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Capítulo 2. Un ser despreciable.

Alexandra Green

Me encontré frente a este hombre imponente, cuyos ojos azules, con destellos verdes parecían escudriñarme hasta el fondo de mi alma.

Mi voz estaba atrapada en mi garganta, y luchaba por encontrar las palabras adecuadas para responder a su pregunta. Finalmente, cuando pensé que no reaccionaría, logré balbucear una respuesta.

—L-lo siento, señor, soy Alexandra, estoy aquí para hablar con Fer, él… es mi novio, pero ahorita... —me quedé callada, mi voz sonó temblorosa y apenas audible.

Él frunció el ceño y cruzó los brazos sobre su pecho amplio. Su mirada seguía siendo intensa y penetrante.

—Entiendo. Pero estabas causando un disturbio en mi edificio y eso no me agrada. Así que ten la bondad de retirarte por las buenas o te mando a sacar con los de seguridad por las malas —expresó con firmeza y sin ningún ápice de condescendencia.

Me sentí totalmente fuera de lugar y en medio de una situación que se estaba saliendo de control, las palabras del hombre me golpearon como si me hubieran dado un fuerte puño en el estómago.

Traté de recobrar algo de compostura y comencé a contarle lo que había sucedido.

—Mi intención no era causar ningún problema… Fer, trabaja aquí, ha sido mi novio por cuatro años y me estoy enterando de que me está engañando con otra… —mis palabras se vieron interrumpidas de nuevo por la voz severa del hombre.

—¿Cree que me importa su vida amorosa? Sus líos vaya y resuélvalos fuera de mi empresa ¡Ahora váyase!

Sentí que la sangre abandonó mi rostro, todo me comenzó a dar vuelta, las piernas me temblaron y de pronto vi cómo mi rostro fue al encuentro del suelo, y la oscuridad me arropó.

Von Dimitrakos

Vi el rostro de la mujer palidecer y cuando me di cuenta de que estaba cayendo al suelo corrí hacia ella y la atrapé entre mis brazos.

—Llamen al médico y díganle que suba a mi oficina.

Subí a mi oficina con ella en los brazos, era menuda, por lo cual no representaba ningún esfuerzo para mí, apenas entré a mi despacho, la acosté en el sofá, justo en ese momento entró el Dr. Walter.

—¿Qué ocurrió? —preguntó sacando el estetoscopio.

—Se desmayó de manera repentina.

El médico examinó a la mujer con atención, auscultando su corazón y midiendo su pulso. Luego de unos minutos, asintió y se giró hacia mí.

—Señor Dimitrakos, parece que la joven ha sufrido un desmayo causado por el estrés y la tensión emocional. No parece haber un problema médico grave en este momento. Le recomiendo que descanse y se recupere.

Asentí, agradeciendo al médico por su evaluación. El Dr. Walter se retiró discretamente, dejándonos a solas en la habitación.

Observé a Alexandra mientras yacía en el sofá, su rostro pálido y su respiración tranquila.

No pude evitar sentir una extraña mezcla de preocupación y curiosidad. No sabía quién era ella, sin embargo, me molestaba que una mujer tuviera que estar rebajándose por un hombre, lo de suplicar no iba conmigo, y era la característica que más me desagradaba en las personas, pese a ello, no podía evitar que me intrigara conocer quién era el hombre que se había burlado de ella.

Decidí darle tiempo para que se recuperara. Me dirigí a mi escritorio y ocupé mi mente con algunas tareas laborales, aunque mi atención seguía dividiéndose entre el trabajo y la joven en el sofá. Después de un tiempo que pareció interminable, finalmente la mujer comenzó a moverse y abrir los ojos.

Al notar que estaba consciente, me acerqué a ella.

—¿Estás bien? —pregunté con una voz más suave y una actitud amigable, diferente a la de antes.

Ella parpadeó y se enderezó lentamente, mirándome con ojos confundidos. Parecía que estaba tratando de recordar dónde se encontraba.

—¿Qué… qué pasó? —preguntó con voz débil.

—Te desmayaste. El médico dijo que fue debido al estrés. ¿Te sientes mejor ahora?

Alexandra asintió levemente y se incorporó un poco. Se frotó la frente con una mano temblorosa, como si tratara de hacer desaparecer el dolor de cabeza que seguramente sentía, además, se veía sofocada, una leve capa de sudor cubría su frente e incluso comenzó a ventilarse con la mano.

—Gracias… por ayudarme —dijo con una mirada que parecía una mezcla de gratitud y desconfianza.

—No tienes que agradecer nada. Estabas en este edificio y era lo que se tenía que hacer, no era opción dejarte tirada. Sin embargo, espero que sea la última vez que venga a mi edificio, armar escándalo, y te aconsejo resolver tus asuntos personales en otro lugar.

Vi que sus ojos se llenaban de lágrimas, se incorporó y la tensión se percibió en el aire, no pude evitar sentir una extraña conexión con ella, una empatía hacia su situación.

—Gracias, una vez más —y antes de que pudiera decirle algo, ella salió corriendo, dejándome con la palabra en la boca.

Alexandra Green

Salí de esa oficina sin mirar atrás, comencé a caminar por las calles sin rumbo fijo, no me sentía en condiciones de conducir, quizás luego mandaría a recogerlo y es que la traición de Fernando había sido inesperada y me había causado un profundo dolor.

No sabía cómo iba a criar a mi hijo sola, pero estaba decidida a hacerlo.

Lo primero que tenía que hacer era encontrar un trabajo, porque hacía un par de semanas había dejado el mío, porque Fernando me había pedido que lo dejara, que él se encargaría de mí, que no necesitaba trabajar, que sus ingresos eran suficientes para mantenernos

Me sonreí con pesar, porque en ese momento, pensé que era un hombre muy considerado, pero ahora, conociendo la verdad, él no quería correr el riesgo de que me pudiera encontrar con él y lo descubriera.

Después de más de una hora caminando por fin entré al edificio donde vivía, subí en el ascensor y cuando llegué al piso noté que la puerta estaba abierta de par en par.

Mi primera reacción fue de pánico, ¿qué ocurrió aquí? ¿Había entrado alguien a robar?, me pregunté, pero una corazonada me decía que eso no era la verdad. Con cautela, entré a mi apartamento y lo que vi me dejó sin aliento: Fernando estaba allí, esperándome.

—Alexandra —dijo con una sonrisa cínica en los labios—, allí están tus cosas —expresó señalando un par de maletas que estaban a un lado del mueble.

—¿Qué significa esto? —pregunté, intentando de ocultar mi miedo y mis sospechas.

Fernando se encogió de hombros y se acercó a mí, su rostro mucho más cercano al mío de lo que yo deseaba.

—Debes irte de aquí, ¡Esta ya no es tu casa! —pronunció con firmeza.

La rabia se agitó dentro de mí, no podía creer en el descaro de ese hombre y lo enfrenté

—¡¿Cómo te atreves a decirme esto?! —respondí con indignación—. Este es mi apartamento también, te recuerdo que lo estamos pagando entre los dos, y no voy a irme por tu orden. Además, ¿cómo te atreves a aparecerte aquí después de lo que hiciste?

Fernando soltó una risa irónica y me miró con desprecio.

—No te hagas la víctima, Alexandra. Tú sabes que esto era inevitable. Y estás equivocado respecto a este apartamento, está a nombre mío, no tuyo, y por eso no voy a permitir que te quedes un minuto más. Te dije claramente que no te quedaras embarazada, que no quería hijos, como desobedeciste, ya no me interesas. No podemos seguir juntos, no con ese hijo tuyo. Yo tengo una imagen que mantener, una reputación que cuidar.

Lo miré con asco. ¿Cómo pude haber estado enamorada de él? ¿Cómo pude haber confiado en alguien tan egoísta? Me acerqué a él y lo empujé con todas mis fuerzas.

—¡Fuera de mi casa, Fernando! Ya no te soporto.  Eres un ser mezquino, despreciable —espeté con indignación.

Sin embargo, nada me preparó para lo que ocurrió a continuación.

Fernando agarró mis maletas, y las lanzó al pasillo y me gritó.

—¡Largo!

—¡Tú no puedes sacarme de aquí! —pronuncié con vehemencia, pero él no me prestó atención, hizo un gesto y enseguida un par de vigilantes del edificio se pararon frente a mí.

—Lo siento, señora, debe acompañarnos, o se sale por sus propios pies, o nosotros la sacamos —dijo uno de ellos, mientras mi rostro palidecía, porque no podía creer lo que me estaba haciendo la basur4 de mi ex.

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