Alexandra Green
Me encontré frente a este hombre imponente, cuyos ojos azules, con destellos verdes parecían escudriñarme hasta el fondo de mi alma.
Mi voz estaba atrapada en mi garganta, y luchaba por encontrar las palabras adecuadas para responder a su pregunta. Finalmente, cuando pensé que no reaccionaría, logré balbucear una respuesta.
—L-lo siento, señor, soy Alexandra, estoy aquí para hablar con Fer, él… es mi novio, pero ahorita... —me quedé callada, mi voz sonó temblorosa y apenas audible.
Él frunció el ceño y cruzó los brazos sobre su pecho amplio. Su mirada seguía siendo intensa y penetrante.
—Entiendo. Pero estabas causando un disturbio en mi edificio y eso no me agrada. Así que ten la bondad de retirarte por las buenas o te mando a sacar con los de seguridad por las malas —expresó con firmeza y sin ningún ápice de condescendencia.
Me sentí totalmente fuera de lugar y en medio de una situación que se estaba saliendo de control, las palabras del hombre me golpearon como si me hubieran dado un fuerte puño en el estómago.
Traté de recobrar algo de compostura y comencé a contarle lo que había sucedido.
—Mi intención no era causar ningún problema… Fer, trabaja aquí, ha sido mi novio por cuatro años y me estoy enterando de que me está engañando con otra… —mis palabras se vieron interrumpidas de nuevo por la voz severa del hombre.
—¿Cree que me importa su vida amorosa? Sus líos vaya y resuélvalos fuera de mi empresa ¡Ahora váyase!
Sentí que la sangre abandonó mi rostro, todo me comenzó a dar vuelta, las piernas me temblaron y de pronto vi cómo mi rostro fue al encuentro del suelo, y la oscuridad me arropó.
Von Dimitrakos
Vi el rostro de la mujer palidecer y cuando me di cuenta de que estaba cayendo al suelo corrí hacia ella y la atrapé entre mis brazos.
—Llamen al médico y díganle que suba a mi oficina.
Subí a mi oficina con ella en los brazos, era menuda, por lo cual no representaba ningún esfuerzo para mí, apenas entré a mi despacho, la acosté en el sofá, justo en ese momento entró el Dr. Walter.
—¿Qué ocurrió? —preguntó sacando el estetoscopio.
—Se desmayó de manera repentina.
El médico examinó a la mujer con atención, auscultando su corazón y midiendo su pulso. Luego de unos minutos, asintió y se giró hacia mí.
—Señor Dimitrakos, parece que la joven ha sufrido un desmayo causado por el estrés y la tensión emocional. No parece haber un problema médico grave en este momento. Le recomiendo que descanse y se recupere.
Asentí, agradeciendo al médico por su evaluación. El Dr. Walter se retiró discretamente, dejándonos a solas en la habitación.
Observé a Alexandra mientras yacía en el sofá, su rostro pálido y su respiración tranquila.
No pude evitar sentir una extraña mezcla de preocupación y curiosidad. No sabía quién era ella, sin embargo, me molestaba que una mujer tuviera que estar rebajándose por un hombre, lo de suplicar no iba conmigo, y era la característica que más me desagradaba en las personas, pese a ello, no podía evitar que me intrigara conocer quién era el hombre que se había burlado de ella.
Decidí darle tiempo para que se recuperara. Me dirigí a mi escritorio y ocupé mi mente con algunas tareas laborales, aunque mi atención seguía dividiéndose entre el trabajo y la joven en el sofá. Después de un tiempo que pareció interminable, finalmente la mujer comenzó a moverse y abrir los ojos.
Al notar que estaba consciente, me acerqué a ella.
—¿Estás bien? —pregunté con una voz más suave y una actitud amigable, diferente a la de antes.
Ella parpadeó y se enderezó lentamente, mirándome con ojos confundidos. Parecía que estaba tratando de recordar dónde se encontraba.
—¿Qué… qué pasó? —preguntó con voz débil.
—Te desmayaste. El médico dijo que fue debido al estrés. ¿Te sientes mejor ahora?
Alexandra asintió levemente y se incorporó un poco. Se frotó la frente con una mano temblorosa, como si tratara de hacer desaparecer el dolor de cabeza que seguramente sentía, además, se veía sofocada, una leve capa de sudor cubría su frente e incluso comenzó a ventilarse con la mano.
—Gracias… por ayudarme —dijo con una mirada que parecía una mezcla de gratitud y desconfianza.
—No tienes que agradecer nada. Estabas en este edificio y era lo que se tenía que hacer, no era opción dejarte tirada. Sin embargo, espero que sea la última vez que venga a mi edificio, armar escándalo, y te aconsejo resolver tus asuntos personales en otro lugar.
Vi que sus ojos se llenaban de lágrimas, se incorporó y la tensión se percibió en el aire, no pude evitar sentir una extraña conexión con ella, una empatía hacia su situación.
—Gracias, una vez más —y antes de que pudiera decirle algo, ella salió corriendo, dejándome con la palabra en la boca.
Alexandra Green
Salí de esa oficina sin mirar atrás, comencé a caminar por las calles sin rumbo fijo, no me sentía en condiciones de conducir, quizás luego mandaría a recogerlo y es que la traición de Fernando había sido inesperada y me había causado un profundo dolor.
No sabía cómo iba a criar a mi hijo sola, pero estaba decidida a hacerlo.
Lo primero que tenía que hacer era encontrar un trabajo, porque hacía un par de semanas había dejado el mío, porque Fernando me había pedido que lo dejara, que él se encargaría de mí, que no necesitaba trabajar, que sus ingresos eran suficientes para mantenernos
Me sonreí con pesar, porque en ese momento, pensé que era un hombre muy considerado, pero ahora, conociendo la verdad, él no quería correr el riesgo de que me pudiera encontrar con él y lo descubriera.
Después de más de una hora caminando por fin entré al edificio donde vivía, subí en el ascensor y cuando llegué al piso noté que la puerta estaba abierta de par en par.
Mi primera reacción fue de pánico, ¿qué ocurrió aquí? ¿Había entrado alguien a robar?, me pregunté, pero una corazonada me decía que eso no era la verdad. Con cautela, entré a mi apartamento y lo que vi me dejó sin aliento: Fernando estaba allí, esperándome.
—Alexandra —dijo con una sonrisa cínica en los labios—, allí están tus cosas —expresó señalando un par de maletas que estaban a un lado del mueble.
—¿Qué significa esto? —pregunté, intentando de ocultar mi miedo y mis sospechas.
Fernando se encogió de hombros y se acercó a mí, su rostro mucho más cercano al mío de lo que yo deseaba.
—Debes irte de aquí, ¡Esta ya no es tu casa! —pronunció con firmeza.
La rabia se agitó dentro de mí, no podía creer en el descaro de ese hombre y lo enfrenté
—¡¿Cómo te atreves a decirme esto?! —respondí con indignación—. Este es mi apartamento también, te recuerdo que lo estamos pagando entre los dos, y no voy a irme por tu orden. Además, ¿cómo te atreves a aparecerte aquí después de lo que hiciste?
Fernando soltó una risa irónica y me miró con desprecio.
—No te hagas la víctima, Alexandra. Tú sabes que esto era inevitable. Y estás equivocado respecto a este apartamento, está a nombre mío, no tuyo, y por eso no voy a permitir que te quedes un minuto más. Te dije claramente que no te quedaras embarazada, que no quería hijos, como desobedeciste, ya no me interesas. No podemos seguir juntos, no con ese hijo tuyo. Yo tengo una imagen que mantener, una reputación que cuidar.
Lo miré con asco. ¿Cómo pude haber estado enamorada de él? ¿Cómo pude haber confiado en alguien tan egoísta? Me acerqué a él y lo empujé con todas mis fuerzas.
—¡Fuera de mi casa, Fernando! Ya no te soporto. Eres un ser mezquino, despreciable —espeté con indignación.
Sin embargo, nada me preparó para lo que ocurrió a continuación.
Fernando agarró mis maletas, y las lanzó al pasillo y me gritó.
—¡Largo!
—¡Tú no puedes sacarme de aquí! —pronuncié con vehemencia, pero él no me prestó atención, hizo un gesto y enseguida un par de vigilantes del edificio se pararon frente a mí.
—Lo siento, señora, debe acompañarnos, o se sale por sus propios pies, o nosotros la sacamos —dijo uno de ellos, mientras mi rostro palidecía, porque no podía creer lo que me estaba haciendo la basur4 de mi ex.
Alexandra Green Me sentía tan impotente, cómo podía ser capaz de tratarme de esa manera, aun sabiendo que esperaba un hijo de él. Todo sucedió tan rápido que apenas lo pude asimilar y caí en cuenta del infierno al cual me estaba llevando. Tenía ante mí a dos hombres musculosos, con una sola orden de Fernando, sacándome de mi apartamento. Todo eso era una locura, pero, aun así, no podía dejar de luchar. —¡No puedes sacarme de mi casa! ¡Eres un maldit0! —grité con desesperación. —Señora, no siga gritando, aquí no puede hacer escándalo público, no cometas más actos ilegales —dijo otro de los vigilantes mientras trataba de mantenerme a raya. —¡No! —exclamé, dispuesta a no aceptar lo que estaba sucediendo. En ese momento salió Fernando y me miró con rabia. —Si no te vas te acusaré por agresión y tendrás que ir a parar a la cárcel, quizás de esa manera te haga un favor y no tengas que dormir en la calle —me dijo de manera amenazante. Yo no podía creer lo que me pasaba, definitivamen
Catherine Dimitrakos.Vi llegar a mi nueva niñera, tenía tres días trabajando allí, era una chica joven con una sonrisa radiante. Tez morena de ojos y cabello oscuros recogido en un moño.Inmediatamente, sentí una sensación de inquietud, y entrecerré los ojos estudiando su comportamiento, no me agradaba, era igual a todas, aceptaban venir a cuidarme tan solo por tener una oportunidad para enamorar a mi padre, todas querían convertirse en mis madrastras.—Hola, Catherine —dijo la mujer en un tono dulce que contrastaba con el mío.—Hola, niñera —contesté con una voz fría e indiferente.—Sabes que mi nombre no es niñera, sino Rosa —expresó con una sonrisa que pretendía ser agradable, pero que a mí me molestaba, sin embargo, asentí para que me dejara en paz.Segundos después, comprobé sus intenciones, cuando la escuché preguntarme por la habitación de mi padre.—Pequeña Cathe, ¿Dónde queda la habitación de tu padre?La miré con recelo, porque en ese momento decidí que esa mujer no se qued
Alexandra GreenNo pude evitar sorprenderme ante la propuesta de la niña ¿Me estaba dando empleo a mí? Miré a su padre, quien miraba con una expresión seria en su rostro, y me pregunté ¿qué pensaría de todo eso? ¿Estaría de acuerdo?Temí que él se negara y por eso decidí rechazar la propuesta.—Catherine, lo siento, pero yo no puedo ser tu niñera, yo no sé nada del cuidado de niños, lo más cerca que he estado de uno es cuando he fotografiado en uno o los he leído en las novelas rosas —expresé tratando de no hacerla sentir mal, sin embargo, mi conciencia salió a refutarme.“¿Estás segura? Porque lo más cerca que has estado de un niño, es del bebé que justo está creciendo en tu vientre”, antes de que pudiera decir algo, Von intervino.—¿Acaso no me dijiste que no tenías empleo? —ella asintió—, entonces no veo porque debas negarte a la propuesta que amablemente te está haciendo Catherine, tendrás vivienda, comida, un día libre a la semana, vacaciones por quince días una vez al año y un s
Von Dimitrakos.Me quedé mirándola con sorpresa, no pude evitar alzar una ceja al escucharla, y la curiosidad me picó, quería saber qué condiciones se le ocurrirían a esa mujer, porque durante el tiempo que habíamos estado conversando era muy mordaz, y decía todo lo que pasaba por su cabeza.Además, me di cuenta de que surtía un extraño efecto en mí, lo cual me producía un poco de temor, porque después de lo ocurrido con la madre de mi hija, no me había interesado establecer ninguna relación formal con ninguna mujer, y no quería empezar ahora.—¿Cuáles son tus condiciones? —interrogué mirándola con interés.—No quiero insinuaciones, ni insultos, ni cuestionamiento con mi forma de educar a Cathe, tampoco que vayas a desautorizar delante de los demás, ni que los demás me desautoricen frente a ella, y por supuesto, que no intentes gatear a mi cama —señaló con dignidad.—¿A gatear a tu cama? —inquirí con una sonora carcajada—, por favor, ¡Tú no eres mi tipo! A mí me gustan las mujeres con
Alexandra GreenMe quedé mirando a la niña con sorpresa, sin saber muy bien cómo reaccionar a su propuesta. ¿Enseñarle a hacer travesuras? ¿Más de las que hacía? ¿Le parecían pocas? ¿Acaso esa niña era un demonio encarnado? Pero luego pensé en lo aburrida que podía ser la vida de Cathe, siempre rodeada de adultos y sin nadie de su edad con quien jugar, no debía ser fácil, además, su padre siempre trabajando, quizás por eso siempre buscaba llamar la atención, no estaría mal dale un poco de diversión.Sin embargo, no me gustaba la idea de cambiar mi apariencia para gustarle a alguien, yo me sentía bien así, y era verdad, si estaba un poco desaliñada, pero era por lo que me había tocado vivir durante el día, si no era por el soplo de vida que representaba aunque me divertía la posibilidad de enseñarle algunas travesuras a la pequeña.Después de pensarlo durante unos segundos, en que la nena me veía de manera suplicante, terminé aceptando su petición, estaba segura de que me divertiría en
Alexandra Green. Sentí que me sacudían por el brazo, sacándome abruptamente de mi ensoñación, desperté sintiéndome confundida y aturdida. Mis ojos se abrieron de par en par, asustada y el desconcierto me invadió por un momento, perdiendo por un segundo la noción del lugar donde estaba, hasta que logré enfocar la mirada y reconocer a mi jefe de pie junto a la cama, claramente enfurecido. Aparté a la pequeña Cathe a un lado que hasta ese momento había estado durmiendo plácidamente encima de mí de manera profunda y me sorprendí cuando de pronto él me tomó del brazo y me sacó de la cama, arrastrándome, llevándome fuera de la habitación, sin darme la oportunidad de oponerme. —¿Qué te pasa? ¡Suélteme! ¿Acaso piensa arrancarme el brazo? —espeté molesta tratando de liberarme de su agarre, porque el hombre estaba tan rabioso, parecía un toro de lidia, lo único que le faltaba era echar humo por la nariz. Su nariz se ensanchó producto del enojo mientras yo fruncía el ceño desconcertada, preg
Von Dimitrakis.—Vamos a buscarla —le propuse a mi hija que estaba hecha un mar de lágrimas y ante mi propuesta dejó de sollozar.Me dio la mano y caminamos al auto, al subir le puse el cinturón de seguridad, y comenzamos a hacer el recorrido para encontrar a Alexa, no podía dejar de pensar en la forma de cómo le pediría que volviera, pensé que lo mejor era que Cathe se lo pidiera, estaba seguro que de esa manera no se negaría, porque aunque yo sabía que me había equivocado, y la había tratado muy mal era un hombre orgulloso, no me gustaba equivocarme, ni mucho menos tener que bajar la cabeza o rogarle a alguien, nunca lo había hecho en la vida, y no empezaría ahora con la niñera.Conduje lentamente mientras rogaba al cielo, que ella aceptara regresar sin ninguna objeción, después de todo al parecer estaba necesitada de trabajo y la oportunidad que le había ofrecido no la conseguiría en ningún lado.Miré un momento a mi hija que observaba por la ventanilla, sin dejar de mirar de un la
Alexandra Green. Mientras caminaba por la ciudad, me di cuenta de que estaba completamente sola. No tenía a nadie a quien llamar, nadie que pudiera ayudarme a salir de esta situación. Me sentía vulnerable, como si el mundo entero se hubiera puesto en mi contra, sin embargo, me sonreí. Miré al cielo en modo de súplica. —¡Ay Dios! De verdad, siento que la agarraste conmigo, te estás pasando, dicen que les das las más duras pruebas a tus mejores guerreros, pero como que te creíste que yo era Espartaco (*) —pronuncié con un suspiro. Me detuve en una parada, abrí la cartera y saqué mi billetera, comencé a revisar, conté el dinero que me quedaba en efectivo, suspiré profundo, decidí entrar al banco desde mi celular, para consultar mi saldo. Respiré aliviada al ver algo de dinero allí. —Por lo menos el cucaracho no me sacó el dinero de la cuenta—dije hablando en voz alta—, debería cambiar todo por si le ocurre querer robarme esto también. Enseguida cambié la clave, incluso las pregunta