Catherine Dimitrakos.
Vi llegar a mi nueva niñera, tenía tres días trabajando allí, era una chica joven con una sonrisa radiante. Tez morena de ojos y cabello oscuros recogido en un moño.
Inmediatamente, sentí una sensación de inquietud, y entrecerré los ojos estudiando su comportamiento, no me agradaba, era igual a todas, aceptaban venir a cuidarme tan solo por tener una oportunidad para enamorar a mi padre, todas querían convertirse en mis madrastras.
—Hola, Catherine —dijo la mujer en un tono dulce que contrastaba con el mío.
—Hola, niñera —contesté con una voz fría e indiferente.
—Sabes que mi nombre no es niñera, sino Rosa —expresó con una sonrisa que pretendía ser agradable, pero que a mí me molestaba, sin embargo, asentí para que me dejara en paz.
Segundos después, comprobé sus intenciones, cuando la escuché preguntarme por la habitación de mi padre.
—Pequeña Cathe, ¿Dónde queda la habitación de tu padre?
La miré con recelo, porque en ese momento decidí que esa mujer no se quedaría más en mi casa, se había tardado en demostrar sus intenciones. Y yo, estaba decidida a no permitir que alguien más entrara a formar parte de mi familia, y aquella niñera iba a tener el mismo destino de las veinte anteriores a ella, aunque algunas duraban más que otras, tenía que pensar en una manera original de correr a esa de allí.
—Creo que no te debe importar la habitación de mi padre, confórmate con que sabes cuál es la mía, porque después de todo vas a cuidarme a mí, no a mi padre —dije sin poder ocultar mi disgusto.
Me di cuenta de que a la mujer no le gustó mi respuesta, pero simuló con una sonrisa.
—¡Claro! Por supuesto, tú eres lo más importante pequeña —pronunció dándome un beso, el cual de inmediato me limpié, porque no me agradaba que me llenaran de baba y menos aún el contacto físico.
Un par de horas más tarde, me puse a hacer las tareas escolares, se suponía que ella debía guiarme en cada una, pero la pobre estaba más perdida que yo, al final, pensé que si me dejaba guiar por ella, terminaría reprobando, además, yo era una niña muy inteligente.
Con casi seis años, hablaba, escribía y leía en cuatro idiomas, hacía operaciones matemáticas complejas, tocaba piano, sabía de historia y geografía, además, amaba la biología y la ciencia, me encantaba hacer toda clase de experimentos, y justo en ese momento se me había ocurrido uno para deshacerme de mi molesta niñera.
Decidí poner en marcha mi plan mientras la niñera, Rosa, estaba ocupada en la cocina preparando mi merienda, porque ese día era libre para la cocinera y demás personal de servicio.
Me deslicé sigilosamente por el pasillo y entré a mi habitación, donde tenía todo lo necesario para llevar a cabo mi experimento. Había estado investigando sobre mezclas químicas y reacciones, y ahora estaba lista para poner a prueba mis conocimientos.
Seleccioné varios frascos, me fui a su habitación, vacié el champú de la chica y agregué bicarbonato de sodio con vinagre, luego lo cerré, lo agité y fui a seguir con parte de mi plan.
—Mi padre me llamó que viene en un momento… quizás sea buena idea que te bañes para recibirlo, nunca se sabe —le propuse con una sonrisa de condescendencia y Rosa abrió los ojos feliz.
—¿Es en serio? ¿Vas a estar bien? —interrogó dudosa.
—Por supuesto, te esperaré tranquila, aquí sentada como una buena niña.
La niñera salió a balarse como una bala y un par de minutos después se escuchó un grito y segundos después apareció con el rostro lleno de espuma y la amabilidad había desaparecido de su rostro.
La mezcla produjo burbujas que provocaron una especie de erupción y cubrió su cara. Con su rostro deformado por la rabia, empezó a perseguirme y yo comencé a correr para huir de su ataque, entré a la habitación de mi padre y lo llamé desde allí para pedirle ayuda, para mi buena suerte, respondió al segundo repique.
—Ella me quiere matar, ¡Debes venir a salvarme! —exclamé con un grito de terror que retumbó en toda la casa para darle más credibilidad a mis palabras y corté la llamada, mientras me reía a carcajadas, solo a esperar que mi padre viniera a despedir a Rosa.
Von Dimitrakos
No sé qué diablos me pasaba, pero durante toda la tarde, no pude sacarme a Alexandra de la mente, sentía que su olor se había quedado impregnado en mis brazos, en el sofá, en mi oficina, en todas partes, parecía haberse inoculado en mi piel.
No pude evitar recordar su expresión de tristeza, y me cuestioné, no debí tratarla de esa manera, porque se veía bastante afectada.
Estaba sumergido en sus recuerdos, cuando mi móvil sonó, al atenderlo se trataba de mi hija pidiendo que fuera a salvarla, suspiré con impotencia, conocía a Catherine para saber que era una más de sus travesuras, para correr a la niñera. Pero ella era mi hija y no podía dejarla sola, así que salí apurado de mi oficina, subía al auto y me dirigí a casa, para resolver la situación.
El tráfico era pesado, y el embotellamiento no me permitía avanzar, por eso decidí tomar un desvío, cuando iba conduciendo, mira a un lado y vi a Alexandra, sabía que me urgía llegar a la casa, pero al ver la mujer con una maleta en sus manos y una expresión de nostalgia, no pude evitar sentirme preocupado y me detuve para ofrecerme a llevarla donde quisiera ir.
Ante mi propuesta, la mujer me vio con desconfianza, y la entendía, sobre todo después de cómo me había comportado, al final ella accedió, subió al auto y yo coloqué la valija en el maletero.
—¿Dónde te llevo? —le pregunté y ella se apretó las manos como si estuviera nerviosa.
—Realmente, no tengo dónde ir… —comenzó a decir mirando por la ventanilla pensativa—, me echaron de la casa donde vivía, y la habitación que había alquilado tenía cucarachas, y tampoco tengo empleo.
Antes de que pudiera responderle, mi celular repicó y enseguida los gritos histéricos de la niñera se escucharon al otro lado de la línea, hasta Alexandra pienso que los escuchó porque la vi conteniendo la risa.
“Esta niña es el propio demonio, si no viene en este momento le dejaré a su engendro sola” dicho eso cortó la llamada.
Suspiré con impotencia.
—Ella realmente no es el demonio, solo que es bromista, y celosa… lamentablemente todas las mujeres que acceden a cuidarla, se quieren meter también en mi cama, y eso es algo que ni mi hija ni yo toleramos… mi niña es dulce, cariñosa… —me interrumpí cuando giré la vista y Alexandra me miraba con escepticismo—, como no me crees, te llevaré a que la conozcas para que puedas comprobar por ti misma que te estoy diciendo la verdad.
No sé qué me llevó a hacerle esa propuesta, ni decirle todo eso, tal vez por resarcirme frente a ella debido a mi comportamiento, o porque no quisiera alejarla de mí, o quizás para ayudarla ofreciéndole un empleo, porque me dijo que no tenía uno, lo cierto es que allí estaba frente a mi casa, abriéndole la puerta para que bajara.
Cuando entramos, encontramos a la niñera con el rostro cubierto de espuma, gritando. Contuve la risa, ante la escena, sabía que mi hija tenía sus propios métodos para deshacerse de las niñeras, pero esto era simplemente hilarante.
—Su hija me quiere matar, es el demonio personificado, la hija de Lucifer, engendro del mal… —siguió profiriendo insulto tras insulto en contra de ella, hasta que fue la misma Alexandra que la detuvo.
—¡Ya basta! No tiene por qué decirle de esa manera, se trata de una simple travesura de una pequeña —la cuestionó Alexandra y la otra mujer la miró sorprendida,
—¿Simple travesura? Ella puso algo en el champú y me hizo esto! —exclamó Rosa con voz temblorosa.
En ese momento, apareció Catherine con los ojos bañados en lágrimas, Alexandra la miró, mi hija se veía tan angustiada que hasta yo me preocupe al verla.
Alexandra se inclinó frente a ella y le acarició con suavidad su rostro.
—¿Estás bien? —le preguntó, ella asintió y se quedó viéndola con curiosidad.
—¿Quién eres tú? —interrogó mi hija, mirándola fijamente,
—Catherine, ella es una amiga, es mi invitada, se llama Alexandra —respondí y mi hija entrecerró los ojos, clara señal de que la estaba estudiando.
—¿Son novios? —interrogó y Alexandra se escandalizó como si la sola idea le repugnara.
—¡No! ¡Jamás! —expresó y mi hija sonrió satisfecha.
—¿Tienes trabajo? —preguntó y Alexandra negó con la cabeza—, ahora si lo tienes ¡Estás contratada para ser mi niñera! —exclamó mi hija para sorpresa de nosotros.
Alexandra GreenNo pude evitar sorprenderme ante la propuesta de la niña ¿Me estaba dando empleo a mí? Miré a su padre, quien miraba con una expresión seria en su rostro, y me pregunté ¿qué pensaría de todo eso? ¿Estaría de acuerdo?Temí que él se negara y por eso decidí rechazar la propuesta.—Catherine, lo siento, pero yo no puedo ser tu niñera, yo no sé nada del cuidado de niños, lo más cerca que he estado de uno es cuando he fotografiado en uno o los he leído en las novelas rosas —expresé tratando de no hacerla sentir mal, sin embargo, mi conciencia salió a refutarme.“¿Estás segura? Porque lo más cerca que has estado de un niño, es del bebé que justo está creciendo en tu vientre”, antes de que pudiera decir algo, Von intervino.—¿Acaso no me dijiste que no tenías empleo? —ella asintió—, entonces no veo porque debas negarte a la propuesta que amablemente te está haciendo Catherine, tendrás vivienda, comida, un día libre a la semana, vacaciones por quince días una vez al año y un s
Von Dimitrakos.Me quedé mirándola con sorpresa, no pude evitar alzar una ceja al escucharla, y la curiosidad me picó, quería saber qué condiciones se le ocurrirían a esa mujer, porque durante el tiempo que habíamos estado conversando era muy mordaz, y decía todo lo que pasaba por su cabeza.Además, me di cuenta de que surtía un extraño efecto en mí, lo cual me producía un poco de temor, porque después de lo ocurrido con la madre de mi hija, no me había interesado establecer ninguna relación formal con ninguna mujer, y no quería empezar ahora.—¿Cuáles son tus condiciones? —interrogué mirándola con interés.—No quiero insinuaciones, ni insultos, ni cuestionamiento con mi forma de educar a Cathe, tampoco que vayas a desautorizar delante de los demás, ni que los demás me desautoricen frente a ella, y por supuesto, que no intentes gatear a mi cama —señaló con dignidad.—¿A gatear a tu cama? —inquirí con una sonora carcajada—, por favor, ¡Tú no eres mi tipo! A mí me gustan las mujeres con
Alexandra GreenMe quedé mirando a la niña con sorpresa, sin saber muy bien cómo reaccionar a su propuesta. ¿Enseñarle a hacer travesuras? ¿Más de las que hacía? ¿Le parecían pocas? ¿Acaso esa niña era un demonio encarnado? Pero luego pensé en lo aburrida que podía ser la vida de Cathe, siempre rodeada de adultos y sin nadie de su edad con quien jugar, no debía ser fácil, además, su padre siempre trabajando, quizás por eso siempre buscaba llamar la atención, no estaría mal dale un poco de diversión.Sin embargo, no me gustaba la idea de cambiar mi apariencia para gustarle a alguien, yo me sentía bien así, y era verdad, si estaba un poco desaliñada, pero era por lo que me había tocado vivir durante el día, si no era por el soplo de vida que representaba aunque me divertía la posibilidad de enseñarle algunas travesuras a la pequeña.Después de pensarlo durante unos segundos, en que la nena me veía de manera suplicante, terminé aceptando su petición, estaba segura de que me divertiría en
Alexandra Green. Sentí que me sacudían por el brazo, sacándome abruptamente de mi ensoñación, desperté sintiéndome confundida y aturdida. Mis ojos se abrieron de par en par, asustada y el desconcierto me invadió por un momento, perdiendo por un segundo la noción del lugar donde estaba, hasta que logré enfocar la mirada y reconocer a mi jefe de pie junto a la cama, claramente enfurecido. Aparté a la pequeña Cathe a un lado que hasta ese momento había estado durmiendo plácidamente encima de mí de manera profunda y me sorprendí cuando de pronto él me tomó del brazo y me sacó de la cama, arrastrándome, llevándome fuera de la habitación, sin darme la oportunidad de oponerme. —¿Qué te pasa? ¡Suélteme! ¿Acaso piensa arrancarme el brazo? —espeté molesta tratando de liberarme de su agarre, porque el hombre estaba tan rabioso, parecía un toro de lidia, lo único que le faltaba era echar humo por la nariz. Su nariz se ensanchó producto del enojo mientras yo fruncía el ceño desconcertada, preg
Von Dimitrakis.—Vamos a buscarla —le propuse a mi hija que estaba hecha un mar de lágrimas y ante mi propuesta dejó de sollozar.Me dio la mano y caminamos al auto, al subir le puse el cinturón de seguridad, y comenzamos a hacer el recorrido para encontrar a Alexa, no podía dejar de pensar en la forma de cómo le pediría que volviera, pensé que lo mejor era que Cathe se lo pidiera, estaba seguro que de esa manera no se negaría, porque aunque yo sabía que me había equivocado, y la había tratado muy mal era un hombre orgulloso, no me gustaba equivocarme, ni mucho menos tener que bajar la cabeza o rogarle a alguien, nunca lo había hecho en la vida, y no empezaría ahora con la niñera.Conduje lentamente mientras rogaba al cielo, que ella aceptara regresar sin ninguna objeción, después de todo al parecer estaba necesitada de trabajo y la oportunidad que le había ofrecido no la conseguiría en ningún lado.Miré un momento a mi hija que observaba por la ventanilla, sin dejar de mirar de un la
Alexandra Green. Mientras caminaba por la ciudad, me di cuenta de que estaba completamente sola. No tenía a nadie a quien llamar, nadie que pudiera ayudarme a salir de esta situación. Me sentía vulnerable, como si el mundo entero se hubiera puesto en mi contra, sin embargo, me sonreí. Miré al cielo en modo de súplica. —¡Ay Dios! De verdad, siento que la agarraste conmigo, te estás pasando, dicen que les das las más duras pruebas a tus mejores guerreros, pero como que te creíste que yo era Espartaco (*) —pronuncié con un suspiro. Me detuve en una parada, abrí la cartera y saqué mi billetera, comencé a revisar, conté el dinero que me quedaba en efectivo, suspiré profundo, decidí entrar al banco desde mi celular, para consultar mi saldo. Respiré aliviada al ver algo de dinero allí. —Por lo menos el cucaracho no me sacó el dinero de la cuenta—dije hablando en voz alta—, debería cambiar todo por si le ocurre querer robarme esto también. Enseguida cambié la clave, incluso las pregunta
Alexandra GreenMe quedé viendo al hombre con sorpresa, es que si hubiese tenido dos cabezas no me habría sorprendido tanto, yo sé que me veía bastante bien y provocativa con ese vestido, pero jamás pensé qué sería capaz de enloquecer a un hombre al punto que me dijera que me necesitaba, así que mi autoestima se elevó unos tantos.Aún aturdida y dudosas por sus palabras, le pregunté en un hilo de voz. —¿Me necesitas a mí? —el hombre asintió.—Es que usted es la única que puede salvarme de un destino cruel, solo usted puede hacer que mis días brillen radiantes como el oro puro —pronunció el hombre de manera dramática y con una mirada de súplica, mientras me tomaba la mano.Esa declaración me hizo abrir los ojos de manera desmesurada, no podía creer que ese hombre se haya flechado tanto conmigo que me estuviera haciendo esa declaración tan romántica.No es que uno sea una chica fácil, pero a cualquiera le palpita fuerte el corazoncito al escuchar esas palabras tan bonitas y yo no era la
Alexandra Green Nunca había estado tan furiosa en mi vida, ¿Qué se creía el fresa ese? ¡Que podía sacarme como un saco de patatas y yo iba a quedarme tranquila! Aunque había sido rescatada por ese arrogante, no significaba que él tuviera que tratarme como si yo fuera una mocosa malcriada.—¡Suéltame ahora! —exigí. Me ignoró, lo sentí activar las alarmas del auto y subirme al puesto del copiloto, mientras me ordenaba con tono severo. —¡Quédate allí! —pronunció dando la vuelta. Él parecía igual de enojado que yo, si no más. Sus ojos chispeaban con una mezcla de furia y preocupación.—¿Qué eres? ¿Mi papá? ¿Para qué me estés mandando? No tienes derecho de tratarme de esta manera —bufé con enfado sintiendo que las chispas de enojo casi se convertían en llamas. —¿Tu papá? —replicó él con incredulidad—. No necesito ser tu papá para darme cuenta de que estabas en una situación peligrosa.Lo miré con los ojos entrecerrados, sintiéndome aún más furiosa por su tono condescendiente.—Pues,