Era un hecho, Mateo sabía usar muy bien su lengua. Llevaba casi cinco minutos recorriendo mi clítoris cuando consiguió llevarme al climax. Ahí sostuvo la punta, sobre el botón de carne rosada, como si quisiera alargar las sensaciones. Cuando presintió que mi cuerpo dejaba de estar en el punto máximo, lo remató metiendo sus dedos en mi vagina.
Siguió haciendo movimientos circulares con la lengua, mientras movía con agilidad su índice y anular dentro de mí. Consiguió que me corriera con fuerza, podía sentir como mi propio cuerpo dejaba sus dedos pringosos. Los sacó y comenzó a comérmela con avidez, parecía casi poseído por el deseo de tragarla, absorberla.
Mateo apartó el rostro. Sus labios, su barbilla y hasta sus mejillas tenían rastros del abundante líquido que había salido de mi interior. Sonreí, eso d
Horacio Gárciga peluquero era todavía más extravagante de lo que yo imaginaba. Aquella mañana se había esmerado en demostrar su amor por los colores fuentes. Tenía el cabello a dos tonos: malva en las raíces y verde fluorescente en las puntas. Además, llevaba puesto un pantalón de cuero que resaltaba sus glúteos y, aunque tenía puesta una camisa, ninguno de los botones estaba anudado.Por la forma en que hablaba, era evidente que aquella figura alocada que chillaba y hacía comentarios escandalosos a sus clientas, no era más que un personaje. Era la estrategia de marketing que había encontrado para ganarse la confianza de aquellas mujeres, de más de 50 años, que todavía mostraban rezagos de inconformidad porque un hombre les hiciera la permanente.Cuando por fin me senté en la silla, Horacio Gárciga peluquero hizo galas de su buena memoria
La dirección que me había pasado el sujeto calvo de Helios Gestoría se correspondía con un edificio de aparcamientos de cinco pisos. No puedo creer que este tipo pretenda que recorramos todas las plantas hasta dar con él, farfullé para mis adentros.Me volví a Mateo y le comenté que creía importante que yo entrara sola. A fin de cuentas, el tipo nunca lo había visto a él y seguro se alarmaba. Se conformó, aunque con pocas ganas. Parecía tomarse en serio el papel de guardaespaldas.Me adentré en la construcción que, para mi sorpresa, estaba vacía aunque muy bien iluminada. Los instintos se me agudizaron ante aquel panorama. Temía que me hubiesen tendido una trampa. Al mismo tiempo, el lado racional de mi cerebro trataba de enumerar razones para mantener la calma.Aguzando la vista puede comprobar que no había nadie en la primera p
Contarle lo sucedido a Mateo me llevó casi tan poco como tardó la reunión. Ambos estábamos más que intrigados con lo sucedido. Me pidió no abrir los documentos en el coche; sugirió ir de nuevo a mi apartamento. Yo sentí un leve ardor en el estómago y pensé que debía sugerirle que se fuera a casa con su esposa. No dije nada.Tras llegar al departamento abrimos la dichosa caja. Había al menos una veintena de expedientes colocados de forma vertical y sobre todos ellos uno, horizontal. Fue el primero que sacamos. Tenía dentro un sobre que fue a dar al piso en cuanto comencé a hojear la carpeta.Eran los datos de Marcos y el sobre contenía la llave de la caja de seguridad. En efecto, el esposo de Edna tenía una cuenta de banco con el BBAA. No tenía mucho saldo, pero sí un ingreso mensual constante. Revisamos las páginas con calma y, en efecto,
Después del café, Mateo concordó conmigo que era hora de ir a casa. Él sacó un motivo fuera de serie: Mañana quiero llevar a mi pequeño a la escuela. No le hice ningún comentario al respecto. Me pidió pasar al baño para recomponerse un poco. Yo me quedé en la cocina, revisando los estantes, a ver si nada se había salido de lugar con tanto ajetreo. Me subí las bragas, recogí el pantalón del suelo y comencé a fregar la cafetera y las tazas.Al cabo de un par de minutos, Mateo salió, listo para despedirse. Me dio un beso en la mejilla y yo lo acompañé en bragas hasta la puerta. Prometió que llamaría mañana y me hizo jurarle que no trabajaría más por hoy. Le metí descaradamente, jurando que me iría a la cama. Besó mi boca y se marchó.En lugar de ir a dormir, me di una du
Alguien creyó original adornar las cornisas del colegio de las hijas de Uriñes con figuras de niños leyendo, pintando, jugando. Simulaba gárgolas de una naturaleza infantil. El resultado era grotesco en realidad.Inmersa en esos pensamientos, sentí el tacto de Martina, la hija pequeña de mi compañero de la comisaría. La niña me saludó efusiva, quería mostrarme la botella con algodón y guisantes florecidos que traía en las manos.Uriñes se acercaba a nosotras, sonriente. ¿En verdad este sujeto tiene una sonrisa tan atractiva o soy yo que hoy todo lo veo diferente?, pensé. A lo lejos, la hija mayor - nunca recuerdo su nombre - farfullaba algo sobre que iban a llegar tarde a la primera clase.Martina me preguntó qué si prefería las clases de lengua o las de ciencia. Le contesté que era una eterna enamorada de las matem
La conversación con Edna no fue sencilla. No sé si era por sus dotes de actriz, pero había conseguido hacer de todo aquello un verdadero drama. En cierta forma tenía razón en algo, los motivos por los cuales me había contratado no estaban resueltos.— ¿Quién mató a Marcos, Cecilia? ¡Eso no me los has dicho! No me importa si hay un pedófilo en esta historia o 15. Tú me diste tu palabra.Afortunadamente, Mateo estaba ahí como intermediario. Intentó explicarle una y otra vez porque era importante que la policía tomara cartas en el asunto. Entregar los nuevos datos significaba ofrecer pistas frescas que podía ayudar a encontrar al culpable de la muerte de su marido.De pronto, en medio de los gritos y quejas de la dramática estrella, sentí el bip de mi celular. Lo saqué del bolsillo y me puse de lado, para leerlo y poner una barre
Mis padres seguían viviendo en el mismo adosado donde mi hermano y yo crecimos. Nunca dejaron la casa, aun cuando mi abuela decía que ese sitio traía mala suerte. Puede que fuera cierto; en verdad mis padres había tenido un largo rosario de tormentos. Llegué a nuestro viejo vecindario poco antes del anochecer.Aparqué mi Corvette C3 en la entrada y me dispuse a llamar a la puerta. Justo en la acera me encontré con la señora Montero, una antigua compinche de mi madre, que vivía dos bloques más abajo.—¡Ceci, cariño, cuánto tiempo! —me dio dos besos y un largo abrazo.—¿Cómo está, señora Montero? ¿Qué tal los nietos?—¿Cómo es eso de señora, cielo. Puedes llamarme Celeste, me conoces de toda la vida. Los nietos, grandes, enormes, en cualquier momento son hombr
Entré a mi edificio y en automático me quité los zapatos. Los pies me dolían. Mis botas no tenía un tacón alto ni fino, pero yo estaba agotada de llevarlas después de más de 14 horas seguidas. Subí hasta mi apartamento para encontrarme con una sorpresa.Mateo estaba sentado en el suelo, recostado a mi puerta. Tenía el chaleco del traje sobre las piernas, la camisa blanca remangada y la corbata deshecha. A su lado, una caja de pizza y un six pack de cervezas. Parecía dormido. El cabello largo, algo encrespado, caía sobre sus hombros de una forma casi angelical.Como no tenía zapatos puestos, él no consiguió despertarse con mis pisadas. Me acerqué lo más que pude y le di un beso en los labios. Nada: otro. Entonces reaccionó. Sin abrir los ojos esbozó una sonrisa y susurró que era una perra por hacerlo esperar tanto.Sonre&iacu