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3 - Alguien que quiero.

Cenamos por aquel hermoso lugar, pues encontramos un lugar cubano que estaba delicioso y no era muy caro, y luego nos fuimos a bailar a un pub que el camarero muy gentilmente nos recomendó, pues nos había cogido cariño al decirle que éramos españoles, pues al parecer adoraba nuestro país.

No dejé de reír en toda la noche, olvidándome por completo de Borja, pasándomelo en grande junto a mis amigos, bebí más de lo que me hubiese gustado, pero llegados a ese punto me daba igual, nadie me conocía y era libre, aunque doliese admitirlo.

Salva y yo pronto volvimos a tener aquella complicidad de siempre, esa que tanto me gustaba, haciendo el tonto, sin pensar en nadie más, para luego bailar en la pista de baile, dejándonos llevar por el alcohol que había en nuestros cuerpos, bailando descaradamente.

  • Voy a por una copa – dije de pronto, tan pronto como me di cuenta de que, si seguíamos calentándonos de aquella manera, el uno al otro, volveríamos a cometer otro error que lamentar.

Pero al parecer Salva tenía otros planes para mí, pues me agarró del brazo y tan pronto como ladeé la cabeza para mirarle sentí sus labios, sobre los míos, indicándome lo desesperado que estaba él por pasar a otro nivel.

Debía dejarme llevar, ¿no es cierto? – pensaba una parte de mí, mientras le devolvía el beso, aferrándome a sus labios, incapaz de apartarle de mí, porque había añorado durante tanto tiempo volver a ser besada así, y en aquel momento tan sólo quería seguir allí, aunque aquellos no fuesen los labios que quería besar.

Tenía pensado poner una tirita en mi corazón y alejarme lo más que podía de mis sentimientos hacia Borja, pero tan pronto como le vi en mi mente, repitiendo sus últimas palabras antes de dejarme, aquel “Siempre”, aparté a mi mejor amigo, culpándome a mí misma por haber siquiera pensado en sacar a mi ex jefe de mi corazón.

Salva me miró sin comprender, aterrado de que pudiese estar enfadada con él, y lo estaba, con él y conmigo misma, pero tan pronto como recordé que no podía esperar a Borja, que ya no era mío, olvidé mi enfado.

Me abalancé sobre él en ese justo instante, volviendo a aferrarme a sus labios, mientras le agarraba del cuello y me quedaba ahí, intentando alejar a Borja de mis pensamientos.

Dolía, terriblemente, hacer aquello. Dolía más de lo que una vez pensé que podría hacerlo, pero, aun así, no me detuve, ni aparté a Salva ni un palmo.

  • Laura – me detuvo, deteniéndome, apartándose un poco – creo que deberíamos detenernos antes de que pase algo más – declaró, dejándome sorprendida con ello – no quiero volver a estropearlo contigo.

  • Tienes razón, lo siento – me disculpé, aterrada por lo que habíamos estado a punto de hacer, por haber deseado, por tan sólo un momento olvidarme de Borja y acostarme con otro – voy a pedir otra copa.

Caminé hacia la barra, antes de que él pudiese haber dicho nada más, y me senté en uno de los taburetes, para luego pedir otra copa y quedarme allí, mirando hacia mi Martini. Acababa de comportarme como una zorra con Salva, lo sabía perfectamente, y me odiaba a mí misma por ello, pero no me arrepentía de lo que había hecho. Durante aquellos años, lo que sentía por Borja me había convertido en una persona que no era, me había convertido en una persona fría, egocéntrica y materialista, huyendo por todos los medios de los sentimientos, cerrando mi corazón de una forma que nunca pensé que pudiese hacer.

Mi móvil vibró, dentro de mi bolsillo, obligándome a sacarlo y mirar hacia él, tenía una llamada entrante de Pablo. La colgué, y puse el móvil sobre la mesa, para luego dar un sorbo a mi vaso, bebiendo la copa entera, por lo que hice una señal al camarero para que me sirviese otra. Mi celular volvió a vibrar sobre la barra, logrando que volviese a mirar hacia él, volviendo a encontrar el nombre de mi amante reflejado en él, alargué la mano para coger la copa que acababan de servirme, y me la bebí de un trago, poniendo el billete sobre la barra. Sin esperar cambio alguno me puse en pie, dándome cuenta de lo borracha que estaba en aquel justo momento, para luego caminar con dificultad hacia la salida del garito y descolgar el teléfono, que no dejaba de vibrar en mi mano.

  • ¿QUÉ? – Espeté, cansada por su insistencia, pues odiaba terriblemente que él fuese así, que él insistiese tanto cuando no obtenía respuesta por mi parte. Me hacía recordar tanto a mí, en lo patética que habría parecido frente a los ojos de Borja.

  • ¿Lara? – preguntó, haciendo que me despegase el teléfono de la oreja y mirase hacia el teléfono horrorizada, percatándome de que era él, era Borja. ¡Mierda!¡Idiota!¡Mierda! espetaba aquella guerrera que había dentro de mí, pegándome bofetones en la cara para que despertase de mi ensoñación - ¿me escuchas? ¿hola?

Colgué el teléfono, sin tan siquiera responder, aterrada con todo aquello, conmigo misma, porque tan pronto como volví a escuchar su voz, llamando hacia mí, todos los sentimientos que había encerrado en un lugar de mi corazón volvieron a la luz, haciendo que doliese mucho más. Mis lágrimas salieron, dejando a la zorra en la que me había convertido fuera de combate, conllevando a que esa parte lastimada de mí, esa que escondía de todos los demás, saliese a la luz.

  • ¡No! – me grité a mí misma, en voz alta, haciendo que varias personas mirasen hacia mí.

NO-NO-NO-NO – Me exigía, esta vez sin pronunciarlo – NO PUEDO SER ASÍ DE PATÉTICA OTRA VEZ – Insistía, golpeando mi corazón, intentando acallarlo, pero parecía imposible, pues mis lágrimas salieron en ese justo instante – ESTÚPIDA – Grité, haciendo que mi parte luchadora golpease a esa inútil.

Marta apareció entonces, parecía como si la hubiese llamado, porque en cuanto nuestras miradas se cruzaron corrió hacia mí, y me abrazó, con fuerza, como si supiese por lo que estaba pasando.

  • Necesito salir de aquí – rogué, haciendo que ella asintiese, y me abrazase con fuerza, como si supiese que era lo que necesitaba. Sacó su teléfono del bolsillo y mandó un rápido mensaje a su novio, para luego tirar de mí hacia la parada de taxis más cercana.

  • Os he visto a Salva y a ti – me dijo, cuando estábamos en el interior del taxi, intentando acercarse a mí, como hace tiempo que no la dejaba hacerlo – ha pasado algo que …

  • No es él – la corté, antes de que siguiese hablando de ello, para luego volver la vista hacia la noche en parís, era realmente preciosa ver todas aquellas luces.

  • ¿Pablo? – Tanteó, intentando adivinar qué era lo que me había puesto en aquel estado. Pero no respondí, tan sólo seguí admirando aquella bella ciudad desde la ventana del auto, dejando escapar algunas lágrimas más al pensar en él, en la última vez que estuve allí, junto a él.

Ninguna de las dos dijo nada más hasta que hubimos llegado a mi habitación. Marta me quitó los zapatos tan pronto como me recosté sobre la cama, sin tan siquiera desvestirme, y me quedé mirando hacia la nada, mientras ella se ponía en pie y me echaba un último vistazo, pensando en marcharse hacia su habitación.

  • ¿puedes quedarte un poco más? – pregunté, aterrada de quedarme sola, por primera vez en años, haciendo que ella se girase para mirarme, observándome allí, tirada, sin tan siquiera devolverle la mirada.

Ella sabía lo difícil que era para mí pedir ayuda, sabía que debía de haber sido muy complicado para mí rogar por compañía, así que sonrió, calmada, y se sentó en la cama, acariciando mi mano izquierda, intentándome dar apoyo.

La abracé con fuerza, mientras ella me devolvía el abrazo, y me quedaba sobre su brazo, dejando escapar mi dolor por primera vez en mucho tiempo, al mismo tiempo que ella daba leves golpes en mi espalda, intentando calmarme.

  • Te he echado de menos – dijo al fin, haciendo que dejase de llorar al darme cuenta de lo importante que era para aquella aquel gesto. Sonreí, dándome cuenta que para mí también lo era.

  • Y yo – admití, haciendo que ella me apretase entre sus brazos, haciéndome sentir mucho mejor con ello – siento haber sido una zorra.

  • Entiendo porque lo has hecho – me calmó, besándome entonces en la cabeza, calmándome completamente, de una forma que jamás pensé que ella podría – necesitabas huir del dolor.

  • Pero ¿por qué no puedo huir, Marta? – pregunté, aterrada, mientras ella acariciaba mi espalda, sin tan siquiera responder a mi pregunta aún - ¿por qué duele tanto?

  • Porque él se fue de repente – declaró, haciendo que levantase la cabeza para observarla – sin darte ninguna explicación. ¿Qué? – insistió, como si no pudiese creer mi sorpresa - ¿pensaste que no me daría cuenta de que el señor F era él? – declaró, dejándome aún más confusa con aquello – Borja – terminó.

  • Ya nada de eso importa – reconocí, limpiando las últimas lágrimas que se había precipitado por mis mejillas – ahora sólo queda olvidar y seguir adelante.

  • ¿Por qué dices eso? – preguntó, sorprendida por la forma en la que hablaba sobre ello – Creo que él y tú deberíais hablar sobre vuestros sentimientos.

Sonreí hacia ella, al notar sus buenos deseos hacia nosotros, dándome cuenta de que ya no había nada de rencor entre nosotras, sobre Borja. Y luego hablé.

  • Él y yo ya no tenemos nada que decirnos – le contradije, dejando claro que aquel tema estaba zanjado, pero, aun así, mi amiga, hizo el amago de volver a hablar sobre ello, así que tuve que cortarla antes de que lo hubiese logrado – Él tiene novia.

Aquella noticia dejó claro algo más que evidente: Marta no conocía aquella noticia, pues me miró con la boca abierta tras escuchar aquello, momento que aproveché para volver a esconder mi cabeza en su regazo y cerrar los ojos.

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