Alexandra Green
Me sentía tan impotente, cómo podía ser capaz de tratarme de esa manera, aun sabiendo que esperaba un hijo de él.
Todo sucedió tan rápido que apenas lo pude asimilar y caí en cuenta del infierno al cual me estaba llevando. Tenía ante mí a dos hombres musculosos, con una sola orden de Fernando, sacándome de mi apartamento.
Todo eso era una locura, pero, aun así, no podía dejar de luchar.
—¡No puedes sacarme de mi casa! ¡Eres un maldit0! —grité con desesperación.
—Señora, no siga gritando, aquí no puede hacer escándalo público, no cometas más actos ilegales —dijo otro de los vigilantes mientras trataba de mantenerme a raya.
—¡No! —exclamé, dispuesta a no aceptar lo que estaba sucediendo.
En ese momento salió Fernando y me miró con rabia.
—Si no te vas te acusaré por agresión y tendrás que ir a parar a la cárcel, quizás de esa manera te haga un favor y no tengas que dormir en la calle —me dijo de manera amenazante.
Yo no podía creer lo que me pasaba, definitivamente era cierto, uno nunca terminaba de conocer a las personas, cuatro años con ese animal y pensaba que vivía con el príncipe azul, pero no era así, resultó que vivía con el propio sapo.
Le di una última mirada, mientras por dentro le deseaba las siete plagas de Egipto (*) , sobre todo porque era injusto, porque él sabía que yo había aportado todos mis ahorros para comprar ese apartamento, y a pesar de todo, no pude hacer nada. Terminé metiendo mi lengua en el trasero y salí de allí sintiéndome decepcionada, frustrada, triste, despreciada y sobre todo muy pendeja.
Mal momento de mi vida para ver su naturaleza, sin trabajo, sin casa, con poco dinero y con un bebé en camino.
Cuando imaginé tener a mi hijo, pensé que sería el mejor momento de mi vida, que celebraría por semanas, pero no allí estaba con solo una maleta en la mano y la angustia de donde pasar la noche.
Tomé mi celular y comencé a localizar hoteles para pasar la noche, pero los precios era demasiado costosos, con solo un mes terminaría agotando mis reservas, deseaba encontrar una con las tres b, bueno, bonito y barato.
Después de un par de horas buscándolo, por fin, encontré uno con una sola b, barato, porque cuando entré me di cuenta de que no era bonito, y minutos después, al recostarme en la cama en ropa interior, comprobé que no era bueno, cuando estaba a punto de quedarme dormida, de manera repentina me cayeron desde el techo un par de cucarachas.
Me levanté como si fuera una atleta de alta competencia, dando un triple salto de la cama a la puerta, y empecé a gritar desquiciada, abriendo la puerta de la habitación, corrí por los pasillos, provocando que los huéspedes de las otras habitaciones salieran y se quedaran mirando.
El caos que había causado en el pasillo del hotel fue de una proporción monumental. Gritaba, saltaba y agitaba los brazos, desesperada por deshacerme de las cucarachas que habían caído sobre mí. Los huéspedes estaban atónitos, mirando la escena con sorpresa y asombro.
Unos me veían torcidos, otros con desprecio, unos con una sonrisa chocante, unos con lascivia y yo los miraba con molestia, al mismo tiempo que no dejaba de insultarlos en mi interior.
“Idiotas esos, que se creen para mirarme así, ¿Acaso ninguno les teme a las cucarachas o algún animal para ser empático conmigo?, me paré frente al ascensor con toda mis ínfulas de mujer seria, para reclamar en recepción y cuando abrió la puerta del ascensor, el espejo me devolvió mi imagen y casi caigo patas arriba como Condorito al verme.
Me di cuenta de lo que había pasado y por qué todos me miraban así, estaba solo cubierta por mi ropa interior y así había corrido por todo el pasillo del hotel, causando un gran revuelo.
En ese mismo momento, desee que la tierra me tragara y me escupiera al otro lado del mundo, las lágrimas se agolparon en mi rostro, me debatí entre bajar a reclamar con esa facha o matar con un zapato las cucarachas y encerrarme hasta el día siguiente para no perder la noche de hotel y cambiarme de allí, y es que mi histeria no me dejaba pensar.
Me ruboricé de la raíz del cabello hasta las orejas, me sentí tan cortada que no sabía cómo reaccionar, toda mi vida había sido una mujer muy recatada y ahora estaba exhibiendo mi cuerpo sin pudor frente a extraños.
Me cubrí con las manos y corrí hacia mi habitación, mientras los huéspedes se reían a mis espaldas y murmuraban cosas que no alcanzaba a escuchar y yo les insultaba en mi interior.
Sentí una enorme vergüenza, como si me hubiera desnudado en público. ¿Cómo podía haber sido tan tonta? Pero la verdad era que estaba tan desesperada que no había pensado en nada más que en deshacerme y poner distancia entre esos horribles animales y yo.
Después de vestirme, bajé a la recepción y me quejé del estado deplorable de la habitación, sin embargo, parecía que al empleado mi queja poco le importaba, eso me hizo enojar más.
—Por favor, necesito que me pongan a hablar con el gerente del hotel, si usted no me va a resolver, No me voy a quedar aquí, es antihigiénico, las cucarachas saltan como si ese fuera su parque de diversiones —expresé con sarcasmo—, así que por favor, necesito que me den mi dinero de vuelta.
—Lo siento, pero no puedo regresarle el dinero, puedo ofrecerle otra habitación—, pero yo ya había tenido suficiente de ese hotel.
—¡No! ¡No quiero quedarme en este asqueroso lugar! ¡Necesito otro lugar para pasar la noche! —grité, sintiendo la frustración y la impotencia acumuladas, mientras la gente se quedaba observando lo ocurrido, eso hizo que los empleados, me atendieran para deshacerse de mí.
Por fin el empleado pareció entender mi situación y se disculpó y accedió a devolverme solo una parte del dinero, y preferí eso a permanecer allí durmiendo entre cucarachas.
Salí del hotel y ahora estaba en la calle, el frío de la brisa me golpeó con fuerza estremeciendo mi cuerpo, caminé varias cuadras hasta llegar a una parada de buses, Ahora estaba allí con mi pesada maleta y sin un lugar donde dormir.
Me sentía tan perdida, tan vulnerable. No podía evitar pensar en cómo había llegado a esta situación. Mis lágrimas comenzaron a caer nuevamente, y me apoyé contra una farola, sintiendo que el peso del mundo caía sin ninguna misericordia sobre mí.
En medio de mi desesperación, un carro se detuvo y una voz me sacó de mis pensamientos.
—¿Estás bien? ¿Puedo ayudarte?
Giré rápidamente mi vista hacia la dirección de la voz y me encontré con un rostro conocido. Era el mismo hombre que me había auxiliado en su oficina más temprano.
—Alexandra, ¿verdad? —preguntó con cierta seriedad, pero también con una expresión de preocupación.
Yo asentí, pero no me atreví a acercarme, tenía miedo porque después, como me había tratado en su empresa al conocernos, no sabía qué esperar de él.
Sin embargo, él bajó del auto y abrió la puerta del acompañante, fue inevitable que mis ojos lo recorrieran de pies a cabeza y me diera cuenta del monumento de hombre frente a mí; no me juzguen, ando despechada, decepcionada, arruinada, pero la vista la tengo buena.
—Sube, te llevaré a donde quieras ir —pronunció con voz ronca, mientras yo me quedaba por completo en blanco.
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(*) Las siete plagas de Egipto: Vieja expresión que sirve para señalar todos los males que pueden sobrevenir a alguien. Aunque en realidad las plagas de Egipto fueron diez.
Catherine Dimitrakos.Vi llegar a mi nueva niñera, tenía tres días trabajando allí, era una chica joven con una sonrisa radiante. Tez morena de ojos y cabello oscuros recogido en un moño.Inmediatamente, sentí una sensación de inquietud, y entrecerré los ojos estudiando su comportamiento, no me agradaba, era igual a todas, aceptaban venir a cuidarme tan solo por tener una oportunidad para enamorar a mi padre, todas querían convertirse en mis madrastras.—Hola, Catherine —dijo la mujer en un tono dulce que contrastaba con el mío.—Hola, niñera —contesté con una voz fría e indiferente.—Sabes que mi nombre no es niñera, sino Rosa —expresó con una sonrisa que pretendía ser agradable, pero que a mí me molestaba, sin embargo, asentí para que me dejara en paz.Segundos después, comprobé sus intenciones, cuando la escuché preguntarme por la habitación de mi padre.—Pequeña Cathe, ¿Dónde queda la habitación de tu padre?La miré con recelo, porque en ese momento decidí que esa mujer no se qued
Alexandra GreenNo pude evitar sorprenderme ante la propuesta de la niña ¿Me estaba dando empleo a mí? Miré a su padre, quien miraba con una expresión seria en su rostro, y me pregunté ¿qué pensaría de todo eso? ¿Estaría de acuerdo?Temí que él se negara y por eso decidí rechazar la propuesta.—Catherine, lo siento, pero yo no puedo ser tu niñera, yo no sé nada del cuidado de niños, lo más cerca que he estado de uno es cuando he fotografiado en uno o los he leído en las novelas rosas —expresé tratando de no hacerla sentir mal, sin embargo, mi conciencia salió a refutarme.“¿Estás segura? Porque lo más cerca que has estado de un niño, es del bebé que justo está creciendo en tu vientre”, antes de que pudiera decir algo, Von intervino.—¿Acaso no me dijiste que no tenías empleo? —ella asintió—, entonces no veo porque debas negarte a la propuesta que amablemente te está haciendo Catherine, tendrás vivienda, comida, un día libre a la semana, vacaciones por quince días una vez al año y un s
Von Dimitrakos.Me quedé mirándola con sorpresa, no pude evitar alzar una ceja al escucharla, y la curiosidad me picó, quería saber qué condiciones se le ocurrirían a esa mujer, porque durante el tiempo que habíamos estado conversando era muy mordaz, y decía todo lo que pasaba por su cabeza.Además, me di cuenta de que surtía un extraño efecto en mí, lo cual me producía un poco de temor, porque después de lo ocurrido con la madre de mi hija, no me había interesado establecer ninguna relación formal con ninguna mujer, y no quería empezar ahora.—¿Cuáles son tus condiciones? —interrogué mirándola con interés.—No quiero insinuaciones, ni insultos, ni cuestionamiento con mi forma de educar a Cathe, tampoco que vayas a desautorizar delante de los demás, ni que los demás me desautoricen frente a ella, y por supuesto, que no intentes gatear a mi cama —señaló con dignidad.—¿A gatear a tu cama? —inquirí con una sonora carcajada—, por favor, ¡Tú no eres mi tipo! A mí me gustan las mujeres con
Alexandra GreenMe quedé mirando a la niña con sorpresa, sin saber muy bien cómo reaccionar a su propuesta. ¿Enseñarle a hacer travesuras? ¿Más de las que hacía? ¿Le parecían pocas? ¿Acaso esa niña era un demonio encarnado? Pero luego pensé en lo aburrida que podía ser la vida de Cathe, siempre rodeada de adultos y sin nadie de su edad con quien jugar, no debía ser fácil, además, su padre siempre trabajando, quizás por eso siempre buscaba llamar la atención, no estaría mal dale un poco de diversión.Sin embargo, no me gustaba la idea de cambiar mi apariencia para gustarle a alguien, yo me sentía bien así, y era verdad, si estaba un poco desaliñada, pero era por lo que me había tocado vivir durante el día, si no era por el soplo de vida que representaba aunque me divertía la posibilidad de enseñarle algunas travesuras a la pequeña.Después de pensarlo durante unos segundos, en que la nena me veía de manera suplicante, terminé aceptando su petición, estaba segura de que me divertiría en
Alexandra Green. Sentí que me sacudían por el brazo, sacándome abruptamente de mi ensoñación, desperté sintiéndome confundida y aturdida. Mis ojos se abrieron de par en par, asustada y el desconcierto me invadió por un momento, perdiendo por un segundo la noción del lugar donde estaba, hasta que logré enfocar la mirada y reconocer a mi jefe de pie junto a la cama, claramente enfurecido. Aparté a la pequeña Cathe a un lado que hasta ese momento había estado durmiendo plácidamente encima de mí de manera profunda y me sorprendí cuando de pronto él me tomó del brazo y me sacó de la cama, arrastrándome, llevándome fuera de la habitación, sin darme la oportunidad de oponerme. —¿Qué te pasa? ¡Suélteme! ¿Acaso piensa arrancarme el brazo? —espeté molesta tratando de liberarme de su agarre, porque el hombre estaba tan rabioso, parecía un toro de lidia, lo único que le faltaba era echar humo por la nariz. Su nariz se ensanchó producto del enojo mientras yo fruncía el ceño desconcertada, preg
Von Dimitrakis.—Vamos a buscarla —le propuse a mi hija que estaba hecha un mar de lágrimas y ante mi propuesta dejó de sollozar.Me dio la mano y caminamos al auto, al subir le puse el cinturón de seguridad, y comenzamos a hacer el recorrido para encontrar a Alexa, no podía dejar de pensar en la forma de cómo le pediría que volviera, pensé que lo mejor era que Cathe se lo pidiera, estaba seguro que de esa manera no se negaría, porque aunque yo sabía que me había equivocado, y la había tratado muy mal era un hombre orgulloso, no me gustaba equivocarme, ni mucho menos tener que bajar la cabeza o rogarle a alguien, nunca lo había hecho en la vida, y no empezaría ahora con la niñera.Conduje lentamente mientras rogaba al cielo, que ella aceptara regresar sin ninguna objeción, después de todo al parecer estaba necesitada de trabajo y la oportunidad que le había ofrecido no la conseguiría en ningún lado.Miré un momento a mi hija que observaba por la ventanilla, sin dejar de mirar de un la
Alexandra Green. Mientras caminaba por la ciudad, me di cuenta de que estaba completamente sola. No tenía a nadie a quien llamar, nadie que pudiera ayudarme a salir de esta situación. Me sentía vulnerable, como si el mundo entero se hubiera puesto en mi contra, sin embargo, me sonreí. Miré al cielo en modo de súplica. —¡Ay Dios! De verdad, siento que la agarraste conmigo, te estás pasando, dicen que les das las más duras pruebas a tus mejores guerreros, pero como que te creíste que yo era Espartaco (*) —pronuncié con un suspiro. Me detuve en una parada, abrí la cartera y saqué mi billetera, comencé a revisar, conté el dinero que me quedaba en efectivo, suspiré profundo, decidí entrar al banco desde mi celular, para consultar mi saldo. Respiré aliviada al ver algo de dinero allí. —Por lo menos el cucaracho no me sacó el dinero de la cuenta—dije hablando en voz alta—, debería cambiar todo por si le ocurre querer robarme esto también. Enseguida cambié la clave, incluso las pregunta
Alexandra GreenMe quedé viendo al hombre con sorpresa, es que si hubiese tenido dos cabezas no me habría sorprendido tanto, yo sé que me veía bastante bien y provocativa con ese vestido, pero jamás pensé qué sería capaz de enloquecer a un hombre al punto que me dijera que me necesitaba, así que mi autoestima se elevó unos tantos.Aún aturdida y dudosas por sus palabras, le pregunté en un hilo de voz. —¿Me necesitas a mí? —el hombre asintió.—Es que usted es la única que puede salvarme de un destino cruel, solo usted puede hacer que mis días brillen radiantes como el oro puro —pronunció el hombre de manera dramática y con una mirada de súplica, mientras me tomaba la mano.Esa declaración me hizo abrir los ojos de manera desmesurada, no podía creer que ese hombre se haya flechado tanto conmigo que me estuviera haciendo esa declaración tan romántica.No es que uno sea una chica fácil, pero a cualquiera le palpita fuerte el corazoncito al escuchar esas palabras tan bonitas y yo no era la