Alexandra Green. Sentí que me sacudían por el brazo, sacándome abruptamente de mi ensoñación, desperté sintiéndome confundida y aturdida. Mis ojos se abrieron de par en par, asustada y el desconcierto me invadió por un momento, perdiendo por un segundo la noción del lugar donde estaba, hasta que logré enfocar la mirada y reconocer a mi jefe de pie junto a la cama, claramente enfurecido. Aparté a la pequeña Cathe a un lado que hasta ese momento había estado durmiendo plácidamente encima de mí de manera profunda y me sorprendí cuando de pronto él me tomó del brazo y me sacó de la cama, arrastrándome, llevándome fuera de la habitación, sin darme la oportunidad de oponerme. —¿Qué te pasa? ¡Suélteme! ¿Acaso piensa arrancarme el brazo? —espeté molesta tratando de liberarme de su agarre, porque el hombre estaba tan rabioso, parecía un toro de lidia, lo único que le faltaba era echar humo por la nariz. Su nariz se ensanchó producto del enojo mientras yo fruncía el ceño desconcertada, preg
Von Dimitrakis.—Vamos a buscarla —le propuse a mi hija que estaba hecha un mar de lágrimas y ante mi propuesta dejó de sollozar.Me dio la mano y caminamos al auto, al subir le puse el cinturón de seguridad, y comenzamos a hacer el recorrido para encontrar a Alexa, no podía dejar de pensar en la forma de cómo le pediría que volviera, pensé que lo mejor era que Cathe se lo pidiera, estaba seguro que de esa manera no se negaría, porque aunque yo sabía que me había equivocado, y la había tratado muy mal era un hombre orgulloso, no me gustaba equivocarme, ni mucho menos tener que bajar la cabeza o rogarle a alguien, nunca lo había hecho en la vida, y no empezaría ahora con la niñera.Conduje lentamente mientras rogaba al cielo, que ella aceptara regresar sin ninguna objeción, después de todo al parecer estaba necesitada de trabajo y la oportunidad que le había ofrecido no la conseguiría en ningún lado.Miré un momento a mi hija que observaba por la ventanilla, sin dejar de mirar de un la
Alexandra Green. Mientras caminaba por la ciudad, me di cuenta de que estaba completamente sola. No tenía a nadie a quien llamar, nadie que pudiera ayudarme a salir de esta situación. Me sentía vulnerable, como si el mundo entero se hubiera puesto en mi contra, sin embargo, me sonreí. Miré al cielo en modo de súplica. —¡Ay Dios! De verdad, siento que la agarraste conmigo, te estás pasando, dicen que les das las más duras pruebas a tus mejores guerreros, pero como que te creíste que yo era Espartaco (*) —pronuncié con un suspiro. Me detuve en una parada, abrí la cartera y saqué mi billetera, comencé a revisar, conté el dinero que me quedaba en efectivo, suspiré profundo, decidí entrar al banco desde mi celular, para consultar mi saldo. Respiré aliviada al ver algo de dinero allí. —Por lo menos el cucaracho no me sacó el dinero de la cuenta—dije hablando en voz alta—, debería cambiar todo por si le ocurre querer robarme esto también. Enseguida cambié la clave, incluso las pregunta
Alexandra GreenMe quedé viendo al hombre con sorpresa, es que si hubiese tenido dos cabezas no me habría sorprendido tanto, yo sé que me veía bastante bien y provocativa con ese vestido, pero jamás pensé qué sería capaz de enloquecer a un hombre al punto que me dijera que me necesitaba, así que mi autoestima se elevó unos tantos.Aún aturdida y dudosas por sus palabras, le pregunté en un hilo de voz. —¿Me necesitas a mí? —el hombre asintió.—Es que usted es la única que puede salvarme de un destino cruel, solo usted puede hacer que mis días brillen radiantes como el oro puro —pronunció el hombre de manera dramática y con una mirada de súplica, mientras me tomaba la mano.Esa declaración me hizo abrir los ojos de manera desmesurada, no podía creer que ese hombre se haya flechado tanto conmigo que me estuviera haciendo esa declaración tan romántica.No es que uno sea una chica fácil, pero a cualquiera le palpita fuerte el corazoncito al escuchar esas palabras tan bonitas y yo no era la
Alexandra Green Nunca había estado tan furiosa en mi vida, ¿Qué se creía el fresa ese? ¡Que podía sacarme como un saco de patatas y yo iba a quedarme tranquila! Aunque había sido rescatada por ese arrogante, no significaba que él tuviera que tratarme como si yo fuera una mocosa malcriada.—¡Suéltame ahora! —exigí. Me ignoró, lo sentí activar las alarmas del auto y subirme al puesto del copiloto, mientras me ordenaba con tono severo. —¡Quédate allí! —pronunció dando la vuelta. Él parecía igual de enojado que yo, si no más. Sus ojos chispeaban con una mezcla de furia y preocupación.—¿Qué eres? ¿Mi papá? ¿Para qué me estés mandando? No tienes derecho de tratarme de esta manera —bufé con enfado sintiendo que las chispas de enojo casi se convertían en llamas. —¿Tu papá? —replicó él con incredulidad—. No necesito ser tu papá para darme cuenta de que estabas en una situación peligrosa.Lo miré con los ojos entrecerrados, sintiéndome aún más furiosa por su tono condescendiente.—Pues,
Von DimitrakisCuando extendí mi vista pensando que estaba con un hombre, me quedé por un momento estático, porque la imagen frente a mí era lo más sensual que había visto en mi vida, ella estaba en ropa interior y sin brasier, su cabello suelto, haciendo movimientos de un lado a otro contra la pared, mientras salían gemidos de su boca, no sabía de qué se trataba, pero se veía jodidamente provocativa sobre todo porque sus voluptuosos senos se agitaban de un lado a otro, lo que hizo que enseguida sintiera la estrechez de mi pantalón, porque mi amiguito se puso firme como un soldado.Al momento de ella mirar hacia la puerta y verme, abrió los ojos y comenzó a gritar.—Ahhhh —gritó y empezó a insultarme —¡Desgraciado! ¡Pervertido! ¿Cómo te atreves a entrar a mi habitación? ¡¡Fuera de aquí!!Como sus gritos estaban retumbando por todas partes, y tenía miedo que terminara despertando a Cathe, entré a la habitación, cerré la puerta y corrí hacia ella para evitar que siguiera gritando, le p
Alexandra Green Las niñas se quedaron calladas, sorprendidas por las palabras de Cathe. Me aparté un poco de ella para poder verla a los ojos y preguntarle qué estaba haciendo, pero ella me miró con una mezcla de súplica y determinación, para segundos después, con voz firme, repetir sus palabras. —Es verdad, ella es mi mamá —afirmó con fuerza. Sentí un nudo en la garganta y un escalofrío me recorrió el cuerpo de pies a cabeza. Sabía que la mentira nunca traía nada bueno, y que tarde o temprano acarrearía consecuencias, pero no podía dejarla en ridículo frente a esas pequeñas arpías, especialmente después de las burlas y los comentarios hirientes, seguramente eran copias fieles y exactas de unas madres que debían actuar de la misma manera y que no corregían a sus hijas, si no alimentaban su esnobismo. Las miradas de las otras niñas se volvieron hacia mí, y sentí una extraña combinación de nervios, y determinación. Mi mente trabajó a toda velocidad, buscando la mejor manera de maneja
Alexandra Green. Tres horas después estaba parada frente al espejo mirando mi reflejo con asombro ante mi apariencia. Mi cabello caía en largas capas sobre mis hombros, reluciente y suave como nunca antes. Estaba tan brillante que reflejaba destellos de luz, como si el sol irradiara en ellos. Mis ojos brillaban con vida, parecían más grandes y brillantes que antes gracias a mis pestañas rizadas. Mis labios se veían suaves y jugosos, brillaban con un hermoso tono de rosa salmón. Mis mejillas estaban llenas de color, con una ligera sombra de rubor que hacía que mi piel se viera saludable y joven. El resultado era más impresionante de lo que esperaba. Había optado por un corte de cabello con capas, un estilo que había decidido el estilista, dándole una textura suave y una apariencia natural. —¿Te gustó? —preguntó el estilista y yo solo asentí, sin poder pronunciar palabras. De pronto la puerta se abrió y apareció Catherine buscándome y cuando me vio se quedó paralizada de la impre