Cecilia guardó silencio por un momento mientras escuchaba a la joven, quien no dejaba de insistir y decirle que estaba actuando mal.—Señora, no le corresponde a usted decidir eso, sino al señor Manuel. Si quiere divorciarse, que lo haga. No es feliz con esa mujer —trataba de convencerla—. Además, esto afectará mucho a su hija. No es justo que no le permita pasar los últimos días de su vida con su madre.Cecilia la miró en silencio. Sabía que tenía razón en algunas cosas, pero Lianet era el tesoro más preciado que la vida le había dado, fruto del gran y único amor con Manuel Limonta. Su hija estaba empezando su vida, sus sueños. ¿Cómo podía sacarla de su enfoque en los estudios para que la acompañara? No, ella no iba a robarle los sueños a su pequeña de irse a Berlín a estudiar en esa universidad que tanto le gustaba. Y eso es lo que iba a pasar si Lianet se enteraba de su enfermedad. Ella nunca se iría.—No puedo hacerle eso a mi hija, Melisa. Debes entenderlo. No te atrevas a decirl
Manuel y Mario pasaron toda la mañana vigilando sin que sucediera nada inusual, pero después del mediodía, vieron asombrados cómo Cecilia salía de su casa y le daba un beso y un abrazo a Melisa. La chica insistía en acompañarla, pero Cecilia se negaba. Luego, caminó arrastrando una maleta mientras lloraba amargamente.—¿A dónde va? ¿Por qué llora así? —preguntó Manuel, a punto de bajarse del auto e ir a ver qué le sucedía, pero Mario lo detuvo.—Espera, mira, llamó a un taxi —señaló Mario, viendo cómo el taxista la ayudaba a colocar la maleta en el auto.—Vamos, Mario, sigue ese taxi —dijo Manuel ansiosamente—, pero no te acerques mucho para que no nos vea.Cecilia lloraba incontrolablemente en el taxi. Se había despedido de Lianet para siempre y también de Manuel. Nunca los volvería a ver y eso la estaba destrozando. El taxista solo la miraba, pensando que debía dolerle mucho el cuerpo para que llorara de esa manera. No era la primera vez que él la recogía y sabía que tenía un cáncer
Mientras tanto, en el campo ecuestre, momentos antes, justo cuando iniciaban las carreras, Nina corría delante de Ismael y Raidel al tiempo que les decía:—¿Vieron? Llegamos tarde. Les dije que manejaran más rápido. ¡Nos vamos a perder el inicio de la competencia! Por su culpa, Lianet no nos verá —hablaba como era su costumbre, sin dejar de correr hacia las gradas, escuchando el enorme bullicio que provenía del público—. ¡Estoy segura de que Lianet no se concentrará con tanto ruido!—Espera, Nina. Ahora son las eliminatorias. Ellos no son profesionales, seguramente no saldrán en las primeras rondas. Tenemos tiempo —decía Raidel mientras corría junto a Ismael.—¿Qué sabes tú? ¿Y si le tocó un número temprano? Ella tiene suerte de salir siempre entre los primeros diez —contestó sin detenerse—. ¡Tengo que llegar y lograr que me vea!Nina corría lo más rápido que podía, dejando atrás a sus amigos. Subió desesperada las escaleras de las gradas mientras mostraba el boleto de entrada de los
La atmósfera se vuelve más turbulenta mientras todos se miran con recelo y desafío. Cindy observa cómo Lianet, casi sin darse cuenta, se ha colocado junto a Nadir, como si marcase su territorio, haciendo que éste por instinto la abrace. ¿Así que la mosquita muerta, después de todo, conquistó a Nadir? Si ella cree que se va a quedar con él, está muy equivocada. Con este plan de hacerlos rogar por los caballos y considerando lo pobre que es, seguramente aceptará la propuesta de Harrison y me dejará el camino libre, piensa sonriendo.—No, no existe una regla en estas competencias que diga que en la carrera de eliminación no se pueda correr sin sillas —le contesta Nina furiosa. Se hace un gran silencio mientras todos se miran como desafiándose. Luego miran a los jueces, quienes guardan silencio y miran al señor Harrison, que se adelanta despacio en compañía de su hijo, que no deja de mirar a Lianet, la cual casi se esconde detrás de Nadir sin soltar su mano, para sorpresa de Nina, Raid
Los jóvenes avanzan por la amplia explanada que separa el hipódromo del lugar donde las casas rodantes tienen permiso de estar, conversando entre ellos. Delante van Nadir, Ismael y Raidel, mientras que Nina y Lianet van un poco más atrás, abrazadas.—¿Tú realmente crees eso, Nina? —pregunta Lianet al escuchar la respuesta de su amiga— ¿Crees que el señor Harrison fue quien puso los pinchos en las sillas?—No lo sé con certeza, Lianet. Lo importante es que Nube y Ébano están bien. Así que respira hondo y tranquilízate. Te prometo que si fueron Hans y su grupo, pagarán las consecuencias. Ya lo verás —afirma Nina, imaginando las represalias que su padre, quien adora a los caballos, tomará cuando se entere.—No te metas en problemas, Nina. Deja que los jueces se encarguen —dice Lianet seriamente.—Tú nunca cambias, Lía —dice Nina incrédula de que, a pesar del atentado que sufrieron, su amiga quiera que los jueces resuelvan todo, sabiendo que están claramente comprados por Harrison. Solo h
Josué ha interrumpido a Manuel, quien lo observa con agradecimiento. En verdad, está necesitando a su amigo más que nunca. Josué, al ver la mirada que le dirige, sabe y siente que debe estar pasando por algo terrible. Solo una vez lo ha visto de esa manera, cuando perdió a sus padres. ¿A quién habrá perdido ahora?—Somos amigos, Manuel. En las buenas, en las malas y en las peores. Y si no me equivoco, es ahí donde te encuentras ahora —dijo Josué, viendo el rostro afligido de Manuel, quien no pudo contener que una lágrima rodara por su mejilla—. Vamos, salgamos a dar una vuelta y así podemos ponernos al día con todo. Te extrañé, mi viejo amigo —le dijo, dándole otro abrazo sin dejar de notar una gran tristeza en él.—No saldremos hasta que no termines de tomar el café. Te hace mucha falta con esa cara que tienes —se oyó la voz de Pastora—. No me dejarán el café servido.—Pues claro que no —contestó Josué, acercándose y tomando una taza que le ofreció su esposa. Manuel sigue tomando de l
Hans, contrariado por la forma en que su padre lo trató delante de todos, mira a Cindy mientras se despide de sus amigos, quienes se alejan murmurando entre ellos. A pesar de que intenta aparentar ser fuerte y el líder de todos ellos, se siente miserable por las cosas que su padre lo obliga a hacer. No es que no le guste la vida de juergas y fiestas que lleva, ya que Harrison no le restringe el dinero. Sin embargo, cuando su padre lo obliga a hacer algo, su vida se convierte en un infierno. Mira a la despampanante rubia a su lado, quien le sonríe. Cindy es compañera suya en sus travesuras y se conocen desde hace mucho tiempo. Pero ambos comparten las mismas ambiciones: quieren hacer lo que les plazca con los demás. Por eso, nunca congeniaron del todo. Aunque también sabe que Cindy es muy buena armando estrategias para separar parejas. Hans suelta todo el aire y se recuesta en el asiento mientras habla.—Papá dice que todo esto con Ébano y Nube es mi culpa, pero le dije claramente que
Lianet se encontraba paralizada, su corazón latiendo con fuerza mientras Nadir disminuía la distancia entre ellos con cada paso deliberado. El aire se cargó con una tensión palpable, una mezcla de ansiedad y anticipación que parecía envolverla por completo. A medida que él se acercaba, su aroma a pino y tierra mojada llenaba los sentidos de Lianet.Cuando Nadir estuvo tan cerca que ella podía contar las suaves pestañas que enmarcaban sus ojos atentos, vio cómo se inclinaba en busca de sus labios. Lianet retrocedió instintivamente, sus palabras atrapadas en la garganta, un murmullo inaudible. Él la observó, un atisbo de desconcierto cruzando su rostro, pero rápidamente fue reemplazado por una sonrisa comprensiva. Con un gesto tierno y protector, la envolvió en sus brazos, un refugio seguro que calmó el torbellino de emociones de Lianet. Nadir se reprochó internamente por su apresuramiento, consciente de que ella era como una delicada flor silvestre que requería paciencia y cuidado par