A la mañana siguiente decidí hacer limpieza. Mi apartamento no estaba especialmente desorganizado, pero el polvo campaba a sus anchas. No soy una obsesa del orden ni una enemiga de la suciedad, pero me gusta dar un repaso a la casa y hacer la colada al menos una vez a la semana. Bueno, a veces pasaba más de ese tiempo. ¿Qué? Soy una mujer trabajadora.
La idea era tener todo listo para poder salir de casa sobre las 10:30 y antes de las 11 haber llegado a Helios Gestoría. Pero como en todos los días de limpieza, la actividad se extendió más de lo esperado. Tras terminar, y tomar un baño rápido, salí de casa a toda velocidad unos 20 minutos antes del mediodía.
Cuando llegué a las oficinas me di cuenta de que Helios Gestoría había invertido mucho más dinero en pagar un costoso letrero que en emplear una señora de la limpieza. Quizás es que yo
La nota tenía una dirección y una hora apuntadas. La fecha se correspondía con el día siguiente. El hombre estaba pactando una cita conmigo, a espaldas de su jefa. Salí del edificio y encaminé mis pasos en el trayecto que me llevaría a casa. Mi móvil vibró. Era un mensaje de Uriñes.Toxicología arrojó cocaína, alcohol y un poco de tarta de bodas. Mandé el reporte completo a tu correo. Recuerda que no podré seguir ayudando. Escribí un simple gracias. No quería florituras, necesitaba hacerle saber que estaba poco contenta con su decisión. Igual no me salía muy bien lo de ser mala con Uriñes. Creo que le tengo un poco de lástima es buen sujeto.Guardé el celular al tiempo que vi un pequeño bristo. No había almorzado nada y me apetecía algo caliente. Entré, pedí la
Yo siempre dejo el coche en la calle. El cacharro era más bien un recuerdo sentimental. Había sido de mis padres y, la mayor parte de los veranos de mi infancia, había servido como medio de transporte para llegar hasta la playa. Además, me gustaba ver la cara de envidia de los vecinos cuando salía del edificio y me montaba en aquel Corvette C3.No obstante, sí tenía plaza de garaje en la cochera subterránea de mi piso. Abrí la portejuela para que Mateo pudiera guardar ahí su preciado van familiar. Le indiqué cuál era mi plaza y aparcó con facilidad.Cuando apagó el motor nos quedamos a oscuras. Mateo alargó su mano hasta mi rodillas, pero a mí ya me quedaban pocos deseos de tontear. Estiré mi mano hasta su rostro y lo acaricié lentamente. Le tomé de las mejillas y acerqué su boca a la mía. Ya él me esperaba. Su lengua
Internet ocupó las siguientes horas de mi vida. Busqué todos los detalles que pude sobre los tres hombres que respondían por Horacio Gárciga. Incluso, me dediqué a ver algunas de sus fotos personales de libre acceso en las redes sociales con ansias de encontrar algo medianamente sospechoso.Justo como me había anunciado Elías, el primero de ellos era un vejete dedicado por décadas a su consulta dental. Su esperado retiro tuvo lugar apenas un año atrás y ahora vivía unas “eternas vacaciones” en una casita en la playa. Era un verdadero campeón en la pesca de truchas.Fue precisamente esa afición la que me ayudó a decidir que entrevistarlo no era prioritario para el caso Sagastumé. El mismo día de la muerte de Marcos había un “live” del ortodoncista junto a un enorme ejemplar. Para haber llegado esa noche a la boda debería h
Era un hecho, Mateo sabía usar muy bien su lengua. Llevaba casi cinco minutos recorriendo mi clítoris cuando consiguió llevarme al climax. Ahí sostuvo la punta, sobre el botón de carne rosada, como si quisiera alargar las sensaciones. Cuando presintió que mi cuerpo dejaba de estar en el punto máximo, lo remató metiendo sus dedos en mi vagina.Siguió haciendo movimientos circulares con la lengua, mientras movía con agilidad su índice y anular dentro de mí. Consiguió que me corriera con fuerza, podía sentir como mi propio cuerpo dejaba sus dedos pringosos. Los sacó y comenzó a comérmela con avidez, parecía casi poseído por el deseo de tragarla, absorberla.Mateo apartó el rostro. Sus labios, su barbilla y hasta sus mejillas tenían rastros del abundante líquido que había salido de mi interior. Sonreí, eso d
Horacio Gárciga peluquero era todavía más extravagante de lo que yo imaginaba. Aquella mañana se había esmerado en demostrar su amor por los colores fuentes. Tenía el cabello a dos tonos: malva en las raíces y verde fluorescente en las puntas. Además, llevaba puesto un pantalón de cuero que resaltaba sus glúteos y, aunque tenía puesta una camisa, ninguno de los botones estaba anudado.Por la forma en que hablaba, era evidente que aquella figura alocada que chillaba y hacía comentarios escandalosos a sus clientas, no era más que un personaje. Era la estrategia de marketing que había encontrado para ganarse la confianza de aquellas mujeres, de más de 50 años, que todavía mostraban rezagos de inconformidad porque un hombre les hiciera la permanente.Cuando por fin me senté en la silla, Horacio Gárciga peluquero hizo galas de su buena memoria
La dirección que me había pasado el sujeto calvo de Helios Gestoría se correspondía con un edificio de aparcamientos de cinco pisos. No puedo creer que este tipo pretenda que recorramos todas las plantas hasta dar con él, farfullé para mis adentros.Me volví a Mateo y le comenté que creía importante que yo entrara sola. A fin de cuentas, el tipo nunca lo había visto a él y seguro se alarmaba. Se conformó, aunque con pocas ganas. Parecía tomarse en serio el papel de guardaespaldas.Me adentré en la construcción que, para mi sorpresa, estaba vacía aunque muy bien iluminada. Los instintos se me agudizaron ante aquel panorama. Temía que me hubiesen tendido una trampa. Al mismo tiempo, el lado racional de mi cerebro trataba de enumerar razones para mantener la calma.Aguzando la vista puede comprobar que no había nadie en la primera p
Contarle lo sucedido a Mateo me llevó casi tan poco como tardó la reunión. Ambos estábamos más que intrigados con lo sucedido. Me pidió no abrir los documentos en el coche; sugirió ir de nuevo a mi apartamento. Yo sentí un leve ardor en el estómago y pensé que debía sugerirle que se fuera a casa con su esposa. No dije nada.Tras llegar al departamento abrimos la dichosa caja. Había al menos una veintena de expedientes colocados de forma vertical y sobre todos ellos uno, horizontal. Fue el primero que sacamos. Tenía dentro un sobre que fue a dar al piso en cuanto comencé a hojear la carpeta.Eran los datos de Marcos y el sobre contenía la llave de la caja de seguridad. En efecto, el esposo de Edna tenía una cuenta de banco con el BBAA. No tenía mucho saldo, pero sí un ingreso mensual constante. Revisamos las páginas con calma y, en efecto,
Después del café, Mateo concordó conmigo que era hora de ir a casa. Él sacó un motivo fuera de serie: Mañana quiero llevar a mi pequeño a la escuela. No le hice ningún comentario al respecto. Me pidió pasar al baño para recomponerse un poco. Yo me quedé en la cocina, revisando los estantes, a ver si nada se había salido de lugar con tanto ajetreo. Me subí las bragas, recogí el pantalón del suelo y comencé a fregar la cafetera y las tazas.Al cabo de un par de minutos, Mateo salió, listo para despedirse. Me dio un beso en la mejilla y yo lo acompañé en bragas hasta la puerta. Prometió que llamaría mañana y me hizo jurarle que no trabajaría más por hoy. Le metí descaradamente, jurando que me iría a la cama. Besó mi boca y se marchó.En lugar de ir a dormir, me di una du