La tapicería del interior de la limusina de Edna era de un verde muy tenue. El olor no era agradable. El ambientador parecía una mezcla de menta con y violetas que no combinaban bien. Para colmo, Edna fumaba y uno de sus gorilas parecía no haberse bañado desde antes de la boda. Sentada a la izquierda de mi interlocutora, esperé a que alguien me explicara todo este despropósito.
— ¿Te gusta esa comisaría, Cecilia? — preguntó Edna sacando el cigarrillo de sus labios por unos segundos.
Me sentía cada vez más enfadada. Los dos gorilas en los asientos de la derecha. Mateo y yo apretados justo al frente y ella, muy acomodada en el medio de nosotros. Podría haberla matado. Sin embargo, opté por sonreír y ser sarcástica.
— Amo mi trabajo, Edna.
— Amas la investigación. Ser detective. Pero no amas a ese conjunto de energúmenos que te tratan como una mierda solo porque tienes tetas.
Edna tenía un punto. No paraba de mirarla. Ella se esforzaba en alargar la situación, mostrarme su lado más intimidante. Pero eso ya no funcionaba conmigo.
— ¿Qué quieres? - le grité.
— ¿Quiero saber lo mismo que todo el mundo? ¿Por qué me quedé viuda el día de mi boda?
Todos quedamos en silencio. El gorila apestoso respiraba fuerte y miraba desorientado a Edna y a mí. Quizás no estaba acostumbrado a dos mujeres con caracteres tan intransigentes como los nuestros. Edna comenzó a hablar nuevamente. Hizo un soliloquio de porque era yo la indicada para hacer la investigación. También insinuó que estaba dispuesta a pagarme mucho dinero.
De pronto caí en la cuenta que detrás mío estaba sentado Mateo y que desde el principio había apoyado una mano en el respaldo del asiento cerca de mi cuello. No sé muy bien como lo hizo, pero en algún punto del discurso de Edna, aquel tipo había logrado poner la mano en una posición que le permitía tocar la piel de mi cuello sin casi ser visto. Aquello me excitó sobremanera. Yo deseaba a ese tipo y ahora estaba segura de que él también a mí.
— ¿Me vas a ayudar? — la frase de Edna hizo que perdiera la concentración en el tacto de Mateo.
Algo en mi mirada debió indicarle que seguía sin mucho interés en resolver el asesinato de su marido. Entonces jugó una carta más que interesante.
— ¿Te fijaste en las manos de mi esposo alguna vez, Ceci?
Mis pensamientos volaron instantáneamente a la manilla con los diges a modo dos y cuatro entrelazados. Describí la joya a mi compañera de clases. Ella asintió con la cabeza y me dedicó una sonrisa más que provocadora.
— Me sorprende que esa memoria tuya, tan prodigiosa, no te haya indicado dónde, o mejor, a quién has visto usar una joya como esa, anteriormente.
— ¿De qué hablas, Edna? — comenzaba a molestarme su fanfarronería.
— Me reencontré con mi esposito hace poco más de 6 meses. Cuando vi su manilla recordé inmediatamente que había halagado mucho una pieza idéntica unos cuatro años atrás.
— Ya deja de joder, petulante de mierda. ¿Dónde está la gemela de la joya de Marcos?
— Bajo tierra, cariño. Enterrada. Todavía debe estar sujeta a la mano de Bernie. Vi la manilla hace cuatro años cuando me acerqué a su féretro para presentar mis respetos. Recuerdo que me gustó mucho. Tengo muy buena memoria para las joyas que me gustan.
Mis orejas debían estar rojas, porque sentía que ardían. No estoy segura si estaba más molesta porque Edna había recordado el símbolo antes que yo o porque no tenía la menor idea de dónde había sacado Bernie esa manilla. Lo cierto es que podía recordarle usándola mucho antes de su muerte. Por cierto, Bernie, Bernardo, es mi hermano el suicida.
No podía seguir soportando la cara de satisfacción de Edna. Seguro estaba más que contenta porque me conocía bien y entendía que en ese momento yo me sentía ridícula. De más está decir que esa suposición era cierta. Entonces volvió a preguntar si estaba dispuesta a ayudarle. La miré con rabia. Contesté que tomaría el caso.—Ok, ¿cómo seguirás con esta investigación?— quiso saber la cuasi-estrella internacional.— Mañana deben entregarte las pertenencias de Marcos. Entre ellas deberá estar la manilla. Hazla llegar a mí en cuanto la tengas.Salí de aquella limusina sin mirar atrás. Me monté en mi coche y conduje hasta casa. Ya en mi departamento me metí a la ducha y bajo el agua comencé a gritar de rabia. Mis vecinos deben pensar que soy una desequilibrada
La autopsia de Marcos era, en pocas palabras, curiosa. La causa de muerte era predecible: fractura de cráneo y cuello dislocado por una caída. El forense presuponía lo mismo que yo vislumbré en la escena del crimen. Todo indicaba que “el salto” no había sido un propósito del occiso. Alguien le había empujado.Pero lo llamativo de aquel informe forense no era en sí mismo el deceso de la víctima, sino el deterioro de su aparente joven cuerpo. Al parecer, mi ex-compañero de secundaria tenía un largo historial de abuso de drogas. A diferencia de otro adictos, no se inyectaba en las venas de los brazos. Prefería poner agujas entre los dedos de sus pies. Como las modelos drogadictas, pensé despectivamente.También tenía ablaciones en el ano lo que hablaba de una habitual práctica sexual usando el tracto intestino. No obstante, la &uacu
Mi ex-mejor amiga del colegio no pudo verme en persona. Había sido convocada a una de esas tertulias del corazón que ponen a media tarde. Había vendido la exclusiva de su drama personal. Su ama de llaves la llamó justo después de que aparecí en su puerta y recibió indicaciones, vía telefónica.Edna le orientó que me hiciera esperar en la puerta hasta que llegara uno de sus guardaespaldas. La sirvienta, una mujer de unos 60 años, pareció algo avergonzada de hacerme pasar por ese trance. Le dí a entender que estaba acostumbrada a las “peculiaridades” de su jefa.La criadaentró a la casa y al cabo de un par de minutos volvió con un té para mí. Aproveché para hacerle algunas preguntas. Quise saber cómo era la relación de la “señora de la casa” con Marcos Sagastumé. El ama de llaves, entre ave
Después de casi dos horas rebuscando en gavetas y armarios, había conseguido dos importantes pistas. En primer lugar, Marcos era un narcisista y un drogadicto de mierda. Tenía alijos de cocaína escondidos por casi cualquier parte de la habitación. También había sobres con “maría” en los sitios más impensables y un set de jeringuillas en el baño personal y otro tras un cuadro de la saleta.Las pruebas del narcisismo venían de otra forma. Casi podía decirse que tenía un culto a su propia imagen. Era inaudito el elevado número de fotografías propias que estaban colgadas de las paredes. Curiosamente, no había ninguna de Edna y mucho menos de ellos dos juntos. Dentro de aquel cuarto, tenía la sensación de que mi ex-amiga había alquilado un marido en lugar de encontrar su media naranja. Quizás esa era la verdadera naturaleza de la r
El sudor recorría mi cuerpo por completo. Estaba a horcajadas, con las manos apoyadas en mis rodillas. Movía mi cintura de forma rítmica, se sentía delicioso. Las gotas bajaban por mi barbilla hasta mi senos. Ahí quedaban retenidas porlasmanos larguiluchas de Elías. De pronto, él soltó una de ellasy me agarró del pelo. Se incorporó de la silla donde estaba sentado conmigo encima y dio varios pasos hacia delante mientras todavía me tenía penetrada.Apoyé uno de mis brazos contra la pared y me hizo quedar casi a cuatro patas. Comenzó a bombearme más y más duro. Soltó el pelo y mi seno, no sin antes dedicarme un pellizco. Me sujetó por las caderas y continúo con su vaivén.Elías había sido alumno mío durante mis tiempos en la Facultad de Matemática. A los tres años de haber comenzad
A la mañana siguiente decidí hacer limpieza. Mi apartamento no estaba especialmente desorganizado, pero el polvo campaba a sus anchas. No soy una obsesa del orden ni una enemiga de la suciedad, pero me gusta dar un repaso a la casa y hacer la colada al menos una vez a la semana. Bueno, a veces pasaba más de ese tiempo. ¿Qué? Soy una mujer trabajadora.La idea era tener todo listo para poder salir de casa sobre las 10:30 y antes de las 11 haber llegado a Helios Gestoría. Pero como en todos los días de limpieza, la actividad se extendió más de lo esperado. Tras terminar, y tomar un baño rápido, salí de casa a toda velocidad unos 20 minutos antes del mediodía.Cuando llegué a las oficinas me di cuenta de que Helios Gestoría había invertido mucho más dinero en pagar un costoso letrero que en emplear una señora de la limpieza. Quizás es que yo
La nota tenía una dirección y una hora apuntadas. La fecha se correspondía con el día siguiente. El hombre estaba pactando una cita conmigo, a espaldas de su jefa. Salí del edificio y encaminé mis pasos en el trayecto que me llevaría a casa. Mi móvil vibró. Era un mensaje de Uriñes.Toxicología arrojó cocaína, alcohol y un poco de tarta de bodas. Mandé el reporte completo a tu correo. Recuerda que no podré seguir ayudando. Escribí un simple gracias. No quería florituras, necesitaba hacerle saber que estaba poco contenta con su decisión. Igual no me salía muy bien lo de ser mala con Uriñes. Creo que le tengo un poco de lástima es buen sujeto.Guardé el celular al tiempo que vi un pequeño bristo. No había almorzado nada y me apetecía algo caliente. Entré, pedí la
Yo siempre dejo el coche en la calle. El cacharro era más bien un recuerdo sentimental. Había sido de mis padres y, la mayor parte de los veranos de mi infancia, había servido como medio de transporte para llegar hasta la playa. Además, me gustaba ver la cara de envidia de los vecinos cuando salía del edificio y me montaba en aquel Corvette C3.No obstante, sí tenía plaza de garaje en la cochera subterránea de mi piso. Abrí la portejuela para que Mateo pudiera guardar ahí su preciado van familiar. Le indiqué cuál era mi plaza y aparcó con facilidad.Cuando apagó el motor nos quedamos a oscuras. Mateo alargó su mano hasta mi rodillas, pero a mí ya me quedaban pocos deseos de tontear. Estiré mi mano hasta su rostro y lo acaricié lentamente. Le tomé de las mejillas y acerqué su boca a la mía. Ya él me esperaba. Su lengua