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Capítulo 4. Contratada sin esperarlo.

Catherine Dimitrakos.

Vi llegar a mi nueva niñera, tenía tres días trabajando allí, era una chica joven con una sonrisa radiante. Tez morena de ojos y cabello oscuros recogido en un moño.

Inmediatamente, sentí una sensación de inquietud, y entrecerré los ojos estudiando su comportamiento, no me agradaba, era igual a todas, aceptaban venir a cuidarme tan solo por tener una oportunidad para enamorar a mi padre, todas querían convertirse en mis madrastras.

—Hola, Catherine —dijo la mujer en un tono dulce que contrastaba con el mío.

—Hola, niñera —contesté con una voz fría e indiferente.

—Sabes que mi nombre no es niñera, sino Rosa —expresó con una sonrisa que pretendía ser agradable, pero que a mí me molestaba, sin embargo, asentí para que me dejara en paz.

Segundos después, comprobé sus intenciones, cuando la escuché preguntarme por la habitación de mi padre.

—Pequeña Cathe, ¿Dónde queda la habitación de tu padre?

La miré con recelo, porque en ese momento decidí que esa mujer no se quedaría más en mi casa, se había tardado en demostrar sus intenciones. Y yo, estaba decidida a no permitir que alguien más entrara a formar parte de mi familia, y aquella niñera iba a tener el mismo destino de las veinte anteriores a ella, aunque algunas duraban más que otras, tenía que pensar en una manera original de correr a esa de allí.

—Creo que no te debe importar la habitación de mi padre, confórmate con que sabes cuál es la mía, porque después de todo vas a cuidarme a mí, no a mi padre —dije sin poder ocultar mi disgusto.

Me di cuenta de que a la mujer no le gustó mi respuesta, pero simuló con una sonrisa.

—¡Claro! Por supuesto, tú eres lo más importante pequeña —pronunció dándome un beso, el cual de inmediato me limpié, porque no me agradaba que me llenaran de baba y menos aún el contacto físico.

Un par de horas más tarde, me puse a hacer las tareas escolares, se suponía que ella debía guiarme en cada una, pero la pobre estaba más perdida que yo, al final, pensé que si me dejaba guiar por ella, terminaría reprobando, además, yo era una niña muy inteligente.

Con casi seis años, hablaba, escribía y leía en cuatro idiomas, hacía operaciones matemáticas complejas, tocaba piano, sabía de historia y geografía, además, amaba la biología y la ciencia, me encantaba hacer toda clase de experimentos, y justo en ese momento se me había ocurrido uno para deshacerme de mi molesta niñera.

Decidí poner en marcha mi plan mientras la niñera, Rosa, estaba ocupada en la cocina preparando mi merienda, porque ese día era libre para la cocinera y demás personal de servicio.

Me deslicé sigilosamente por el pasillo y entré a mi habitación, donde tenía todo lo necesario para llevar a cabo mi experimento. Había estado investigando sobre mezclas químicas y reacciones, y ahora estaba lista para poner a prueba mis conocimientos.

Seleccioné varios frascos, me fui a su habitación, vacié el champú de la chica y agregué bicarbonato de sodio con vinagre, luego lo cerré, lo agité y fui a seguir con parte de mi plan.

—Mi padre me llamó que viene en un momento… quizás sea buena idea que te bañes para recibirlo, nunca se sabe —le propuse con una sonrisa de condescendencia y Rosa abrió los ojos feliz.

—¿Es en serio? ¿Vas a estar bien? —interrogó dudosa.

—Por supuesto, te esperaré tranquila, aquí sentada como una buena niña.

La niñera salió a balarse como una bala y un par de minutos después se escuchó un grito y segundos después apareció con el rostro lleno de espuma y la amabilidad había desaparecido de su rostro.

La mezcla produjo burbujas que provocaron una especie de erupción y cubrió su cara. Con su rostro deformado por la rabia, empezó a perseguirme y yo comencé a correr para huir de su ataque, entré a la habitación de mi padre y lo llamé desde allí para pedirle ayuda, para mi buena suerte, respondió al segundo repique.

—Ella me quiere matar, ¡Debes venir a salvarme! —exclamé con un grito de terror que retumbó en toda la casa para darle más credibilidad a mis palabras y corté la llamada, mientras me reía a carcajadas, solo a esperar que mi padre viniera a despedir a Rosa.

Von Dimitrakos

No sé qué diablos me pasaba, pero durante toda la tarde, no pude sacarme a Alexandra de la mente, sentía que su olor se había quedado impregnado en mis brazos, en el sofá, en mi oficina, en todas partes, parecía haberse inoculado en mi piel.

No pude evitar recordar su expresión de tristeza, y me cuestioné, no debí tratarla de esa manera, porque se veía bastante afectada.

Estaba sumergido en sus recuerdos, cuando mi móvil sonó, al atenderlo se trataba de mi hija pidiendo que fuera a salvarla, suspiré con impotencia, conocía a Catherine para saber que era una más de sus travesuras, para correr a la niñera. Pero ella era mi hija y no podía dejarla sola, así que salí apurado de mi oficina, subía al auto y me dirigí a casa, para resolver la situación.

El tráfico era pesado, y el embotellamiento no me permitía avanzar, por eso decidí tomar un desvío, cuando iba conduciendo, mira a un lado y vi a Alexandra, sabía que me urgía llegar a la casa, pero al ver la mujer con una maleta en sus manos y una expresión de nostalgia, no pude evitar sentirme preocupado y me detuve para ofrecerme a llevarla donde quisiera ir.

Ante mi propuesta, la mujer me vio con desconfianza, y la entendía, sobre todo después de cómo me había comportado, al final ella accedió, subió al auto y yo coloqué la valija en el maletero.

—¿Dónde te llevo? —le pregunté y ella se apretó las manos como si estuviera nerviosa.

—Realmente, no tengo dónde ir… —comenzó a decir mirando por la ventanilla pensativa—, me echaron de la casa donde vivía, y la habitación que había alquilado tenía cucarachas, y tampoco tengo empleo.

Antes de que pudiera responderle, mi celular repicó y enseguida los gritos histéricos de la niñera se escucharon al otro lado de la línea, hasta Alexandra pienso que los escuchó porque la vi conteniendo la risa.

“Esta niña es el propio demonio, si no viene en este momento le dejaré a su engendro sola” dicho eso cortó la llamada.

Suspiré con impotencia.

—Ella realmente no es el demonio, solo que es bromista, y celosa… lamentablemente todas las mujeres que acceden a cuidarla, se quieren meter también en mi cama, y eso es algo que ni mi hija ni yo toleramos… mi niña es dulce, cariñosa… —me interrumpí cuando giré la vista y Alexandra me miraba con escepticismo—, como no me crees, te llevaré a que la conozcas para que puedas comprobar por ti misma que te estoy diciendo la verdad.

No sé qué me llevó a hacerle esa propuesta, ni decirle todo eso, tal vez por resarcirme frente a ella debido a mi comportamiento, o porque no quisiera alejarla de mí, o quizás para ayudarla ofreciéndole un empleo, porque me dijo que no tenía uno, lo cierto es que allí estaba frente a mi casa, abriéndole la puerta para que bajara.

Cuando entramos, encontramos a la niñera con el rostro cubierto de espuma, gritando. Contuve la risa, ante la escena, sabía que mi hija tenía sus propios métodos para deshacerse de las niñeras, pero esto era simplemente hilarante.

—Su hija me quiere matar, es el demonio personificado, la hija de Lucifer, engendro del mal… —siguió profiriendo insulto tras insulto en contra de ella, hasta que fue la misma Alexandra que la detuvo.

—¡Ya basta! No tiene por qué decirle de esa manera, se trata de una simple travesura de una pequeña —la cuestionó Alexandra y la otra mujer la miró sorprendida,

—¿Simple travesura? Ella puso algo en el champú y me hizo esto! —exclamó Rosa con voz temblorosa.

En ese momento, apareció Catherine con los ojos bañados en lágrimas, Alexandra la miró, mi hija se veía tan angustiada que hasta yo me preocupe al verla.

Alexandra se inclinó frente a ella y le acarició con suavidad su rostro.

—¿Estás bien? —le preguntó, ella asintió y se quedó viéndola con curiosidad.

—¿Quién eres tú? —interrogó mi hija, mirándola fijamente,

—Catherine, ella es una amiga, es mi invitada, se llama Alexandra —respondí y mi hija entrecerró los ojos, clara señal de que la estaba estudiando.

—¿Son novios? —interrogó y Alexandra se escandalizó como si la sola idea le repugnara.

—¡No! ¡Jamás! —expresó y mi hija sonrió satisfecha.

 —¿Tienes trabajo? —preguntó y Alexandra negó con la cabeza—, ahora si lo tienes ¡Estás contratada para ser mi niñera! —exclamó mi hija para sorpresa de nosotros.

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