Capítulo 3. Una sola B

Alexandra Green

Me sentía tan impotente, cómo podía ser capaz de tratarme de esa manera, aun sabiendo que esperaba un hijo de él.

Todo sucedió tan rápido que apenas lo pude asimilar y caí en cuenta del infierno al cual me estaba llevando. Tenía ante mí a dos hombres musculosos, con una sola orden de Fernando, sacándome de mi apartamento.

Todo eso era una locura, pero, aun así, no podía dejar de luchar.

—¡No puedes sacarme de mi casa! ¡Eres un maldit0! —grité con desesperación.

—Señora, no siga gritando, aquí no puede hacer escándalo público, no cometas más actos ilegales —dijo otro de los vigilantes mientras trataba de mantenerme a raya.

—¡No! —exclamé, dispuesta a no aceptar lo que estaba sucediendo.

En ese momento salió Fernando y me miró con rabia.

—Si no te vas te acusaré por agresión y tendrás que ir a parar a la cárcel, quizás de esa manera te haga un favor y no tengas que dormir en la calle —me dijo de manera amenazante.

Yo no podía creer lo que me pasaba, definitivamente era cierto, uno nunca terminaba de conocer a las personas, cuatro años con ese animal y pensaba que vivía con el príncipe azul, pero no era así, resultó que vivía con el propio sapo.

Le di una última mirada, mientras por dentro le deseaba las siete plagas de Egipto (*) , sobre todo porque era injusto, porque él sabía que yo había aportado todos mis ahorros para comprar ese apartamento, y a pesar de todo, no pude hacer nada. Terminé metiendo mi lengua en el trasero y salí de allí sintiéndome decepcionada, frustrada, triste, despreciada y sobre todo muy pendeja.

Mal momento de mi vida para ver su naturaleza, sin trabajo, sin casa, con poco dinero y con un bebé en camino.

Cuando imaginé tener a mi hijo, pensé que sería el mejor momento de mi vida, que celebraría por semanas, pero no allí estaba con solo una maleta en la mano y la angustia de donde pasar la noche.

Tomé mi celular y comencé a localizar hoteles para pasar la noche, pero los precios era demasiado costosos, con solo un mes terminaría agotando mis reservas, deseaba encontrar una con las tres b, bueno, bonito y barato.

Después de un par de horas buscándolo, por fin, encontré uno con una sola b, barato, porque cuando entré me di cuenta de que no era bonito, y minutos después, al recostarme en la cama en ropa interior, comprobé que no era bueno, cuando estaba a punto de quedarme dormida, de manera repentina me cayeron desde el techo un par de cucarachas.

Me levanté como si fuera una atleta de alta competencia, dando un triple salto de la cama a la puerta, y empecé a gritar desquiciada, abriendo la puerta de la habitación, corrí por los pasillos, provocando que los huéspedes de las otras habitaciones salieran y se quedaran mirando.

El caos que había causado en el pasillo del hotel fue de una proporción monumental. Gritaba, saltaba y agitaba los brazos, desesperada por deshacerme de las cucarachas que habían caído sobre mí. Los huéspedes estaban atónitos, mirando la escena con sorpresa y asombro.

Unos me veían torcidos, otros con desprecio, unos con una sonrisa chocante, unos con lascivia y yo los miraba con molestia, al mismo tiempo que no dejaba de insultarlos en mi interior.

“Idiotas esos, que se creen para mirarme así, ¿Acaso ninguno les teme a las cucarachas o algún animal para ser empático conmigo?, me paré frente al ascensor con toda mis ínfulas de mujer seria, para reclamar en recepción y cuando abrió la puerta del ascensor, el espejo me devolvió mi imagen y casi caigo patas arriba como Condorito al verme.

Me di cuenta de lo que había pasado y por qué todos me miraban así, estaba solo cubierta por mi ropa interior y así había corrido por todo el pasillo del hotel, causando un gran revuelo.

En ese mismo momento, desee que la tierra me tragara y me escupiera al otro lado del mundo, las lágrimas se agolparon en mi rostro, me debatí entre bajar a reclamar con esa facha o matar con un zapato las cucarachas y encerrarme hasta el día siguiente para no perder la noche de hotel y cambiarme de allí, y es que mi histeria no me dejaba pensar.

Me ruboricé de la raíz del cabello hasta las orejas, me sentí tan cortada que no sabía cómo reaccionar, toda mi vida había sido una mujer muy recatada y ahora estaba exhibiendo mi cuerpo sin pudor frente a extraños.

Me cubrí con las manos y corrí hacia mi habitación, mientras los huéspedes se reían a mis espaldas y murmuraban cosas que no alcanzaba a escuchar y yo les insultaba en mi interior.

Sentí una enorme vergüenza, como si me hubiera desnudado en público. ¿Cómo podía haber sido tan tonta? Pero la verdad era que estaba tan desesperada que no había pensado en nada más que en deshacerme y poner distancia entre esos horribles animales y yo.

Después de vestirme, bajé a la recepción y me quejé del estado deplorable de la habitación, sin embargo, parecía que al empleado mi queja poco le importaba, eso me hizo enojar más.

—Por favor, necesito que me pongan a hablar con el gerente del hotel, si usted no me va a resolver, No me voy a quedar aquí, es antihigiénico, las cucarachas saltan como si ese fuera su parque de diversiones —expresé con sarcasmo—, así que por favor, necesito que me den mi dinero de vuelta.

—Lo siento, pero no puedo regresarle el dinero, puedo ofrecerle otra habitación—, pero yo ya había tenido suficiente de ese hotel.

—¡No! ¡No quiero quedarme en este asqueroso lugar! ¡Necesito otro lugar para pasar la noche! —grité, sintiendo la frustración y la impotencia acumuladas, mientras la gente se quedaba observando lo ocurrido, eso hizo que los empleados, me atendieran para deshacerse de mí.

Por fin el empleado pareció entender mi situación y se disculpó y accedió a devolverme solo una parte del dinero, y preferí eso a permanecer allí durmiendo entre cucarachas.

Salí del hotel y ahora estaba en la calle, el frío de la brisa me golpeó con fuerza estremeciendo mi cuerpo, caminé varias cuadras hasta llegar a una parada de buses, Ahora estaba allí con mi pesada maleta y sin un lugar donde dormir.

Me sentía tan perdida, tan vulnerable. No podía evitar pensar en cómo había llegado a esta situación. Mis lágrimas comenzaron a caer nuevamente, y me apoyé contra una farola, sintiendo que el peso del mundo caía sin ninguna misericordia sobre mí.

En medio de mi desesperación, un carro se detuvo y una voz me sacó de mis pensamientos.

—¿Estás bien? ¿Puedo ayudarte?

Giré rápidamente mi vista hacia la dirección de la voz y me encontré con un rostro conocido. Era el mismo hombre que me había auxiliado en su oficina más temprano.

—Alexandra, ¿verdad? —preguntó con cierta seriedad, pero también con una expresión de preocupación.

Yo asentí, pero no me atreví a acercarme, tenía miedo porque después, como me había tratado en su empresa al conocernos, no sabía qué esperar de él.

Sin embargo, él bajó del auto y abrió la puerta del acompañante, fue inevitable que mis ojos lo recorrieran de pies a cabeza y me diera cuenta del monumento de hombre frente a mí; no me juzguen, ando despechada, decepcionada, arruinada, pero la vista la tengo buena.

—Sube, te llevaré a donde quieras ir —pronunció con voz ronca, mientras yo me quedaba por completo en blanco.

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(*) Las siete plagas de Egipto: Vieja expresión que sirve para señalar todos los males que pueden sobrevenir a alguien. Aunque en realidad las plagas de Egipto fueron diez.

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