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5 – Cerrar ese capítulo de mi vida.

La vuelta fue menos aburrida, pues Marta cambió su asiento con Salva, y no me dejó sola en ningún momento. Creo que pensaba que me derrumbaría si lo hacía.

  • Creo, sinceramente, que deberíais quedar y hablarlo, Lau – me dijo, tras largo rato en silencio, cuando sobrevolábamos la ciudad. Negué con la cabeza en señal de que no quería hablar sobre ello – sé que este tema es doloroso para ti, pero …

  • ¿Es que no escuchaste lo que dice la última vez? – espeté, cansada de aquella conversación que ella se aferraba a seguir manteniendo – él tiene novia.

  • Estuve hablando con él – declaró, dejándome sorprendida con ello, pues jamás pensé que ellos estuviesen en contacto – él dice que sólo es un malentendido.

  • Me da igual – le dije, cansada de que se metiese tanto en aquello, de que se involucrase de aquella manera, aunque sólo intentase ayudar, odiaba que ella le hubiese dicho algo sobre mí a él – ya he decidido olvidarle.

  • ¿por qué? – preguntó ella, horrorizada, cómo si no pudiese entender mi decisión – Lau…

  • Por favor no te metas en esto – supliqué, derramando una fina lágrima, haciendo que ella levantase su mano, y limpiase esta, para luego asentir con su rostro.

  • Lo siento – se disculpó, besándome suavemente en la mejilla – por meterme tanto en esto, por llamarle, por todo – proseguía – tan sólo esperaba que todo se arreglase.

  • Han pasado tres años, Marta – admití, cansada de aquello, de mis sentimientos, de mí misma – y pensé que volvería, durante mucho tiempo le esperé, pero ya no puedo hacerlo más – declaré, mientras ella me abrazaba, y me calmaba. Sabía que estaba arrepentida por haber insistido tanto.

  • Está bien – aceptó, para luego besarme suavemente en la frente antes de hablar de nuevo, limpiando mis lágrimas mientras lo hacía – Cuando lleguemos a Madrid entra al baño – rogó, lucía algo preocupada, y eso sólo me alarmó un poco más – él estará esperándonos en la puerta principal, junto al cajero.

  • ¿Qué? – Pregunté, horrorizada, tan pronto como me di cuenta de que ella había organizado una encerrona.

  • Entra al baño, que yo me adelantaré y le diré que se marche – rogó.

  • No – la detuve, haciendo que ella me observase con detenimiento, sin comprender mi reacción – yo misma le diré que se marche, justo después de devolverle algo.

  • ¿Estás segura? – Insistió. Asentí con la cabeza, para luego volver la vista hacia la ventanilla.

Ya era hora de dejarle atrás definitivamente, y sólo lo haría si dejaba marchar su corazón, si le devolvía aquel anillo que lo representaba, aunque muriese de dolor al hacerlo, debía llevarlo a cabo.

Aquellas horas para mí fueron un infierno, más aun, sabiendo que pronto le vería, que pronto volvería a sentir su mirada sobre la mía.

Cuando levanté la vista y le vi allí, apoyado en el cajero, mirando hacia el suelo, luciendo despreocupado, casi me desmayo. Él estaba tan tremendamente apuesto, que tan sólo podía arrepentirme, una y otra vez, de haberle apartado de mi lado de la forma en la que lo hice, años atrás, por no haber confiado en sus sentimientos.

  • ¿Qué ocurre? – preguntó Fonsi, al verme allí, de pie, sin seguir avanzando - ¿por qué te paras? – insistió – Laura – me llamó, logrando que él dejase de prestar atención al suelo y ladease la cabeza para fijarse en mí.

Se tersó de repente, parándose recto, sacudiéndose su ropa de calle, intentando parecer presentable. Lucía tremendamente avergonzado, y yo no entendía por qué.

  • ¿Borja? – descubrió mi amigo, mientras ambos entrelazábamos nuestras miradas - ¿cómo has sabido qué…? – comenzó, pero se detuvo tan pronto como Marta le dio un codazo.

  • Ellos necesitan hablar – admitió, dejando claro a los presentes que aquello era obra suya.

  • ¿Ellos? – insistía, sin comprender a lo que se refería su novia, mientras Salva me observaba con detenimiento, mirando hacia él, empezando a comprender mi cambio repentino de personalidad. Él era la razón de todo.

Ambos emprendimos la marcha hacia el otro, sin comprender aquella magia que nos hacía andar sin que apenas nos diésemos cuenta de ello. Y mientras lo hacía recordaba la conversación por mensajería que había tenido con él. Recién, en ese momento, comprendía sus palabras cuando aseguraba haber hablado con una vieja amiga, aquella era Marta, y le había dado una mala noticia. Seguramente aquella sería que debía estar allí, para aclarar las cosas conmigo, a él debía hacerle tan poca gracia como a mí todo aquello.

Nos detuvimos el uno frente al otro, en aquel alborotado aeropuerto, en el que, en aquel momento, tan sólo importábamos él y yo.

Ambos nos observamos, sin saber que decir, mientras yo agarraba mi maleta con fuerza, intentando descargar en ella mi frustración.

Había un nudo en mi garganta, un enorme nudo que me impedía controlar la situación, pero debía hacerlo, debía controlarla, aunque aquello me costase la vida. Carraspeé mi garganta, intentando mantener a raya a esa parte lastimada de mí misma, haciendo que él me prestas toda su atención.

  • Siento todo esto – me disculpé, pues aún no comprendía cómo Marta podría haberse atrevido a rogarle algo como aquello, que viniese a hablar conmigo al aeropuerto, un lugar dónde la gente podría reconocerle, dónde podría tener problemas en su trabajo – Marta no debió pedirte absolutamente nada – añadí, observando como él abría la boca, con la intención de decir algo, pero le corté antes de que lo hubiese hecho, pues lo cierto era que no quería escuchar su voz, no de nuevo, no tan cerca de mí – tengo algo para ti – aseguré, haciendo que él cerrase la boca, olvidando sus palabras, observando como abría el bolsillo pequeño de mi maleta, sacando el pequeño estuche en el que había guardado, tan sólo unas horas antes, su corazón – tengo que devolverte esto – le dije, alargando la mano con la caja en esta, haciendo que él mirase hacia ella, al mismo tiempo que lo hacía yo, necesitaba ver como él aceptaba aquello, como me alejaba de su corazón, sólo así podría continuar mi vida, dejarle atrás.

Agarró la caja entre sus manos, y la abrió, despacio, descubriendo aquel anillo en ella. Lo miró con atención, sin tan siquiera levantar la vista de este.

  • ¿Aún lo guardas? – Preguntó, levantando su vista entonces, al mismo tiempo que lo hacía yo, al haber vuelto a escuchar su voz, tan clara y alta, frente a mí, dándome cuenta de cuanto la había añorado. Asentí, porque no tenía fuerzas para responder – fue un regalo – admitió, sin quitar sus ojos de mí, mientras yo asentía, sonriendo tenuemente, al darme cuenta de lo que aquello quería decir, a él ni siquiera le importaba el anillo, hacía mucho que lo había dado por perdido, y yo era la única idiota que se había aferrado a él hasta el final, pero perdí la melancólica sonrisa tan pronto como él habló de nuevo – ya sabes lo que representa para mí.

  • Por eso – añadí, haciendo que él levantase la vista para mirarme – deberías dárselo a la persona a la que entregaste tu corazón – insistí – supe por una revista que tenías novia.

  • La chica lo entendió mal – me explicó, acortando las distancias entre ambos, pero sin resultar incómodo, aún – la chica de la entrevista, y creó todo un malentendido.

Cerré los ojos, intentando calmarme, porque lo único que quería hacer en aquel momento era huir de allí y llevarme el anillo conmigo, pero no podía hacerlo, necesitaba cerrar esa etapa de mi vida, dejarle atrás.

Lamí mis labios, tragando saliva antes de hablar, para luego abrir los ojos, observándole allí, con la mirada fija en mis labios.

  • Ya no te amo – mentí, con lágrimas en los ojos, porque hablar sobre aquello, me estaba desgarrando por dentro, hablar sobre los sentimientos que tenía ocultados en un lugar de mi corazón, ocultos de mí. Sus ojos llorosos se fijaron pronto en los míos, lucía sorprendido por escuchar aquellas palabras – así que no pasa nada si has entregado tu corazón a otra persona – le calmé, intentando fingir que todo estaba bien, aferrándome a mi parte guerrera, aterrada de no poder mantener a mis sentimientos a raya.

  • Debería dejar de fingir entonces, ¿no? – preguntó, haciendo que me diese cuenta de algo, él era el Borja de siempre, tan sólo pretendía ser uno distinto frente a todos los demás – hace mucho que olvidé nuestras promesas.

Mis lágrimas salieron en ese justo instante, y no pude hacer nada por detenerlas, aun así, no dejé que mi parte lastimada tomase el control y luché con uñas y dientes para mantener mis sentimientos a raya.

  • Justo como hiciste tú – añadió, divertido, haciendo que nuevas lágrimas se precipitasen por mis mejillas. Asentí, en señal de que era cierto, cerré los ojos y tragué saliva antes de hablar.

  • Es cierto – respondí, para luego posar mi mirada en aquel estuche que acababa de darle – por eso yo …

  • Toma – me dijo, agarrando mi mano, para luego depositar el estuche en ella, sin levantar la vista aún – tíralo si quieres, ya no me importa.

Aquella chica lastimosa que tanto había luchado por ocultar salió a la luz, tan pronto como escuché aquellas palabras, y mis lágrimas lo hicieron con ella.

Había estado guardando aquel anillo, durante años, pensando en ello como su corazón, recordando nuestra promesa, esperanzada porque él volviese algún día, pero para él, aquello no significaba absolutamente nada.

Hubiese sido estupendo que todo acabase de esa forma, que le hubiese dejado marcharse de mi lado cuando se dio la vuelta para hacerlo. Eso hubiese sido lo mejor que podría haberme pasado, pero mi parte lastimada impidió que eso fuese posible, pues necesitaba decir la verdad como si aquello pudiese solucionar algo.

  • No es cierto – hablé, haciendo que él se detuviese, aunque sin darse la vuelta aún – lo que dije antes no es cierto – reconocí, dejando escapar algunas lágrimas más, apretando el estuche con fuerza, temblando de ira, por permitirme a mí misma mostrarme tan vulnerable frente a él, tan patética – pero dejaré de esperarte justo ahora – reconocí, provocando que él se diese la vuelta para observarme, sin dar crédito a lo que acababa de oír – me olvidaré de ti ahora – concluí, mientras sus lágrimas caían sin que él pudiese hacer nada por detenerlas, ni siquiera quería pensar en ellas, en por qué las había derramado, tan sólo quería terminar de decir todo lo que aquella parte de mí necesitaba – seguiré tu consejo y me alejaré del cabrón que está haciéndome daño – concluí, dejándole descolocado con aquello, para luego agarrar su mano, poniendo el estuche en ella – haz lo que quieras con él, yo ya no lo quiero.

  • Laura, yo… - comenzó, abriendo la boca, pero no había nada que saliese de ella. Yo no lo necesitaba, que él dijese absolutamente nada, ya había terminado de decir lo que quería, y en aquel momento estaba lista para olvidarle.

Me di la vuelta, agarré mi maleta, y me perdí de vista, alejándome más y más de él, saliendo por la perta de la terminal, importándome bien poco que estuviese llamándome, durante un largo rato.

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