamos en primer año de secundaria, no podíamos tener más de 13 o 14 años. Le dije que estaba loca, que no fuera ridícula. Ahora me sentía una fantoche, mientras los observaba bailar el vals nupcial rodeados de un centenar de invitados.
Edna estaba tan bella como de costumbre. Su pelo negro caía por su espalda en pesados bucles. Marcos era otra cosa. Ya quedaba poco de aquel muchacho que arrebataba suspiros en la escuela. Se estaba quedando calvo y sus pocos pelos ralos comenzaban a teñirse de plata. Nadie podría imaginar que tenía 32 años, solo dos más que su recién estrenada esposa, y que yo.
En la secundaria fue otra cosa. Era el muchacho más bello que nosotras conocíamos. Alto, más de metro 90, de cabellos color miel y ojos verdes. Era comprensible que Edna y la mitad de la escuela estuvieran locas y locos por él.
Por aquel entonces Marcos solo tenía ojos para sus mancuernas y para Macarena, su noviecita de entonces. No recuerdo muy bien cómo pasó, pero antes de que acabara nuestro primer curso de secundaria, Edna se abrió paso en la vida del muchacho y durante algún tiempo salieron a escondidas. Yo, en mi calidad de mejor amiga de ella y Maddie, su hermana, éramos las únicas al tanto del romance.
Pero el amor no les duró mucho entonces. Marcos volvió a las mancuernas, aunque tuvo la lucidez de pedirle a Macarena que buscara a un chico que la quisiera más que él. A lo largo de la década siguiente no supimos mucho del atractivo compañero de clases. De vez en cuando lo veíamos en algún que otro punto de la ciudad y nos saludaba con alegría. Edna terminaba llorando amargamente luego de esos encuentros y asegurando que se arrepentía de no haber perdido su virginidad con él.
También con el paso del tiempo mi relación con Edna se fue enfriando. Ella comenzó su flamante carrera de actriz y yo me hice licenciada en Matemáticas. Nuestros círculos eran muy distintos. De vez en cuando nos llamábamos y conversábamos, pero lo cierto es que hacía casi dos años que ni siquiera me había pasado su nombre por la cabeza cuando sonó el teléfono de casa y era ella para invitarme a la boda.
Supongo que para Edna era realmente poético que los compañeros de la secundaria la vieran casarse con el hombre de sus sueños. La mitad de la escuela estaba ahí. Personas que no nos veíamos hacía tanto tiempo que me costaba reconocer los rostros de algunos. Al menos me sentí agradecida de que la mayoría se sintiera tan cohibidos como yo. Mientras el vals sonaba y los novios bailaban, varias personas conversaban, pero los chicos y chicas de nuestra clase esquivaban las miradas unos de otros.
Entre las mesas, pude ver a Nina. Cuando la música cesó decidí acercarme a ella. Estaba radiante, aunque tenía el rostro hinchado. Llevaba el cabello recogido en un moño muy original y un precioso collar de perlas adornaba su cuello. Al parecer le iba bien en la vida.
— Nina, ¿qué tal estás?
—¡Ceci! Dios santo, cuánto tiempo. Han pasado eones — chilló mientras yo me acercaba y besaba sus mejillas. Me pareció raro que no se pusiera en pie para saludarme, pero pronto respondió a mi curiosidad.
-Perdona que no me levante. Llevo con los tacones toda la tarde y, en mi estado, son más incómodos de lo habitual -fue entonces que me percaté del abultado vientre de mi compañera de secundaria.
— ¡Oh, Nina, qué maravilloso! ¿De cuánto estás?
— Casi a término. Estoy desesperada por ya dar a luz.
— ¿Qué es? ¿Niña o niño?
— Niña, lo cual nos viene de perlas. Ya tenemos un varón, de dos años.
— ¡No sabía nada! Ya tendrás dos entonces. ¿Y lo compaginas todo bien con tu trabajo?
— Bueno, la verdad es que no sería nada sin Matt, mi esposo, ¿lo conoces? Luego te lo presento. Él es abogado y trabaja solo media jornada para cuidar de nuestro hijo en las tardes. Así yo puedo mantener mi empleo en Laboratorios Kaylan, impartir clases de la universidad estatal y terminar un curso postdoctoral en el que llevo cuatro meses.
Tras escucharla enumerar todos elementos de su vida me sentí un poco amedrentada. Nina era madre, trabajadora, investigadora, profesora, alumna, todo a la vez, y por supuesto, conseguía sonreír con felicidad. ¿Tendrá tiempo para cagar?, pensé. De pronto quedé entretenida por la visión de un hombre que consiguió robar mi aliento. No podía ser mucho más alto que yo, tenía el pelo castaño largo, casi por los hombros, barba de tres o cuatro días sin afeitar y unos penetrantes ojos negros. Era guapísimo. Llevaba dos copas en la mano, y antes de que yo pudiera reaccionar estaba dándole una a Nina.
— Es solo agua, linda.
— Gracias, cielo. Ceci, este es Matt, Mateo, mi esposo.
Fue como un cubo de agua helada. Sin embargo, algo eléctrico cruzó la mirada de aquel hombre cuando puso sus ojos finalmente en mí.
— Matt, esta es Cecilia, mi compañera de la secundaria. Nos sentábamos juntas. En aquel entonces ella era la mejor amiga de la novia. Es profesora en la Facultad de Matemáticas. — comentó Nina con tal orgullo que me hizo sentir verdaderamente culpable de estar tan excitada con la figura y el rostro de su esposo.
— Un placer, Cecilia. — dijo él mientras se acercaba a besar mi mano con galantería.
— Hace tiempo que no trabajo en la universidad, Nina. Cuando terminé el doctorado decidí darle un nuevo rumbo a mi vida.
— ¿Y a qué te dedicas ahora?— quiso saber mi antigua compañera.
— Me uní al departamento de policía. Hace seis meses conseguí el puesto de detective — mientras intentaba buscar cualquier atisbo de prejuicio en el rostro de mis interlocutores.
— ¡Crudo! Eres una poli, una chica dura — dijo Mateo mientras alzaba su copa hacia mí.
Nina también me hizo saber que le encantaba mi nueva profesión. Seguí conversando con ella un rato más. Mateo no hacía mucho caso a la plática, pero de vez en cuando volteaba el rostro y nos dedicaba una radiante sonrisa. De pronto, mi compañera de colegio arruinó la buena vibra que había estado sintiendo hasta aquel momento.
— Ceci, ese chico con el traje azul, el rubio ¿ese no es Jaime?
No necesitaba voltear el rostro hacia la dirección que ella señalaba para saber a quién se refería Nina. Mi ex de la secundaria había ido a la boda de la mano de su esposa. Él no estaba tan guapo como en nuestra adolescencia. Una leve panza fofa adornaba ahora su antiguo abdomen de atleta, pero seguía siendo en esencia un hombre atractivo. Sus ojos destellaban al hablar y el traje de gala los resaltaba. Su chica había sido modelo y, aunque era hermosa, realmente parecía un maniquí a su lado.
Jaime me había dedicado unas palabras poco después de que acabara la ceremonia religiosa. Dijo que me veía muy hermosa e incluso se ofreció a acercarme en su coche hasta el banquete. Preferí no hacerlo. Nuestra relación no acabó en buenos términos y lo cierto es que apenas hemos hablado en los últimos 12 años, a pesar de que sus padres y los míos siguen viviendo en la misma calle.
Confirmé las sospechas de Nina, quien se puso algo colorada. Quizás le dio vergüenza sacar el tema. Ella, como el resto de la clase, sabía que Jaime y yo no éramos ni íbamos a ser amigos. Quizás para amainar la situación, mi ex compañera hizo una propuesta muy loca.
— Ceci, a Matt le encanta esta canción y yo en mi estado casi no consigo tenerme en pie más de un minuto. ¿Por qué no bailan juntos un rato?
La pista estaba concurrida, y aunque no me agradaba la idea de bailar con el esposo de otra, si tenía muchos deseos de mover los pies. Sonaba salsa y la verdad no soy muy buena, pero me defiendo. Al primer compás supe que estaba acabada. Matt dio solo dos pasos y parecía un profesional.Bailamos un par de canciones seguidas sin darnos cuenta de que cambiaban los acordes. Era una sensación rara porque me sentía torpe y al mismo tiempo feliz de estar ahí. Por varios minutos olvidé la boda, los ex compañeros de clases, la mirada prejuiciosa de Edna, la incomodidad por la presencia de Jaime. Todo se resumía a Matt, nuestros pies y yo.Cuando por fin nos cansamos me dijo con una sonrisa que iba a sentarse junto a Nina. Le dije que me parecía bien y que era genial bailando. Me devolvió el cumplido, aunque dudo mucho que sea cierto. Se alejó de mí y me dediqué a observar su cuerp
El capitán Linares se acercó a mí y me miró con suspicacia.—¡Cuánta elegancia, Artigas!Aquella frase quería decir en realidad: "Se te ven enormes las tetas con ese vestido, zorrita". Pero como cualquier otro día en que usa sus babas conmigo, decidí ignorarlo. "El cuerpo de policía no es lugar para una mujer como tú", me había dicho la sargento que llevó todo mi recorrido en la academia. Sin embargo, una de mis metas en la vida era demostrar que ella se equivocaba. La verdad mis compañeros no me la ponían fácil. De igual modo, me bastaba con saber que la mayoría ni siquiera sería capaz de multiplicar o hallar una raíz cuadrada.—Era invitada en la boda, capitán - dije con desdén.—¿Conocía al occiso?—Era Marcos Sagastumé, el novio. Lo
Ricardo Fontebella había aparecido muerto en su mansión a orillas de la playa. Lo habían asfixiado. Sin embargo, las pruebas forenses señalaban que alguien llevaba meses suministrándole un medicamento que no necesitaba y que debilitó las paredes de su corazón. De no haber sido asesinado, igualmente habría muerto. Ricardo Fontebella tenía tres hijos, una nuera y dos yernos, seis nietos, una ex mujer achacosa y una nueva y flamante esposa 25 años más joven. Todas esas personas tenían un único interés en la vida, esperar que el anciano hombre de negocios muriera y cobrar la cuantiosa herencia.Las pruebas indicaban que el asesino era una persona cercana, pues el fallecido apenas había puesto resistencia. Después de dos meses de análisis e interrogatorios yo había conseguido dar con la verdad. Fernando Fontebella, nieto mayor y favorito del occiso, ten&iac
La expresión de Linares era de satisfacción. Por fin había conseguido joderme, aunque no fuera a cuatro patas como en realidad él querría. Con la sonrisa más descarada que había visto en mi vida me informó que me inhabilitaban y que estaba bajo investigación. Al parecer, la señora de Sagastumé, la bella Edna, actriz reconocida y rostro precioso de la gran pantalla, aseguraba que yo la chantajeaba y había puesto una denuncia contra mí. Yo, con las manos escondidas en los bolsillos del pantalón, escuché pacientemente la sarta de idioteces de mi jefe.El capitán pidió que debía entregar mi móvil como prueba pues me acusaban de tener imágenes poco decorosas que podían dañar la reputación de la famosa intérprete. Definitivamente, Edna había escuchado el sonido de la cámara digital a pesar de estar entr
La tapicería del interior de la limusina de Edna era de un verde muy tenue. El olor no era agradable. El ambientador parecía una mezcla de menta con y violetas que no combinaban bien. Para colmo, Edna fumaba y uno de sus gorilas parecía no haberse bañado desde antes de la boda. Sentada a la izquierda de mi interlocutora, esperé a que alguien me explicara todo este despropósito.—¿Te gusta esa comisaría, Cecilia? —preguntó Edna sacando el cigarrillo de sus labios por unos segundos.Me sentía cada vez más enfadada. Los dos gorilas en los asientos de la derecha. Mateo y yo apretados justo al frente y ella, muy acomodada en el medio de nosotros. Podría haberla matado. Sin embargo, opté por sonreír y ser sarcástica.—Amo mi trabajo, Edna.—Amas la investigación. Ser detective. Pero no amas a ese conjunt
No podía seguir soportando la cara de satisfacción de Edna. Seguro estaba más que contenta porque me conocía bien y entendía que en ese momento yo me sentía ridícula. De más está decir que esa suposición era cierta. Entonces volvió a preguntar si estaba dispuesta a ayudarle. La miré con rabia. Contesté que tomaría el caso.—Ok, ¿cómo seguirás con esta investigación?— quiso saber la cuasi-estrella internacional.— Mañana deben entregarte las pertenencias de Marcos. Entre ellas deberá estar la manilla. Hazla llegar a mí en cuanto la tengas.Salí de aquella limusina sin mirar atrás. Me monté en mi coche y conduje hasta casa. Ya en mi departamento me metí a la ducha y bajo el agua comencé a gritar de rabia. Mis vecinos deben pensar que soy una desequilibrada
La autopsia de Marcos era, en pocas palabras, curiosa. La causa de muerte era predecible: fractura de cráneo y cuello dislocado por una caída. El forense presuponía lo mismo que yo vislumbré en la escena del crimen. Todo indicaba que “el salto” no había sido un propósito del occiso. Alguien le había empujado.Pero lo llamativo de aquel informe forense no era en sí mismo el deceso de la víctima, sino el deterioro de su aparente joven cuerpo. Al parecer, mi ex-compañero de secundaria tenía un largo historial de abuso de drogas. A diferencia de otro adictos, no se inyectaba en las venas de los brazos. Prefería poner agujas entre los dedos de sus pies. Como las modelos drogadictas, pensé despectivamente.También tenía ablaciones en el ano lo que hablaba de una habitual práctica sexual usando el tracto intestino. No obstante, la &uacu
Mi ex-mejor amiga del colegio no pudo verme en persona. Había sido convocada a una de esas tertulias del corazón que ponen a media tarde. Había vendido la exclusiva de su drama personal. Su ama de llaves la llamó justo después de que aparecí en su puerta y recibió indicaciones, vía telefónica.Edna le orientó que me hiciera esperar en la puerta hasta que llegara uno de sus guardaespaldas. La sirvienta, una mujer de unos 60 años, pareció algo avergonzada de hacerme pasar por ese trance. Le dí a entender que estaba acostumbrada a las “peculiaridades” de su jefa.La criadaentró a la casa y al cabo de un par de minutos volvió con un té para mí. Aproveché para hacerle algunas preguntas. Quise saber cómo era la relación de la “señora de la casa” con Marcos Sagastumé. El ama de llaves, entre ave